miércoles, 22 de noviembre de 2023

 

La homilía, un desafío pendiente

Olga Consuelo Vélez

El cristianismo no pasa por su mejor momento. Más y más personas dejan de asistir a la Iglesia y se está volviendo bastante común, en países de gran tradición cristiana, la no práctica de los sacramentos, la no asistencia a la Eucaristía y la poca o nada referencia a sus creencias religiosas. Frente a esto hay mucho que pensar, reflexionar, cambiar, innovar. Pero, por hoy, detengámonos en la homilía como ese espacio que aún influye sobre los creyentes que van a la eucaristía y que podría ser una medicación adecuada para revitalizar la experiencia de fe, tan necesitada de ello.

Ahora bien, si hay algo que a la gente le aburre de la celebración eucarística, es la homilía. Por supuesto hay presbíteros que la hacen muy bien, pero hay muchos más que no logran comunicar un mensaje significativo. Algunos se dedican a recordar la lista de pecados de la que debemos arrepentirnos y pretenden despertar el mal entendido “temor de Dios” confrontando a los presentes con su vida pecadora. No parece que eso tenga mucho éxito. Otros pretenden explicar el texto bíblico, pero dejan ver su ignorancia frente al mismo. En este punto pocos saben que el presbítero está entendiendo mal el texto bíblico -por la inmensa carencia de formación  bíblica de la mayoría del pueblo de Dios- pero quienes si saben algo de Biblia, se dan cuenta que el predicador no coloca las palabras en su contexto, no sabe identificar la idea principal del texto sino que lo usa como un trampolín para hablar de lo que ellos quieren que, desgraciadamente, casi siempre se identifica con temas de moral, arraigados en ideas tradicionalistas, incapaz de confrontarla con los desafíos actuales.

Cabe anotar que la Palabra de Dios no es un mensaje moralista. Es, ante todo, un testimonio de la manera cómo el pueblo de Dios descubre la presencia de Dios en su historia, invitándonos a encontrar su presencia en nuestro presente. La Palabra de Dios no habla de un Dios castigador sino del Dios que nos tiende su mano incondicionalmente y siempre nos abre caminos de esperanza y de buenas noticias.

En la exhortación Evangelii Gaudium, el papa Francisco dedicó un apartado a la homilía (nn.135-151) para hacer caer en cuenta el papel que juega en la evangelización y la oportunidad que se tiene cada vez que se predica. Pero no parece que muchos presbíteros lo hayan puesto en práctica. Según Francisco, “la homilía puede ser realmente una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente de constante renovación y de crecimiento (…) Con la palabra, nuestro Señor se ganó el corazón de la gente. Venían a escucharlo de todas partes. Se quedaban maravillados bebiendo sus enseñanzas. Sentían que les hablaba como quien tiene autoridad. Con la palabra, los apóstoles (…) atrajeron al seno de la Iglesia a todos los pueblos”

Además, Francisco recuerda que “la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios, sobre todo en el contexto de la asamblea eucarística, no es tanto un momento de meditación y de catequesis, sino que es el diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo las exigencias de la alianza (…). La homilía es un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo. El que predica debe reconocer el corazón de su comunidad para buscar dónde está vivo y ardiente el deseo de Dios y también dónde ese diálogo, que era amoroso, fue sofocado o no pudo dar fruto”.

También se refiere a cosas prácticas sobre la homilía: “no debe prolongarse demasiado porque el centro de la celebración eucarística no son las palabras del presbítero sino la buena noticia del reino. La homilía debe conecta con la cultura de los oyentes, transmitiendo ánimo, aliento, fuerza, impulso. Es necesario prestar atención al texto bíblico, que debe ser el fundamento de la predicación (…) detenerse a estudiarla con sumo cuidado y con un santo temor de manipularla (…) la preparación de la predicación requiere amor. Ha de ser consciente de la distancia que hay entre el texto bíblico y el presente para entender bien las palabras y, sobre todo el mensaje central que este texto comunica. No se puede sacar el texto de su contexto ni utilizarlo como plataforma para hablar de lo que el predicador quiere”.

En otras palabras, es urgente y necesario revisar a fondo la homilía y, al menos, ajustarse a lo dicho en esta exhortación. La homilía no es una catequesis. La homilía no es un discurso moralista. La homilía no es para asustar a los oyentes. La homilía es para ofrecer y desentrañar la “buena noticia” del reino: amor incondicional de nuestro Dios; aceptación total y definitiva de todas las personas sin ponerles ninguna condición; defensa de los derechos humanos, búsqueda de la justicia y transformación de todo lo que oprime, agobia o excluye a cualquier ser humano.

Ojalá los presbíteros tomen en serio la inmensa responsabilidad que tienen con su predicación. Pero ojalá también volvamos a aquellos esfuerzos de renovación que se dieron después de Vaticano II, donde la homilía se hacía entre todos los miembros del Pueblo de Dios, espacio de compartir y enriquecernos mutuamente. Sería una forma de poner en práctica el sensus fidei que habita en todo el pueblo de Dios y posiblemente ayudaría decisivamente a erradicar algo del clericalismo que tanto mal sigue haciendo en nuestra Iglesia. 

 

 

lunes, 13 de noviembre de 2023

 

La centralidad de los pobres en la vida cristiana

Olga Consuelo Vélez

El próximo 19 de noviembre se celebrará la VII Jornada Mundial de los pobres. Estas Jornadas fueron iniciativa del papa Francisco, durante el cierre del Año de la misericordia (2016). En aquella ocasión, el Papa celebró una eucaristía con unas 6000 personas sin hogar. Allí Francisco hizo una sentida petición de perdón: “Perdón por todas las veces que los cristianos pasamos delante de una persona pobre y miramos para otro lado”. Y no queriendo que esas palabras se quedaran en el olvido, decidió establecer que cada año la iglesia de todo el mundo tuviera una jornada exclusivamente para los pobres, en el domingo anterior al de Cristo Rey. Desde entonces se han celebrado seis jornadas y nos preparamos para la séptima. En cada jornada se ha dado un mensaje que podemos recordar aquí: I Jornada (2017): “No amemos de palabra sino con obras”; II Jornada (2018): “Este pobre gritó y el Señor lo escucho”; III Jornada (2019): “La esperanza de los pobres nunca se frustrará”; IV Jornada (2020): “Tiende tu mano al pobre” (Cfr. Si 7,32); V Jornada (2021); “A los pobres los tienen siempre con ustedes” (Mc 14,7); VI Jornada (2022): “Jesucristo se hizo pobre por ustedes” (Cf. 2 Co 8,9) y VII Jornada (2023) “No apartes tu rostro del pobre” (Tb 4,7).

El texto para esta jornada tomado del libro de Tobías se inserta en el relato del testamento espiritual que Tobías da a su hijo: “Acuérdate del Señor todos los días de tu vida, hijo mío, y no peques deliberadamente ni quebrantes sus mandamientos. Realiza obras de justicia todos los días de tu vida y no sigas los caminos de la injusticia (…) Haz limosna con tus bienes y al hacerlo, que tu ojo no tenga rencilla. No vuelvas la cara ante ningún pobre y Dios no apartará de ti su cara”. Este testamento de Tobías a su hijo no era una teoría sino una vivencia propia. Por su testimonio de caridad, el rey lo había privado de todos sus bienes, dejándolo completamente pobre. Pero el Señor le permitió recuperar su puesto de administrador y Tobías siguió practicando la solidaridad con los pobres. Sin embargo, acudiendo a enterrar a un pobre, cayó sobre sus ojos estiércol y se quedó ciego. Pero esto no fue impedimento para que él siguiera comprometido con las numerosas formas de pobreza que le rodeaban. Al final, Dios le devuelve la vista y logra ver a su Hijo. Con esta referencia a Tobit se nos pide que cuando estemos ante un pobre no volvamos la mirada hacia otra parte porque esto nos impedirá encontrarnos con el rostro del Señor Jesús. Y se nos invita a fijarnos bien en la expresión “ningún pobre” sin importar el color de la piel, la condición social, la procedencia.

Francisco continúa el mensaje de este año refiriéndose al mundo actual que favorece solo el bienestar e invisibiliza las situaciones de dolor humano. Sin embargo, estas siguen creciendo y hoy podemos reconocer nuevos rostros y formas de pobreza. Todo aquello que atenta contra la dignidad de la persona como la falta de servicios básicos, de trabajo digno o de negación de cualquier derecho, constituye una interpelación fuerte a la vida cristiana porque en los pobres Dios se manifiesta de manera preferencial y es en ellos donde hemos de responderle: “Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25, 40). Francisco también recuerda lo que escribió en la Evangelii Gaudium: “Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos” (n. 28).

Para la vida cristiana no es desconocida la realidad de las pobres y son muchas las obras apostólicas que los acogen y les sirven. Pero aún falta poner en práctica la solidaridad con el mundo de los pobres, es decir, ser testimonio de una vida sobria, único lugar desde donde nuestra ayuda no es una limosna de lo que sobra, sino una vida que se parte y se reparte como lo hizo Jesús. Y esta es la diferencia fundamental entre los que hacen obras de caridad, pero mantienen sus privilegios, su estatus, sus títulos honoríficos, su vida de lujo y comodidad, su derroche de bienes, en fin, la separación de clases que permite el escandalo de la “brecha inmensa entre ricos y pobres”, de los que entienden el mensaje del reino y comprenden que la pobreza no se transforma si la propia vida no se desacomoda, no se desinstala, no está dispuesta a dar y a darse.

Lamentablemente estas Jornadas Mundial de los pobres no han tenido la repercusión eclesial que podrían tener. No se insiste sobre ellas. No marcan a fondo la celebración dominical. Se anuncia al inicio de la liturgia, pero todo continúa como siempre se hace. Para esta jornada el Papa propone que a ejemplo de Tobit que le pide a su hijo que busque entre los hermanos deportados de Nínive a algún pobre y comparta con él su comida, nosotros invitemos también a algún pobre al almuerzo dominical, después de haber compartido la mesa eucarística porque “si en torno al altar somos conscientes de que todos somos hermanos y hermanas, ¡cuánto más visible sería esta fraternidad compartiendo la comida festiva con quien carece de lo necesario!”.

El mensaje termina haciendo referencia al 150 aniversario del nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús quien en su profunda experiencia espiritual comprendió que la caridad no debe quedarse encerrada en el fondo del corazón, sino que ha de alumbrar y alegrar, no sólo a los más queridos sino a todos, sin exceptuar a nadie. Y la invoca para que ella nos ayude en esta Jornada Mundial, a “no apartar el rostro del pobre” porque ellos son la faz humana y divina de nuestro Señor Jesucristo.