La centralidad de los pobres en la vida cristiana
Olga Consuelo Vélez
El próximo 19 de
noviembre se celebrará la VII Jornada Mundial de los pobres. Estas Jornadas
fueron iniciativa del papa Francisco, durante el cierre del Año de la misericordia
(2016). En aquella ocasión, el Papa celebró una eucaristía con unas 6000
personas sin hogar. Allí Francisco hizo una sentida petición de perdón: “Perdón
por todas las veces que los cristianos pasamos delante de una persona pobre y
miramos para otro lado”. Y no queriendo que esas palabras se quedaran en el
olvido, decidió establecer que cada año la iglesia de todo el mundo tuviera una
jornada exclusivamente para los pobres, en el domingo anterior al de Cristo
Rey. Desde entonces se han celebrado seis jornadas y nos preparamos para la séptima.
En cada jornada se ha dado un mensaje que podemos recordar aquí: I Jornada
(2017): “No amemos de palabra sino con obras”; II Jornada (2018): “Este pobre
gritó y el Señor lo escucho”; III Jornada (2019): “La esperanza de los pobres
nunca se frustrará”; IV Jornada (2020): “Tiende tu mano al pobre” (Cfr. Si
7,32); V Jornada (2021); “A los pobres los tienen siempre con ustedes” (Mc
14,7); VI Jornada (2022): “Jesucristo se hizo pobre por ustedes” (Cf. 2 Co 8,9)
y VII Jornada (2023) “No apartes tu rostro del pobre” (Tb 4,7).
El texto para esta
jornada tomado del libro de Tobías se inserta en el relato del testamento
espiritual que Tobías da a su hijo: “Acuérdate del Señor todos los días de tu
vida, hijo mío, y no peques deliberadamente ni quebrantes sus mandamientos.
Realiza obras de justicia todos los días de tu vida y no sigas los caminos de
la injusticia (…) Haz limosna con tus bienes y al hacerlo, que tu ojo no tenga
rencilla. No vuelvas la cara ante ningún pobre y Dios no apartará de ti su
cara”. Este testamento de Tobías a su hijo no era una teoría sino una vivencia
propia. Por su testimonio de caridad, el rey lo había privado de todos sus
bienes, dejándolo completamente pobre. Pero el Señor le permitió recuperar su
puesto de administrador y Tobías siguió practicando la solidaridad con los
pobres. Sin embargo, acudiendo a enterrar a un pobre, cayó sobre sus ojos
estiércol y se quedó ciego. Pero esto no fue impedimento para que él siguiera
comprometido con las numerosas formas de pobreza que le rodeaban. Al final, Dios
le devuelve la vista y logra ver a su Hijo. Con esta referencia a Tobit se nos
pide que cuando estemos ante un pobre no volvamos la mirada hacia otra parte
porque esto nos impedirá encontrarnos con el rostro del Señor Jesús. Y se nos
invita a fijarnos bien en la expresión “ningún pobre” sin importar el color de
la piel, la condición social, la procedencia.
Francisco
continúa el mensaje de este año refiriéndose al mundo actual que favorece solo
el bienestar e invisibiliza las situaciones de dolor humano. Sin embargo, estas
siguen creciendo y hoy podemos reconocer nuevos rostros y formas de pobreza.
Todo aquello que atenta contra la dignidad de la persona como la falta de
servicios básicos, de trabajo digno o de negación de cualquier derecho,
constituye una interpelación fuerte a la vida cristiana porque en los pobres
Dios se manifiesta de manera preferencial y es en ellos donde hemos de
responderle: “Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo
hicieron conmigo” (Mt 25, 40). Francisco también recuerda lo que escribió en la
Evangelii Gaudium: “Estamos llamados
a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero
también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la
misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos” (n. 28).
Para la vida cristiana no es
desconocida la realidad de las pobres y son muchas las obras apostólicas que
los acogen y les sirven. Pero aún falta poner en práctica la solidaridad con el
mundo de los pobres, es decir, ser testimonio de una vida sobria, único lugar
desde donde nuestra ayuda no es una limosna de lo que sobra, sino una vida que
se parte y se reparte como lo hizo Jesús. Y esta es la diferencia fundamental
entre los que hacen obras de caridad, pero mantienen sus privilegios, su
estatus, sus títulos honoríficos, su vida de lujo y comodidad, su derroche de
bienes, en fin, la separación de clases que permite el escandalo de la “brecha
inmensa entre ricos y pobres”, de los que entienden el mensaje del reino y comprenden
que la pobreza no se transforma si la propia vida no se desacomoda, no se
desinstala, no está dispuesta a dar y a darse.
Lamentablemente estas Jornadas Mundial
de los pobres no han tenido la repercusión eclesial que podrían tener. No se
insiste sobre ellas. No marcan a fondo la celebración dominical. Se anuncia al
inicio de la liturgia, pero todo continúa como siempre se hace. Para esta
jornada el Papa propone que a ejemplo de Tobit que le pide a su hijo que busque
entre los hermanos deportados de Nínive a algún pobre y comparta con él su
comida, nosotros invitemos también a algún pobre al almuerzo dominical, después
de haber compartido la mesa eucarística porque “si en torno al altar somos conscientes de que todos somos hermanos y
hermanas, ¡cuánto más visible sería esta fraternidad compartiendo la comida
festiva con quien carece de lo necesario!”.
El mensaje
termina haciendo referencia al 150 aniversario del nacimiento de Santa Teresa
del Niño Jesús quien en su profunda experiencia espiritual comprendió que la
caridad no debe quedarse encerrada en el fondo del corazón, sino que ha de
alumbrar y alegrar, no sólo a los más queridos sino a todos, sin exceptuar a
nadie. Y la invoca para que ella nos ayude en esta Jornada Mundial, a “no
apartar el rostro del pobre” porque ellos son la faz humana y divina de nuestro
Señor Jesucristo.
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