miércoles, 27 de julio de 2022

 

San Pedro Poveda: un visionario del protagonismo laical

 

Olga Consuelo Vélez

 

El 28 de julio se celebra la fiesta de Pedro Poveda (1874-1936), mártir, presbítero y fundador de la Institución Teresiana (Asociación Internacional de laicos -mujeres y varones-). Su vida está atravesada por momentos difíciles en los que mostró su fidelidad a Dios y la grandeza de su compromiso. En sus primeros años de ministerio ordenado en Guadix (España) funda las Escuelas del Sagrado Corazón para brindar una educación integral a los niños y niñas de los cerros (de las cuevas), quienes constituían la población más pobre de la región. Pero su labor se vio cuestionada por los sectores poderosos y fue enviado a la Basílica de Covadonga en la que, en lugar de olvidar sus convicciones, tuvo tiempo para reflexionar, idear y proponer una Institución Católica de Enseñanza, formada por seglares, que pudiera contrarrestar la persecución que en ese momento tenía la enseñanza católica que ofrecían las instituciones eclesiales.

 

Poveda concibió la “Idea buena” de una labor educativa en las escuelas públicas, llevada a cabo por personas que por su calidad académica conseguían el nombramiento en los puestos oficiales, pero por la profundidad de su fe podían testimoniarla, sin ningún proselitismo y sin exclusión de las ideas liberales del momento, sino al modo de los primeros cristianos. Es decir, viviendo como todos los demás, pero con una calidad cristiana que permitiera anunciar a Cristo con la coherencia de sus vidas. Poveda invitaba a “ser crucifijos vivientes”, en una España donde se quitaban los crucifijos de las paredes para fomentar el Estado laico, pero de donde no podían quitar las vidas de quienes, desde la fe, seguían trabajando por un mundo mejor. Cuando estalla la guerra civil española, Poveda es detenido en Madrid y fusilado. Fue canonizado en 2003, reconociéndolo como mártir de la fe.

 

Entre los muchos aportes que podemos referir de su vida, se puede destacar que Poveda fue un visionario del protagonismo laical. Si recordamos la Iglesia de antes de Vaticano II, Iglesia en la que vivió Poveda, se definía como una “sociedad de desiguales” porque se concebían dos tipos de miembros: la jerarquía y el laicado. Los primeros tenían (y todavía hoy tienen) los niveles de decisión y los segundos solo podían aprender y obedecer lo que el clero determinara. Será con Vaticano II que se rompe esta definición piramidal y vertical de la Iglesia para concebirla de una manera más igualitaria y circular porque el “Pueblo de Dios” que ella constituye, es un pueblo de hermanos y hermanas ya que el bautismo hace de todos -clérigos y laicado-, participes del sacerdocio, profetismo y realeza del mismo Cristo. No ha sido fácil en estas más de seis décadas después de terminado el Concilio, vivir esta Iglesia sinodal -como la llama hoy el papa Francisco- porque siguen existiendo muchas resistencias a reconocer el necesario protagonismo del laicado y la vocación de servicio -más que de poder- del ministerio ordenado.

 

Poveda no podía expresar con estos términos la realidad eclesial -porque no era la iglesia de su época como ya lo dijimos-, pero esto no le impidió creer en la fuerza de un laicado y, más concretamente, por parte de mujeres (las primeras que respondieron para llevar adelante su “Idea buena”), capaz de realizar la obra evangelizadora a través de las mediaciones educativas y culturales, sin necesidad de claustros, rezos, símbolos, estructuras. Poveda quería una organización ágil y adaptada a los tiempos, creía en la fuerza de lo humano -la encarnación bien entendida- y en la posibilidad de vivir la fe en tiempos difíciles. Sin embargo, no ha sido fácil para las personas que forman la Institución Teresiana mantener el protagonismo laical en todos los momentos. De hecho, la jerarquía consideró que la Institución debía dejar de ser asociación laical y pasar a ser Instituto Secular. Afortunadamente la conciencia de la vocación laical que tenían las integrantes de esta “idea buena” de Poveda, permitió que en 1990 se recuperara la forma laical de su organización.

 

Hoy en día, la Institución Teresiana se siente llamada, como todos los demás grupos laicales, a vivir una Iglesia sinodal con todas las consecuencias. Y, esto no es fácil. Persisten mentalidades y tradicionalismos que impiden correr más rápido para responder a los signos de los tiempos y no perder el frescor, la creatividad y, sobre todo, la libertad de los orígenes. Las palabras del papa Francisco que tanto alientan al protagonismo laical, se ven continuamente retrasadas por las mismas estructuras eclesiales y por las mentalidades -incluso laicales- que se resisten a los cambios.

 

Celebrar entonces la fiesta de San Pedro Poveda es alegrarnos por su vida fecunda en tantos campos que no hemos explicitado aquí. Pero también, por su visión amplia de un laicado capaz de vivir su vocación con la radicalidad que esta exige, al estilo de los primeros cristianos, donde la organización está al servicio de la vida, la fraternidad/sororidad se expresa en una comunidad donde todos tienen una participación efectiva y en la que la misión es la razón primera y definitiva de su compromiso cristiano.

 

domingo, 3 de julio de 2022

 

La difícil tarea de asumir la verdad:

A propósito del Informe de la Comisión de la Verdad en Colombia

 

Olga Consuelo Vélez

 

El pasado 28 de junio se presentó el Informe de la Comisión de la Verdad, una de las tres entidades creadas por el Acuerdo de Paz firmado en 2016 entre el Estado colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), después de 60 años de conflicto interno. La Comisión de la Verdad forma el Sistema Integral para la Paz, junto con la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) y la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).

La Comisión de la Verdad tuvo como misión esclarecer la verdad de este conflicto armado, dignificar a las víctimas, alcanzar el reconocimiento voluntario por parte de los responsables, favorecer la convivencia en los territorios y formular propuestas viables para la no repetición. Trabajó incansablemente durante tres años y medio, escuchando a más de 30.000 víctimas en testimonios individuales y encuentros colectivos en 28 lugares donde establecieron Casas de la Verdad, en resguardos y comunidades afrocolombianas, en kumpañys gitanos y entre los raizales, así como en el exilio en 24 países. Recibieron más de mil informes de la sociedad civil organizada, empresas, organizaciones por la defensa de los derechos humanos y la naturaleza, buscadoras de desaparecidos, mujeres y población LGBTIQ+; de cientos de niños y miles de jóvenes. Escucharon a todos los expresidentes vivos, a intelectuales, periodistas, artistas, políticos, obispos, sacerdotes y pastores, comparecientes ante la JEP, excombatientes y exparamilitares.

Con base en todo este trabajo la comisión presentó el Informe final que está sustentado en varios documentos que estarán disponibles próximamente para la consulta, reflexión y diálogo, de manera que los/as colombianos/as podamos conocer un relato sobre todo lo que hemos vivido (los comisionados aclararon que no es “el” relato, porque no existe una única manera de ver las cosas), pero si un relato que se sitúa desde las víctimas y que muestra la complejidad del conflicto por el entramado de actores, intereses, instituciones que participaron en él. No pretenden hacer un relato de “buenos y malos” -como lo defienden algunos para evadir responsabilidades- sino un relato que nos permita “asumir como propio el sufrimiento de las víctimas, hacer nuestra la herida como cuerpo de nación y reconocer la responsabilidad colectiva”.

La Comisión reconoció todo el apoyo de la comunidad internacional -incluido el del papa Francisco- pero señaló cómo todo esto contrasta “con la indiferencia de grandes sectores de la sociedad colombiana, que parecen no tener conciencia del sufrimiento de millones de compatriotas por causa del conflicto armado interno”. Justamente por eso, la Comisión espera que “el Informe produzca el efecto de una piedra que cae en un cuerpo de agua y que sus ondas ericen la superficie entumecida de Colombia”.

En realidad, no es fácil despertar la conciencia frente al conflicto que hemos vivido. Por eso las preguntas que el presidente de la Comisión, el P. Francisco de Roux, S.J., hizo en la presentación del Informe reflejan lo que ha pasado en este país: ¿Por qué el país no se detuvo para exigir a las guerrillas y al Estado parar la guerra política desde temprano y negociar una paz integral? ¿Dónde estaba el Congreso, dónde los partidos políticos? ¿Hasta dónde los que tomaron las armas contra el Estado calcularon las consecuencias brutales y macabras de su decisión? ¿Nunca entendieron que el orden armado que imponían sobre los pueblos y comunidades que decían proteger los destruía, y luego los abandonaba en manos de verdugos paramilitares? ¿Qué hicieron ante esta crisis del espíritu los líderes religiosos? ¿qué hicieron la mayoría de obispos, sacerdotes y comunidades religiosas? ¿Qué hicieron los educadores? ¿Qué dicen los jueces y fiscales que dejaron acumular la impunidad? ¿Qué papel desempeñaron los formadores de opinión y los medios de comunicación? ¿Cómo nos atrevimos a dejar que pasara y a dejar que continúe? ¿Por qué los colombianos vimos las masacres en televisión día tras día y como sociedad dejamos que siguieran por décadas como si no se tratara de nosotros?

Ninguna de las preguntas anteriores nos puede dejar indiferentes y si se unen al “NO” que ganó en el Plebiscito cuando se iban a firmar los Acuerdos de Paz, dan un dolor profundo en el corazón que hace inentendible la indiferencia de tantos compatriotas y, tantos de ellos, “creyentes”. Por supuesto las excusas para esa indiferencia abundan y se justifican diciendo que se quiere la paz, pero “no de esa manera” -esa fue la excusa para el “NO” en el Plebiscito- pero, definitivamente no tienen justificación cuando, como lo dijo el informe, de las 450.000 personas asesinadas, un 80% fueron civiles no combatientes y solo 2% murieron en combate. Sin olvidar que han sido 10 millones las víctimas de desplazamiento, violencia sexual, secuestro, falsos positivos y tantos horrores que se han vivido en el país a lo largo de estas seis décadas, sin que se escaparan del conflicto tantos niños y niñas a los que les robaron su infancia (¿dónde estaban los “pro-vida” ante esta realidad? Nunca vi una marcha por esta causa).

Pero junto a la indolencia de grandes sectores de la sociedad colombiana también hay grandes mayorías que siguen apostando por el futuro. Y la verdad es la que puede hacer posible la reconciliación porque esta no consiste en “borrón y cuenta nueva” sino en la aceptación de la verdad para superar el negacionismo y la impunidad y emprender la reconstrucción colectiva del país que merecemos. La reconciliación nos pide construir juntos para que haya un futuro posible para todos.

Y como las circunstancias, a veces confluyen para impulsar los cambios necesarios, el presidente Duque no fue a la entrega del Informe (se disculpó por otros compromisos) pero allí estuvo el presidente electo Gustavo Petro y la vicepresidenta Francia Márquez. Para ellos este Informe no es letra muerta. Ellos saben qué es estar del lado de las víctimas y lo que sigue de aquí en adelante parece tener más futuro con ellos. Confiamos que así sea y, aunque sea muy largo el camino para construir la paz, nada de lo andado se pierde y, confiando en Dios y en tanta gente que lo ha puesto todo para construir este camino ¡lo lograremos! (Valga mi reconocimiento a los integrantes de la Comisión de la Verdad por su coraje para realizar este trabajo a pesar de tanta oposición y descrédito que esa porción de Colombia que se resiste al cambio les hizo durante todo su trabajo).