martes, 25 de febrero de 2020


Vivir la cuaresma comprometidos con nuestra propia realidad


El año litúrgico nos permite celebrar los misterios de la fe y, aunque da la impresión de una repetición cíclica, su objetivo es poder profundizar, celebrar, renovar, la historia de salvación que Dios teje con su pueblo y que ha de concretarse en nuestras propias vidas en cada contexto particular. Por eso, comenzar la cuaresma este miércoles de ceniza es ocasión de volver sobre su significado y llenarlo de experiencias actuales que mantengan la vitalidad de nuestro cristianismo y nos libre de una mera repetición litúrgica.  

Con la imposición de la ceniza se nos dice: “conviértete y cree en el evangelio”. Pero, en estos tiempos que vivimos, ¿de qué convertirse?, ¿en cuál evangelio creer? Son necesarias estas preguntas porque, aunque parecerían obvias las respuestas, no lo son tanto. En efecto, la conversión no puede limitarse a la dimensión individual, sino que ha de abarcar también lo social. El profeta Isaías (58, 1-12) claramente habla del ayuno que Dios quiere, ayuno que cuestionaría las largas filas que se ven de gente imponiéndose la ceniza (no ocurre en todos los países, pero al menos en Colombia, muchas personas acuden a ponérsela) pero que no siempre implica un compromiso transformador por parte de aquellos que la reciben. El profeta deja claro que Dios quiere que se quiebre todo yugo, se parta el pan con el hambriento, se albergue al que no tiene casa, se vista al desnudo, en otras palabras, se enfrente la situación del hermano y se busque cambiarla. 

Señalemos algunas de las situaciones que hoy se viven en Colombia y que no deberían estar ausentes en la cuaresma: el inmenso trabajo por construir la paz, tanto exigiendo que el gobierno implemente los acuerdos de paz ya firmados como el que busque instancias de diálogo con los otros grupos armados para seguir construyéndola. También está la situación de la migración venezolana que, efectivamente, está cambiando la realidad colombiana. Pero es fácil exigir a los europeos que no cierren las fronteras a los migrantes africanos que llegan a sus costas, pero ahora nos resulta duro abrir las nuestras a los migrantes de este país hermano. Que decir de los líderes asesinados y de todo este malestar social que se está expresando en las marchas que se han dado en los últimos meses. Ahora bien, tener estas situaciones y tantas otras presentes en cuaresma no puede ser con la lógica del que se empeña en acabar con los otros a la fuerza (los que no quieren diálogos de paz) o de creer que todos los que protestan son unos maleantes que quieren destruir lo público. Por el contrario, la vida cristiana debería ser esa “levadura” que va fermentando la masa (Mt 13,33) con los valores del reino: misericordia, perdón, reconciliación, paz, diálogo, discernimiento, denuncia y anuncio, etc., sin dejarse llevar por la lectura acrítica o ingenua o mentirosa (fake news), tan presente en estos tiempos. 

Y ante la pregunta ¿en qué evangelio creer? No puedo menos que tener presente el Carnaval de Río de Janeiro que acaba de pasar, en el que una de las escuelas de samba “Mangueira” presentó en su desfile una canción titulada “la verdad te hará libre”, con una letra que, en verdad, “sabe” a evangelio.  En la canción se identifica a Jesús con “rostro negro, sangre indígena, cuerpo de mujer, joven de favela”, “hijo de un carpintero desempleado y de María de los dolores de Brasil”, denuncia la situación que viven y sigue apostando por el compartir, por el desarme, por la esperanza en medio de las situaciones tan duras que atraviesan, donde Cristo es crucificado nuevamente “por los profetas de la intolerancia”. Es imposible describir el significado completo de esa canción sin meterse en el corazón del carnaval y en el sentimiento de las, tal vez 4.000 personas que componen ese grupo, cantándola durante una hora en su desfile por el Sambodromo, acompañados de la majestuosidad de las carrozas y disfraces de los integrantes.  Lógicamente, el evangelio no es una presentación de carnaval, pero allí se dijo con más claridad, más vida, más encarnación, lo que muchas predicaciones no saben decir. Con seguridad algunos habrán quedado escandalizados de que se hablara y se personificara a Jesús en el carnaval. Pero seguro que Jesús no se escandaliza. Él vive en el corazón de los pueblos y sabe reconocer en sus expresiones una fe sincera, viva, con todo lo que son y sienten. 

En fin, el objetivo no es discutir sobre el carnaval sino preguntarse, una vez más, sobre lo esencial del evangelio y sí es eso lo que vivimos y anunciamos. Cuaresma es tiempo de conversión al evangelio de Jesús, pero al de los orígenes, al del anuncio del reino, a aquel que no se acomoda al status quo establecido. Que este tiempo de preparación, reflexión, interiorización, compromiso para vivir la Pascua este lleno de la vida concreta, identificando las cruces actuales de manera que no ahorremos esfuerzos para hacer posible que la resurrección de Jesús las venza definitivamente.

viernes, 14 de febrero de 2020


No todos los “sueños” de la “Querida Amazonia”, implican profetismo y audacia




Acaba de salir la Exhortación post sinodal “Querida Amazonia” y los comentarios no se han hecho esperar. Los hay de todo tipo. Unos, tratando de ensalzar el documento con expresiones como “es un texto suficientemente bello, quizás el más bello de los que ha escrito Francisco” o “La exhortación es una carta de amor”; otros, dándole la mejor interpretación posible para suavizar, tal vez, ese sabor “agridulce” que trae la exhortación al no responder a muchas de las grandes expectativas que el Documento final del Sínodo había dejado: “La emergencia de una ‘nueva hermenéutica’ en el magisterio” o “La exhortación ‘complementa’ el documento sinodal sin anularlo”. Algunos otros no ocultan su decepción, pero apelan a la esperanza de que lo nuevo que ha traído Francisco vale la pena seguir apoyándolo: “Tristeza y decepción, con un leve atisbo de esperanza”. Ante tanto comentario, no queda más que intentar el propio porque, a fin de cuentas, es el que nos pone en camino para vivir la misión a la que nos sentimos llamados. El título que señalé, confieso que me fue difícil formularlo pero me parece resume lo que comentaré a continuación. 

Comencé a leer la Exhortación con mucho interés y encontré el lenguaje cercano, comprensible, realista, concreto al que nos ha acostumbrado el Papa Francisco. Después me entusiasmó encontrar lo que había leído en algunos de los comentarios antes señalados de que el Papa no anulaba el documento final del Sínodo, sino que invitaba a que “los pastores, consagrados, consagradas y fieles laicos de la Amazonia se empeñaran en su aplicación, y pudiera inspirar de algún modo a todas las personas de buena voluntad” (n. 4). 

Así me adentré en los “cuatro sueños” que la Amazonia le inspira al Papa Francisco y que conforman los cuatro capítulos de la Exhortación: (1) Un sueño social: luchar por los derechos de los más pobres, de los pueblos originarios; (2) Un sueño cultural: preservar su riqueza cultural; (3) Un sueño ecológico: custodiar la abrumadora hermosura natural; y (4) un sueño eclesial: suscitar comunidades cristianas con rostro amazónico” (n.7). 

Sobre el “sueño social” el Papa vuelve a unir lo social con lo ecológico: es urgente escuchar el clamor de la tierra y el clamor de los pobres, no como dos realidades separadas sino como una misma causa que ha de comprometer la vida cristiana. El compromiso con los pobres no se puede hacer sin llamar por su nombre a los que causan esa situación. Por eso se refiere a “los intereses colonizadores” del pasado y de ahora (n.9) que producen la migración de los indígenas a las ciudades, lugares donde padecen la xenofobia, la explotación sexual y el tráfico de personas (n.10). Todo lo que padecen estos pueblos tiene un nombre “injusticia y crimen” (n.14) que hace necesario “indignarse” como Dios mismo se indigna ante la injusticia (n.15). Ante tanto dolor, la “Iglesia no puede estar menos comprometida y está llamada a escuchar los clamores de los pueblos amazónicos para poder ejercer con transparencia su rol profético”, reconociendo, avergonzándose y pidiendo perdón porque no siempre supo ponerse del lado de los oprimidos en la conquista de América (n.19). 

Lo social no solo implica lo individual sino también lo comunitario, de ahí la urgencia de promover todo lo que ayude a conservar los valores y estilos de vida de los pueblos originarios (n.21). Preguntándose por las instituciones de la sociedad civil se constata que no son ajenas a la corrupción (n.24) y, lo más grave, no se puede negar que algunos miembros de la iglesia han sido cómplices de tales corrupciones con el objetivo de obtener ayudas económicas para las obras eclesiales (n.25). 

Sobre el “sueño cultural”, Francisco insiste en evitar toda colonización de la Amazonia. Hay que ayudarla a sacar lo mejor de sí: “cultivar sin desarraigar, hacer crecer sin debilitar la identidad, promover sin invadir” (n. 28). Todo ello confluye en la necesidad del encuentro intercultural en el que la identidad y el diálogo no son enemigos, sino que pueden fecundarse para crecer mutuamente ya que toda cultura puede volverse estéril si se encierra en ella misma (n.37). La diversidad no debe significar amenazas, ni justificar jerarquías de poder sino diálogo desde visiones culturales diferentes, de reavivamiento de la esperanza (n. 38).

Sobre el “sueño ecológico” supone recuperar esa relación estrecha del ser humano con la naturaleza donde la existencia cotidiana es siempre cósmica (n.41). Por eso el grito de la Amazonia alcanza a todos porque la conquista y explotación de los recursos amenaza hoy la misma capacidad de acogida del medioambiente: el ambiente como “recurso” pone en peligro el ambiente como “casa”. Aquí el Papa denuncia “el interés de unas pocas empresas poderosas” que se pone por encima del bien de la Amazonia y de la humanidad entera (n. 48). Por eso es loable la tarea de organismos internacionales y organizaciones de la sociedad civil que cooperan críticamente, utilizando legítimos mecanismos de presión, para que los gobiernos cumplan con el deber de preservar el ambiente sin venderse a intereses locales o internacionales (n.50). Es importante tener también una mirada contemplativa para hacer de la Amazonia un lugar teológico, un espacio donde Dios mismo se muestra y convoca a sus hijos (n.57). Todo ello nos convoca a la “ecología integral” que tan extensamente el Papa desarrolló en la Encíclica Laudato si (n.58) y que convoca a la Iglesia a aportar también al cuidado y al crecimiento de la Amazonia (n. 60). En todos estos sueños el Papa recuerda la Doctrina social de la iglesia, aludiendo a textos importantes de esta doctrina. 

Sobre el “sueño eclesial”, el Papa se dirige concretamente a los pastores y fieles católicos (n. 60). Comienza recordando la necesidad del anuncio del kerygma (n. 65) y continúa insistiendo en la inculturación de la fe para no avasallar a los pueblos originarios, para valorar su cultura, su sabiduría, su religiosidad popular (n.70). Señala, además, la dimensión social que implica la firme defensa de los derechos humanos porque no se puede separar la evangelización de la promoción humana (n.75.78). Hasta aquí el Papa mantiene su discurso social, del lado de los pobres, interpelando la conciencia social y uniendo fe y realidad. Todo esto ¡muy bueno! Para animar, comprometer e impulsar la misión eclesial con la Amazonia.

Pero cuando se refiere al ámbito intraeclesial, es difícil no sentir decepción. Fuera de la liturgia inculturada (n.82) y la opción por la “misericordia” antes que por las “normas” (n.84), la referencia a la “inculturación de los ministerios” no puede más que reflejar “poco profetismo, poca audacia, poca capacidad de soñar”. Aunque constata las dificultades de la Amazonia para una celebración asidua de los sacramentos y para una mayor presencia eclesial allí, la respuesta que propone es ratificar que puesto que sólo el sacerdote puede celebrar la eucaristía (n.88) no queda más remedio que promover la oración por las vocaciones sacerdotales y buscar que más sacerdotes misioneros vayan a la Amazonia (n.90). No descarta el avivar a las comunidades cristianas y mantener la presencia estable de líderes y laicos maduros y dotados de autoridad para permitir el desarrollo de una cultura eclesial propia, marcadamente laical (n.94) pero no hay ningún otro camino abierto, ninguna propuesta que en verdad ofrezca una esperanza eclesial. Pero aquí no termina todo. En el afán de justificar que a las mujeres no se le puede dar acceso al orden sagrado, se invocan unas razones absolutamente insuficientes que causan dolor e indignación. Al identificar a las mujeres con María y a los sacerdotes con Jesús, identificación teológicamente insostenible, por cierto, una vez más limita a las mujeres al papel de “sostener, contener y cuidar” a la comunidad, mientras que los roles de dirección, organización, planeación, conducción, decisión, siguen en mano de los varones (n. 101) porque en la iglesia actual, esas instancias están en mano de los clérigos y, por supuesto, allí no están las mujeres. 

Una vez más, se pierde en la iglesia la posibilidad de una reforma eclesial de fondo y verdadera: la igualdad fundamental de todo el pueblo de Dios, con diversidad de ministerios, sí, pero no con relegación de las mujeres a un segundo lugar. Una iglesia llena de miedos a los cambios no parece una iglesia fiel al profetismo de los orígenes cristianos. De todas maneras, como decía San Pedro Poveda: “Tenemos mucha fe, mucha esperanza, y no dejamos de soñar y hasta realizamos algunos sueños". Una vez más, hay que mantener la esperanza de que el sueño de una iglesia más acorde al sueño de Jesús, algún día llegará a ser posible.