No todos los “sueños”
de la “Querida Amazonia”, implican profetismo y audacia
Acaba de salir la Exhortación post sinodal “Querida
Amazonia” y los comentarios no se han hecho esperar. Los hay de todo tipo.
Unos, tratando de ensalzar el documento con expresiones como “es un texto
suficientemente bello, quizás el más bello de los que ha escrito Francisco” o
“La exhortación es una carta de amor”; otros, dándole la mejor interpretación
posible para suavizar, tal vez, ese sabor “agridulce” que trae la exhortación
al no responder a muchas de las grandes expectativas que el Documento final del
Sínodo había dejado: “La emergencia de una ‘nueva hermenéutica’ en el
magisterio” o “La exhortación ‘complementa’ el documento sinodal sin anularlo”.
Algunos otros no ocultan su decepción, pero apelan a la esperanza de que lo
nuevo que ha traído Francisco vale la pena seguir apoyándolo: “Tristeza y
decepción, con un leve atisbo de esperanza”. Ante tanto comentario, no queda
más que intentar el propio porque, a fin de cuentas, es el que nos pone en
camino para vivir la misión a la que nos sentimos llamados. El título que
señalé, confieso que me fue difícil formularlo pero me parece resume lo que
comentaré a continuación.
Comencé a leer la Exhortación con mucho interés y encontré
el lenguaje cercano, comprensible, realista, concreto al que nos ha
acostumbrado el Papa Francisco. Después me entusiasmó encontrar lo que había
leído en algunos de los comentarios antes señalados de que el Papa no anulaba
el documento final del Sínodo, sino que invitaba a que “los pastores,
consagrados, consagradas y fieles laicos de la Amazonia se empeñaran en su
aplicación, y pudiera inspirar de algún modo a todas las personas de buena
voluntad” (n. 4).
Así me adentré en los “cuatro sueños” que la Amazonia le inspira
al Papa Francisco y que conforman los cuatro capítulos de la Exhortación: (1) Un
sueño social: luchar por los derechos de los más pobres, de los pueblos
originarios; (2) Un sueño cultural: preservar su riqueza cultural; (3) Un sueño
ecológico: custodiar la abrumadora hermosura natural; y (4) un sueño eclesial:
suscitar comunidades cristianas con rostro amazónico” (n.7).
Sobre el “sueño social” el Papa vuelve a unir lo social con
lo ecológico: es urgente escuchar el clamor de la tierra y el clamor de los
pobres, no como dos realidades separadas sino como una misma causa que ha de
comprometer la vida cristiana. El compromiso con los pobres no se puede hacer
sin llamar por su nombre a los que causan esa situación. Por eso se refiere a “los
intereses colonizadores” del pasado y de ahora (n.9) que producen la migración
de los indígenas a las ciudades, lugares donde padecen la xenofobia, la
explotación sexual y el tráfico de personas (n.10). Todo lo que padecen estos
pueblos tiene un nombre “injusticia y crimen” (n.14) que hace necesario
“indignarse” como Dios mismo se indigna ante la injusticia (n.15). Ante tanto
dolor, la “Iglesia no puede estar menos comprometida y está llamada a escuchar
los clamores de los pueblos amazónicos para poder ejercer con transparencia su
rol profético”, reconociendo, avergonzándose y pidiendo perdón porque no
siempre supo ponerse del lado de los oprimidos en la conquista de América
(n.19).
Lo social no solo implica lo individual sino también lo
comunitario, de ahí la urgencia de promover todo lo que ayude a conservar los
valores y estilos de vida de los pueblos originarios (n.21). Preguntándose por
las instituciones de la sociedad civil se constata que no son ajenas a la
corrupción (n.24) y, lo más grave, no se puede negar que algunos miembros de la
iglesia han sido cómplices de tales corrupciones con el objetivo de obtener
ayudas económicas para las obras eclesiales (n.25).
Sobre el “sueño cultural”, Francisco insiste en evitar toda
colonización de la Amazonia. Hay que ayudarla a sacar lo mejor de sí: “cultivar
sin desarraigar, hacer crecer sin debilitar la identidad, promover sin invadir”
(n. 28). Todo ello confluye en la necesidad del encuentro intercultural en el
que la identidad y el diálogo no son enemigos, sino que pueden fecundarse para
crecer mutuamente ya que toda cultura puede volverse estéril si se encierra en
ella misma (n.37). La diversidad no debe significar amenazas, ni justificar
jerarquías de poder sino diálogo desde visiones culturales diferentes, de
reavivamiento de la esperanza (n. 38).
Sobre el “sueño ecológico” supone recuperar esa relación
estrecha del ser humano con la naturaleza donde la existencia cotidiana es
siempre cósmica (n.41). Por eso el grito de la Amazonia alcanza a todos porque
la conquista y explotación de los recursos amenaza hoy la misma capacidad de acogida
del medioambiente: el ambiente como “recurso” pone en peligro el ambiente como “casa”.
Aquí el Papa denuncia “el interés de unas pocas empresas poderosas” que se pone
por encima del bien de la Amazonia y de la humanidad entera (n. 48). Por eso es
loable la tarea de organismos internacionales y organizaciones de la sociedad
civil que cooperan críticamente, utilizando legítimos mecanismos de presión,
para que los gobiernos cumplan con el deber de preservar el ambiente sin
venderse a intereses locales o internacionales (n.50). Es importante tener
también una mirada contemplativa para hacer de la Amazonia un lugar teológico,
un espacio donde Dios mismo se muestra y convoca a sus hijos (n.57). Todo ello
nos convoca a la “ecología integral” que tan extensamente el Papa desarrolló en
la Encíclica Laudato si (n.58) y que
convoca a la Iglesia a aportar también al cuidado y al crecimiento de la
Amazonia (n. 60). En todos estos sueños el Papa recuerda la Doctrina social de
la iglesia, aludiendo a textos importantes de esta doctrina.
Sobre el “sueño eclesial”, el Papa se dirige concretamente a
los pastores y fieles católicos (n. 60). Comienza recordando la necesidad del
anuncio del kerygma (n. 65) y
continúa insistiendo en la inculturación de la fe para no avasallar a los
pueblos originarios, para valorar su cultura, su sabiduría, su religiosidad
popular (n.70). Señala, además, la dimensión social que implica la firme
defensa de los derechos humanos porque no se puede separar la evangelización de
la promoción humana (n.75.78). Hasta aquí el Papa mantiene su discurso social,
del lado de los pobres, interpelando la conciencia social y uniendo fe y
realidad. Todo esto ¡muy bueno! Para animar, comprometer e impulsar la misión
eclesial con la Amazonia.
Pero cuando se refiere al ámbito intraeclesial, es difícil
no sentir decepción. Fuera de la liturgia inculturada (n.82) y la opción por la
“misericordia” antes que por las “normas” (n.84), la referencia a la “inculturación
de los ministerios” no puede más que reflejar “poco profetismo, poca audacia,
poca capacidad de soñar”. Aunque constata las dificultades de la Amazonia para
una celebración asidua de los sacramentos y para una mayor presencia eclesial
allí, la respuesta que propone es ratificar que puesto que sólo el sacerdote
puede celebrar la eucaristía (n.88) no queda más remedio que promover la
oración por las vocaciones sacerdotales y buscar que más sacerdotes misioneros vayan
a la Amazonia (n.90). No descarta el avivar a las comunidades cristianas y
mantener la presencia estable de líderes y laicos maduros y dotados de
autoridad para permitir el desarrollo de una cultura eclesial propia,
marcadamente laical (n.94) pero no hay ningún otro camino abierto, ninguna
propuesta que en verdad ofrezca una esperanza eclesial. Pero aquí no termina
todo. En el afán de justificar que a las mujeres no se le puede dar acceso al
orden sagrado, se invocan unas razones absolutamente insuficientes que causan
dolor e indignación. Al identificar a las mujeres con María y a los sacerdotes con
Jesús, identificación teológicamente insostenible, por cierto, una vez más
limita a las mujeres al papel de “sostener, contener y cuidar” a la comunidad,
mientras que los roles de dirección, organización, planeación, conducción,
decisión, siguen en mano de los varones (n. 101) porque en la iglesia actual,
esas instancias están en mano de los clérigos y, por supuesto, allí no están
las mujeres.
Una vez más, se pierde en la iglesia la posibilidad de una
reforma eclesial de fondo y verdadera: la igualdad fundamental de todo el
pueblo de Dios, con diversidad de ministerios, sí, pero no con relegación de
las mujeres a un segundo lugar. Una iglesia llena de miedos a los cambios no
parece una iglesia fiel al profetismo de los orígenes cristianos. De todas
maneras, como decía San Pedro Poveda: “Tenemos mucha fe, mucha esperanza, y no
dejamos de soñar y hasta realizamos algunos sueños". Una vez más, hay que
mantener la esperanza de que el sueño de una iglesia más acorde al sueño de
Jesús, algún día llegará a ser posible.
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