jueves, 27 de julio de 2017


“El Papa vendrá al encuentro de los colombianos”






Con estas palabras, el nuncio apostólico en Colombia, Monseñor Ettore Balestrero, anunció la venida del Papa a Colombia el próximo mes de septiembre (del 6 al 10): “El papa vendrá al encuentro de todos los colombianos, (quiere) mirarlos a los ojos, escucharlos y animarlos a dar un paso adelante. No viene solo a animarlos a dar un paso sino a darlo el mismo junto a nosotros y antes de nosotros. Y el paso que estamos todos invitados a dar junto a Francisco es fundamentalmente un paso hacia Jesús, un paso de confianza en Él (…) el paso hacia Jesús es siempre un paso hacia los demás (…) animar a construir puentes, a encontrarse con una mirada de esperanza unos con otros (…) unir y alentar e invitar a todos desde el amor”[1].



Dar ese paso es lo que quiere expresar el lema que la Conferencia Episcopal Colombiana escogió para acompañar esta visita apostólica: “Demos el primer paso”. Junto al lema se ve la figura del Papa en actitud caminante. Según Monseñor Fabio Suescún, coordinador de esta visita, el lema significa “dejar una situación oscura, confusa, pesimista para abrirnos a una sociedad llena de entusiasmo, de alegría que cree en sí misma y que sabe que se puede dar el paso para comenzar algo nuevo”. Es decir, confiamos que la presencia del Papa fortalezca el camino hacia la paz que hemos comenzado y que no puede volver atrás. La reconciliación que soñamos, la oportunidad de ser un país distinto después de más de cincuenta años de conflicto armado, no depende de otros, sino de nosotros. Dar el primer paso y seguir dando muchos más para que lo que parece imposible se haga realidad.



Sin duda van a ser días intensos y la experiencia vivida marcará nuestra realidad colombiana. No en vano Francisco se ha ido convirtiendo en un líder espiritual reconocido por muchos y sus palabras y gestos no pasan desapercibidos. Por eso, prepararnos para recibirlo va de la mano de dejarnos tocar por su magisterio pastoral y ponerlo en práctica con más fidelidad. Muchas cosas podrían señalarse de este magisterio pero mostraremos algunas fundamentales, a la luz de las dos exhortaciones y la encíclica que nos ha regalado en estos 5 años de pontificado.



La primera Exhortación “Evangelii Gaudium” (2013) ha tenido muchísima divulgación y el pueblo de Dios ha sentido que entendía el lenguaje del Papa. La alegría de evangelizar tiene como punto de partida la misericordia divina que se acerca a los seres humanos para llenarlos con su gracia y abrir caminos de renovación y esperanza. En este documento, el Papa llama a la transformación misionera de la Iglesia: ser una iglesia en salida (EG 20-24), capaz de “primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar” (EG 25-33). La dimensión social de la evangelización ocupa una gran parte de la exhortación, mostrando las repercusiones comunitarias y sociales del kerygma,  la inclusión social de los pobres, el bien común y la paz social y el diálogo social como contribución a la paz. Termina el documento señalando como hacer posible todo lo anterior: el encuentro personal con el amor de Jesús que nos salva, el gusto espiritual de ser pueblo, la acción misteriosa del Resucitado y de su Espíritu y la fuerza misionera de la intercesión (EG 264-283).



No menos interesante y oportuna ha sido la segunda Exhortación Amoris Laetitia (2016). Después de dos Sínodos sobre la familia, el Papa ofrece esta Exhortación afirmando nuevamente su importancia y el cuidado que merece. El mismo documento ofrece una síntesis de su contenido: “comenzaré con una apertura inspirada en las Sagradas Escrituras, que otorgue un tono adecuado. A partir de allí, consideraré la situación actual de las familias en orden a mantener los pies en la tierra. Después recordaré algunas cuestiones elementales de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia, para dar lugar así a los dos capítulos centrales, dedicados al amor. A continuación destacaré algunos caminos pastorales que nos orienten a construir hogares sólidos y fecundos según el plan de Dios y dedicaré un capítulo a la educación de los hijos. Luego me detendré en una invitación a la misericordia y al discernimiento pastoral ante situaciones que no responden plenamente a lo que el Señor nos propone, y por último plantearé breves líneas de espiritualidad familiar” (AL 6). Como puede verse, esta exhortación exige profundización para ayudar a iluminar una realidad tan importante como es la familia que, en la actualidad, atraviesa por profundos desafíos.



La Encíclica “Laudato Si” (2015) aborda un tema fundamental para la humanidad: el deterioro ambiental con las múltiples consecuencias que ello implica. Ante esto, Francisco propone la “ecología integral” para el cuidado de la “casa común” que compartimos, mostrando cómo la crisis que se vive no es solo ambiental sino socio ambiental, donde los más afectados son los pobres.



Los obispos de nuestro país nos proponen acoger este magisterio dando “el primer paso” en estos sentidos: “RECONOCER el sufrimiento de otros; PERDONAR a quienes nos han herido; Volvernos a ENCONTRAR como compatriotas; ENTENDER el dolor de los que han sufrido; SANAR nuestro corazón; DESCUBRIR el país que se esconde detrás de las montañas; y CONSTRUIR la nación que siempre hemos soñado[2].



Es el momento entonces de abrir el corazón y la mente para encontrarnos con Francisco, quien con sus palabras y, sobretodo, con sus gestos, nos ha permitido saborear el evangelio de la “misericordia” que se ofrece a todos (EG 3) y la autenticidad a la que está llamada la Iglesia “pobre y para los pobres” (EG 198). Demos el primer paso con audacia y valentía. Sin miedos ni egoísmos, con generosidad y profetismo. El Papa ha hecho suyos nuestros sueños y, con seguridad, espera nuestro empeño para hacerlos realidad.


Foto tomada de: http://arquicartagena.org/wp-content/uploads/2017/03/IMG-20170310-WA0019-e1489167809325-150x150.jpg





viernes, 21 de julio de 2017

¿Vives en la verdad?
Es bueno trazarse metas en la vida para abrir caminos nuevos. Sin embargo, alcanzar esas metas no depende sólo de nuestras fuerzas sino que contamos con la ayuda de Dios. Pero miremos con más atención la parte que depende de nosotros. En este sentido en el evangelio de Lucas, Jesús nos dice lo que implica el seguimiento: “si alguno quiere venir a mí y no deja a un lado a su padre (…) y aún a su propia persona, no puede ser mi discípulo” (Cf. 14, 25-26) y advierte que debemos saber con que contamos para que no nos pase como al señor que quería construir una casa y no tenía los recursos suficientes o al que pensaba ganar la guerra y no contaba con los soldados para tal empresa. Jesús recomienda tomar conciencia de la vocación a la que somos llamados para evitar la burla de los amigos cuando vean nuestro fracaso. Es decir, que sepamos lo que supone seguirle fielmente, hasta el final (Cf. 14, 28-32).

Lo que depende de nosotros
Pero ¿cómo tener los medios, las fuerzas, los recursos suficientes para llegar a la meta? Nuestros errores diarios nos recuerdan nuestra limitación y pequeñez y la necesidad que tenemos de convertirnos una y otra vez para vivir la vocación cristiana. Tal vez ésta es nuestra única riqueza y la que nos puede dar los fundamentos necesarios para alcanzar lo que queremos. Lo que importa es reconocer nuestra realidad, conocer nuestra verdad, aceptar nuestra limitación y ponernos en camino todas las veces que sea necesario. Santa Teresa de Jesús que comparaba el camino de oración con un castillo que tiene diversas moradas, nos decía que por muy lejos que una persona hubiese llegado en la vida espiritual nunca debía dejar la primera morada, lugar donde se da el propio conocimiento y medio imprescindible para vivir en verdad.

El propio conocimiento: camino seguro para llegar a la meta
Es importante, entonces, conocernos, reconocer nuestra realidad y desde ella vivir nuestra cotidianidad. Pero se necesita oración. Entrar en la primera morada. Darle nombre a nuestra manera de ser, de actuar, de juzgar. Reconocer nuestros errores. Querer cambiar. Esto no es fácil. Muchas veces vivimos sobre justificaciones que ocultan nuestra verdad. Así nuestra vida no es otra cosa que la casa construida sobre arena que tarde o temprano se cae.


La conversión continua que supone la vida cristiana pasa por vivir en la verdad de lo que “realmente somos”. Así nuestro seguimiento podrá ser más sincero y nuestra vida estará construida sobre roca firme de tal manera que aunque vengan los vientos fuertes (Cf. Mt 7, 25) permaneceremos firmes en el seguimiento del Señor. La verdad nos hace libres y la propia autenticidad es lo mejor que podemos ofrecer a los demás para construir relaciones sólidas y auténticas, que nos hagan auténticos seguidores del Señor Jesús. 

jueves, 13 de julio de 2017


DIFERENCIAS SOCIALES





Hace poco leí una historia que me permito reproducir aquí a grandes rasgos. La escena ocurría en un avión en que sentaron a un pobre al lado de una señora muy rica. Ella indignada llamó a la azafata y le hizo el reclamo. Se quejaba sin parar de que se hubieran atrevido a sentar a su lado a una persona de otra clase social. La azafata muy respetuosa la escuchó pacientemente y después le dijo: Tranquila señora que voy a solucionar su problema inmediatamente. Al poco tiempo volvió y dirigiéndose al pobre le dijo: Señor disculpe que lo incomode, si es tan amable, coja sus cosas que lo vamos a cambiar de silla. Siéntese por favor en primera clase. Bonito final el de esta historia! Sin embargo que lejos de la realidad. Desgraciadamente las cosas normalmente no suceden así. Parece que nos empeñamos en ¡marcar diferencias entre los seres humanos!


¿Cómo es posible que haya primera clase y segunda clase en los pasajes aéreos que de por sí ya son bien costosos? Diferencias que se compran con el dinero. Pagas más y tienes derecho a sentarte en una silla más grande y más cómoda, a recibir una atención más continua, a estar situado en un recinto "privado" porque cierran las cortinas de los pasillos para que se note más la diferencia entre unos y otros. Pero esto no sólo ocurre en los aviones. Hablemos de los bancos. Todos depositando allí el dinero y sin embargo también hay clases. El cliente preferencial y los otros. Dime cuanto dinero puedes ahorrar y te diré cuanto tiempo tienes que esperar en la fila! 

Y no hablemos de la salud. Cómo si todos no necesitáramos de médico! Pero sin duda cada día se hace más urgente tener salud prepagada porque si te atienes a la seguridad social que en su idea original pretende ser solidaria (todos aportan según sus capacidades y todos tienen derecho al mismo servicio) es muy posible que te mueras antes de conseguir ser atendido. Y los ejemplos en esta línea se podrían multiplicar infinitamente. Sólo quiero describir otro ejemplo que es muy inquietante porque la diferencia marcada por el dinero tiene una connotación moral. ¿Quién no se ha expresado muchas veces de la siguiente manera: "esa persona vive en un barrio bueno" o "esa persona es de una buena familia"? y ¿quién no entiende que esas expresiones significan que esa persona vive en un barrio de clase media o alta y que su familia tiene dinero? O de manera contraria: "esa persona es muy sencilla" o "esa persona tiene apariencia humilde" y lo que se entiende es que esa persona no tiene dinero, que su ropa revela que es pobre.


¿Cómo es posible que algo externo como el dinero, sea el que de la pauta para el respeto, para la atención al otro, para recibir los servicios que todos necesitamos y, aún más grave, que de la valoración moral de las cosas y de las personas? ¿Dónde queda la dignidad fundamental de todo ser humano por el solo hecho de ser persona? Y más aún, desde la fe cristiana, ¿Qué pasa con la realidad fundamental de todos los seres humanos, su ser hermanos o hermanas, todos en igualdad de condiciones, por ser hijos o hijas del mismo Padre-Madre?


No podemos cambiar fácilmente estas diferencias sociales que se han construido con base en el dinero a lo largo de los tiempos. Es verdad también que el lenguaje es limitado y a veces las palabras se acuñan de una manera que invierte su sentido más propio. Pero vale la pena tomar conciencia de las diferencias que marcan nuestro mundo y del lenguaje que empleamos. Es  urgente y necesario purificar nuestra manera de diferenciarnos, de valorar, de expresarnos. La persona es lo fundamental. El dinero es una mediación que según el uso que le demos puede alejarnos de los otros o hacernos hermanos. ¿Por qué no apostarle a esta segunda posibilidad que nos llevaría a construir un mundo realmente fraterno? Reflexionemos sobre lo cotidiano y cuestionémoslo para que vaya cambiando nuestro corazón, nuestra praxis, nuestro mundo.

Foto tomada de:
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viernes, 7 de julio de 2017


No desconectarnos del celular de Dios



¡No puedo vivir sin celular! Esta expresión se hace cada vez más común entre nosotros y si no se afirma explícitamente, se práctica en todos los espacios donde nos encontramos. No hay espectáculo, reunión, salón de clases, medio de transporte y, hasta eucaristía, donde no suene un celular –así hayan advertido que los apaguen- y la persona salga apresurada a contestar la llamada. Parece que es imposible dejar de responder aunque, suponemos –a no ser en casos extremos- que el contenido de la llamada podría haber esperado. Y si a esto le agregamos que aumenta el número de personas que tienen en su celular el llamado “plan de datos” que permite mantenerse conectado a las redes sociales, al correo electrónico, a las noticias, etc., podemos afirmar que somos seres interconectados constantemente e inmersos en relaciones que no se detienen ni un instante. Pero tanta conexión ¿para qué? al servicio ¿de qué? ¿con cuál propósito? No sé si esa abundancia de comunicación puede llegar a saturarnos tanto, que al final no se está conectado con nadie en forma seria. De hecho es imposible que una persona tenga 100, 200, 500 amigos tal y como aparece en nuestras redes sociales. Y parece que de nada sirven las alertas sobre los daños que hacen a la salud, tantas ondas electromagnéticas circulando a nuestro alrededor. Parece que, efectivamente, no se puede vivir sin celular y todos estamos atrapados en estas redes.

Ahora bien, la fe que profesamos ¿qué influencia recibe de esta superabundancia de conectividad? ¿de qué manera puede enriquecerse y/o cuestionarse y/o cuestionar esta realidad que a todos nos cobija? Podríamos pensar que intentar articular celular con fe es algo “traído de los cabellos”. Y, tal vez, es verdad. Pero no sobra decir alguna palabra sobre este nuevo panorama de relaciones. En primer lugar, esta inmediatez de comunicación, puede ser bien aprovechada. Ya no hay excusas: podemos estar al tanto de lo que pasa en muchas partes del mundo y aumentar nuestra conciencia de la gravedad de las situaciones que nos agobian. Esta “aldea global” -como se ha llamado- permite que los problemas se internacionalicen y se haga más clara la urgencia de responder a esas realidades. La fe que profesamos ya no se puede vivir en una dimensión intimista, preocupada sólo por la santificación personal. Por el contrario, tiene que ser una fe comprometida con la realidad global y, por tanto, capaz de tener una conciencia planetaria que, saliendo de su pequeño mundo, aspire a respuestas más globales. En segundo lugar, nuestras respuestas pueden tener más elementos de juicio frente a cada realidad. Dejarnos enriquecer por el pluralismo cultural y religioso, por las experiencias sociales, culturales y económicas de otras partes del mundo, pueden brindarnos una conciencia más lúcida y un juicio crítico más fundamentado. En tercer lugar, los desarrollos teológicos y las diferentes experiencias eclesiales alrededor del mundo, pueden enriquecer nuestra propia experiencia de fe y comprender con más y mayor profundidad los dinamismos de renovación cristiana que exigen estos tiempos modernos. Si cambian los medios de relacionarnos ¿no es normal que la comunicación de la fe exija una renovación profunda y radical? Creo que la respuesta es afirmativa y por eso no podemos quedarnos con medios y métodos viejos, en un mundo realmente distinto, del que no es posible escapar.

Todo lo anterior, no significa que no haya también que alertarnos por esa incapacidad de reflexionar sin estar condicionados continuamente por lo que viene de afuera, de no ser capaces de liberarnos de las redes sociales que pueden exponer nuestra privacidad e impedir el cultivo de la interioridad o también el diluir nuestra propia identidad y las particularidades de las situaciones que vivimos por estar inmersos en un mundo virtual que no siempre se corresponde, con nuestro mundo real.

Eso sí, ojala pudiéramos mantener esa comunicación continua con el Dios que se revela en todos los acontecimientos de la historia y no dejemos de responder las preguntas realmente importantes para vivir nuestra fe: Señor ¿qué nos dices a través de esta situación? ¿cómo podemos responder a ella desde el evangelio? ¿cómo mantener una fe viva, creíble, testimonial de tu amor inconmensurable? ¿cómo no perder la palabra profética y el compromiso incondicional frente a todo lo que atropella a los seres humanos? En otras palabras, ojala que quedemos realmente atrapados por el dinamismo comunicativo de la fe que desinstala nuestra vida y no nos deja prisioneros de nuestros propios intereses; por las redes sociales de la fraternidad-sororidad que son signo inequívoco del evangelio; por el celular de Dios que llama continuamente y espera nuestra solicita e generosa respuesta.

Foto tomada de: http://www.isepdj.edu.pe/wp-content/uploads/2017/01/base_image.jpg

domingo, 2 de julio de 2017

UN  SANTO DE NUESTRO TIEMPO






El pasado 25 de junio murió el sacerdote Jaime Bonet, fundador de la Fraternidad Misionera Verbum Dei en Mallorca (España) en 1963. Esta fraternidad tiene como misión específica “la oración y el ministerio de la palabra” (Hc 6,4) y la conforman misioneras consagradas, misioneros sacerdotes y matrimonios misioneros. Están presentes en más de 28 países y los frutos de ese carisma que Dios otorgó a la Iglesia, a través suyo, han sido abundantes.
Tuve la suerte de conocerlo hace más de 35 años y de escucharle muchas predicaciones que influyeron decididamente en la espiritualidad que hoy tengo y en mi manera de entender el evangelio, la fraternidad y el compromiso con los más pobres. Por eso hoy no puedo dejar de decir una palabra sobre lo que vi en él y algo del legado que comprendo ha dejado a la Fraternidad Verbum Dei y a los que le conocimos por diversas circunstancias.
Creo sinceramente que fue “un santo de nuestro tiempo”. Y no porque fuera una persona extraordinaria –como a veces se cree son los santos- sino porque creyó en la palabra de Dios y la puso en práctica. Santa Teresa de Jesús, maestra de oración, enseña que “la oración es tratar de amistad muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”, y creo profundamente que Jaime hizo realidad esas palabras porque supo tener una vida de oración entendida como amistad sincera, fuerte, constante con el Dios que salió a su encuentro a los 14 años y al que desde entonces siguió. Tengo la imagen de su actitud orante frente al sagrario “todas” las mañanas y de su palabra “encendida” de amor en sus predicaciones. Un amor fruto de ese encuentro con el “Amigo” que tocaba a los que le escuchábamos y que hacía arder el corazón, despertar el seguimiento, crecer en verdad, agrandar la tienda para acoger a todos y ver el mundo como un campo propicio para sembrar amor y más amor, de manera que todos los hijos e hijas de Dios tuvieran la suerte de conocerle y, por supuesto, construyeran una familia de hermanos y hermanas donde a nadie le faltará nada “porque todo se ponía en común”. A él le debo el camino de oración que he vivido y las ganas de anunciar ese amor de Dios siempre y en todo momento.
Jaime vivió la simplicidad del evangelio y el desprendimiento efectivo de las riquezas de este mundo que crean diferencias entre las personas impidiendo que los bienes sean para todos. Fue pobre y fundó una comunidad donde la pobreza no es una idea, sino una realidad. Una pobreza alegre, fraterna y con el objetivo de compartirlo todo. A él le debo esa claridad fuerte del poco valor que tienen las riquezas y los honores que la sociedad tanto persigue y la libertad que creo tengo, hasta el día de hoy, frente a ello.
Jaime fue un enamorado de Cristo y de llevarlo a los confines de la tierra. Así lo hizo y Dios le concedió ver hijos e hijas como las “estrellas del cielo” (Gn 26,4) que surgían de su fidelidad y transparencia de vida. Pero tampoco le ahorró sufrimientos porque en el carisma que Dios le confió, vivió incomprensiones y algunos de sus miembros emprendieron otros caminos distintos. Pero, con certeza, que lo que humanamente parecen rupturas, desde la lógica de Dios es fecundidad que se extiende de muchas y distintas formas.
Más y mejores cosas pueden decir los miembros de la Fraternidad Verbum Dei sobre todo el caminar de Jaime y de la profundidad y calidad de su seguimiento de Cristo y de su vida misionera incansable. Pero yo quiero hacer este pequeño aporte sobre lo que entendí, significó su vida. Por esto quiero añadir, fuera de lo ya dicho, dos aspectos importantes: a él se le podía llamar “Jaime” y no “Padre Jaime”, porque mucho antes de que el Papa Francisco denunciara el clericalismo que ha hecho tanto mal a la Iglesia, él ya se había despojado de toda la “mal comprendida” identidad sacerdotal y era un verdadero hermano, seguidor de Jesús en medio de su pueblo. Y, sin que estuviera metido en ninguna reflexión teórica sobre la necesidad de una participación efectiva de la mujer en la iglesia, él se lo jugó todo porque las mujeres predicaran y se formaran sólidamente en teología para hacerlo con propiedad. A él le debo entonces mi vocación de teóloga y mi compromiso actual con esa promoción de la mujer que haga realidad el que ante Dios “no hay varón, ni mujer” porque todos somos uno en Cristo Jesús (Gal 3, 28). Su amor al Dios Trino, a la Virgen y a los pobres ha trascendido fronteras, tocando muchos corazones. Por eso hoy quiero decir: Gracias Jaime por haber podido ver en ti “un santo de nuestro tiempo” y porque tu testimonio inició en mí el camino del seguimiento de Cristo que hoy se renueva al tomar conciencia de la fecundidad de tu vida y del inmenso bien que has hecho en este tiempo y que continuará a través de tu obra. ¡Gracias de todo corazón!