miércoles, 30 de enero de 2019


Renovar la opción por los jóvenes 


Acaba de terminar la Jornada Mundial de Juventud en Panamá. Los antecedentes se remontan al Encuentro Internacional de jóvenes en Roma durante la semana santa del Año Santo de 1975, siendo Papa, Pablo VI. Juan Pablo II presidió las siguientes JMJ: Argentina (1987), España (1989), Polonia (1991), Estados Unidos (1993), Filipinas (1995), París (1997), Italia (2000), y Canadá (2002). Benedicto XVI: Alemania (2005), Australia (2008) y España (2011). Francisco: Brasil (2013), Polonia (2014) y Panamá (2019). Para los asistentes, la experiencia es única y se convierte en un momento significativo de su fe. Pero la inmensa cantidad de jóvenes que integran nuestras sociedades, quedan lejanos a estas experiencias y, lamentablemente, cada día la iglesia pierde a más jóvenes y no se acaban de encontrar los medios adecuados para una pastoral juvenil que los convoque. 


En Panamá, el Papa Francisco se dirigió a los jóvenes con la simplicidad y cercanía que lo caracteriza. Pero también con el lenguaje directo que interpela y cuestiona. En la Ceremonia de apertura el Papa comenzó con algo fundamental para todos los miembros de la iglesia si en verdad queremos tener en cuenta a los jóvenes: aprender a caminar con los jóvenes “escuchándonos y complementándonos”. Además señaló la diferencia de culturas allí presentes como una oportunidad para construir la cultura del encuentro: “es la que nos hace caminar juntos desde nuestras diferencias pero con un amor, juntos todos en el mismo camino (…) Ustedes con sus gestos y con sus actitudes, con sus miradas, con los deseos y especialmente con la sensibilidad que tienen, desmienten y desautorizan todos esos discursos que se empeñan en excluir o expulsar a los que ‘no son como nosotros’ (…) Este es un criterio para distinguir a la gente: los constructores de puentes y los constructores de muros, esos constructores de muros que sembrando miedos buscan dividir y broquelear a la gente”. Invitó a los jóvenes a ser constructores de puentes, muy a contracorriente, por supuesto sin decir nombres propios, de planes como los de Donald Trump de construir un muro en la frontera con México. 


Continúo su discurso convocando a “mantener vivo y juntos un sueño común”. Puso como modelo a Monseñor Romero –un santo de estas tierras- quien encarnó un cristianismo no basado en verdades ni en leyes por cumplir, sino en la persona de Jesús que nos ha amado tanto que solo desea que amemos con ese mismo amor a todos los que nos rodean. E invocó a María, joven -como tantas jóvenes allí presentes- a responder como ella afirmativamente a los planes de Dios. Más aún, en la Vigilia con los jóvenes les habló de María, como la “influencer” de Dios –refiriéndose al poder de las redes sociales hoy- porque aunque las redes no existieran en aquella época, esa joven se jugó todo en el sí que le dio a Dios y su respuesta tuvo trascendencia para toda la humanidad. 


El Papa visitó a un grupo de jóvenes privados de la libertad y sus palabras se centraron en la necesidad de crear sociedades en las que no nos dividamos en “buenos” y “malos” sino donde reconozcamos que somos una sociedad enferma que se cura en la medida que acepta a todos y brinda oportunidades para que todos salgan de la situación en que han caído. Volvió sobre la urgencia de no construir muros que marginan, separan, aíslan y no permiten resolver los problemas. En lugar de murmurar, chismear y cuchichear lo que hay que hacer es luchar para crear oportunidades, transformando las situaciones. 


En el viacrucis el Papa señaló que la Cruz de Jesús se prolonga en los niños que no se les deja nacer pero también en todos aquellos que les roban la infancia por no tener condiciones para vivir; en las mujeres maltratadas, explotadas, abandonadas; en los ojos tristes de los jóvenes que ven arrebatadas sus esperanzas de futuro porque caen en redes sin escrúpulos, en el alcohol, la trata, la droga; en tantos jóvenes con rostro fruncido que perdieron la capacidad de soñar, de crear, inventar el mañana, caídos en el conformismo, una de las drogas de nuestro tiempo; en el dolor de la injusticia; en la soledad de los abandonados y descartados; en los pueblos originarios a quienes se despoja de sus tierras, sus raíces, su cultura; en el grito de nuestra madre tierra, herida en sus entrañas en una sociedad que perdió la capacidad de llorar y conmoverse frente al dolor. Finalmente, preguntó: Y nosotros ¿qué hacemos ante esa cruz de Cristo hoy? E instó a no olvidar que los jóvenes tienen derecho a tener oportunidades laborales, educación, familia, comunidad porque sin estas raíces es imposible labrar un futuro. 


En la misa final les invitó a vivir en la vida concreta que cada uno tiene. Porque Jesús se hace presente en lo cotidiano. Lo que hay que hacer es enamorarse de la vida, del señor, del servicio a los hermanos porque con Palabras del P. Arrupe, S.J., “de lo que uno se enamora es lo que le hará levantarse por la mañana y le impulsará a vivir cada momento de su vida”.


Finalizando su visita con el  Ángelus, se refirió a algunos de los hechos dolorosos recientes: las tragedias de Mina Gerais en Brasil y del Estado de Hidalgo en México; las del pueblo venezolano, pidiendo que se logre una solución justa y pacífica; y los atentados terroristas en la Catedral de Joló en Filipinas y en la Escuela General Santander en Colombia. Precisamente, nombrando a cada uno de los 20 jóvenes cadetes que murieron en la Escuela, el Papa se solidarizó con estas muertes absurdas que arrebatan el derecho al futuro y a la paz de todos los jóvenes del mundo. 


No hubo discursos doctrinales. No hubo exhortaciones moralizantes. Hubo reconocimiento del valor de los jóvenes, llamándolos a la vida, a la esperanza y al compromiso con los demás. Ojala que la pastoral juvenil se renueve desde estos horizontes y los jóvenes sientan que la Iglesia es su casa y desde ella realicen todos sus sueños.  

martes, 22 de enero de 2019


La dificilísima tarea de construir la paz

El pasado jueves 17 de enero el país se estremeció de nuevo por el carro bomba que estalló en la Escuela de Policía de Bogotá. Llevábamos un buen tiempo sin estos atentados y, desde que se firmaron los Acuerdos de Paz con la FARC, dejamos de asistir a la dolorosa experiencia del secuestro y de ver el Hospital Militar lleno de soldados, la mayoría con extremidades amputadas por las minas antipersonales. A pesar de todas las dificultades que se han visto para implementar los Acuerdos de Paz, la situación había cambiado. Pero este atentado irrumpe como un grito ensordecedor que nos recuerda que aún hacen falta muchos otros “Acuerdos de paz” para conseguir un país capaz de construirla.

Nadie va a negar el dolor que se siente ante las víctimas y sus familias. La rabia, la impotencia ante tanto mal y hasta el deseo de venganza cuando se escucha decir a los autores de tales atentados que es, en cierto sentido, legítimo perpetrarlos porque se está en guerra. Según explicaron los del ELN –quienes se atribuyeron el atentado- la Escuela de Policía es un objetivo militar y no se puede pensar en las posibles víctimas sino en la situación de conflicto armado que se vive.

Pero la reacción no puede ser –me parece- y, menos desde una postura de fe, la de valerse de esta dolorosa circunstancia para emprender de nuevo el camino de la guerra. La marcha realizada el domingo fue demasiado ambigua, Y lo que propone el gobierno Duque es demasiado peligroso. Responder a esos hechos dolorosos con la “mano dura”, la “venganza irracional” y el “discurso de cerrar todas las puertas al dialogo” no tiene sentido. Precisamente la única manera de evitar tanto derramamiento de sangre es buscar una y otra vez la forma de firmar un Acuerdo que haga posible la construcción de la paz.

Y digo que esta debía ser la postura, especialmente de las personas de fe, porque uno no puede imaginar a nuestro Dios queriendo arrasar y borrar de la faz de la tierra a los que hacen mal. No fue este el camino que emprendió Jesús y que lo llevó a perder la vida, antes que quitársela a los demás. Es el camino que siguen tantos profetas actuales y tantos otros que, posiblemente sin una práctica religiosa, sí saben ofrecer su vida y sus fuerzas por una humanidad justa y en paz. En Colombia en los primeros quince días de este año asesinaron a nueve líderes sociales. Pero estas muertes no nos hacen levantar la voz con la misma fuerza que el atentado del jueves, tal vez porque en esas muertes hay mucho de los intereses oscuros para perpetuar la guerra y el mismo aparato militar o el gobierno o los que están del otro lado de la paz, no les conviene que se develen esos juegos sucios que enrarecen tanto la situación que vivimos.

Levantemos la voz y digamos ¡No! a la muerte infame causada por este atentado y por la de tantos líderes sociales. Pero dispongámonos a redoblar esfuerzos para que la manera de afrontarlo no sea con más guerra sino con las actitudes que ofrecen una salida: el diálogo, los acuerdos, el cumplimiento de los protocolos, el apoyo de los países garantes y, sobre todo, dispuestos a cambiar y a desterrar de nuestros corazones el odio, la venganza, la irracionalidad que nos hace ver solo a “buenos y a malos”, poniéndonos nosotros del lado de los buenos y a los otros del lado de los malos y, por tanto, creyendo que matando al enemigo conseguimos la victoria. En esta tarea de la paz o la construimos con todos o no será posible. Ojalá pongamos de nuestra parte lo mejor de nuestra humanidad y sobre todo nuestra fe en el Dios de la paz que nos convoca al amor real y concreto a “absolutamente” todos y todas.  

martes, 8 de enero de 2019


A los 40 años de la Conferencia de Puebla, seguir fortaleciendo nuestra iglesia latinoamericana



El año pasado celebramos los 50 años de la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano y Caribeño celebrada en Medellín. Este año celebramos los 40 años de la III Conferencia celebrada en Puebla. Es decir, estamos conmemorando la así llamada “Iglesia latinoamericana” que adquirió su protagonismo y, en cierta medida, su camino propio, después del Vaticano II, con la celebración de dichas conferencias y que, hoy, con el Papa Francisco, vuelve a tomar fuerza. 


La Conferencia de Puebla se celebró del 27 de enero al 13 de febrero de 1979. Nuevamente la iglesia latinoamericana se reunía para reflexionar sobre “La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina”. El ambiente era ambiguo. Por una parte, la iglesia en marcha desde Medellín, continuaba abriendo caminos de fidelidad y compromiso. Por otra, se comenzaban a sentir temores y desconfianzas sobre los caminos emprendidos y se quiso aprovechar la ocasión para corregir los “posibles errores” del rumbo tomado en Medellín. Así lo expresó el Papa Juan Pablo II en el Discurso inaugural el 28 de enero de 1979: Esta III Conferencia “Deberá, pues, tomar como punto de partida las conclusiones de Medellín, con todo lo que tienen de positivo, pero sin ignorar las incorrectas interpretaciones a veces hechas y que exigen sereno discernimiento, oportuna crítica y claras tomas de posición”. Sin embargo, el Espíritu continúo soplando y el Documento conclusivo de Puebla, reafirmó opciones fundamentales que han marcado el caminar de la Iglesia en estos 40 años, no sin la consiguiente oposición la cual se hizo más álgida en Santo Domingo, se suavizó en Aparecida y parece perder su fuerza con el Pontificado de Francisco. 


Pero ¿cuáles son esas opciones fundamentales que Puebla reafirmó y que con estas celebraciones estamos llamados a vivir con más intensidad? En primer lugar, la opción preferencial por los pobres. Puebla señala la continuidad con Medellín, presenta el fundamento bíblico de tal opción y las líneas pastorales que se trazan para llevarla a cabo. Se reconoce el aumento de la pobreza y de ahí la necesidad de esta opción profética. Se busca una conversión y purificación constantes para identificarse más con Cristo pobre y con los pobres. Se reconocen las persecuciones que ha traído esta opción, las tensiones y conflictos fuera y dentro de la Iglesia y las acusaciones de estar del lado de los poderos socioeconómicos y políticos o de una peligrosa desviación ideológica marxista. Pero no se puede renunciar a esta opción porque el mismo Jesús se hizo pobre y anunció el evangelio a los pobres. Por eso, el servicio a los pobres es la medida privilegiada -aunque no excluyente- de seguimiento de Cristo y un servicio no solo de caridad sino de justicia. Por todo esto, la pobreza evangélica es inherente al seguimiento y, el testimonio de una iglesia pobre, puede evangelizar a los ricos y desprenderlos de sus riquezas. Como acciones concretas se proponen: condenar la pobreza extrema como antievangélica, conocer y denunciar los mecanismos generadores de pobreza, sumar esfuerzos con otros para desarraigar la pobreza y crea un mundo más justo y fraterno, apoyar a las organizaciones que promueven el bien común y a los pueblos indígenas. Previamente se habían señalado a todos los que hoy padecen pobreza: campesinos, obreros, marginados de la ciudad y, especialmente, la mujer de esos sectores por su condición de doblemente oprimida y marginada.


En segundo lugar, Puebla afirmó la opción preferencial por los jóvenes. Esta conferencia se realizó después de Mayo del 68, con lo cual el protagonismo de los jóvenes en aquel acontecimiento, no era desconocido. El documento afirma la necesidad de presentar a los jóvenes el Cristo vivo que responda a su situación y al papel que juegan en el cuerpo social. Reconoce todo el potencial que tienen por su espíritu de riesgo, capacidad creativa, su aspiración a la libertad y su sensibilidad a los problemas sociales. La iglesia ve en los jóvenes su posibilidad de rejuvenecimiento pero ellos no encuentran todavía su sitio en la iglesia. Es interesante anotar que el Sínodo sobre los jóvenes celebrado el año pasado sigue afirmando esta realidad y, sin embargo, aún la iglesia no sabe cómo atraer a los jóvenes y ayudarles a desarrollar todo el potencial que poseen. 


Otros muchos temas se trataron en Puebla, entre ellos, la eclesiología de comunión y participación y las Comunidades Eclesiales de base (CEBs), la cristología de corte liberador a la luz del anuncio del Reino y, por consiguiente, la evangelización orientada al cambio de estructuras que hicieran efectiva una transformación. Puebla asume una liberación integral que parte de la realidad social. No pone estas realidades como opuestas sino que ambas son necesarias para la liberación definitiva del pecado, raíz de toda opresión.

Falta espacio para una reflexión más detallada pero, con seguridad a lo largo del año, se harán conmemoraciones en torno a estos 40 años y será ocasión de profundizar mucho más. Lo que interesa señalar, por ahora, es que una porción de la iglesia latinoamericana asumió las conferencias de Medellín y Puebla porque las identificó como presencia del Espíritu en el continente. A pesar de las resistencias, el Pueblo de Dios asumió este acontecimiento como fuerza para un compromiso evangelizador que alcanzaba todas las dimensiones de la realidad. No fue ajeno al martirio vivido en esos años pero lo incorporó como fortaleza para mantener su  fidelidad. Poco a poco la resistencia se hizo más fuerte y ese Espíritu se apagó en algunas instancias, especialmente, oficiales. Pero la llegada de Francisco hoy vuelve a poner en primer plano esa presencia liberadora de los más pobres y como la semilla que crece sin que nadie lo vea (Mc 4, 26-29), vuelven a explicitarse frutos de fidelidad y resistencia que mantienen la esperanza de que “otra iglesia es posible”.

viernes, 4 de enero de 2019


¡A COMENZAR DE NUEVO!


Van corriendo los días en este nuevo año y sería bueno no olvidar lo vivido –en cierto sentido hacer balance del año que pasó- para no empezar este nuevo año con saldo en rojo. Pero el balance de la vida cristiana va en contra vía de los balances económicos de las empresas. En éstas se mira cuánta ganancia se obtuvo, cómo se adquirieron más acciones, cómo se consolidó más la economía de la empresa. En la vida cristiana, aunque las preguntas podrían ser las mismas, las repuestas dependen de otra lógica. La ganancia que se obtuvo no va en la línea de acumular para sí, sino de entrega y servicio a los otros; las acciones que se adquieren no significan aumento de capital, sino mayor libertad interior; la consolidación de la economía no es para tener más seguridades, sino para conseguir mayor integridad personal.



¿En qué consiste esta “otra” lógica?

Acabamos de señalar por donde van las respuestas a la lógica del evangelio. Añadamos algo más.

El evangelio es una buena noticia. Nos anuncia que la felicidad, la paz, la realización personal no depende exclusivamente de lo que nos viene de fuera sino de lo que somos capaces de gestar, hacer crecer y desarrollar por dentro. La fuente de la felicidad viene del propio corazón y no solamente de las circunstancias externas que nos rodean. El corazón humano tiene una capacidad inmensa de gestar el bien, de favorecer la armonía, de construir la fraternidad, de ver todo con una nueva luz. Ahora bien, esta capacidad de hacer el bien no depende de nuestras propias fuerzas. Esa es la buena noticia: ¡Dios trabaja con nosotros para lograrlo!



¿Con qué contamos para comenzar de nuevo?

Acabamos de decirlo: con la fuerza que viene de Dios mismo para seguir apostando por un futuro mejor para todos. Esto es muy importante ya que aunque comience un nuevo año y tantas cosas puedan ser distintas, no partimos de “cero”. Comenzamos con todo lo que hemos vivido hasta ahora, con lo positivo y lo negativo. Podemos alegrarnos de todo lo conseguido pero también necesitamos asumir nuestros errores, aceptar nuestros límites y volver a comenzar, cuántas veces sea necesario, para lograr aquello que todavía no hemos alcanzado. La toma de conciencia de la presencia de Dios en nuestra vida, nos ayuda a vivir todo esto con esperanza. Sin él tal vez se haría muy difícil perdonar nuestros errores, los de los demás, aceptar lo que no depende de nosotros y ponernos nuevamente en camino. Contamos entonces con la gracia de Dios y nuestro esfuerzo renovado. (Otra reflexión ameritaría la situación social y política con la que comenzamos el año pero lo dejaremos para otro momento).



Señalando la prospectiva

No es suficiente hacer el balance de lo realizado sino que debemos señalar la prospectiva. Es bueno trazarse metas para el año que comienza. Cuando no tenemos propósitos podemos caer en la rutina de acostumbrarnos a lo de siempre y no abrir nuevos caminos. La vida se nos ofrece como una oportunidad de siempre “más”. No hay que proponernos imposibles pero si posibles que canalicen nuestras fuerzas, que nos hagan crecer, que nos cojan el corazón, que nos dinamicen la vida. El 2019 se nos ofrece como oportunidad para comenzar de nuevo, hay mucho por hacer y mucho por crecer. Confiemos en el Dios que nos acompaña y pongamos en camino.