sábado, 23 de diciembre de 2017

viernes, 15 de diciembre de 2017


Navidad: agradecer el 2017 y disponernos al 2018

Termina el 2017 y podríamos hacer la larga lista de los acontecimientos vividos. Recordemos algunos que, desde la experiencia de fe, marcaron nuestra vivencia. El primero, la visita del Obispo de Roma con la alegría y entusiasmo que suscitó no solo entre católicos sino en gran parte del pueblo colombiano. Esa visita ya la hemos comentado en estas páginas. Sin embargo, no sobra decir de nuevo una palabra que ayude a no perder esa experiencia. ¿Cómo podemos mantener en el tiempo los gestos y pronunciamientos del Papa Francisco que tanto bien nos hicieron? No hay otra alternativa: hacerlos vida en nuestro día a día, empeñándonos, en dar testimonio de ellos. Podríamos resumirlo así: seguir trabajando por la paz y ponernos del lado de los más pobres a la hora de tomar una decisión que afecte el bien común. Recordemos que esto fue lo que el Papa le dijo a las autoridades colombianas: “Escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes”. Y eso mismo les dijo a los obispos: “hospédense en la humildad de su gente y escuchen su despojada humanidad que brama por la dignidad que solo el Resucitado puede dar”.

Otro acontecimiento que tal vez vivimos con menos intensidad, fue la celebración de los 500 años de la Reforma protestante. El 31 de octubre se cerró el año de conmemoración con una declaración conjunta entre católicos y luteranos en la cual pidieron perdón por las ofensas mutuas desde el inicio de la Reforma hasta ahora. Así mismo celebraron los esfuerzos por vivir el ecumenismo desde hace 50 años, cuando con Vaticano II se abrieron las puertas para ello. Desde entonces ha sido real el diálogo ecuménico a partir de celebraciones conjuntas, colaboraciones solidarias y acuerdos teológicos. Desde esa experiencia, los acontecimientos que llevaron a la ruptura en el siglo XVI, se ven con otra perspectiva, favoreciendo la comunión más que la separación.

Recordemos que en 1999 se firmó una declaración conjunta sobre la “Justificación” entre la Federación Luterana Mundial y la Iglesia Católica Romana, declaración que fue asumida en 2006 por el Consejo Metodista Mundial y, en este año de conmemoración, por la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas y por la Comunión Anglicana. El compromiso asumido ahora es el de continuar discerniendo sobre la comprensión de Iglesia, Eucaristía y Ministerio, buscando un consenso sustancial que permita superar las diferencias que existen. Estos acuerdos quedan distantes del pueblo creyente que expresa su fe en iglesias particulares y que, lamentablemente, a veces se alimenta más de marcar las diferencias entre los credos que la comunión. Nuestro compromiso, en este sentido, es divulgar estos pasos dados y con mucha paciencia seguir tejiendo lazos ecuménicos entre algunos católicos que aún consideran a todas las demás iglesias como “sectas” y entre algunas iglesias que se fundamentan en las críticas a la iglesia católica pero, falsas, como el decir que se adora a la Virgen o a los santos, cuando bien sabemos que eso no es verdad.

Otros acontecimientos de carácter más político han sido la elección –contra todo pronóstico- de Donald Trump porque para nadie era desconocida su orientación profundamente neoliberal, su marcado etnocentrismo queriendo favorecer solo la clase blanca y alta de su país y su personalidad donde parecen primar los caprichos del que se sabe dueño del mundo que la perspectiva del bien común para todos. También la situación de Venezuela que aún sigue en vilo, con un sistema político atacado por todas partes y totalmente debilitado pero con una oposición que no sabe ofrecer sino “más de lo mismo” al pueblo venezolano que por décadas ha vivido en la miseria. También otras realidades políticas mundiales donde el neoliberalismo sigue triunfando, ahogando más y más las políticas sociales y las conquistas que favorecerían a los más pobres.

No han faltado tampoco los desastres naturales: Mocoa, México, Puerto Rico, por citar algunos, en los que se ha visto la inmensa solidaridad pero también los retrasos gubernamentales que no cumplen todo lo que prometen y, en los que no se descarta que los daños climáticos tengan mucho que ver con la magnitud de tales desastres. De otro lado, hay que nombrar también los ataques terroristas que hacen de nuestro mundo un lugar inseguro en todo sentido, borrando la línea entre el bien y el mal, haciendo muy compleja la manera efectiva de enfrentarlos.

Muchas otras situaciones podríamos recordar. Cada uno tendrá otros acontecimientos más significativos. Pero lo que interesa señalar es que con todo lo que cada uno ha vivido, llegamos nuevamente a la celebración de Navidad. Allí un niño pobre, envuelto en pañales, en un pesebre a las afueras de la ciudad, rodeado de unos pocos pastores que en su sencillez acogen las maravillas de Dios que pocos comprenderían, nos dice que con Él “ha llegado la salvación al mundo” (Lc 2, 11).

Navidad es entonces tiempo de esperanza porque nuestra historia está acompañada por nuestro Dios a  tal punto que se hace ser humano en ella. El Hijo de Dios, el Jesús histórico, se enfrentó a los acontecimientos de su tiempo y respondió con el anuncio del Reino que pone a los últimos en primera fila y desde ellos no desiste de la solidaridad, la misericordia, la vida para todos. Hoy ese Dios hecho Niño sigue presente a través de nuestra vida. ¿Qué tanto estamos dispuestos a encarnar los valores del Reino en nuestro aquí y ahora? Que a los pies del pesebre pongamos el 2018 para que el Niño Jesús nos fortalezca y nos haga capaces de ser testimonio de su amor, de su paz, de su misericordia, del don de Dios que no cesa de derramarse en nuestro mundo pero que necesita de nuestra fidelidad para que llegue a todos.

miércoles, 6 de diciembre de 2017


A propósito de la Fe

Poco se habló de la Encíclica Lumen Fidei (julio 2013) del Papa Francisco que como bien sabemos asume lo que ya había escrito Benedicto XVI, añadiéndole algo de su propio pensamiento. En este espacio no pretendo hacer un comentario a fondo de la Encíclica. Simplemente señalar algunos aspectos de la fe que me parece no se abordan suficientemente en esta encíclica. Pero antes es muy importante destacar la rigurosidad conceptual y profundidad teológica propia de Benedicto XVI, la importancia de apostar por la verdad que se descubre a la luz de la fe, en estos tiempos de más secularización y relativismo, lo mismo que el dinamismo de relación personal con el Señor que supone la fe porque ésta “es la respuesta a una Palabra que interpela personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre” (No. 8).

Otros aspectos podrían destacarse haciendo una reflexión más detallada. Por ahora basta decir que lo dicho ilumina nuestro caminar y es importante seguir profundizándolo. Sin embargo, desde nuestra realidad latinoamericana, me parece importante señalar dos realidades que son más propias de la fe que vivimos.

Lo primero es constatar que la manera como se vive la secularización en Europa, no es la misma que en América Latina. Aquí hay aspectos parecidos pero no se puede pensar que la gente no cree en Dios. Basta ver la religiosidad popular expresada de tan diversas maneras, lo mismo que la búsqueda de espiritualidad y experiencia de lo trascendente que también se vive. Estos dos aspectos nos hacen caer en cuenta que lo que está en crisis no es tanto la fe sino la pertenencia a la institución y la acogida de la doctrina. Por eso se necesita hablar de la fe en términos que entiendan los que se aventuran en otras búsquedas. Y hemos de resaltar dos aspectos: La fe en nuestro Señor Jesucristo se vive en el seno de la comunidad eclesial y ella es su garante, pero no se identifica con algunos modelos eclesiales que privilegian la norma por encima de la persona o que en aras de una autoridad mal entendida, no permite un protagonismo mayor de todos los miembros de la iglesia. Cuando se hacen esas distinciones, mucha gente redescubre el sentido de la fe en Jesucristo y se anima a vivir con más responsabilidad su fe porque sabe que los defectos de algunos miembros de la institución no se identifican con Jesús quien trajo un mensaje de libertad y vida para todos y anunció un rostro de Dios misericordioso y compasivo, Padre y Madre, dispuesto a entregarse incondicionalmente por cada uno de su hijos e hijas.

El segundo aspecto tan propio de la realidad latinoamericana, es la articulación de la fe con la práctica de la justicia. Aunque hay muchas personas que prefieren la fe intimista que les relaciona con Dios pero que no les modifica otros aspectos de su vida, o el Dios que les hace milagros para su propio beneficio, muchos otros tienen una conciencia social fuerte y no les convence un Dios que no compromete con la transformación de la realidad social y sobretodo con la suerte de los más pobres. La buena nueva anunciada por Jesús vincula indisolublemente la fe con los hermanos y por eso en el juicio final la pregunta decisiva es por la compasión frente a los necesitados (Mt 25,31-46). Y en la encíclica se afirma: “precisamente por su conexión con el amor, la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz” (No. 51).

En importante reflexionar sobre la fe, buscando avivarla y haciéndola significativa para el mundo de hoy, donde no es suficiente un discurso exhortativo sino un testimonio que convenza, mostrando que la fe cristiana es una fe encarnada que nos coloca en el corazón del mundo y nos hace responsable de su devenir histórico. Con la Encíclica sobre la fe, completamos las encíclicas sobre las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad (Spe Salvi, 2007; Caritas in Veritate, 2009, Benedicto XVI), virtudes que son don de Dios y con las cuales nuestra vida cristina se vitaliza y fortalece. En América Latina urge potenciar ese don precioso de la fe con una atención profunda a la religiosidad popular pero también con ese compromiso con la justicia porque como bien dice el profeta Jeremías “conocer a Yahvé es practicar la justicia” (22,16).     







domingo, 26 de noviembre de 2017


A propósito del Día internacional de la NO VIOLENCIA contra las mujeres
Hace unos meses una compañera de trabajo estaba comentándole a un colega que la violencia contra los hombres era muy grande. Que muchas mujeres golpeaban a sus maridos y que eso no se tenía en cuenta cuando se hablaba de la violencia que sufrían las mujeres. Más aún, que cuando ellos iban a poner la denuncia no les creían o minimizaban la gravedad del hecho. De una manera muy “mal educada” de mi parte (posteriormente pedí disculpas a los dos colegas por esto), al haber escuchado ese argumento, me “entrometí” en esa conversación y argumenté que la situación era muy distinta porque a los hombres se les pega, maltrata, etc., porque hay maldad, rabia o descontrol, también ejercido por las mujeres y, de hecho, se golpea a muchos varones. Pero que en el caso de las mujeres no solamente se dan las causas que acabamos de señalar sino que a las mujeres se les golpea por “ser mujeres”, es decir, en razón de su género. Este es el argumento de la ley de Feminicidio aprobada en 2015 en Colombia, llamándola, “Ley Rosa Elvira Cely” en recuerdo de esta mujer que fue brutalmente vejada y asesinada por un conocido en el Parque Nacional en el año 2012. La ley consagra el feminicidio como “un delito autónomo, para garantizar la investigación y la sanción de los actos violentos contra las mujeres por motivos de género y discriminación”. Como yo me había entrometido en la conversación, mis reflexiones molestaron doblemente y me dijeron que la conversación era entre ellos (con razón lo hicieron) pero desde aquel día me quedó la inquietud de volver a plantear el argumento y me parece oportuno (esta vez ya sin entrometerme en la conversación de otros) hacerlo con ocasión del 25 de noviembre –Día internacional de la No violencia contra las Mujeres-.

Este día lo estableció la ONU en 1993, en recuerdo de las hermanas Mirabal que fueron asesinadas por luchar contra la dictadura de Trujillo en República Dominicana el 25 de noviembre de 1960. La ONU aprobó la Declaración sobre la Eliminación de la violencia contra la mujer, violencia basada en el género que tiene como resultado un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción y hasta la privación de la libertad tanto en el ámbito público como en el privado. En este último ámbito se ejerce cotidianamente y todavía hay mucho trabajo por hacer para despertar la conciencia sobre esta realidad y para combatirla definitivamente. Según Medicina legal, en Colombia en el 2016 se presentaron 731 casos de feminicidio y este año, entre enero y octubre, se contabilizan 758 casos. Y son muchas más las noticias que cada día vuelven sobre este hecho. Todavía vivimos en una sociedad patriarcal y machista y no nos damos cuenta de cuan hondo nos moldea a varones y mujeres. Ni somos conscientes de las miles de violencias cotidianas que con comentarios, actitudes y hechos, -varones y mujeres- cometemos contra las mujeres. Pero cuando se toma conciencia es como si se cayera ese velo de los ojos y se ve, una a una, todas esas realidades. Pero esto molesta a los varones. Algunos reclaman “yo no soy así y ustedes nos acusan a todos los varones”. Sin duda muchos varones no ejercen violencia contra las mujeres “conscientemente” pero ellos también tienen que reconocer que como hijos de un sistema patriarcal si no la ejercen, la permiten y si no la reconocen –como sociedad- son también cómplices de ella. Y las mujeres, con más razón. Claro que nos cuesta reconocer que permitimos esa violencia y que –de hecho- se ha ejercido contra nosotras. Y más cuesta que nos digan que por qué reclamamos sobre ese asunto. Sí, es más fácil, no denunciar nada porque así la aceptación de los demás está garantizada pero cuando nos atrevemos a levantar la voz y hacer caer en cuenta de un hecho y de otro, nos ganamos burlas, mala fama y hasta enemigos.

Ayer, en Bogotá, hubo una marcha con motivo de esa conmemoración. No fueron multitudes pero si un grupo significativo (3 cuadras a lo largo de la carrera 7). Y eran muchos jóvenes –varones y mujeres-. Esto mantiene la esperanza de que las cosas, sí van cambiando. Anima mucho esa conciencia, especialmente, en los/las jóvenes. Y, al final de la noche, fue muy grato recibir de un estudiante (agradeciéndome la conciencia que había adquirido a través de las clases) un video en que muchos varones afirman “soy feminista”, contradiciendo aquello de que los varones no pueden ser feministas porque no son mujeres y mostrando que esto no es cuestión solo de las mujeres sino de todos aquellos que reconocen que la violencia contra las mujeres es una realidad que se ha ejercido a lo largo de los siglos y es una exigencia ética de todos y todas trabajar por terminarla. Ojala se acabe todo tipo de violencia pero ojala termine -de una vez por todas- la violencia contra las mujeres que se ejerce -repito una vez más- no por la maldad humana que se da en tantos contextos, sino porque se ha creído que la mujer es un ser de segunda categoría, alguien que puede ser objeto de otro, a la que se le puede golpear y matar por ser mujer.
Foto tomada de: http://www.thepanamadigest.com/wp-content/uploads/2010/11/femicide.jpg

sábado, 18 de noviembre de 2017

¿Qué pidió el Papa para esta I Jornada Mundial de los pobres?

Como lo comentamos hace pocos días, hoy -19 de noviembre- conmemoramos la I Jornada Mundial de los pobres a la que convocó el Papa Francisco. No sé qué tanta referencia se esté haciendo de ella en nuestras comunidades particulares. Tampoco sé si se estará haciendo lo que el Papa propuso: “Este domingo, si en nuestro vecindario viven pobres que solicitan protección y ayuda, acerquémonos a ellos: será el momento propicio para encontrar al Dios que buscamos (… ) Sentémoslos a nuestra mesa como invitados de honor; podrán ser maestros que nos ayuden a vivir la fe de manera más coherente. Con su confianza y disposición a dejarse ayudar, nos muestran de modo sobrio, y con frecuencia alegre, lo importante que es vivir con lo esencial y abandonarse a la providencia del Padre”. Si hemos hecho esto hoy, estaremos contentos de haber respondido a la propuesta del Papa. Y si no lo hemos hecho, todavía estamos a tiempo de unirnos con lo fundamental que el Papa propuso: “que esta jornada nos estimule a reaccionar ante la cultura del descarte y del derroche y hagamos nuestra la cultura del encuentro. Y que nos dispongamos con cualquier acción solidaria para realizar signos concretos de fraternidad”.

Esta propuesta es muy necesaria porque los tiempos actuales nos llevan a colocar a las cosas por encima de las personas y a  despertar en nosotros el deseo de acumular sin ningún compromiso por el compartir. Aprovechemos, por tanto, esa iniciativa papal para que los pobres estén efectivamente en nuestro corazón, como lo están en el corazón de Dios, y nuestra preocupación por cambiar su situación, sea efectiva y afectiva. Rezar el Padre Nuestro pidiendo el pan “nuestro” de cada día, nos ayudará a recordar que ser hijos del mismo Padre implica comunión, preocupación y responsabilidad común. En esa oración todos reconocemos la necesidad de superar cualquier forma de egoísmo para que haya pan para todos. Y esto, en otras palabras, significa preguntarnos por qué existe tanta pobreza y empeñarnos en transformar sus causas. Dios no quiere la pobreza que padecen tantos. Transformarla es nuestro compromiso. Ojala este sea el fruto que nos quede de esta jornada.

martes, 14 de noviembre de 2017


I Jornada Mundial de los Pobres




El papa Francisco propuso celebrar la “I Jornada Mundial de los pobres” el próximo 19 de noviembre. Es una iniciativa que surge como consecuencia de la orientación que le ha dado a su Pontificado, centrado en los pobres –en los que Cristo está presente y nos pide encontrarlo- y en la urgencia de dar un testimonio de Iglesia pobre y comprometida con los pobres. Ahora bien, esa iniciativa no es un invento suyo. La primera carta de Juan (3,18) nos desafía profundamente: “Hijitos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”. Así comienza el Papa el mensaje con el que propuso esta Jornada mundial diciéndonos que Dios no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de seguir su ejemplo y este consiste en amar en primer lugar a los pobres y darlo todo por ellos, incluso hasta la propia vida. Pero esto no es un imperativo ético que debemos cumplir como obligación. Por el contrario, parte de la experiencia del amor de Dios que nos amó primero. Quien reconoce este amor, no puede menos que responder con todas sus fuerzas porque ese amor es gratuito y llega a todos independiente de sus faltas y pecados. Y, precisamente, por esa misericordia recibida es que se siente la urgencia, el deseo, la voluntad de hacer lo mismo con los demás. Y, ¿por qué ese primacía de los pobres? Porque Jesús los proclamó como bienaventurados y herederos del Reino de los Cielos no porque ellos sean mejores que los demás sino, precisamente, porque su precariedad, su falta de posibilidades, hace que la misericordia divina se vuelque sobre ellos y busca  que todos los demás entiendan esa lógica divina de comenzar por los últimos para  que nadie se quede por fuera de la mesa del reino. Preparémonos, entonces para esta celebración tan central en la propuesta cristiana.



viernes, 10 de noviembre de 2017


Tomémonos a Jesús en serio

Es tiempo de vivir en fidelidad a los misterios centrales de nuestra fe y de dar testimonio de aquello que decimos creer. Pero ¿por qué se hace tan difícil vivir con radicalidad el evangelio? ¿por qué hay miedos excesivos de ir hasta el fondo en el amor, el compromiso, la solidaridad, la entrega? ¿por qué no nos desprendemos definitivamente de los honores y riquezas de este mundo que tanto mal nos hacen?

No hay fórmulas para dar respuesta a estos y otros interrogantes parecidos. Pero algo que puede ayudarnos a responder, es entender que la experiencia de fe se vive de muy diversas formas pero, a manera de ejemplo –cayendo en el estereotipo- podemos reconocer dos estilos que conducen a resultados distintos. El primero,  -que podríamos caracterizar como más centrado en el bienestar personal, en la búsqueda de protección y ayuda divina para que todo lo que se vive marche bien y se puedan superar las dificultades que se presentan en el camino-, no se hace las preguntas que antes formulábamos. Lo que interesa a las personas que así configuran su fe, es pedir a Dios “bendiciones” y vivir con ese espíritu positivo de sentirse protegido y acompañado por la divinidad, disponiéndose con buen ánimo a realizar las tareas de cada día. Estas personas se les puede reconocer como “muy” religiosas porque parece que la presencia de Dios fluye con facilidad en sus vidas, se muestran respetuosas de lo sagrado e irradian armonía y buen clima a su alrededor.

El segundo estilo de vivir la fe -al que podríamos llamar de compromiso, de profetismo, de libertad evangélica- es el que no pide bendiciones sino que se deja afectar por la realidad y se pregunta cómo y por qué hay tanta injusticia en el mundo. Son las personas que se sienten movidas por su fe a estar atentos a la situación económica, política, social y su impacto en los más pobres. Son las personas que siguen al Jesús de los evangelios y tienen claro que la vida cristiana no es cuestión de recibir bendiciones de Dios sino de hacer posible el reino en el aquí y ahora de nuestra historia. Las personas que enfatizan este aspecto resultan incómodas y molestas para los que viven a su lado porque denuncian las injusticias, cuestionan las riquezas que sólo generan beneficios personales, evitan caer en la lógica de los honores que hacen que unos estén por encima de otros y, en definitiva, viven en todas sus opciones la indisolubilidad entre seguimiento y compromiso con los más pobres, entre evangelio y conciencia profética frente a la realidad, entre comunidad cristiana y entrega desinteresada a favor del bien común.

Estos dos estilos que hemos caracterizado no son dos estilos paralelos con igual validez. En realidad no se dan en estado puro y no deben darse. La petición de muchas bendiciones no siempre se olvida de la realidad social y los comprometidos con los pobres no pueden ser ajenos a la relación personal con Dios. Pero sin duda, el segundo estilo debería marcar con más fuerza la experiencia cristiana sí es que en verdad nos tomamos en serio el seguimiento de Jesús. El evangelio no se acomoda al orden establecido. El evangelio inquieta, desinstala, incomoda, cuestiona, interpela.  El evangelio no hace alianzas, ni busca honores. El evangelio se inclina por los últimos y son ellos  los que deberían “preocupar” y “ocupar” a los que se dicen ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Como dijo Benedicto XVI, “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica (Documento de Aparecida, 392) y por eso no se entiende por qué cada vez que se enfatiza la dimensión del compromiso con los más pobres salen algunos a invocar la mal entendida “pobreza de espíritu” o la típica frase de que “Dios también es para los ricos”, rebajando así la audacia, radicalidad y profecía que conlleva el evangelio. Tomémonos a Jesús en serio para no rebajar su mensaje y permitir que, efectivamente, interpele y desinstale a los poderosos de cada tiempo presente.

viernes, 3 de noviembre de 2017


El compromiso político de los creyentes

Los seres humanos no podemos evadir la dimensión política de nuestra existencia porque vivimos en sociedad y la política hace posible la búsqueda del bien común. Por eso, la relación fe y política la hemos de asumir con más responsabilidad porque de la manera como lo vivamos dependerá nuestro futuro. Y este tema nos interesa a los colombianos porque ya comenzaron las encuestas donde se perfilan los próximos candidatos y hemos de pensar en cómo será nuestra participación.

Sobre el tema de la política la Asamblea Plenaria de la Comisión Pontifica para América Latina que tuvo lugar en el Vaticano el año pasado, hizo afirmaciones fundamentales para la vida cristiana: “la iglesia no se desinteresa de la política. Ella misma está implicada en la vida y destino de las naciones. No se deja encerrar en los templos y las sacristías y menos reducir el evangelio al solo dominio de la vida privada”. De ahí que permanecer ajenos a esta realidad es evadir un compromiso social pero también creyente.

Y la reciente visita del Papa Francisco nos mostró la necesidad de implicarnos en el ámbito político. Sus palabras nos orientaron para responder a esa tarea. Fijémonos  en el discurso que dio el primer día a las autoridades, al cuerpo diplomático y a algunos representantes de la sociedad civil. Después de saludar muy cordialmente y recordar que Colombia es una nación bendecida de muchas maneras por su naturaleza pródiga, su biodiversidad y, sobre todo, por su gente, se refirió al tema central de nuestra realidad colombiana: la urgencia de poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación. Valoró muy positivamente los pasos que se han dado. Sin duda, aunque no lo dijo explícitamente, se refería a la firma de los Acuerdos de paz. Como bien sabemos, Él había dicho que vendría cuando ese acuerdo se firmara y cumplió su palabra.

Continúo su discurso llamando a las autoridades a construir la “cultura del encuentro” que ayude a superar los diferentes puntos de vista y las tensiones y discrepancias que se han vivido frente al proceso de paz. Consciente de que la paz no se construye de manera mágica, habló de la urgencia de “resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia porque la inequidad es la raíz de los males sociales”. Es decir, construir la paz pasa por la transformación de las estructuras de manera que estas garanticen la justicia social.

Pero lo más interesante de su discurso a las autoridades es que les pidió que no crearan leyes para organizar la sociedad sino para resolver los problemas de injusticia. Y que su perspectiva, su punto de vista, su horizonte para ejercer la política fuera “la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados”. Ahondó más el tema poniéndole rostro a estos excluidos: las diversas etnias y los habitantes de las zonas más lejanas, los campesinos, los más débiles, los que son explotados y maltratados, los que no tienen voz porque se les ha privado o no se les ha dado y la mujer con su aporte, su talento, su ser madre en las múltiples tareas. Y no se cansó de insistir: “por favor, les pido que escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida y de humanidad, de dignidad. Porque ellos, que entre cadenas gimen, sí que comprenden las palabras del que murió en la cruz (como dice la letra de nuestro himno nacional).

No sabemos si los políticos pondrán en práctica estas palabras tan claras, tan evangélicas. Pero  ¿y nosotros? ¿Será ese nuestro criterio para buscar el bien común? ¿Pondremos en el centro a los pobres para apoyar las leyes y políticas sociales que busquen solucionar su realidad? Creo que este es el criterio que ha de guiarnos en nuestras opciones políticas.

Con la propaganda por las candidaturas que se perfilan, viene el despertar de sentimientos a favor o en contra de los candidatos/as motivados por las ideas que se han tejido frente a ellos. Nos influirá su afiliación política, religiosa o su condición sexual o su pasado o sus posturas a favor de algunos principios, etc. Sin duda esto tiene un peso y hay cosas que son innegociables. Pero una postura política madura y responsable nos invita a prestar atención a los programas sociales que propongan en sus candidaturas y quiénes van a ser los más favorecidos con ellas. Esto es lo que en realidad nos debe mover a la hora de optar políticamente. No podemos ejercer nuestro compromiso político con base en ideas o slogans que se repiten con fundamentos vagos o alimentados por la propaganda electoral o por la “posverdad” (esas afirmaciones que siendo mentira, se venden como verdad y, lamentablemente, ¡nos las creemos y las defendemos!).

Tener una postura política es una responsabilidad. Por eso, si en verdad queremos vivir la fe cristiana y acoger lo que el Papa nos dijo, nuestro compromiso ha de ser con los programas de los candidatos/as que más miren a los pobres, busquen superar la injusticia estructural y sigan apostando por la reconciliación y la paz. ¿Mucho pedir? Sí, por supuesto, pero esto es evangelio, esto es cristianismo. Que el inicio de esta contienda política, sea iluminado por criterios tan evangélicos, como la centralidad de los pobres y la construcción de la paz. De esta manera la política podrá tomar su rumbo apropiado y nuestra fe estará siendo testimonio del Dios de la vida que nunca deja de la mano a los más pobres porque ellos son sus preferidos. Y, por tanto, nuestro seguimiento no puede ir por un camino distinto.  

jueves, 26 de octubre de 2017


La presencia de las mujeres en los orígenes del cristianismo


La necesidad de incorporar plenamente a las mujeres en la vida eclesial no es una moda pasajera o una idea que se les ocurrió a algunas mujeres “desestabilizadoras” de los roles que tradicionalmente se han atribuido a cada sexo. Es una exigencia evangélica y está fundamentada en los orígenes del cristianismo. Lo que sucedió es que circunstancias culturales y sociales fueron ahogando la praxis original del movimiento de Jesús y esa experiencia se fue transmitiendo cargada de sesgos sexistas. Hoy en día, el trabajo de la teología que subraya la participación de la mujer, está contribuyendo a recuperar esos orígenes y a mostrar la urgencia de cambiar esa mentalidad.

Entre muchos ejemplos que se podrían señalar, recordemos la figura de María Magdalena  a quien se le ha recordado más como pecadora que por haber sido la “primera” testigo de la resurrección del Señor. No es que esto último se haya negado -ya que los cuatro evangelistas lo testimonian-, pero no se le ha dado el reconocimiento que merece y mucho menos se han tenido en cuenta las consecuencias que de eso se derivan.

¿Cómo pudo suceder esto? Para responder es preciso acercarnos al texto bíblico y entender cómo se fue invisibilizando la figura de las mujeres. Siguiendo uno de los escritos de Carmen Bernabé –reconocida biblista española- podemos ver, por ejemplo, como el evangelista Lucas relativiza ese papel protagónico de María Magdalena y, en contraposición, destaca la figura de Pedro. Para destacar a Pedro, Lucas incluye textos que sólo aparecen en su evangelio como la llamada personal a Pedro (5,1-11), su protagonismo en la pesca milagrosa (5,4-7) y en la preparación de la cena pascual (22,8). Además lo encarga de sostener en la fe a los otros discípulos (22,31-32) y omite datos que aparecen en los otros evangelios pero que podrían oscurecer su figura, como por ejemplo, cuando Jesús le dice: “Apártate de mí Satanás”.  

En cambio, a la hora de escribir sobre María Magdalena, Lucas disminuye su importancia. Su calidad de discípula es ambigua (8,1-3), su rasgo de testigo de la muerte de Jesús es difuminado al introducir en esa escena a todos los conocidos de Jesús (23,49), el ángel en el sepulcro les anuncia a las mujeres que Jesús ha resucitado pero no las envía a anunciar esta noticia a los discípulos y, por el contrario, introduce la figura de Pedro entrando al sepulcro para con su autoridad dar fe de lo que dicen las mujeres (24, 12) y agrega que cuando las mujeres llegan a contarle a los discípulos que Jesús ha resucitado, creen que están diciendo desatinos (24,11). En el libro de Hechos, Lucas omite su nombre en la escena de Pentecostés (1,14) y ya no la menciona más a lo largo del libro.

Muchos otros trabajos bíblicos -muy bien realizados-, aportan muchos otros elementos que recuperan la presencia de las mujeres en la comunidad de Jesús. Y son estos aportes los que van cambiando nuestra percepción del papel de las mujeres en la iglesia. Pero se necesita más empeño en conocerlos y mucha autenticidad para ser coherente con ellos. Ésta no es una responsabilidad de unos pocos. Todo el Pueblo de Dios ha de buscar una formación sólida -acorde con los avances actuales- y los medios adecuados para transformar nuestra iglesia. En este empeño, no temamos “volver a los orígenes”. Por el contrario, alegrémonos de estar “a tiempo” de parecernos más a la Iglesia de Jesús y de mostrar con el “discipulado de iguales” –expresión acuñada por otra reconocida biblista norteamericana, Elisabeth Schüssler Fiorenza- que nuestra iglesia es una verdadera comunidad donde el reconocimiento de la igualdad entre varones y mujeres es una realidad. Falta mucho para lograrlo, pero vale la pena seguir trabajando por ello.

jueves, 19 de octubre de 2017

La misión como diálogo


Nuevamente celebramos el mes de las misiones.Pero, ¿cómo hablar de “misión” en este nuevo contexto de pluralismo religioso? No podemos renunciar a afirmar la centralidad de Jesucristo como único mediador entre Dios y los seres humanos, como causa y motivo de nuestra salvación. Sin embargo, el nuevo contexto nos exige replantear la manera de ofrecer la Buena Noticia del reino y nos señala la urgencia de dar testimonio de comunión con las demás confesiones de fe, evitando rivalidades y descalificaciones mutuas que contradicen el mensaje que se anuncia.

Por este motivo, proponer el diálogo como horizonte de misión, puede ser un camino adecuado para continuar esta tarea y obtener mejores frutos. Por diálogo estamos entendiendo el ofrecer un anuncio a los demás pero estar dispuestos a recibir lo que también ellos nos ofrecen. Es creer que los otros pueden enseñarnos y que son también depositarios de la revelación divina que no cesa de esparcir sus semillas de gracia en todas las culturas y entre todos los pueblos.

Ahora bien, esa actitud de diálogo no es fácil de poner en práctica. Estamos muy acostumbrados a creernos poseedores de la verdad e incluso, a pensar que, no creernos así, es traicionar el mensaje divino porque consideramos que este es verdadero y no puede ponerse en cuestión de ninguna manera. Visto desde Dios, sin duda es así. Su plan de salvación, su voluntad divina sobre la humanidad, es una y para siempre. Pero visto desde nuestra captación y nuestra realidad histórica, siempre es un aproximarnos a ella, un comprenderla cada vez mejor, un aceptarla con más profundidad y plenitud. Por eso nuestras palabras, comprensiones y anuncios van condicionados por nuestra limitación personal y, en ese sentido, siempre estamos en camino y con necesidad de enriquecer nuestra propia visión con lo que los demás nos aportan.

Hoy el pluralismo religioso nos está ayudando a ser conscientes de que Dios supera incluso nuestras instituciones religiosas y, por eso, su presencia trasciende nuestras propias fronteras. Y ahí es cuando se impone el diálogo y el enriquecimiento mutuo. Nos damos cuenta de que podemos ampliar nuestras propias visiones y es posible confrontar nuestras prácticas para discernir cuáles pueden resultar más pertinentes. Con una actitud de diálogo se hace más fácil buscar caminos de comunión para ir tras el Dios vivo que sale a nuestro encuentro por muy distintos e inesperados caminos.
Entender la misión como diálogo no significa que abandonemos el mensaje que se anuncia sino que se ofrezca con gratuidad y libertad para que sea acogido cuando los destinatarios lo consideren pertinente. De alguna manera es vivir realmente la hermosa parábola del sembrador que siembra la semilla con generosidad pero sea “que se levante o sea que se acueste, la semilla crece por sí sola sin que él sepa cómo y así la tierra va dando fruto por sí sola: primero el tallo, luego la espiga y después el grano lleno en la espiga” (Mc 4, 26-28).

Definitivamente el reino es don de Dios y no depende del esfuerzo humano. Por eso la misión no surge de la autosuficiencia de creer que podemos llegar y transformar la realidad sino que se alimenta de la confianza puesta en el “dueño de la mies” (Lc 10,2) que nos envía al encuentro de los demás para vivir y sentirnos su pueblo. Y lo que interesa es ir realizando esa comunidad de hermanos y hermanas que acoge las diferencias y se enriquece con ellas y no pretende imponer sus visiones sino sumar y unir fuerzas para garantizar la vida digna para todos y todas. El diálogo ha de atravesar todas las dimensiones de la vida de los que se encuentran en los trabajos de misión: lo social, lo económico, lo cultural y, por supuesto, lo religioso. Todo está allí para ser compartido, enriquecido, transformado en doble vía: de los misioneros a los destinatarios y de estos a los misioneros. Y lo más importante: entender la misión como diálogo da testimonio del Dios revelado en la historia; un Dios que establece un diálogo de amor con su pueblo, una alianza, que supera la relación meramente cultual y se expresa en una verdadera relación de amor: “Tú eres mi pueblo y yo soy tu Dios” (Lv 26,12).

sábado, 14 de octubre de 2017


Santa Teresa de Jesús: mujer y maestra de oración



Hoy 15 de octubre queremos recordar una figura femenina que abrió caminos -no sin sospechas y dificultades- pero que hoy es testimonio de como la historia puede ser distinta. Nos referimos a Santa Teresa de Jesús (o Teresa de Ávila) cuya fiesta celebramos este día. Santa española del siglo XVI (1515-1582), religiosa carmelita, fundadora y reformadora de muchos conventos femeninos y masculinos, gran escritora y, especialmente, maestra de oración y de vida espiritual. Por todo esto y por la santidad de su vida reconocida en 1622, se le concedió el título de “Doctora de la Iglesia” en 1970. Este título se otorga a ciertos santos a los que se les considera maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos. Ha sido otorgado a treinta y tres de los santos de la Iglesia, tres de ellos mujeres: Teresa de Ávila, Catalina de Siena y Teresa del Niño Jesús.

Pero ¿por qué se le concede a Santa Teresa este título y qué significatividad puede tener hoy para nosotros? Como acabamos de decir, porque se reconoce en ella una “maestra” de fe para los cristianos de todos los tiempos.

Ella experimenta a un Jesús vivo, humano con quien se puede entablar una relación de “amistad”. Jesucristo vive, camina, come, trabaja, habla con ella. Por esto, la oración no es una repetición de palabras sino “un encuentro de amistad, muchas veces, a solas con quien sabemos nos ama”. Pero ella no sólo tuvo la experiencia. Supo “entenderla” y, mejor aún, comunicarla a través de sus escritos. Triple movimiento que la hace “maestra” para otros.

Utiliza metáforas, símbolos, comparaciones. Una de éstas es la comparación de la persona con un jardín y la oración con el agua. La persona es un jardín que precisa agua. El agua es la gracia de Dios. La oración es la forma de traer el agua para regar el jardín. Cuando la persona inicia el camino de oración no es otra cosa que traer el agua (la gracia) a su vida. Pero ha de hacerlo con baldes. Hay dificultar para orar. Se precisa esfuerzo. Supone constancia. Pero quien realiza este esfuerzo, avanza en la vida de oración. Es entonces cuando el agua se comienza a traer con poleas. La persona consigue serenidad y paz. Hay gozo interior y recogimiento. Se comienza a “saborear” la presencia divina y su Palabra. La vida de oración continúa creciendo. La comparación entonces es con un río que pasa por el jardín. La persona se mantiene con esa frescura interior que la mantiene en las cosas del Señor. Sale de dentro el amor y el servicio. Se quiere vivir para los demás. Finalmente, la oración es el agua de lluvia que cae cuando quiere y empapa el jardín sin ningún esfuerzo por parte de la persona. Es cuando se reconoce que todo es gracia de Dios y se vive en unión constante con Él.
Esta sencilla enseñanza sobre la oración ha alimentado y posibilitado la vida espiritual de tantos cristianos/as a lo largo del tiempo. Este legado y todas sus otras enseñanzas constituyen lo más importante para recordar en su fiesta. Pero no menos importante es recordar el hecho de que ella fue una “mujer”. Señal inequívoca de que el Espíritu actúa y confía en varones y mujeres y, que todos y todas en la Iglesia, estamos llamados/as a vivir y a comunicar las maravillas que El realiza en cada uno para el bien de todo el Pueblo de Dios.
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viernes, 13 de octubre de 2017


La formación teológica y la adultez de la fe

Aumenta el interés de laicos y laicas por la teología y eso es una buena señal. Significa que las personas quieren entender su fe y dar razón de ella. Quieren adquirir madurez espiritual y prepararse para compartir el don recibido. Significa que el rostro eclesial puede cambiar y una iglesia con diversidad de ministerios, reconociendo la igualdad fundamental de todos sus miembros, es posible.

Pero aún falta más empeño e interés por los estudios teológicos. Para muchas personas con tal de que Dios les “sirva” para socorrer sus necesidades, es suficiente. Y aunque nadie puede juzgar y menos negar la fe de quienes sólo mandan celebrar misas por sus difuntos o de los que acuden a santuarios en busca de milagros, bien se puede preguntar, si estas personas están poniendo todo el esfuerzo que amerita el cultivo de una vida de fe y se disponen a crecer en ella, con una formación adecuada a los desafíos del presente. Ahora bien, es bueno reconocer que no se ha cultivado con suficiente fuerza, por parte de la autoridad eclesiástica, la urgencia y necesidad de una formación teológica para el Pueblo de Dios.

Además, a veces, se tiene miedo y reparo frente a la teología. Unos piensan que quien la estudia “pierde” la fe o cae en la “especulación teórica” y se aleja de la vida. Y no faltan los que temen la formación del Pueblo de Dios porque a decir verdad esto lleva a que los “pocos” que saben ya no puedan ostentar el poder del conocimiento y los “muchos” que van aprendiendo exijan reconocimiento a su palabra y valoración de sus contribuciones.

Es cierto que la teología tiene peligros como cualquier realidad humana y no están exentos los teólogos y teólogas de saber mucho y vivir poco. También es verdad que la teología hace “perder” la fe. Pero, ¡atención! hace perder aquella fe infantil, basada en la imagen de un Dios que hace portentos y maravillas y soluciona mágicamente nuestra vida. En realidad la teología, ayuda profundamente a purificar la fe y a colocar al creyente en camino del misterio de la encarnación. Es decir, a descubrir que el Dios cristiano compartió nuestra suerte y nos sigue invitando a seguirlo en nuestra historia.

Por tanto, no hay que temer a la formación teológica. Por el contrario, estamos en mora de propiciarla y favorecerla. Dios quiere nuestro crecimiento a todos los niveles y el “entender” la fe es parte central de nuestro dinamismo humano. La teología no garantiza la fe pero una fe con una formación adecuada hace mucho bien a la humanidad. Eso sí, como todo proceso educativo exige preguntarse dónde, quién, qué orientación, con cuál enfoque. No todas las personas se inscriben en la misma línea de pensamiento pero es deseable que al menos se inclinen por las teologías que respondan más a las preguntas del mundo de hoy.

Y no hace falta esperar a estudiar teología en un centro universitario –aunque es muy deseable-. Se pueden propiciar muchos otros espacios para lograrlo. Sólo hace falta voluntad, determinación e incorporar de una vez por todas en nuestra vida cristiana, el hecho de que la teología no es patrimonio de unos pocos sino exigencia de la adultez en la fe, llamada a dar razón de sí misma en medio de un mundo cambiante y a mostrar con argumentos razonables, su viabilidad en este presente. La teología no tiene todas las respuestas, pero su contribución es invaluable si no queremos quedarnos rezados en el devenir de la historia, propiciando que efectivamente muchos pierdan la fe, no por estudiar teología sino por no encontrar respuestas a sus interrogantes y necesidades actuales.

jueves, 5 de octubre de 2017


Una Iglesia en permanente estado de misión


Una Iglesia misionera fue el sueño de Jesús y es también el de la Iglesia Latinoamericana y Caribeña que en la Conferencia General del Episcopado celebrada en 2007 en el santuario de Aparecida (Brasil), hizo este llamado fuerte a ser una Iglesia “en permanente estado de misión”. Es decir, la Iglesia no está llamada a ejercer una misión sino que ella, en sí misma, es misión (DA 551). Pero ¿Cómo encarnar este deseo? ¿Cómo desprenderse de tantos siglos de estabilidad y seguridad que le ha proporcionado el ser reconocida por el poder civil? El mismo Documento de Aparecida al hacer ese llamado “al estado permanente de misión”, continúa diciendo: “Llevemos nuestras naves mar adentro, con el soplo potente del Espíritu Santo, sin miedo a las tormentas, seguros de que la Providencia de Dios nos deparará grandes sorpresas”.

Y es que la misión es desestabilidad, riesgo, audacia, camino, búsqueda. En el pasaje en que Jesús envía a sus discípulos a la misión, les indica lo que supone esa situación: “Vayan proclamando que el Reino de los cielos está cerca. Curen enfermos, resuciten muertos, purifiquen leprosos, expulsen demonios. Gratis lo recibieron; denlo gratis. No procuren oro, ni plata, ni calderilla en sus fajas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento…” (Mt 10, 7-10).

En otras palabras, la Iglesia es misión porque tiene una Buena Noticia que anunciar y cuando algo se quiere comunicar se necesita salir, llegar más allá de los propios horizontes, atravesar nuevos caminos para que a muchos más les llegue esa Buena Noticia. Y no se hace por voluntad propia o intereses personales, sino porque se recibió gratuitamente y se reconoce la inmensidad de ese don. Pablo, el gran misionero, así lo expresa: “¡Ay de mí si no predico el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Más si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado” (1 Cor 9, 16-17).

Ahora bien la Buena Noticia que se anuncia no es un conjunto de “doctrina” que se comunica a los demás. Esto será un segundo paso. Lo primero, lo esencial, es la actitud de misericordia y compasión, de amor gratuito y generoso –actitudes del mismo Dios para con la humanidad- que Jesús expresa claramente en ese salir al encuentro de las necesidades de los demás y buscar transformar esas situaciones. La Buena Noticia consiste en anunciar que Dios nos ama como somos, desde lo que cada uno es y lo que Él quiere para cada uno es hacernos felices, desarrollar lo mejor de nuestras posibilidades, abrirnos caminos de liberación y esperanza, en toda situación que nos encontremos.

Por eso “una Iglesia en permanente estado de misión” ha de ser una Iglesia capaz de salir al encuentro de las necesidades del mundo, no para reprender y castigar sino para comprender y liberar, no para poner cargas pesadas sobre los hombros –como hacían los fariseos (Mt 23,4)- sino para contagiar -con el testimonio-, la vida de Dios que se nos regala, su amor incondicional y para siempre.

Por supuesto, la Iglesia no es la estructura de los templos, ni su organización jerárquica. La Iglesia somos todos y todas, convocados al seguimiento, de quienes depende, esta conversión a una vida discipular y misionera -como dos caras de la misma moneda-, donde no se puede seguir a Jesús sin anunciarle y se le anuncia porque se le sigue con fidelidad.

En este mes donde se explícita este dinamismo misionero, especialmente, hacia los que no han oído hablar de Cristo, es tiempo propicio para recrear y renovar este aspecto esencial de la vida cristiana. Como lo señala el Documento de Aparecida, “Recobremos, pues, el fervor espiritual. Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo (…) con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá el mundo actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios” (DA 552).

viernes, 29 de septiembre de 2017


El Espíritu de paz, signo visible de la vida cristiana


En el Evangelio de Juan 20, 19-23, se presenta a Jesús Resucitado dándole a sus discípulos el don de la paz como señal de su presencia. Ellos lo reconocen precisamente en ese gesto y son enviados a ser sus testigos en medio del mundo.

Ese mismo Espíritu de paz sigue presente entre nosotros cada vez que nos comprometemos activamente a hacerla posible. La paz que no supone una actitud de quietud o indiferencia, sino una manera de asumir la realidad con sus luces y sombras. Una manera de discernir que nos lleva a denunciar críticamente todo aquello que hace mal a la humanidad y anunciar proféticamente el amor cristiano que “se entrega por los otros” en cada una de las circunstancias particulares que se van presentando.

En el contexto colombiano Jesús Resucitado -dador de la paz- sólo podrá estar presente en la medida que los cristianos le dejemos habitar en nuestra vida y realicemos sus obras.

Es signo del Espíritu no permanecer indiferentes ante la difícil situación política por la que atravesamos  -no sólo en nuestro país sino en otros países de América Latina- preguntándonos muy a fondo qué políticas son las que se proponen y si esas políticas benefician a los más pobres. Sólo estas merecerían nuestro apoyo incondicional. En este sentido poco se pregunta sobre las “políticas en sí” sino que nos movemos por los afectos/desafectos frente a los candidatos. Es necesario crecer en el compromiso político en este sentido.

Es signo del Espíritu comprometernos con la justicia social afrontando con valentía el modelo económico que ha dado los resultados desastrosos que hoy estamos constatando. No cerrar los ojos a los datos alarmantes que siguen existiendo de desempleo y carencia de medios básicos de muchos de nuestros compatriotas. Las cifras que se ofrecen para mostrar los avances en algunos aspectos son irrisorias ante el aumento real de desplazados, desempleados, en otras palabras, de excluidos de las posibilidades para vivir dignamente.

Es signo del Espíritu no cansarnos de construir la “cultura del encuentro” como tanto señaló el Papa Francisco. Se necesita una actitud de reconciliación sin dejar de lado el reconocimiento de la verdad y la reparación de los actos cometidos.

Es signo del Espíritu afrontar los problemas actuales que comprometen el cuidado ambiental, la sociedad plural, la coexistencia de diferentes creencias religiosas, la diversidad sexual, la articulación entre el ámbito civil y religioso. No se pueden afrontar esas realidades con lenguajes y actitudes beligerantes que cierren la posibilidad de existencia de lo diferente.

Es signo del Espíritu mantener una actitud evangelizadora que no imponga sino que ofrezca, que no condene sino que abra caminos de vida, que no defienda sino que exponga razones, que no divida sino que haga posible la unidad. Pero no hay que olvidar que también es signo del Espíritu la palabra “profética” que interpela y cuestiona y no evita los desencuentros. Pero es desde aquí que se puede construir la verdad y superar las realidades que no hacen posible la paz.

El Espíritu de paz con el que el Resucitado se presenta entre los suyos es uno de los signos que puede seguir hablando a nuestros contemporáneos. Es urgente que ese lenguaje se oiga con más fuerza y hoy somos nosotros los llamados/as a mostrar que el Espíritu de paz es signo visible de nuestro compromiso cristiano.
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jueves, 21 de septiembre de 2017


Comenzar la renovación eclesial desde los pobres




La misión es la razón de ser de la Iglesia porque ella no vive para sí sino para anunciar a Jesucristo. Por eso, a la hora de hablar de renovación, de cambio, de conversión eclesial, no podemos hacerlo sin tener presente la finalidad a la que tendemos, el para qué de esta renovación. En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco señala con claridad, que el cambio es para que la iglesia “se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (n.27). Y esto es importante aclararlo porque si no se ve el para qué, no se genera ningún cambio o se realiza en la dirección equivocada.

Más aún, hoy vivimos un momento en que es difícil ver la urgencia de un cambio eclesial porque la Iglesia tiene –por lo pronto- un lugar asegurado en la sociedad. Territorialmente tiene posesiones, bien sea por sus obras apostólicas o por la identidad católica que constituye a países como el nuestro. Está presente en instancias oficiales y su voz es escuchada. Además, en el Pueblo de Dios hay la ambivalencia de querer cambios y no estar de acuerdo con muchas cosas pero, al mismo tiempo, permanecer en una mentalidad acrítica que sin darse cuenta, mantiene la realidad eclesial como está porque, de alguna manera, la iglesia le “sirve” para tener esa relación con Dios, que en cierta forma, todos buscamos. Todo esto puede llevar a trabajar por la “autopreservación” -como dice la Exhortación-, buscando mantener lo que tiene y/o recuperando espacios perdidos, pero no “sacudiéndose” profundamente para “que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en cauce adecuado para la evangelización del mundo actual”.
El momento eclesial que vivimos apunta a esto: “a procurar que todas ellas (las estructuras) se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad”.

La conciencia de que hemos de cambiar como iglesia, existe. Más aún, es “impostergable”. Urge renovar su vocación evangelizadora, su actitud de servicio incondicional, la fuerza de su testimonio veraz, mostrando -con sus hechos y palabras- en qué consiste el Reino de Dios que anuncia, la Buena Noticia que quiere comunicar.

¿Por dónde comenzar esta transformación radical? Aunque pueda resultar una “piedra de escándalo” –porque lamentablemente así parece vivirse en algunos ambientes- la primera conversión que tiene que hacerse es hacia los pobres. Ellos son los destinatarios privilegiados del Reino, -no porque sean buenos, como ya decía la teología de la liberación- sino porque Dios, en su infinito amor, se inclina siempre por los últimos y desde ellos llama al seguimiento a todo el Pueblo de Dios.

Este lenguaje es “duro” –como le decían los discípulos de Jesús cuando les hablaba en su vida histórica- (Jn 6,60), porque es más fácil no mirar la realidad que nos rodea, ni preocuparnos por la suerte de tantos pobres de este mundo sino solamente buscar en la religión “bienestar personal”, “seguridad emocional”, “protección divina”, etc.

Pero no hay otro camino. Nuestra fe y el amor a los pobres son inseparables (Mt 25, 31-46). El Papa lo ha expresado al decir que desea una “Iglesia pobre para los pobres”. Y es así porque en los evangelios, Jesús se puso del lado de los pobres. Salió a su encuentro y buscó devolverles su dignidad. Denunció las estructuras que impedían que ellos estuvieran incluidos en la sociedad e interpeló fuertemente a las autoridades religiosas de su tiempo que, en nombre de Dios, cerraban las puertas a muchos por no cumplir las leyes y observancias religiosas. Olvidaban así la misericordia y quedaban presos de su autosuficiencia y orgullo como el publicano de la parábola (Lc 18,9-14).

Por aquí van entonces los desafíos que tenemos. La alegría de la llamada del Señor sigue tocando nuestros corazones. No temamos, entonces, salir a las periferias para desde allí llevar adelante la conversión pastoral que el mundo de hoy espera de la Iglesia.

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viernes, 15 de septiembre de 2017


La hermenéutica o interpretación del texto bíblico


Como se ha dicho tantas veces, la Palabra de Dios requiere ser interpretada para poderla entender en su contexto, no haciéndole decir lo que no dice, y develando todo el mensaje profético que encierra. Esto no es propio de la Biblia sino de toda realidad humana porque dependiendo del tiempo, del lugar, de las circunstancias, todo toma un significado propio que necesitamos indagar bien, para evitar malos entendidos. Basta tomar como ejemplo, las sorpresas que nos llevamos cuando vamos de una región de Colombia a otra, o de un país a otro y vemos cómo las mismas palabras significan distinto y las costumbres obvias en un lugar son, muchas veces, totalmente diferentes en otros.

Pues bien, la tarea de interpretar la realidad y, por lo tanto, la Sagrada Escritura, supone mucha dedicación, esfuerzo e interés. Esta tarea se llama “hermenéutica”, palabra tomada del Dios griego Hermes, experto en el arte de interpretar los misterios ocultos. La teología se considera una ciencia hermenéutica porque su tarea es interpretar la revelación divina presente en la historia, en los signos de los tiempos y consignada, de modo privilegiado, en la Sagrada Escritura. Continuamente, por tanto, hay que preguntarse qué significa ese texto, en qué contexto se escribió, a qué situación respondía, cómo se entendían las palabras y los ejemplos usados en el texto sagrado en el tiempo que se escribieron, etc. Además, hoy en día también se está hablando de “hermenéutica de la sospecha” o de la “hermenéutica de la experiencia” o de la “hermenéutica de la imaginación” o “hermenéutica del recuerdo” y, de muchas otras clases de hermenéutica, que a veces sorprenden a quienes escuchan esos términos y hasta “escandalizan” porque cómo vamos a “sospechar” de la interpretación del texto sagrado hecha por personas que se consideran autoridad eclesiástica.

Aclaremos entonces, brevemente, cómo entender esas hermenéuticas que se van empleando cada vez más. A la raíz de esas propuestas está el asumir que las interpretaciones no son “neutras” porque siempre vienen mediadas por los intereses de quien realiza esa interpretación. Por eso, aunque el objeto de interpretación sea el texto sagrado, no está exento de intereses personales, grupales o institucionales y de ideologías sexistas, racistas, culturales o religiosas, de los que lo interpretan. Por tanto, lo que pretenden hermenéuticas como las de la sospecha o de la imaginación es develar estos intereses que muchas veces han favorecido posturas de dominación o han defendido puntos de vista que no son realmente evangélicos. Los resultados de ese trabajo incomodan a algunos (normalmente los que gozan de privilegios o de poder gracias a determinada interpretación de un texto) y, por eso, es un trabajo difícil, pero es una exigencia ética y religiosa que no se puede dejar de lado, si se quiere vivir en fidelidad al evangelio y pretende mantener el profetismo propio del evangelio.

Para la realidad de la mujer, por ejemplo, esas hermenéuticas han permitido recuperar su presencia en los textos bíblicos, darnos cuenta del papel que cumplieron en los orígenes cristianos, de su actitud mucho más proactiva en la dinámica evangelizadora de los inicios o de los ministerios que ejercieron, entre muchas otras realidades. Porque “sospechar” que puede haber otras interpretaciones, “imaginar” que las situaciones pudieron ser distintas, “recordar” la presencia de las mujeres en los orígenes del cristianismo, “experimentar” la situación existencial de quienes sufren las discriminaciones, da unos “ojos” más claros para ver y una mente más “abierta” para interpretar el sentido profundo del texto bíblico. Y así podríamos hablar de muchas otras realidades con las que hoy nos confrontamos que reclaman una interpretación mucho más integral del texto bíblico de manera que encuentren también en éste, lugar y posibilidad de vivirse por muy nuevas, audaces o distintas que parezcan.

Hay que orar mucho el texto bíblico para que cambie nuestro corazón pero hay que interpretarlo bien para que esa oración nos haga cada vez más abiertos, comprometidos, audaces y profetas en tiempos como estos, donde la centralidad del ser humano es innegable y el reconocimiento de todos sus derechos es inseparable del seguimiento fiel a Jesucristo.
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domingo, 10 de septiembre de 2017


El Papa en Cartagena: “Esclavos de la paz para siempre”




Último día del Papa Francisco en Colombia y sus palabras siguieron igual de claras o “más claras” que todas las dichas a lo largo de su viaje. Lo primero, sus “actos”. Su entrada a la “ciudad amurallada” –orgullo turístico de los colombianos- la hizo por los lugares más pobres, aquellos que no se muestran a los turistas y de los que nadie se ocupa. San Francisco, un barrio sin transporte público, donde viven más de 8000 personas, la mayoría afrodescendientes, sumidas en la pobreza y el abandono de la administración pública. Pero allí brota la esperanza en obras sociales auspiciadas por la Arquidiócesis, como las que el Papa fue a visitar: El programa “Thalita Cum (que en arameo significa: niña, a ti te digo, levántate), obra que quiere proteger a las niñas de caer en la prostitución o ser víctimas de la trata de personas y la “Misión María revive” que busca construir casas para los habitantes de la calle. El Papa bendijo la primera piedra para estas obras.

En ese barrio le ocurrió el pequeño accidente en el que se golpeó el rostro. Creo que no le interesó mucho porque él sabe que cuando se vive “la iglesia en salida en las periferias” eso y mucho más puede pasar. Podría haber pasado en cualquier otro lugar, por supuesto, pero no es de extrañar que en un barrio de calles estrechas y con toda la gente volcada con tanta sencillez en las calles, un frenazo a destiempo, fuera lo más posible que ocurriera.

Y en ese barrio también entró a la casa de Doña Lorenza Pérez, humilde mujer que alimenta a más de 100 niños de escasos recursos de su comunidad. Así relató ella lo que ocurrió en ese encuentro. “me agarro de la mano, me abrazó fuerte, me dio un beso en la mejilla y me estrechó la mano fuerte y me dijo: usted vale mucho doña Lorenza”.

Posteriormente se dirigió a la Iglesia San Pedro Claver donde rezó el Ángelus, introduciéndolo con las preocupaciones que lleva en su corazón: los pobres que sufren exclusión y de los que Pedro Claver fue verdadero defensor. Pidió por la situación venezolana haciendo un llamado a rechazar todo tipo de violencia e invitando a buscar una solución a la grave crisis que afecta a todos pero, especialmente, a los más pobres y desfavorecidos de la sociedad.

Después de bendecir a la Virgen del Carmen en la bahía de Cartagena se dirigió al área portuaria de Contecar para la celebración de la Eucaristía. Y allí, con la homilía, cerró con palabras claras, directas y exigentes el mensaje central que quería dejarnos a los colombianos: “si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar urgentemente un paso en esta dirección, que es aquella del bien común, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus exigencias. Sólo si ayudamos a desatar los nudos de la violencia, desenredaremos la compleja madeja de los desencuentros: se nos pide dar el paso del encuentro con los hermanos, atrevernos a una corrección que no quiere expulsar sino integrar; se nos pide ser caritativamente firmes en aquello que no es negociable; en definitiva, la exigencia es construir la paz (...) Él no dejará estéril tanto esfuerzo”.

Estas palabras tienen que calar hondo en nuestra conciencia. ¡Ojalá que así sea! Son muchos los obstáculos que se han puesto a la paz. Hay muchos corazones cerrados a un nuevo comienzo. Muchos otros no quieren incluir sino excluir. Y los cristianos no han estado ajenos a estas actitudes que desdicen de su fe en Jesús y que se olvidan de que hay algo “innegociable”: la construcción de la paz.

Posiblemente al recoger todas las palabras dichas en la homilía se va abriendo el camino para poder dar ese “primer paso” que tanto hemos repetido en estos días. Cartagena desde hace 32 años es sede de los Derechos Humanos y en este contexto la palabra de Dios nos habla de perdón, corrección, comunidad y oración. Los testimonios de las víctimas interpelaron al Papa –más adelante dice que le hizo mucho bien escuchar tantos testimonios-. Y desde ahí apela a la necesidad de incorporar a muchos más actores al diálogo y dejar que prime la razón sobre la venganza, armonizar política y derecho y tener en cuenta los procesos de la gente. “No se necesita un proyecto de unos pocos para unos pocos o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie del sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural”. Generar “desde abajo” un cambio cultural: a la cultura de la muerte, de la violencia, responder con la cultura de la vida, del encuentro. Levantar una palabra profética contra todos aquellos que atentan contra los derechos humanos, contra la casa común y los graves problemas del narcotráfico, la explotación laboral, el blanqueo ilícito de dinero, la especulación financiera, la prostitución, la trata de seres humanos, la tragedia de los emigrantes y, en definitiva, todo aquello que vulnera la dignidad humana. Ante todo eso no se puede dejar de levantar la voz. Además, no se puede dejar de reconocer el valor de tantos defensores de derechos humanos que han perdido la vida defendiéndolos.

Y, precisamente con esa voz profética el Papa nos preguntó: ¿Cuánto hemos accionado en favor del encuentro, de la paz? ¿Cuánto hemos omitido, permitiendo que la barbarie se hiciera carne en la vida de nuestro pueblo? Jesús nos manda a confrontarnos con esos modos de conducta, esos estilos de vida que dañan el cuerpo social, que destruyen la comunidad. ¡Cuántas veces se «normalizan» procesos de violencia, exclusión social, sin que nuestra voz se alce ni nuestras manos acusen proféticamente!

El Papa hizo todo lo que pudo por comprometernos con la paz. Y ahora ¿qué haremos nosotros? Nuestro empeño en esta tarea dará la respuesta. Ojala no hagamos inútiles tantos esfuerzos del Papa pero sobre todo no nos defraudemos a nosotros mismos en la construcción del futuro que nos pertenece y mucho menos al Dios de la paz que está de nuestra lado y en este paso de Francisco por nuestra tierra nos ha hablado claro y contundente: “Sean esclavos de la paz para siempre".


El Papa Francisco en Medellín: un cambio real en la vida de la iglesia



Hay mucho debate en sí el Papa cambia la doctrina o mantiene la continuidad con el magisterio anterior. Los expertos dicen que no cambia la doctrina. Los más tradicionalistas dicen que sí y “se rasgan las vestiduras” (en secreto, muchas veces, para no desentonar porque es sabido que siempre se ha respetado el magisterio pontificio) y los que desde siempre han vivido con esa inquietud profética de que la iglesia podría parecerse más a la iglesia de Jesús, no debaten si cambia o no la doctrina pero si se sienten muy alegres al oír al Papa y al verlo actuar porque su presencia trae otro estilo de Iglesia, trae otra manera de situarse ante el mundo, invita a otra forma de ser y de juzgar, de actuar y de comprometerse.

Francisco habla muy claro pero no es de extrañar que muchos quieran mantener oídos sordos. El Papa dice todo lo contrario de lo que muchos jerarcas y católicos han enfatizado por décadas. En lugar de hablar de la “pureza” de la doctrina, de los ritos, de las tradiciones, se dedica a decir que en la iglesia han de caber TODOS porque la iglesia no es una aduana que impide la entrada a nadie. Además afirma que la rigidez, las seguridades y los apegos –a lo que se cree es la ley de Dios- no es de Dios. Todo esto constituye un cambio real en la manera como algunos jerarcas y no pocos laicos viven la predicación, las actitudes y las costumbres en la iglesia.

Como ya lo dijo Benedicto XVI, no se comienza a ser cristiano por una idea sino por el encuentro con una persona. Esto es el seguimiento de Jesús. Y Francisco recuerda que seguir a Jesús es preguntarse ¿qué es lo que le agrada al Señor? en lugar de escudarse en el cumplimiento de unas normas -que son mediaciones que pueden cambiar como todo lo humano-. Ante esto el Papa propone tres actitudes fundamentales del verdadero seguidor de Jesús: (1) ir a lo esencial (2) renovarse (3) involucrarse.

Para ir a lo esencial se requiere dejar esa mentalidad farisea, apegada a la norma y lejana a la experiencia de Dios. Por lo contrario, lo esencial es escuchar la Palabra y desde ella ver las necesidades de los hermanos que nos reclaman y no podemos dejar de atender. Renovarse respondiendo al llamado del Señor que nos habla a través de sus llagas presentes en la vida de los más pobres y nos invitan a la superación de la violencia buscando caminos de reconciliación y paz. Involucrarse, saliendo de sí para encontrarse con todos y no impedirle a nadie que entre a la iglesia, no sentirse dueño sino servidor. La manera de involucrarse es haciendo uso del método latinoamericano: ver-juzgar-actuar (el Papa recordó que este método surge con la Conferencia de Medellín en 1968), “sin miopías heredadas” (¿estaría refiriéndose a todo el recelo frente al camino latinoamericano de tantos sectores eclesiales?) para examinar la realidad con los ojos de Jesús y juzgar y actuar desde esa mirada. Todo esto supone un cambio en la vida eclesial. Una nueva mirada, un nuevo juicio. Un nuevo actuar.

En el encuentro con los sacerdotes, religiosos/as, seminaristas y sus familias el Papa ahondó más en este cambio de mentalidad que se exige hoy a la Iglesia. A partir del texto bíblico de la vid y los sarmientos el Papa les propuso tres modos de hacer efectivo el permanecer: (1) Permanecer tocando la humanidad de Jesús, contemplando la realidad no como juez sino como samaritano, conmovido ante la necesidad de las personas; (2) Permanecer contemplando su divinidad, a través de las Sagradas Escrituras para conocer a Jesús y saber lo que él quiere de nosotros, (3) Permanecer en Cristo para vivir en alegría la cual es el mejor testimonio que podemos ofrecer al mundo. En el fondo, en el mensaje que el Papa quiso dar a los consagrados continuaba insistiendo en lo que él ve como esencial: contemplar a Jesús en la realidad, servirle allí asumiendo todo lo que esta conlleve, encarnar definitivamente la fe en la historia que nos toca vivir. Y en Colombia esta historia nos invita a superar los diluvios de los desencuentros y de las violencias, dando frutos de encuentro y solidaridad.

Sí, el Papa está cambiando la manera de ser iglesia. La manera de vivir el seguimiento. La manera contemplar el mundo. Pero no por un gusto personal sino porque mirando el evangelio de Jesús, quiere zarandear la iglesia para que lo asuma de una vez por todas, para que deje de estar acomodada y dé el primer paso y muchos otros pasos en el auténtico seguimiento.

¿Asumiremos esta propuesta? Sinceramente lo veo difícil. Pero no hay que perder la esperanza porque el mismo Espíritu que suscitó un Papa venido del fin del mundo que ha vuelto a lo esencial del evangelio puede hacer que la iglesia colombiana, de una vez por todas, asuma el compromiso de construir la paz y la reconciliación porque entiende que si esto no es evangelizar, ¿qué podría serlo?