La formación teológica y la adultez de la fe
Aumenta el
interés de laicos y laicas por la teología y eso es una buena señal. Significa
que las personas quieren entender su fe y dar razón de ella. Quieren adquirir
madurez espiritual y prepararse para compartir el don recibido. Significa que
el rostro eclesial puede cambiar y una iglesia con diversidad de ministerios,
reconociendo la igualdad fundamental de todos sus miembros, es posible.
Pero aún falta
más empeño e interés por los estudios teológicos. Para muchas personas con tal
de que Dios les “sirva” para socorrer sus necesidades, es suficiente. Y aunque
nadie puede juzgar y menos negar la fe de quienes sólo mandan celebrar misas
por sus difuntos o de los que acuden a santuarios en busca de milagros, bien se
puede preguntar, si estas personas están poniendo todo el esfuerzo que amerita
el cultivo de una vida de fe y se disponen a crecer en ella, con una formación adecuada
a los desafíos del presente. Ahora bien, es bueno reconocer que no se ha
cultivado con suficiente fuerza, por parte de la autoridad eclesiástica, la
urgencia y necesidad de una formación teológica para el Pueblo de Dios.
Además, a veces,
se tiene miedo y reparo frente a la teología. Unos piensan que quien la estudia
“pierde” la fe o cae en la “especulación teórica” y se aleja de la vida. Y no
faltan los que temen la formación del Pueblo de Dios porque a decir verdad esto
lleva a que los “pocos” que saben ya no puedan ostentar el poder del
conocimiento y los “muchos” que van aprendiendo exijan reconocimiento a su palabra
y valoración de sus contribuciones.
Es cierto que la
teología tiene peligros como cualquier realidad humana y no están exentos los
teólogos y teólogas de saber mucho y vivir poco. También es verdad que la
teología hace “perder” la fe. Pero, ¡atención! hace perder aquella fe infantil,
basada en la imagen de un Dios que hace portentos y maravillas y soluciona mágicamente
nuestra vida. En realidad la teología, ayuda profundamente a purificar la fe y
a colocar al creyente en camino del misterio de la encarnación. Es decir, a
descubrir que el Dios cristiano compartió nuestra suerte y nos sigue invitando
a seguirlo en nuestra historia.
Por tanto, no
hay que temer a la formación teológica. Por el contrario, estamos en mora de
propiciarla y favorecerla. Dios quiere nuestro crecimiento a todos los niveles
y el “entender” la fe es parte central de nuestro dinamismo humano. La teología
no garantiza la fe pero una fe con una formación adecuada hace mucho bien a la
humanidad. Eso sí, como todo proceso educativo exige preguntarse dónde, quién,
qué orientación, con cuál enfoque. No todas las personas se inscriben en la
misma línea de pensamiento pero es deseable que al menos se inclinen por las
teologías que respondan más a las preguntas del mundo de hoy.
Y no hace falta
esperar a estudiar teología en un centro universitario –aunque es muy
deseable-. Se pueden propiciar muchos otros espacios para lograrlo. Sólo hace
falta voluntad, determinación e incorporar de una vez por todas en nuestra vida
cristiana, el hecho de que la teología no es patrimonio de unos pocos sino exigencia
de la adultez en la fe, llamada a dar razón de sí misma en medio de un mundo
cambiante y a mostrar con argumentos razonables, su viabilidad en este presente.
La teología no tiene todas las respuestas, pero su contribución es invaluable si
no queremos quedarnos rezados en el devenir de la historia, propiciando que
efectivamente muchos pierdan la fe, no por estudiar teología sino por no
encontrar respuestas a sus interrogantes y necesidades actuales.
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