miércoles, 28 de junio de 2023

 

Aunque no veamos los frutos, los caminos se van abriendo

Olga Consuelo Vélez

El pasado 15 de junio se realizó el Webinar: “Teología feminista en prosa, poesía y critica: muchas voces en concierto”, organizado por el grupo “Tras las huellas de Sofía”, en el que participaron cinco reconocidas teólogas: Judith Ress, Carmiña Navia, Isabel Gómez-Acebo; Mary E. Hunt e Ivone Gebara. Compartieron de manera testimonial algo de su recorrido personal y teológico, además de los nuevos caminos que transitan (todas coincidían en su interés actual por la literatura). Al escucharlas surgía rápidamente la admiración por todos sus logros, el agradecimiento por el camino que han abierto y que siguen abriendo, el respeto por la vida comprometida que han llevado y que respalda todas sus palabras y el deseo sincero de poder aprender más de todos sus aportes y continuar todo el legado que han sabido sembrar a lo largo de sus años.

Pero junto a todo lo anterior también quedaban interrogantes que interpelan, preocupan, duelen, comprometen. Estas fueron algunas de sus expresiones en las que más de una coincidía: “estoy cansada de escribir ensayos teológicos”; “la teología es una disciplina innecesaria porque es algo de la cabeza y quiero escribir algo que toque el corazón”; “la cosmovisión cristiana no cuaja con los nuevos desarrollos de la ciencia”; “estamos llamadas a experimentar la realidad desde el mundo de las ancestras y los ancestros”; “que sea posible dejar la propia cosmología y abrazar otras sin tener crisis”; “escribir teología pero al margen de la teología sistemática racional, más desde el sentimiento y la vivencia diaria de las mujeres”; “me encuentro en los límites de la Iglesia católica oficial con sus imaginarios patriarcales sobre Dios que no les dicen nada a las personas de este siglo XXI”; “es una etapa de más asombro o de más silencio ante el misterio”; “ya no me ubico en la teología como ciencia, con aparato científico; para mi edad ya es aburrido buscar aparatos científicos”; “tengo más preguntas que respuestas hechas”; “me molestan los feminismos radicales que son más dogmáticos que el mismo dualismo patriarcal”; “los discursos cristianos son de una inutilidad enorme, lo mismo las reglas morales y éticas que sigue formulando el clero diciendo que eso es lo que Dios quiere o no quiere, como si ellos fueran Dios”; “estamos en un tiempo histórico que ha superado la teología”; “ya nadie lee teología; en cambio, si leen novelas”. En fin, todas estas frases que casi las transcribo literalmente -aunque puede haber alguna pequeñísima variación- fueron expresándose a lo largo del webinar y es sobre las que quiero compartir algunas de las reflexiones que me suscitaron.

Estoy totalmente de acuerdo con que estamos en un nuevo momento en el que ya muchas de las tradiciones, expresiones, costumbres, visiones, definiciones, propuestas, metodologías, etc., que ostenta el cristianismo, ya no están diciendo casi nada a muchas personas, especialmente, a los/as jóvenes. Por esa misma razón la mayoría de mis escritos giran en torno a buscar actualizar la manera de comprender la revelación cristiana, de vivir la liturgia, la pastoral; insisto en entender la Sagrada Escritura -que considero ‘alma de la teología’ como afirmó Vaticano II- de una manera adecuada: dejando de lado todo literalismo para abrirnos a la pregunta hermenéutica: ¿qué quisieron decir los escritores sagrados para su tiempo y que podrían decir para el nuestro?

La reflexión sistemática busco hacerla desde las preguntas del contexto, desde la vida. Mis estudiantes conocen bien que mis clases de teología sistemática siempre están relacionadas con la vida concreta y que intento mostrar cómo aquello que se teologiza no es una teoría teórica sino una teoría que explica o sistematiza la vida para mejor entenderla y así poder recrear e impulsar nuevas prácticas en la existencia concreta. Hasta aquí, no estoy diciendo nada nuevo porque esta manera de proceder es el método latinoamericano, un método inductivo y encarnado en la realidad. Pero me atrevo a repetirlo porque ante algunas frases sobre la teología racional como innecesaria me permito disentir, al menos frente a la teología que intento hacer y que muchas personas hacen, donde se mantiene la tensión entre lo intelectual, lo afectivo, lo experiencial. Por eso no me parece adecuado generalizar así sobre la teología porque se pueden crear aprehensiones que no en todos los casos son justas. Si estas grandes teólogas no hubieran plasmado en teorías teológicas sus experiencias religiosas, ese legado no podría ser conocido más allá de su entorno inmediato, ni podría enriquecer a las generaciones siguientes. Pero es legítimo que los intereses vayan cambiando y haya nuevas dedicaciones. Pero me encantaría que no sientan cansancio ante la teología que hicieron, ni crean que es innecesaria.

Sobre vivir en los límites de la Iglesia católica oficial, va siendo la postura asumida por más personas porque a la Iglesia oficial no le interesa escuchar sus aportes, no quiere desinstalarse y, sobre todo, no quiere cambiar. Pero, al mismo tiempo diría a las teólogas, que con la riqueza que vamos teniendo desde nuestro trabajo teológico, no estamos en los límites sino en el corazón de la Iglesia, haciendo vida lo que reflexionamos, creemos, testimoniamos. El reino anunciado por Jesús no fue acogido por el centro, pero fue vivido en los límites y eso sigue vigente para el hoy. O, mejor aún, podríamos no hablar de límite ni de centro sino de lo que nadie nos puede impedir vivir, fruto de la propia coherencia con aquello que vivimos, teorizamos, practicamos.

Sobre los comentarios de las teologías feministas no me hago mucho problema porque hay tantas teologías feministas como teólogas. No tenemos por qué ser un colectivo homogéneo, como no lo han sido los teólogos de la liberación -a cada uno le respetan su teología y lo nombran individualmente-, ni tampoco las teologías renovadas europeas, con sus múltiples variantes en las que se habla de teólogos más que de colectivos. Creo que los aportes de las teólogas feministas han de individualizarse más y darle nombre propio a lo que cada una va proponiendo, sabiendo que no coinciden todas las propuestas, pero no por esto desvalorizar este horizonte de reflexión que nos ha permitido visibilizar a las mujeres en la Sagrada Escritura, en la teología, en las iglesias.

Finalmente, al final del webinar (y que me disculpen las teólogas si las interpreté mal) me hubiera gustado menos cansancio y más fuerza, menos decepción y más resistencia, menos pesimismo y más esperanza. Con esto no digo que estas teólogas no tengan todo esto y, precisamente, desde su dedicación actual a la literatura, muestran que siguen caminando con la riqueza de sus propias vidas. Pero quisiera recordar que, aunque no se vean con tanta claridad los frutos y, por eso, el cansancio surja, los caminos se van abriendo y nada de lo realizado se pierde. De hecho, como dice el evangelio de Juan: “porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador” (4, 37).

 

jueves, 22 de junio de 2023

 

Algunas reflexiones sobre el Instrumentum Laboris del Sínodo de la Sinodalidad

Olga Consuelo Vélez

Como todos sabemos, el 20 de junio se dio a conocer el Instrumentum Laboris para la primera reunión del Sínodo de la Sinodalidad que se llevará a cabo en octubre. Ya se han publicado varios comentarios esperanzadores sobre este documento porque mantiene un estilo abierto, ágil, caracterizado por hacer preguntas más que por ofrecer respuestas.

Una cosa importante a valorar en este proceso eclesial es que se han ido publicando los documentos de las diferentes etapas y este, que será el texto base de la reunión de octubre, se nos ha dado a conocer con anticipación. Esto ayuda para que todo el pueblo de Dios sepa de lo que se va a hablar allí y para que, posiblemente, los participantes, lleven sus planteamientos más elaborados, en orden a agilizar la reflexión y llegar a consensos.

El documento se estructura en dos partes, la primera delineando el modelo de iglesia sinodal y la segunda proponiendo las preguntas para la reflexión. De la primera parte cabe destacar algunas afirmaciones fundamentales. Se reconoce una situación eclesial dolorosa: “en muchas regiones, las Iglesias están profundamente afectadas por la crisis de los abusos sexuales, de poder, de conciencia, económicos e institucionales”. Es bueno partir de la realidad, asumirla y buscar caminos de superación. Si no se reconocen las dificultades, estaremos lejos de cambiar. Así lo expresa el documento: “no basta pedir perdón a las víctimas (cosa que no se ha hecho en todos los países, ni en todos los casos) sino que es necesario unirse al creciente compromiso de conversión y reforma para evitar que situaciones similares se repitan en el futuro”. También se constata que existen ciertas tensiones frente a la forma de entender la sinodalidad. El documento invita a no asustarse, ni buscar resolverlas a toda costa sino seguir discerniendo sobre esas diferencias.

Se señala a la Iglesia local como punto de referencia privilegiado, como lugar teológico donde los bautizados experimentan concretamente el caminar juntos. Ahora bien y ¿qué hacemos con la multitud de Iglesia locales en las que la que este sínodo no ha tenido la menor importancia? Esta pregunta no la hace el documento, pero me atrevo a afirmar que aquí comienzan las mayores dificultades. Conozco muchas iglesias locales en los que el sínodo es un absoluto desconocido.

La afirmación fundamental que está a la base de la propuesta sinodal se funda en la dignidad bautismal de la que gozan todos los miembros de la Iglesia (Lumen Gentium). Esta es la base de la sinodalidad y de otra manera de participación en la Iglesia. Pero me llama la atención que esa igualdad fundamental no se refleje en hacerse todas las preguntas necesarias. Por ejemplo, el tema de los ministerios ordenados para las mujeres, se ha omitido en las preguntas planteadas. Esa petición salió en muchas consultas. ¿Por qué se dejó de lado? 

Entre las características de una Iglesia sinodal se señalan, “una Iglesia que escucha”. Por lo que dije antes, es una escucha algo selectiva, aunque es verdad que se acogieron temas complejos como el ministerio ordenado para varones casados y el diaconado femenino, aspectos considerados, por muchos, inmodificables en la Iglesia. Recordemos que se formaron dos comisiones para estudiar el diaconado femenino, de la primera se supo que no llegó a consenso, de la segunda ni se conoció si iniciaron los trabajos, de pronto, en un tercer intento, algún paso de avance se consigue.

Un aspecto muy importante de una iglesia sinodal es la cultura del encuentro y del diálogo con las otras religiones y con las sociedades en las cuales se inserta. Creo que hay mucho avance en el diálogo con las otras religiones. Me parece que falta demasiado el diálogo con las culturas actuales. Sigue existiendo un discurso misógino y homofóbico en las iglesias particulares. Se cree más en los discursos de algunos “seudointelectuales” que explican las llamadas “ideologías de género” en las redes, que el mensaje de misericordia, acogida e inclusión del evangelio. Ahora bien, el Instrumentum laboris plantea claramente la acogida real y efectiva de la diversidad sexual. Por supuesto, en la presentación del documento, se enfatizó que lo que se diga en el sínodo tendrá alcance pastoral, tranquilizando así a aquellos que temen a los cambios tan necesarios para caminar en sintonía con la realidad actual.

Me gustó mucho del documento que afirme que la iglesia sinodal “afronta con honestidad y valentía la comprensión más profunda de la relación entre amor y verdad, y se refiere a la cita de Efesios (4, 15-16) donde la verdad se supedita al amor. Recordemos que la propuesta de Benedicto XVI en su Carta Encíclica Caritas in Veritate, plantea el movimiento contrario: la caridad se supedita a la verdad. Por defender la verdad en “abstracto” son muchas las intolerancias que se predican. Una Iglesia sinodal es una iglesia del discernimiento para asumir las tensiones, las diferencias, lo incompleto, las búsquedas, etc. Mantener esta tensión es indispensable para seguir avanzando.

La metodología que se propone es la de la conversación espiritual. Parece que ha dado buenos frutos en los pasos previos a la reunión sinodal de octubre. Ojalá que siga dando esos frutos, siempre y cuando, se escuchen las voces a las que el Espíritu les inspira novedad, apertura, cambios estructurales, y no solo a aquellas que les inspira prudencia, temor, inmovilismo. El Espíritu se manifiesta en lo humano, no puede saltarse los condicionamientos personales, sociales y eclesiales. De ahí la necesaria atención que se ha de prestar a esa realidad para distinguir entre “la novedad del Espíritu” y los “temores legítimos” de tantos participantes.

Me causa cierto temor algunas afirmaciones como alertar de que el sínodo tiene que escapar del riesgo de convertirse en un frenesí de revindicaciones de derechos individuales que acaban fragmentando más que uniendo. ¿qué será eso de frenesí? ¿No revela cierto miedo a cosas obvias pero que sigue la resistencia al cambio? Esta y otras afirmaciones similares podrían ser maneras de ir preparando el terreno para que no salgan algunas cuestiones, especialmente, lo que tiene que ver con las mujeres y los niveles de decisión a los que puedan acceder todos los miembros del pueblo de Dios. El documento también enfatiza en el papel del ministerio ordenado, porque la sinodalidad exige replantearlo, pero se perciben temores y cierto deseo de autoafirmación para no perder el lugar que siempre ha ocupado. Otra afirmación se refiere a que “la vida sinodal no es una estrategia para organizar la Iglesia sino la experiencia de poder encontrar una unidad que abraza la diversidad sin cancelarla”. Es una frase verdadera pero también la Iglesia necesita reformar sus estructuras si quiere ser signo del reino. El misterio de la encarnación nos obliga a concretar en realidades humanas lo que queremos expresar en actitudes, sabiendo que estas siempre han de mantener su libertad por encima de cualquier estructura.

Muchas otras reflexiones podríamos hacer sobre el Instrumentum laboris. Tal vez lo podamos hacer más adelante. Por ahora nos alegramos que el proceso sinodal siga y se intente mantener la trasparencia en lo que se va a trabajar en la reunión sinodal. Destaco el interés por inclinarse por los pobres, por su protagonismo, el trabajo por la justicia, la casa común, la aceptación que se reclama para los divorciados vueltos a casar, los polígamos y las personas LGTBQ+, la preocupación por los jóvenes, el lenguaje eclesiástico tan poco adaptado para el mundo de hoy, lo mismo que el ministerio ordenado que necesita revisarse según los desafíos de nuestro tiempo. El director de este importante portal -Religión Digital-, José Manuel Vidal, sigue apostando por la “primavera” de Francisco según leímos en su escrito. Algunos de los organizadores del sínodo piden rebajar las expectativas para que no se crea que los cambios van a ser demasiados. Muchos del pueblo de Dios creemos que esta experiencia no será vana, dará frutos, pero que seguirá en deuda abordar tantas cuestiones urgentes para que el sínodo efectivamente transforme a “los sujetos, las estructuras, los procesos y los acontecimientos”. Veremos cómo sigue esta experiencia. Ojalá la apertura al Espíritu sea plena y sin temores y todo este esfuerzo se pueda plasmar en una Iglesia que sepa convertirse para responder a tantos desafíos urgentes e indispensables que nuestro tiempo exige.  

viernes, 16 de junio de 2023

 

Pasar “haciendo el bien” como Jesús

Olga Consuelo Vélez

En general las personas persiguen ideales y sueñan con grandes realizaciones. Pero la vida se va encargando de mostrar que lo alcanzado no es tan glorioso como tal vez se soñaba y, además, muchas cosas no se pueden lograr por circunstancias externas no controlables por nosotros mismos. Algunas personas consiguen éxitos que parecían imposibles y otras, lamentablemente, se conforman con demasiado poco y no luchan lo suficiente por alcanzar sus metas. Esta es la diversidad de personas que somos; sin embargo, unas y otras, vivimos, sufrimos, gozamos, luchamos y esperamos mejores tiempos.

De Jesús en su vida histórica, el libro de Hechos nos lo describe como aquel que “pasó haciendo el bien” (10, 38). ¿Qué quisieron decir con esto? Jesús no tuvo éxitos, ni fortuna, ni glorias, pero fue una persona que hizo el bien. Parece que esto fue lo que sus contemporáneos resumieron de su vida con ellos. Esto no es poco. Es mucho porque en hacer el bien o el mal se juega nuestra propia felicidad y la de nuestro mundo. Por eso la invitación para los que intentamos seguirle no va por una perfección de determinada manera sino en esta línea de pasar por la vida haciendo el bien.

¿Cómo ser personas que pasen haciendo el bien? Mirando a Jesús encontramos al menos dos maneras de hacer este bien. La primera se refiere a su actuar con respecto a los excluidos de su tiempo, sea por su enfermedad, por su sexo, por el trabajo que ejercían, por su procedencia étnica, etc. Sus milagros no se refieren a actos extraordinarios para mostrar su poder, sino a los “signos del reino”, es decir, a la puesta en práctica del actuar de Dios que nunca excluye, que nunca castiga, que nunca va en contra de la dignidad del ser humano. Jesús cura a los enfermos porque les apartan de la comunidad, en nombre de la Ley ya que se les consideraba pecadores; habla con los extranjeros porque el reino va más allá de las fronteras de Israel; come con los pecadores porque ellos también están incluidos en la mesa del reino. Pero la segunda manera de practicar el bien es con sus actitudes frente a las instituciones religiosas de su tiempo -La Ley y el Templo- cuando estas oprimen a las personas, esclavizándolas con sus mandatos en lugar de ponerlas al servicio del ser humano. El gesto provocador de Jesús de curar en sábado -cuando podía haberlo hecho cualquier otro día- es un gesto profético para denunciar que eso va en contra del querer de Dios. Todas estas acciones buenas le complican la vida y Jesús se gana la muerte. Lo crucifican porque anuncia la buena noticia de la misericordia para todos y denuncia la tiranía de las instituciones cuando no están al servicio del ser humano.

A un actuar similar estamos llamados los cristianos. Si queremos, todos podemos pasar haciendo el bien. El bien siempre da gozo, paz al corazón, satisfacción personal, alegría serena. Y, en la medida que buscamos hacer el bien, logramos hacer un mundo mejor. Aunque nos asaltan las noticias sobre la maldad humana sobre otros seres humanos, la cotidianidad está también repleta de bien porque de lo contrario no podríamos vivir el día a día. El bien se manifiesta en tener otro día de vida. En la creación que sigue brindándonos sus dones como casa común en la que habitamos. Bien es la organización social -por precaria que sea- que nos permite desarrollar nuestras tareas diarias. Bien es el poder estar con otros en la calle, en el transporte, en los centros educativos, en las empresas y llevar adelante los oficios que ahí se desarrollan. Bien es poder descansar del trabajo realizado y recobrar fuerzas para comenzar un nuevo día.

Y mayor bien es cuando nos detenemos ante las necesidades de los otros y buscamos socorrerlas de alguna manera. Desde un pequeño gesto de ayuda en las cosas cotidianas hasta en la solución de problemas más complejos para los cuales desde un consejo, una ayuda material o un apoyo moral, son indispensables. Bien es también aprender a agradecer todo lo que recibimos y a no pedir más de lo que los demás pueden darnos. Un corazón agradecido disfruta verdaderamente de la vida, mientras que aquellos que solo exigen de los otros algo, van cosechando amarguras en su corazón cuando no reciben lo que esperan. En otras palabras, pasar haciendo el bien como lo hizo Jesús es orientar la vida hacia el servicio, la generosidad, la gratitud, la benevolencia, la misericordia, el perdón, la posibilidad de comenzar siempre de nuevo.

Pero también pasar haciendo el bien supone levantar la voz para denunciar lo que no permite la vida de los otros. Es vivir el profetismo al estilo de Jesús que denunció a las instituciones religiosas y sociales de su tiempo por poner cargas pesadas sobre las personas en lugar de ser signos de acogida y misericordia al estilo de Dios. Esta manera de hacer el bien es más difícil porque también despierta la persecución de los que son denunciados y no se está lejos de ser perseguido y asesinado. Eso pasa con tantos líderes sociales que, especialmente, en Colombia son asesinados a diario. Y pasa con tantos profetas cotidianos en la familia -al denunciar la violencia doméstica-, en las empresas al denunciar las malas condiciones y pocas garantías laborales, en las instituciones educativas al denunciar la mediocridad o el negocio que se forma alrededor de ellas; en las instituciones religiosas cuando se denuncia abusos, intereses económicos, manipulación de la fe sincera de las personas.

Por aquí va la propuesta de la vida cristiana. Algunos la limitan a lo sagrado llenando la vida de prácticas religiosas. Estas han de ser expresión del pasar haciendo el bien en la vida concreta. De lo contrario, son prácticas vacías que Dios aborrece. Tal vez nos ayude revisar cómo hacemos el bien en lo grande y lo pequeño, en lo privado y en lo público, en lo cotidiano y en lo estructural. Posiblemente así nos vamos acercando más al Jesús a quien decimos amar y queremos seguir.

 

 

viernes, 9 de junio de 2023

 

Un lenguaje coherente con un testimonio eclesial creíble

Olga Consuelo Vélez

En estos tiempos se ha tomado conciencia de la importancia del lenguaje porque este no es neutro. El lenguaje crea realidad y modela nuestro mundo, nuestra vida. La fuerza del patriarcado ha estado también en el lenguaje masculino que lo sostiene. Por eso, una de las luchas actuales es por un lenguaje “inclusivo”, es decir, que incluya a las mujeres, las visibilice, normalizando que hablar en femenino es tan normal como hablar en masculino. Por poner un ejemplo, si en una sala hay pocas mujeres y muchos varones se dice “nosotros” y es aceptado tranquilamente pero cuando hay pocos varones y muchas mujeres y se dice “nosotras”, hay una sensación de que se ha ofendido a los pocos varones allí presentes, y se hace rápidamente la corrección: nosotras y nosotros.

Por eso, aunque a muchas personas les parece innecesaria esta reflexión sobre el lenguaje, en realidad, es imprescindible, también para derrocar al patriarcado y para acostumbrarnos a oír que hay “teólogas” (y no sólo teólogos), “presidentas” (y no solo presidentes), juezas (y no solo jueces) y así, sucesivamente, tantas profesiones y tantos espacios que son ejercidos por mujeres, pero que, al no nombrarlas, seguimos invisibilizando todo este mundo femenino, ya  presente en las esferas que tradicionalmente solo habían sido ocupadas por varones.

Sobre el lenguaje inclusivo se han escrito muchas cosas y no faltan los que, invocando a la Real Academia de la Lengua, se oponen a tal lenguaje porque creen que daña el idioma y que no hace falta. Parece que el idioma es propiedad de tal entidad y olvidan que el lenguaje es algo vivo que expresa la vida concreta y por eso cambia, como cambian las personas, los contextos, las situaciones.

Pero este aspecto del lenguaje inclusivo no es el único que vale la pena comentar. También es bueno revisar el lenguaje que se usa en los ámbitos eclesiales, preguntándonos si, realmente es el más adecuado. Cabe anotar que en la iglesia como, en la sociedad, existen protocolos que “obligan” a seguirlos, so pena de cometer faltas contra lo establecido y no ser bien visto. Ahora bien, todo protocolo es fruto de decisiones humanas que por circunstancias concretas se estableció para garantizar cierto orden y jerarquía, tal vez necesario para mantener las relaciones sociales. Sin embargo, mirándolo desde el punto de vista del testimonio, se pueden hacer preguntas legítimas. En verdad ¿es necesario usar títulos nobiliarios como excelencia, eminencia, santidad, monseñor, etc., para relacionarnos en los ámbitos eclesiales? ¿no sería más del evangelio dejar el uso de títulos nobiliarios para ámbitos civiles (aunque también sería bueno erradicarlos), pero no usarlos en los espacios eclesiales, donde se pretende vivir la igualdad fundamental de todos los bautizados? aquello de no ser servido sino servir, ¿puede entenderse con esa manera de nombrar a los ministros ordenados? Sinceramente cada vez resulta más contrario al evangelio seguir manteniendo dichos títulos, en estos tiempos donde la gente se aleja de la iglesia, por muchas causas, pero también por ese estilo tan clerical, clasista, elitista, que muchos clérigos exigen. No puede ser normal que la mamá de un jerarca ya no llame a su hijo por el nombre, una vez que es ordenado -como lo he visto en algunas diócesis- o que después de años de tratar a un seminarista por su nombre propio, haya que comenzar a usar dichos títulos, cuando recibe el ministerio ordenado, porque lo exige y se ofende si no se le llama de esa forma.

La iglesia no debería olvidar que el seguimiento de Jesús implica que “ya no hay que dejase llamar Rabbi, porque solo uno es el Maestro y todos son hermanos y hermanas; ni llamar a nadie Padre porque solo uno es el Padre, el del cielo (Mt 23, 8.9). Conviene, por lo menos, pensar todo esto, para que el lenguaje no traicione lo que se pretende testimoniar.

Siguiendo con esto del lenguaje en los ámbitos eclesiales, también hay otros títulos que se usan en la vida religiosa tales como, madre superiora, responsable, madre maestra, superior, reverenda madre o reverendo padre, etc., que también podrían revisarse. Hay comunidades que ya lo han hecho y se tratan con mucha naturalidad, pero todavía faltan muchas otras. Fuera de crear esas jerarquías entre quienes deberían ser hermanos y hermanas -comunidad de Jesús-, esos títulos oídos desde el ámbito civil resultan bastante llamativos. Pareciera que se le quita la autonomía que debería tener toda persona -incluidos los religiosos y religiosas- cuando invocan la voluntad de sus superiores para no poder tomar una determinada decisión en asuntos cotidianos o cuando incluso los invocan para justificar las decisiones sobre su vida en el futuro inmediato. Aunque se hacen esfuerzos en la vida religiosa por practicar el discernimiento y la llamada “obediencia responsable”, el lenguaje muestra, muchas veces, que las decisiones son de arriba para abajo y que el sujeto que las aplica se siente realmente mandado, dirigido, obligado.

En conclusión, como dijimos al principio, el lenguaje no es neutro y configura nuestra vida y nuestras instituciones. Si la Iglesia quiere dar testimonio de sinodalidad, de fraternidad/sororidad, de servicio y sencillez, no puede dejar de revisar su lenguaje, buscando que exprese mejor la coherencia con lo que ella aspira a ser.

 

jueves, 1 de junio de 2023

 

Género, violencia de género y compromiso eclesial

Olga Consuelo Vélez

El término género es una categoría de las ciencias sociales que además de expresar la identidad biológica de los seres humanos según sus órganos sexuales (varón o mujer), expresa la identidad cultural construida sobre los sexos biológicos. Esto último significa que a las mujeres se les han asignado culturalmente unos roles y a los varones otros. El problema es que los asignados a las mujeres han supuesto que ellas tengan un lugar subordinado -por eso se les negó, hasta hace relativamente poco, la ciudadanía, el estudio, el ejercer todas las profesiones, el ocupar puestos de responsabilidad, etc.; mientras que los roles asignados a los varones han permitido construir un mundo en modo masculino -a esto se le llama patriarcado- porque a ellos se les ha reservado la autoridad, la gestión, las profesiones más importantes y de hecho han conducido el mundo como jefes de gobierno en casi todos los países y lo siguen haciendo.

Además, por este papel subordinado que han tenido las mujeres, ellas han sido más propensas a sufrir violencia de todo tipo: física, psicológica, afectiva, sexual, social, cultural, económica, simbólica, religiosa. A esto se le llama “violencia de género” porque se ha ejercido contra ellas, debido a su género femenino. La violencia doméstica, por ejemplo, es fruto de la sociedad patriarcal, en la que al varón le hicieron creer que era dueño de la mujer y por eso tenía derecho a ejercer su autoridad sobre ella e incluso a golpearla si lo consideraba necesario. El caso extremo es el feminicidio, como lo ha tipificado la Ley, porque a muchas mujeres las asesinan no solo por la violencia generalizada, que se da también contra los varones, sino por el hecho de ellas ser mujeres.

Los movimientos feministas han posibilitado que a las mujeres se les reconozcan los derechos que se les habían negado y es, cada vez más evidente, que las sociedades patriarcales van cambiando. Esto ha permitido que ellas estén participando en condiciones de mayor igualdad, en casi todos los espacios, con los varones. Este cambio no solo ha sido positivo para las mujeres. Gracias a esto, los varones también han descubierto que pueden ser tiernos, serviciales, cuidadores – papeles que parecían eran solo de las mujeres – e inclusive, que el único papel sagrado no es el de ser “mamá”, sino que también ser “papá” es un don que ellos poseen y lo están ejerciendo con mucha ternura y responsabilidad. Actualmente no son pocos los varones que crían solos a sus hijos o que, al compartir la custodia con la mamá, se encargan de sus hijos con la misma responsabilidad y afecto que tradicionalmente se creía era solo cualidad femenina.

Pero estos cambios, aunque como lo acabamos de anotar, son positivos, también encuentran una resistencia “enorme”. No es nada fácil cambiar los roles culturales que constituyen a las personas desde su infancia y, por eso, no son pocas las mujeres, ni pocos los varones, ni pocos los clérigos que han “demonizado” la palabra “género” y la han identificado con una “ideología” y luchan vehementemente contra todo lo que tenga cualquier referencia a este término. Cabe anotar que además de lo anterior unen este término a la “diversidad sexual” – una realidad que es irreversible y que merecería una reflexión profunda y fundamentada para entenderla bien, antes de condenarla – y por eso se les hace más difícil todavía aceptar este término. Aquí no podemos entrar a explicar esa complejidad, pero basta con quedarnos con la reflexión que hemos hecho sobre los roles de género, para mostrar que la Iglesia no puede estar de espaldas a lo que ha supuesto una conquista de derechos para las mujeres y, por eso, no debería mezclar género con ideología, sin distinguir las cosas como hemos intentado hacerlo aquí, con otras posibles realidades que podrían ameritar esa identificación.

Es necesario que desde la institución eclesial y, los cristianos en general, acompañemos más estos cambios sociales y culturales porque significan un mundo menos patriarcal y más inclusivo, un mundo más justo con las mujeres, como Dios lo quiere.  El papa Francisco ha denunciado esta violencia que sufren las mujeres porque, aunque haya resistencias para acoger los cambios, es evidente que la violencia de género existe y no es posible que se pase de largo frente a ella. Desde los púlpitos, desde las catequesis, desde la liturgia, es necesario que se denuncie esa violencia y se invite a un compromiso decisivo frente a ella. Lamentablemente, a algún sector de la institución le parece irrelevante esta violencia de género y hasta proponen que no se hable de ella porque es suficiente con hablar de violencia en general. Esto resulta contrario a la praxis de Jesús que se detuvo ante cada uno de sus contemporáneos, entendió su situación y buscó remediarla. Para Jesús también fueron muy importantes las mujeres y supo defenderlas y devolverles su dignidad negada. Por eso, es coherente con la vida cristiana comprender a fondo lo qué significa la sociedad patriarcal y la violencia de género que esta produce para que forme parte de su compromiso de fe. Duele pensar que, a veces, la sociedad civil parece más comprometida con transformar esta realidad que las instancias eclesiales.

Es importante recordar que las mujeres siempre han sido mucho más asiduas a la participación eclesial que los varones, pero los tiempos cambian y las jóvenes se van alejando de la iglesia porque esta parece no comprender su realidad, ni apoyarla con todas las consecuencias. Sin embargo, se abren caminos y estamos a tiempo de recorrerlos. Ojalá que, en lugar de resistirse a los cambios, nos dispongamos a entenderlos y a secundarlos en todo lo que tienen de bueno. Eso haría más significativa la institución eclesial y es muy probable que las jóvenes vuelvan la mirada hacia ella y, tal vez, quieran formar parte de una Iglesia, verdaderamente comprometida con erradicar toda violencia y, especialmente, aquella que se ejerce por razón del género.