Pasar “haciendo el
bien” como Jesús
Olga Consuelo Vélez
En general las personas persiguen
ideales y sueñan con grandes realizaciones. Pero la vida se va encargando de
mostrar que lo alcanzado no es tan glorioso como tal vez se soñaba y, además,
muchas cosas no se pueden lograr por circunstancias externas no controlables
por nosotros mismos. Algunas personas consiguen éxitos que parecían imposibles
y otras, lamentablemente, se conforman con demasiado poco y no luchan lo
suficiente por alcanzar sus metas. Esta es la diversidad de personas que somos;
sin embargo, unas y otras, vivimos, sufrimos, gozamos, luchamos y esperamos
mejores tiempos.
De Jesús en su vida histórica, el
libro de Hechos nos lo describe como aquel que “pasó haciendo el bien” (10, 38).
¿Qué quisieron decir con esto? Jesús no tuvo éxitos, ni fortuna, ni glorias,
pero fue una persona que hizo el bien. Parece que esto fue lo que sus
contemporáneos resumieron de su vida con ellos. Esto no es poco. Es mucho
porque en hacer el bien o el mal se juega nuestra propia felicidad y la de
nuestro mundo. Por eso la invitación para los que intentamos seguirle no va por
una perfección de determinada manera sino en esta línea de pasar por la vida
haciendo el bien.
¿Cómo ser personas que pasen
haciendo el bien? Mirando a Jesús encontramos al menos dos maneras de hacer
este bien. La primera se refiere a su actuar con respecto a los excluidos de su
tiempo, sea por su enfermedad, por su sexo, por el trabajo que ejercían, por su
procedencia étnica, etc. Sus milagros no se refieren a actos extraordinarios para
mostrar su poder, sino a los “signos del reino”, es decir, a la puesta en
práctica del actuar de Dios que nunca excluye, que nunca castiga, que nunca va
en contra de la dignidad del ser humano. Jesús cura a los enfermos porque les apartan
de la comunidad, en nombre de la Ley ya que se les consideraba pecadores; habla
con los extranjeros porque el reino va más allá de las fronteras de Israel;
come con los pecadores porque ellos también están incluidos en la mesa del
reino. Pero la segunda manera de practicar el bien es con sus actitudes frente
a las instituciones religiosas de su tiempo -La Ley y el Templo- cuando estas oprimen
a las personas, esclavizándolas con sus mandatos en lugar de ponerlas al
servicio del ser humano. El gesto provocador de Jesús de curar en sábado
-cuando podía haberlo hecho cualquier otro día- es un gesto profético para
denunciar que eso va en contra del querer de Dios. Todas estas acciones buenas
le complican la vida y Jesús se gana la muerte. Lo crucifican porque anuncia la
buena noticia de la misericordia para todos y denuncia la tiranía de las
instituciones cuando no están al servicio del ser humano.
A un actuar similar estamos
llamados los cristianos. Si queremos, todos podemos pasar haciendo el bien. El bien
siempre da gozo, paz al corazón, satisfacción personal, alegría serena. Y, en
la medida que buscamos hacer el bien, logramos hacer un mundo mejor. Aunque nos
asaltan las noticias sobre la maldad humana sobre otros seres humanos, la
cotidianidad está también repleta de bien porque de lo contrario no podríamos
vivir el día a día. El bien se manifiesta en tener otro día de vida. En la
creación que sigue brindándonos sus dones como casa común en la que habitamos.
Bien es la organización social -por precaria que sea- que nos permite
desarrollar nuestras tareas diarias. Bien es el poder estar con otros en la
calle, en el transporte, en los centros educativos, en las empresas y llevar
adelante los oficios que ahí se desarrollan. Bien es poder descansar del
trabajo realizado y recobrar fuerzas para comenzar un nuevo día.
Y mayor bien es cuando nos
detenemos ante las necesidades de los otros y buscamos socorrerlas de alguna
manera. Desde un pequeño gesto de ayuda en las cosas cotidianas hasta en la
solución de problemas más complejos para los cuales desde un consejo, una ayuda
material o un apoyo moral, son indispensables. Bien es también aprender a
agradecer todo lo que recibimos y a no pedir más de lo que los demás pueden
darnos. Un corazón agradecido disfruta verdaderamente de la vida, mientras que
aquellos que solo exigen de los otros algo, van cosechando amarguras en su
corazón cuando no reciben lo que esperan. En otras palabras, pasar haciendo el
bien como lo hizo Jesús es orientar la vida hacia el servicio, la generosidad,
la gratitud, la benevolencia, la misericordia, el perdón, la posibilidad de
comenzar siempre de nuevo.
Pero también pasar haciendo el
bien supone levantar la voz para denunciar lo que no permite la vida de los
otros. Es vivir el profetismo al estilo de Jesús que denunció a las
instituciones religiosas y sociales de su tiempo por poner cargas pesadas sobre
las personas en lugar de ser signos de acogida y misericordia al estilo de
Dios. Esta manera de hacer el bien es más difícil porque también despierta la
persecución de los que son denunciados y no se está lejos de ser perseguido y
asesinado. Eso pasa con tantos líderes sociales que, especialmente, en Colombia
son asesinados a diario. Y pasa con tantos profetas cotidianos en la familia
-al denunciar la violencia doméstica-, en las empresas al denunciar las malas
condiciones y pocas garantías laborales, en las instituciones educativas al
denunciar la mediocridad o el negocio que se forma alrededor de ellas; en las instituciones
religiosas cuando se denuncia abusos, intereses económicos, manipulación de la
fe sincera de las personas.
Por aquí va la propuesta de la
vida cristiana. Algunos la limitan a lo sagrado llenando la vida de prácticas
religiosas. Estas han de ser expresión del pasar haciendo el bien en la vida
concreta. De lo contrario, son prácticas vacías que Dios aborrece. Tal vez nos
ayude revisar cómo hacemos el bien en lo grande y lo pequeño, en lo privado y
en lo público, en lo cotidiano y en lo estructural. Posiblemente así nos vamos
acercando más al Jesús a quien decimos amar y queremos seguir.
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