jueves, 31 de octubre de 2019


Los santos de la puerta de al lado

Comenzamos el mes de noviembre con la fiesta de todos los santos. Pero, ¿es posible hablar de santidad en este siglo XXI? ¿A alguien le interesa ser santo hoy? En algunos sectores el lenguaje de la santidad sigue utilizándose y algunas personas se preocupan por ser santas. Pero no es la conversación más cotidiana, ni el interés de la mayoría. Eso sí, a la gente del S.XXI le interesa la felicidad, la busca y no deja de tener planes y proyectos, aunque abunden las dificultades. ¿Será que esta búsqueda de felicidad tiene algo que ver con la santidad o es totalmente ajena a ella?

Todo depende de cómo concibamos la santidad. Si santo es separarse de este mundo y buscar una perfección personal, lo más seguro es que no interesa a muchos. Pero si nos apropiamos de la llamada a la santidad que hizo el Vaticano II “para todos” (y no sólo para la vida consagrada o para el ministerio ordenado), la propuesta puede ir muy de la mano de quien busca la felicidad y el sentido de su vida.

El Papa Francisco en su Exhortación Gaudete et Exultate (2016) retoma el tema y, sobre todo, lo centra en lo más importante: la perfección en el amor. Como en la mayoría de sus escritos, vuelve a enfatizar en la importancia del “pueblo de Dios”, porque somos llamados a la santidad como pueblo, en comunidad. Por razones históricas la experiencia comunitaria de los orígenes se fue privatizando y hasta el día de hoy muchas personas cultivan ese tipo de espiritualidad y, lo que es preocupante, algunos de los nuevos movimientos laicales también van por esa línea, añadiendo además un rigorismo moral exagerado. No es ese el horizonte de Vaticano II.

Pero bien, el Papa habla de “los santos de la puerta de al lado” que son los varones y mujeres del pueblo de Dios: “los padres que crían con tanto amor a sus hijos, los hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, los enfermos, las religiosas ancianas que siguen sonriendo (…) son aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios” (n.7). También el Papa dice que la santidad excede los límites de la iglesia católica porque el Espíritu suscita signos de su presencia, que ayudan a los mismos discípulos de Cristo” (n. 9).

Señala dos peligros para la santidad valiéndose de dos herejías antiguas: el gnosticismo y el pelagianismo. La santidad no es una doctrina que se aprende (gnosticismo) pero tampoco es una perfección humana que se consigue a fuerza de voluntad (pelagianismo). La santidad es don de Dios que se acoge y ella da fruto en nuestra vida.

La santidad es la “perfección en el amor”, y el Papa profundiza esta afirmación refiriéndose a dos textos imprescindibles de la vida cristiana. Las bienaventuranzas (Mt 5) que son el plan de vida del creyente y el juicio final (Mt 25), en el que la única condición para poder entrar al reino del Padre es reconocer al Señor en el hambriento, en el sediento, etc. “porque todo lo que hiciste con uno de estos más pequeños, a mí me lo hiciste”. Es otra manera de explicar lo que Juan, en su primera carta dice claramente: “quien no ama al prójimo a quien ve, no puede amar a quien no ve” (4, 20).

En la exhortación el Papa hace una larga explicación de cada una de las Bienaventuranzas porque, en verdad, daría mucha riqueza a la vida cristiana, centrarse más en ellas y no solamente en los 10 mandamientos, como normalmente se acostumbra.

La santidad es “ser pobres de espíritu” -según el evangelio de Mateo- que significa alcanzar la libertad interior, pero también vivir una existencia austera y despojada -como dice Lucas- al referirse a “Felices los pobres” (Lc 6,20)

La santidad es “ser manso, para poseer la tierra” a diferencia del orgullo que se cultiva en la sociedad. Los discípulos de Cristo están llamados a la mansedumbre -fruto del espíritu-, propio de quien deposita toda su confianza en Dios.

La santidad es “saber llorar con los demás”, compartir el sufrimiento ajeno y afrontar las situaciones dolorosas. No dejarse llevar por la indiferencia sino solidarizarse con el sufrimiento del mundo para transformarlo.

La santidad es “tener hambre y sed de justicia”, porque estas necesidades básicas han de ser cubiertas para todo ser humano y es un clamor que los profetas ya hacían desde antiguo: “Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda” (Is 1,17).

La santidad es “ser misericordiosos” (Lc 6,36-38) mucho más diciente que el “ser perfectos” del evangelista Mateo (5, 48) porque nos remite a ese servicio incondicional hacia los demás como Dios mismo lo hace con cada uno de nosotros.

La santidad es tener “un corazón limpio para poder ver a Dios” que significa tener un corazón sencillo, sin doblez, auténtico, transparente.

La santidad es “trabajar por la paz” que supone el no excluir a nadie. Más aún, se nos llama a ser artesanos de la paz porque esta no se da fácilmente, no significa ausencia de conflicto, sino construcción continua de la búsqueda de consenso, de armonía, de posibilidad de vida para todos.

La santidad es “ser perseguidos a causa de la justicia” porque el reino de Dios reclama una sociedad justa y en paz y esto no se puede hacer sin una gran dosis de entrega personal para contrarrestar todos los obstáculos a la justicia que nacen de los intereses personales y los egoísmos grupales que, una y otra vez, retrasan la plenitud del reino.

En definitiva, cada una de las bienaventuranzas merece una reflexión detenida que permite entender la profundidad de la propuesta del reino. Pero, como lo propone el Papa, en definitiva “el gran protocolo por el que seremos juzgados” (Mt 25) es el de la misericordia que tuvimos con los demás viendo en ellos al mismo Cristo que sufre y reclama nuestro amor.

Los “santos de la puerta de al lado” son todos los varones y mujeres que día a día construyen la vida social y ponen todo de su parte para sembrar el bien, el perdón, la justicia y la paz. A esta santidad estamos todos llamados. No decaigamos en el deseo de formar también parte de estos “santos de la puerta de al lado”.








sábado, 26 de octubre de 2019


Nuevos ministerios para la iglesia amazónica: sacerdotes casados y mujeres diáconos



Después de 21 días de estar reunidos en Roma, se presentó el Documento final del Sínodo Panamazónico, documento que es punto de llegada de un proceso que se inauguró con la visita del Papa Francisco a Puerto Maldonado en 2018, seguido de múltiples consultas y eventos, todos ellos encaminados a generar el proceso sinodal. Al mismo tiempo, este documento final es punto de partida para hacer efectivo lo allí consignado, comenzando así lo más importante del Sínodo; hacer posible el proceso de conversión integral que se desdobla en cuatro dimensiones -conversión pastoral, cultural, ecológica y sinodal. Es un camino ambicioso, pero es un camino rico en humanidad, en evangelio, en fidelidad a los pobres, en apertura a los signos de los tiempos, en audacia para proponer nuevos caminos eclesiales.

Los primeros beneficiados fueron los participantes de dicho evento. Estuvieron durante 21 días empeñados en llevar adelante las propuestas surgidas del proceso previo de escucha, buscando abrir esos caminos “nuevos” tan urgentes para la evangelización actual. Las noticias nos hicieron saber que no faltaron las voces conservadoras y descalificadoras del sínodo. Pero también nos mostraron el protagonismo de las mujeres -especialmente las religiosas comprometidas con la evangelización en la Amazonía-, de los/as indígenas y del Papa Francisco. Y el documento final permite ver que, en verdad, permanecieron las demandas del proceso sinodal y ahora han quedado en manos del Papa para que las haga realidad. ¡Dios le ayude a hacerlo! y que no lo retrasen las fuerzas contestarias que, siendo pocas, siembran dudas y miedos en muchos.

Tal vez, las demandas más insistentes y a la vez más audaces -frente a esta iglesia que se resiste al cambio- eran las de ampliar los ministerios, entre ellos el de ordenar sacerdotes casados y el del diaconado para las mujeres. Algunas voces afirmaron que el sínodo no debería centrarse en estos aspectos y otras siguen insistiendo en que las peticiones que hacen las mujeres de una participación más plena en la iglesia, sería “ceder” a los movimientos sociales que trabajan por la igualdad de la mujer. Más bien se podría decir que no atender a estas demandas es no entender el principio de “encarnación” que nos remite a leer los signos de los tiempos porque es en esta historia, con sus luces y desafíos, donde Dios se revela y donde podemos responderle. Por supuesto que el Sínodo es mucho más que lo “ministerial” pero esto no es insignificante sino que, precisamente, toca la estructura eclesial, la cual de no “convertirse” corre el peligro de fracasar estruendosamente y perder todos sentido en su ser y quehacer en el mundo.

El capítulo quinto del documento final es el que trata de los “nuevos caminos para la ministerialidad eclesial”. Recojamos aquí algunas de las propuestas más significativas:
“Reconocemos la necesidad de fortalecer y ampliar los espacios para la participación del laicado, ya sea en la consulta como en la toma de decisiones en la vida y en la misión de la Iglesia” (n.94).
“Para la iglesia amazónica es urgente que se promuevan y se confieran ministerios para hombres y mujeres de forma equitativa (…) Es la iglesia de hombres y mujeres bautizados que debemos consolidar promoviendo la ministerialidad y, sobre todo, la conciencia de la dignidad bautismal” (n.95).
“Además, el Obispo puede confiar, por un mandato de tiempo determinado, ante la ausencia de sacerdotes en las comunidades, el ejercicio de la cura pastoral de la misma a una persona no investida del carácter sacerdotal, que sea miembro de la comunidad” (n. 96).
“La iglesia en la Amazonía quiere ‘ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la iglesia’. No reduzcamos el compromiso de las mujeres en la iglesia, sino que promovamos su participación activa en la comunidad eclesial. Si la iglesia pierde a las mujeres en su total y real dimensión, la iglesia se expone a la esterilidad” (n.99).
“Se pide que la voz de las mujeres sea oída, que ellas sean consultadas y participen en las tomas de decisiones y, de este modo, puedan contribuir con su sensibilidad para la sinodalidad eclesial (…) Es necesario que ella asuma con mayor fuerza su liderazgo en el seno de la iglesia y que ésta lo reconozca y promueva reforzando su participación en los consejos pastorales de parroquias y diócesis, o incluso en instancias de gobierno” (n. 101).
“Reconocemos la ministerialidad que Jesús reservó para las mujeres. Es necesario fomentar la formación de mujeres en estudios de teología bíblica, teología sistemática, derecho canónico, valorando su presencia en organizaciones y liderazgo dentro y fuera del entorno eclesial (…) Pedimos revisar el Motu Propio de San Pablo VI, Ministeria quedam, para que también mujeres adecuadamente formadas y preparadas puedan recibir los ministerios del Lectorado y el Acolitado, entre otros a ser desarrollados. En los nuevos contextos de evangelización y pastoral en la Amazonía, donde la mayoría de las comunidades católicas son lideradas por mujeres, pedimos sea creado el ministerio instituido de “la mujer dirigente de la comunidad” y reconocer esto, dentro del servicio de las cambiantes exigencias de la evangelización y de la atención a las comunidades” (n.102).
“En las múltiples consultas realizadas en el espacio amazónico, se reconoció y se recalcó el papel fundamental de las mujeres religiosas y laicas en la Iglesia de la Amazonía y sus comunidades, dados los múltiples servicios que ellas brindan. En un alto número de dichas consultas, se solicitó el diaconado permanente para la mujer. Por esta razón el tema estuvo también muy presente en el Sínodo” (n. 103).
“Para la Iglesia Amazónica es urgente la promoción, formación y apoyo a los diáconos permanentes, por la importancia de este ministerio en la comunidad” (n. 104).
“Considerando que la legítima diversidad no daña la comunión y la unidad de la Iglesia, sino que la manifiesta y sirve (LG 13; OE 6) lo que da testimonio de la pluralidad de ritos y disciplinas existentes, proponemos establecer criterios y disposiciones de parte de la autoridad competente, en el marco de la Lumen Gentium 26, de ordenar sacerdotes a hombres idóneos y reconocidos de la comunidad, que tengan un diaconado permanente fecundo y reciban una formación adecuada para el presbiterado, pudiendo tener familia legítimamente constituida y estable, para sostener la vida de la comunidad cristiana mediante la predicación de la Palabra y la celebración de los Sacramentos en las zonas más remotas de la región amazónica. A este respecto, algunos se pronunciaron por un abordaje universal del tema” (n.111).
Estas propuestas si logran ponerse en marcha, podrán cambiar el rostro de la iglesia, no solo en la Amazonía, sino en la iglesia universal. Y esto es urgente porque la “reforma” de la iglesia que el Papa Francisco está impulsando ha de pasar por una “conversión estructural” que permita devolverle a la iglesia la audacia, fidelidad y parresia que tuvo en sus orígenes.
Todos los otros capítulos del documento merecen una lectura atenta y una apertura grande para acogerlos. Adelantemos aquí algunas de las propuestas: asumir el “pecado ecológico” (n.82), crear un “rito amazónico propio” (n.119), denunciar los “atentados contra los indígenas y su tierra” (n.46), rechazar toda evangelización de “estilo colonialista” (n.55) y todo “proselitismo” (n.56) , comprometernos con la “ecología integral” como único camino posible para salvar la región (n.67), denunciar la violación de los derechos humanos y la destrucción extractiva (n. 70), descentralizar las estructuras de la iglesia para una mayor sinodalidad (n.91); formación inculturada para los futuros presbíteros (n. 108), empoderar a las personas con un sano sentido crítico (n.59), traducción de la Biblia a las lenguas indígenas (n.24); promover el diálogo ecuménico, interreligioso e intercultural (n.24), reconocer la riqueza y espiritualidad de la teología india, la teología de rostro amazónico y la piedad popular (n.54).
Los participantes en el sínodo ya hicieron su tarea. Ahora a todos nos queda el compromiso de la recepción creativa. Que el Espíritu nos fortalezca y hagamos realidad todo lo que de nosotros depende.




martes, 15 de octubre de 2019

¿No será posible diseñar otro modelo económico?

El ejemplo de los indígenas del Ecuador ha sido muy impresionante. Algunos dirán que la protesta solo trae violencia y que así no se hacen las cosas. Sin embargo, creo que, hasta el día de hoy, muy pocas cosas se han conseguido “por las buenas”. Casi siempre se necesita mucha decisión y coraje, mucha resistencia y persistencia para conseguir aquello que es justo. Los indígenas ecuatorianos consiguieron derogar el decreto de quitar el subsidio a la gasolina. Veremos si el diálogo que seguirán teniendo con el presidente, consigue una alternativa viable que, en verdad, promueva la justicia y no aumente la pobreza.

Pero Ecuador es solo un caso de los muchos que existen, al menos en América Latina. Argentina lleva cuatro años de implementación de medidas económicas neoliberales, de préstamos millonarios por parte del FMI, de favorecimiento a los grandes capitales y el resultado de todo esto ha sido el aumento de la pobreza en un porcentaje exagerado: 35,4% según un informe de la Universidad Católica de Argentina. Las próximas elecciones parece que mostrarán el rechazo a este modelo, pero no faltan sectores de la sociedad que siguen empeñados en continuarlo, con aquello de que es la única manera de hacer crecer la economía.

Colombia no se queda atrás. El ministro de hacienda no hace sino proponer una y otra vez medidas de ese mismo corte neoliberal. Vende la idea de que bajando impuestos a los ricos se crearan más puestos de trabajo, se atraerán las inversiones extranjeras, etc., y, lo que es peor, muchos compran esa idea y la apoyan, la mayoría de las veces bajos los slogans “mentirosos” de que no hacerlo es dejar entrar al populismo, al chavismo, al comunismo, etc.

Ahora bien, lo que desconcierta más, es que entre los que apoyan tales medidas hay buen número de cristianos, de comunidades religiosas, de sacerdotes, de obispos. El caso que sucedió hace poco de una “supuesta monja” que vino a defender al expresidente Uribe el día que lo llamaron a indagatoria, no está muy lejos de la realidad de muchas personas de fe que fueron (y siguen siendo) bien uribistas, bien guerreristas (no apoyaron para nada los esfuerzos por la paz), bien capitalistas porque reniegan de cualquier beneficio social que se les de a los pobres, considerando que todos son unos perezosos, atenidos, vagos, etc.

Ante esto y tantas otras situaciones que podríamos describir, sería bueno meditar a fondo las palabras del Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: “Así como el mandamiento de “no matar” pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”. Esa economía mata (…). Hoy todo entra en el juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida (…). En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del “derrame” que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la liberad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera” (53-54).

Qué tal si los cristianos nos convenciéramos de esto y proclamáramos “a tiempo y a destiempo” que en la vida no todo es economía y menos obtener “más y más” ganancia. Que la vida sobria y austera permite la solidaridad y podría superar la pobreza. Que tal que nos arriesgáramos a “evangelizar” con la propuesta del reino, donde a nadie se le excluye, sino que se estrecha la mesa para que todos quepan. Mucho podríamos hacer los cristianos si descolonizáramos nuestra mente del sistema neoliberal y nos empeñáramos en diseñar otro modelo económico posible que favorezca en verdad la vida y no nos haga cómplices de una “economía que mata” por mucho que no la vendan como la única opción posible que nos queda. Grande tarea tenemos entre manos. ¿Seremos capaces de responder desde el evangelio a estos desafíos presentes? Que el ejemplo de los indígenas ecuatorianos -que no sé si lo hacen por la fe, pero seguro lo hacen por la propia humanidad, por su conciencia de pueblo, por sus legítimos derechos- nos interpele y nos saque de una vez por todas de esa “globalización de la indiferencia”.





sábado, 5 de octubre de 2019


Por una Iglesia y una espiritualidad profética y ecológica

Del 6 al 27 de octubre del presente año se llevará a cabo el Sinodo Panamazónico convocado por el Papa Francisco en 2017 con el objetivo de “encontrar nuevos caminos para la evangelización de aquella porción del Pueblo de Dios, sobre todo de los indígenas, muchas veces olvidados y sin una perspectiva de un futuro sereno, también por la causa de la crisis de la foresta amazónica, pulmón de fundamental importancia para nuestro planeta”.

La Amazonía está formada por nueve países: Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela, Suriname, Guayana Inglesa y Guayana Francesa. Allí se concentra un tercio de las reservas forestales primarias del mundo. Habitan unos 34 millones de habitantes, de los cuales más de tres millones son indígenas, pertenecientes a más de 390 grupos étnicos.

La preparación al Sínodo la inauguró oficialmente el Papa en su viaje a Puerto Maldonado (Perú) en 2018, donde mostró su preocupación por los indígenas: “Probablemente los pueblos originarios amazónicos, nunca estuvieron tan amenazados como ahora. La Amazonía es una tierra disputada desde varios frentes”. Posteriormente se elaboró el Documento preparatorio y se escucharon alrededor de 87.000 voces distintas, unas 22.000 en consulta directa y 65.000 en procesos preparatorios hacia la consulta. Participaron comunidades, parroquias, vicariatos y diócesis. Hubo 260 eventos: asambleas territoriales, foros temáticos y ruedas de conversación. El 90% de los obispos amazónicos participó en el proceso. Todo esto lo recogió la REPAM (Red Eclesial Panamazónica), organismo eclesial creado para establecer una pastoral de conjunto con prioridades diferenciadas, buscando un modelo de desarrollo que privilegie a los pobres y sirva al bien común. Este insumo contribuyó a la elaboración del Documento de Trabajo (Instrumentum laboris). Este documento fue publicado el pasado 17 de junio y será el punto de partida del Sínodo.

¿Qué tiene que ver este Sínodo con nuestra fe y espiritualidad? Puede parecer una realidad distante y que prácticamente no nos afecta. Pero no es así. El Sínodo nos hace una fuerte interpelación que deberíamos acoger y dejarnos transformar por ella.

En primer lugar, el cuidado de la “casa común” nos implica a todos y tiene que ver con nuestra fe. El libro del Génesis comienza afirmando a Dios como creador de cielo y tierra y de todo lo que hay en ella, incluido el ser humano. Ese mundo fue puesto en nuestras manos para preservarlo y garantizar la vida en todos los sentidos. En otras palabras, la preocupación ecológica no sólo es un problema mundial y un desafío actual, sino que también es un compromiso inherente a la fe si creemos en el Dios bíblico. De ahí la Encíclica de Francisco, “Laudato si” (2015), en la que nos llama a la “conversión ecológica”, una conversión integral por la defensa de la vida en todo sentido pero, especialmente, la vida de la creación, tan amenazada por la explotación irracional que solo busca el lucro y la mayor ganancia y que afecta, en primer lugar, a los más pobres de la tierra.

En segundo lugar, tanto la Encíclica Laudato Si como el Sínodo Panamazónico, nos están hablando de una fe “profética” y “ecológica”. El Instrumentum laboris es un ejemplo muy claro de una fe que se toma en serio la realidad, se compromete con los problemas actuales y busca transformarlos pero, no de cualquier manera, sino levantando la voz y “denunciando” todo aquello que no está de acuerdo con el plan de Dios y necesita una conversión urgente. 

El Instrumentum laboris está estructurado en tres partes: (1) La voz de la Amazonía (2) Ecología integral: clamor de la tierra y de los pobres (3) Iglesia profética en la Amazonía: desafíos y esperanzas-. Comienza haciendo un llamado a los obispos para que “escuchen” a los pueblos amazónicos: “Pidamos ante todo al Espíritu Santo, para los padres sinodales, el don de la escucha: escucha de Dios, hasta escuchar con Él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama” y continua describiendo muy bien las amenazas que afectan la Amazonía: la destrucción extractivista, la urgencia de protección de los pueblos indígenas en aislamiento voluntario, la migración, la urbanización, la corrupción, la falta de salud, de educación, de respeto a sus culturas, etc. Y con la misma voz profética de la Biblia que levanta la voz ante la opresión del pueblo en Egipto (Ex 3, 7-8) (n.23), el instrumentum laboris denuncia “la connivencia o permisividad de los gobiernos locales, nacionales y las autoridades tradicionales (los mismos indígenas)” para permitir la explotación de la creación solo buscando intereses económicos sin detenerse a pensar en las nefastas consecuencias para la creación y los pueblos (n.14). Más aún, hace un fuerte llamado a las instituciones eclesiales a que no caigan en el juego de recibir donaciones que parece van a mejorar la situación, cuando en verdad, los que las ofrecen están buscando solo intereses económicos (n. 83).

El instrumentum laboris “sugiere” lo que la Iglesia podría hacer para responder a todas estas amenazas. Lógicamente la iglesia no pretende solucionar un problema que es de toda la sociedad y que, además, excede sus pretensiones que son propiamente evangelizadoras, pero el documento si muestra “nuevos caminos para la Iglesia y para la ecología integral” -título del sínodo- al proponer la “escucha” a esos pueblos, el “diálogo” con los pueblos amazónicos considerándolos verdaderos interlocutores y la puesta en práctica de la inculturación e interculturalidad (ser capaces de dejarse enseñar también por la sabiduría indígena y el “buen vivir” que estos pueblos poseen) a nivel de doctrina, liturgia, pastoral, ecología, conversión.

Los medios de comunicación se han centrado en la posibilidad de ordenar varones casados de entre los mismos indígenas para responder a la falta de ministros para celebrar la eucaristía en los lugares más apartados. Pero esto no es lo más importante de este Sínodo. Lo importante es todo lo que dijimos antes. “Escuchar, dialogar y transformar” permitirán una iglesia con rostro amazónico, abriendo así la posibilidad a una iglesia con distintos rostros; una iglesia en salida -como tanto ha repetido Francisco- en salida de sus propias seguridades y puntos de vista para estrenar nuevos caminos de evangelización; una iglesia profética que se compromete con la realidad actual y no teme ser criticada por ello -se sabe de la incomodidad de algunos gobiernos y empresas extractivistas por estas denuncias de la iglesia-; y una iglesia comprometida con los más pobres de la tierra, en este caso, los indígenas que en el pasado fueron colonizados con el beneplácito, muchas veces, de la misma iglesia, y que aún hoy nos son tenidos en cuenta como verdaderos sujetos eclesiales.

Ojalá el sínodo sea un kairós de novedad, profecía y compromiso. Y que todos en la iglesia acojamos esos horizontes para que lo que en Amazonía se pueda hacer realidad, se haga también en todos los otros rostros de la iglesia que necesitan pasos audaces para mostrar efectivamente que nuestra fe no es un intimismo autoreferencial sino una fe profética y ecológica, defensora de la vida en su sentido pleno: la creación y los más pobres de la tierra.


martes, 1 de octubre de 2019


La misión, esencialmente, no es dar sino darse

Hace dos meses dieron una noticia sobre una religiosa que llevaba más de 50 años en la India sirviendo como misionera, médica y profesora y en lugar de renovarle la residencia para permanecer allí, le llegó la orden de abandonar el país en 10 días. Por supuesto, las autoridades migratorias no adujeron las razones para esa decisión, pero se sobreentiende que deben ser políticas del país para evitar que crezca el número de cristianos y fomentar que el hinduismo sea practicado mayoritariamente. Lógicamente esta no es la única noticia de este tipo. Ha sido una constante en diferentes lugares, además, de la violencia que algunos cristianos han sufrido en aquellos países a manos de grupos fundamentalistas. Todas estas situaciones suscitan nuevamente algunas preguntas a la misión ad gentes. ¿Tiene sentido ir a otros países mayoritariamente no cristianos? En el contexto actual de pluralismo religioso, ¿para qué anunciar el evangelio de Jesucristo? ¿no bastaría con que cada uno practique la religión en la que ha nacido y no pretenda anunciar a otros la fe cristiana? ¿tiene sentido considerar los países no cristianos como países de misión? ¿sigue vigente el mandato misionero de Jesucristo?

No es fácil contestar estas preguntas por las complejas realidades actuales (no porque el mandato misionero de Jesús no tenga sentido). Ahora bien, ya muchas comunidades dedicadas a la misión ad gentes están haciendo valiosas reflexiones que nos darían muchas luces sobre estos interrogantes. Aquí, por tanto, solo pretendemos hacer algunos comentarios con el ánimo de alimentar la reflexión, sin pretender dar respuestas definitivas.

La dimensión misionera de la vida cristiana es inseparable de esta. “Dar gratis lo que se ha recibido gratis” (Mt 10,8) o “no poder dejar de hablar de lo que se ha visto y oído” (Hc 4,20) es la experiencia existencial de aquellos que se han encontrado con Jesucristo, no por sus propios méritos sino por la iniciativa divina que salió a su encuentro. Por tanto, la misión tiene sentido y lo tendrá siempre, porque no es una iniciativa propia, ni un mensaje para enseñar sino una experiencia de vida para compartir. Pero, la manera de entender la misión y de vivirla, ha de irse replanteando continuamente para responder a los desafíos de cada momento. Además, no se puede dar una única respuesta sino tantas como los lugares nos lo exijan porque las situaciones son muy distintas y a todo ello hemos de responder. Inclusive hoy se tiene más conciencia de que los países de misión no son solo aquellos donde no hay mayoría cristiana, sino que incluso, en los países llamados cristianos, ha aumentado tanto el secularismo que bien vale un nuevo anuncio del kerygma (primer anuncio) porque ya muchos no conocen los mínimos fundamentos de la fe cristiana.

Pero ¿por qué hacerlo? ¿cómo hacerlo? ¿para qué hacerlo? Para responder nos puede iluminar el misterio de la encarnación: nuestro Dios se hizo ser humano en Jesús de Nazaret y, por eso, todo lo humano es presencia divina. Más aun, solo en lo humano podemos encontrar y amar a Dios. De ahí que el desplazamiento geográfico a otros lugares tiene plena vigencia porque en todas partes están los hijos e hijas de Dios a quien hemos de amar y servir. Ahora bien, eso lo puede hacer cualquiera, sin tener que recurrir a una confesión religiosa para realizarlo. De hecho, muchas personas lo hacen por motivos puramente humanitarios y con total generosidad. ¿Qué es entonces lo específico de la fe cristiana? Creo que la respuesta es al mismo tiempo “nada” y “todo”. Es decir, todo aquello que construya humanidad y todos aquellos que se deciden a hacerlo, están construyendo reino de Dios (usando la terminología cristiana) y eso es lo que a Dios le agrada: “¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo. Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán a tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano” (Is 58, 6-7).

Cuando todo lo anterior se hace desde el horizonte de la misión tiene la especificidad de que se quiere testimoniar la manera como Jesús nos enseñó quién es Dios. El Dios revelado por Jesús es el Padre-Madre que ama al ser humano sin límite, ni medida (L 6, 38) y lo ama no porque sea bueno y lleno de virtudes, sino simplemente porque es hijo e hija suya. De ahí que su distintivo es la entrega no de cosas sino de sí mismo. Así lo vivió Jesús: “El Padre me ama porque yo mismo doy mi vida y la volveré a tomar. Nadie me la quita, sino que yo mismo la voy a entregar. En mis manos está el entregarla…” (Jn 10, 17-18). Es decir, la misión que vale la pena impulsar ha de estar atravesada por la entrega de sí mismo, por el darse a todos, con un amor como lo describe Pablo en la primera carta a los corintios: “paciente, servicial, sin envidia, sin apariencia, sin buscar su propio interés (…)” (1 Cor 13, 4ss).

Actualmente se podría decir de los misioneros lo mismo que le decían a Pablo: “Mientras tanto, nosotros proclamamos un Mesías crucificado. Para los judíos ¡qué escándalo más grande! Y para los griegos ¡qué locura! Él, sin embargo, es Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios para aquellos que Dios ha llamado” (1,23-24). La misión ad gentes puede resultar escándalo para unos y locura para otros pero es la sabiduría divina que nos invita a “darnos” a todos y en todo tiempo, sin temor a las dificultades e incomprensiones que conlleva la realidad humana que Dios nos ha confiado.