viernes, 29 de abril de 2022

 

De suegras, biblia y algo más….

 

Olga Consuelo Vélez 

 

En la Audiencia General del pasado miércoles 27 de abril, el papa Francisco hizo una catequesis sobre la vejez, refiriéndose a Noemí, la suegra de Rut (del libro bíblico que lleva este nombre), buscando llamar la atención sobre el cuidado y amor que merecen los ancianos en una sociedad que los está dejando de lado, perdiendo así, esa “fuerza de amor inimaginable, capaz de relanzar la esperanza y el futuro”.

 

Por supuesto el amor de la familia y, especialmente, el cuidado de los ancianos es un tema importante que ha de ser tratado, profundizado, reflexionado y, sobre todo, asumido como parte de la experiencia humana ya que los ancianos, lejos de ser un estorbo, son fuente de sabiduría, memoria colectiva y posibilidad de generosidad recíproca entre el cuidado que ellos requieren y las personas que ejercen esa labor. Sin embargo, resulta curioso el texto que Francisco emplea para hacer esta catequesis y las concepciones que él tiene sobre las suegras. Por una parte, refleja la mentalidad generalizada que la sociedad ha acuñado sobre la relación suegra-nuera y, por esto, ha tenido resonancia en los diarios que han titulado, entre otros, así: “El papa Francisco, sobre las suegras: No sois el diablo pero tened cuidado con vuestras lenguas” (El Correo); El papa Francisco pide que se trate mejor a las suegras pero que ellas no critiquen” (El Tiempo); “El Papa aconseja: Cuidad las relaciones con las suegras. A veces, son especiales, pero te lo dieron todo. Hacedlas felices” (Religión Digital); Papa Francisco ora por las suegras y les hace un curioso llamado: tengan cuidado con su lengua” (Revista Semana); etc.

 

No es la primera vez que los diarios hacen eco de las palabras de Francisco. Es excelente cuando retoman sus pronunciamientos sobre temas sociales porque, en general, son muy acertados y reflejan los valores del evangelio. Pero en este caso, no ha sido acertado y, desde mi punto de vista, decepciona en un doble sentido. Como ya lo dije, la imagen sobre suegra y nuera es típica de la sociedad patriarcal en la que a las mujeres se nos atribuyen rivalidades y, especialmente, por el “varón” que la madre pierde y la esposa gana. Incluso el Papa, como lo destacan el Religión digital, le dice a la nuera que ha de ser agradecida con la suegra porque ‘se lo dio todo’. En esa concepción de la mujer que tiene como finalidad de su vida tener un marido, efectivamente, la suegra es la que lo hace posible. Y a las suegras, -parece que el papa quiere corregir a estas dos mujeres rivales-, les exhorta a que tengan cuidado con la lengua que es uno de sus pecados. Típica imagen de la mujer como chismosa, enredista y celosa de su nuera porque le robó el cariño de su hijo. Pero estas imágenes de mujer están cada vez más lejos de la realidad actual. Gracias al feminismo y, también desde el punto de vista religioso -a la teología feminista-, la mujer tiene unos horizontes más amplios y su realización es mucho más integral. Por supuesto, esto sigue viviéndose literalmente como lo dice el papa en algunos contextos y, lo grave, es que se refuerza con los textos bíblicos en lecturas tan acomodadas como Francisco lo hizo en esta catequesis.

 

El Papa se refiere al libro de Rut, como un espléndido libro, una joya de la Biblia. Y, en verdad es así. Habla de la alianza entre las generaciones, destacando el protagonismo de las mujeres. Pero es necesario liberar esta historia de esos estereotipos que Francisco infiere de un texto que no está centrado en suegras y nueras sino en la genealogía de David, concluyendo que “Booz engendró a Obed, Obed engendró a Jesé y Jesé engendró a David” (Rut 4, 21). En esa genealogía, el protagonismo de las mujeres es central: Rut y Noemí, encarnan la valentía de las mujeres para sobrevivir en aquellas sociedades donde no tienen lugar, si no cuentan con un varón que las sustente. Pero ellas no solo enfrentan la adversidad, sino que buscan que se cumpla la ley del levirato, es decir, la responsabilidad que tiene otro varón de la familia de garantizar la descendencia del difunto. El texto presenta la figura de Booz como un varón dispuesto a cumplir con dicha ley, lo que hace posible que la historia termine bien. Pero esto no ha de opacar que es una mujer extranjera la que hace posible esa descendencia y que el mismo texto así lo reconoce al introducirla en la lista de las mujeres ancestrales que edificaron la casa de Israel -Raquel y Lía- y esperando que sea como Tamar, ejemplo de sostén de la descendencia de Israel (Rut 4, 11-12). El texto dice mucho sobre la solidaridad entre Rut y Noemí y entre todas las mujeres (a las que no se les da nombre), todas ellas testigas de esta historia vivida por las protagonistas y, regocijándose con ellas, al punto de ser las que le ponen el nombre de Obed al hijo de Rut y reconociendo en ella a la mediadora de la bendición que llega de nuevo a Noemí.

 

Las catequesis son espacios privilegiados para que la Palabra de Dios ilumine nuestra realidad. Pero no ha de reforzar estereotipos y, para el caso que nos ocupa, imaginarios sobre las mujeres que no se pueden tolerar más. Pero esto supone enriquecer la lectura bíblica con las hermenéuticas actuales las cuales permiten abrir horizontes acordes con los tiempos que vivimos. El papa Francisco repite que las mujeres han de ocupar más espacios, pero no ha logrado entender los nuevos tiempos que vivimos las mujeres. Pero Él no es el único. Gran parte del clero tampoco lo entiende. Por el contrario, niegan la posibilidad de una hermenéutica feminista y se llenan de prejuicios contra ella. Por eso, no es de extrañar, que los titulares de los periódicos aprovechen los desaciertos y, de esa manera, contribuyan a que la Iglesia se vea cada vez más lejos de lo que los varones y mujeres de hoy viven, sienten, expresan y realizan. 

miércoles, 20 de abril de 2022

 

Mirar al mundo desde las víctimas para elegir al próximo presidente

 

Olga Consuelo Vélez

 

Estamos a un mes de las elecciones presidenciales en Colombia. Se intensifica, por tanto, el tiempo de campaña y los ánimos se encienden ante la necesidad de decidir por quién votar. Tendría que ser un tiempo de reflexión sobre las propuestas de cada uno de los candidatos. Sin embargo, esto no se hace con la suficiente dedicación porque en la política, como en otros aspectos de la vida, priman los sentimientos antes que la razón (no es que no haya que ponerle sentimiento a la política, pero se necesita un sano equilibrio para una correcta decisión).

Por esto, las expresiones espontáneas que la gente hace sobre los candidatos, se mueven más -al nivel de los afectos, imaginarios, slogans-, que sobre las propuestas de gobierno que proponen. Y, cuando se aduce a algunas de estas propuestas, están bastante mediatizadas por lo que los medios de comunicación transmiten que, casi siempre, las descalifican o distorsionan porque les interesa posicionar a un candidato y denigrar de los otros. De ahí que sea tan difícil hablar de política porque, muchas veces, no se esgrimen razones sólidas sino este nivel de afectos que, casi siempre, no admite diálogo porque no se está dispuesto a ceder por ningún motivo. Afortunadamente existen excepciones y por eso vemos a personas abiertas a cambiar sus opciones y, en concreto para estas elecciones, me sorprende gratamente la conciencia política de muchos jóvenes que “no están comiendo cuento” -como decimos los colombianos-; sino que aducen razones para determinarse por qué candidato votar. Ojalá que sean muchos más, no solo jóvenes sino también adultos los que se abran a lo que necesita el país y se comprometan conscientemente con ello.

De todas maneras, no sobra insistir, desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia, algunos de los criterios que podrían iluminar nuestra opción electoral y, para esto, la Encíclica Fratelli tutti (2020) del papa Francisco, tiene total vigencia. La propuesta que atraviesa la encíclica es precisamente la que se expresa en el título: “Hermanos/as todos”. Es la propuesta del reino de Dios anunciado por Jesús y es, en definitiva, lo central de la fe que profesamos. Sin detenernos ante los caídos en el camino y encargarnos de socorrerlos hasta que se recuperen totalmente (parábola del Buen Samaritano Lc 10, 25-37), no podemos decir que vivimos la fe cristiana porque en esto se concreta el amor a Dios o, en otras palabras, el bien común que, precisamente, es el objetivo de toda política.

La Encíclica afirma que la amistad social y la fraternidad universal no consisten solamente en actitudes individuales, sino que han de ser actitudes políticas y estructurales. Es decir, cuando el cristiano dice que quiere vivir la fraternidad no puede limitarla a amar a los suyos y a ayudar a unos cuantos pobres que encuentra en su camino. Esa fraternidad ha de encarnarse en las estructuras sociopolíticas y económicas en las que vive. De ahí que pensar en el bien común implica pensar en un proyecto de economía que no produzca víctimas: “ni una sola persona descartada”.

Por eso la encíclica, al referirse a la prioridad de la vida, señala la necesidad de luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra, de vivienda, de negación de los derechos sociales y laborales. Supone enfrentar los destructores efectos del imperio del dinero. Es exigir tierra, techo y trabajo, condiciones que hacen posible el camino hacia la paz. Es notoria la fuerza que el papa le ha dado en su pontificado (y que lo reafirma en esta encíclica) a los movimientos y a los líderes populares. Ellos encarnan los sueños colectivos del pueblo. Y la política ha de responder a estos sueños colectivos.

Francisco continúa denunciando que las visiones liberales rechazan la categoría pueblo porque tienen una visión individualista y acusan de populistas a los que defienden los derechos de los más débiles. Más aún afirma que la política no ha de hacerse para los pobres sino con los pobres, porque sin ellos la democracia se atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por su dignidad, por la construcción de su destino. Al referirse a la propiedad privada, recuerda que previo a este derecho está el destino universal de los bienes, colocándola como un derecho natural secundario.

La encíclica no habla de “polarizaciones” -término tan esgrimido en la actual contienda política- pero si aboga por la cultura del encuentro que no tiene nada que ver con estar en una postura neutra (lo cual es imposible) sino en encontrarse con el pueblo, quien es el sujeto de dicha cultura, y que exige no callar las reivindicaciones sociales porque si se pretende vivir como si los pobres no existieran y no se resuelven estructuralmente las casusas de su pobreza, no será posible la paz. En este sentido, la paz exige la verdad y la memoria histórica porque el pueblo tiene derecho a saber lo que pasó. Todo esto supone la justicia, la reconciliación, el perdón, el ser capaces de volver a empezar desde los últimos, desde las víctimas. Las religiones juegan un papel fundamental si en verdad contribuyen al bien común y a la promoción de los más pobres y, con mucha más razón, a la construcción de la paz. Ninguna religión debería admitir la intolerancia, la guerra, ni los sentimientos de odio.

En conclusión, leer esta encíclica con detenimiento, haría mucho bien a los creyentes. Y aunque sea difícil dejar ese nivel de los afectos que señalé al inicio, vivimos en un país que ha sido gobernado por la derecha, por las clases altas y, desafortunadamente, la iglesia institucional y muchos que se dicen creyentes, han estado casi siempre apoyando esa visión de país, de política, de economía, de sociedad. Por alguna razón que no acaba de entenderse, la institución eclesial cree que aliarse a este tipo de política garantiza los valores cristianos. Pero eso nunca se ha cumplido. La política que hemos vivido ha mantenido y profundizado la pobreza de las mayorías. Colombia se considera una de las naciones del continente con más injusticia social. ¿No será hora de promover un cambio? ¿de intentar caminos distintos? ¿de sentirnos pueblo (que de hecho lo somos, pero un pueblo con mentalidad clasista que no quiere ser confundido con el pueblo) y exigir cambios estructurales que garanticen la vida para los más pobres? ¿No será hora de “no comer cuento” y aliarnos al pueblo pobre que, aunque creemos que siempre se deja comprar el voto por una migaja, cada vez está más empoderado para luchar por sus derechos y exigir una política que responda a sus necesidades?

Ningún candidato tiene un programa perfecto. Ninguno logrará cambiar en cuatro años la injusticia estructural tan arraigada en nuestra patria y que además depende de muchas variables internas y externas. Todos nos pueden defraudar con el paso del tiempo. Pero sí hay programas mejores que otros. Sí hay candidatos que miran el mundo desde las víctimas y que han compartido esa misma condición y hablan con la autoridad de su origen y sus luchas. Sí hay programas que apuntan más al cuidado de la creación, al cumplimiento de los acuerdos de paz, al compromiso con la vida. Falta, por supuesto, liberarnos de tantos imaginarios falsos que continuamente nos asedian y desde la fe que decimos profesar “escuchar” el clamor de los pobres y elegir al candidato que nos parezca que, efectivamente, piensa más en el bien común. Esta es nuestra responsabilidad como creyentes y no podemos evadirla.

Nota: no es de extrañar que Francisco tenga enemigos dentro de la misma Iglesia. Su mensaje es contundente. Nos pide mirar el mundo desde los últimos, totalmente coherente con el reino de Dios anunciado por Jesús, a quién ya le dijeron sus discípulos: “Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?” (Jn 6, 60).

viernes, 15 de abril de 2022

 

Celebremos la Pascua en femenino

 

Olga Consuelo Vélez


 

Lo que sucede en el triduo pascual es bastante conocido para los que celebramos la fe. Entre la historia sagrada que nos contaron de niños/as, las muchas películas que relatan los acontecimientos de estos días y la liturgia anual con la que conmemoramos el triduo pascual, logramos conocer los personajes y los hechos acontecidos. Sin embargo, hasta ahora es que se hace el esfuerzo de visibilizar a las mujeres en estas celebraciones, no desde el papel asignado a ellas en la sociedad patriarcal sino desde lo que en realidad significaron en esos momentos cruciales de la vida de Jesús.

En el imaginario patriarcal es normal que las mujeres estén presentes en los acontecimientos, pero que no cuenten demasiado. Por ejemplo (aunque este texto no se refiere al misterio pascual, pero es muy conocido), en la multiplicación de los panes, el escritor sagrado dice que hubo comida para casi 5000 hombres sin contar mujeres y niños (Mt 14, 13-21). Ellas forman esa multitud que ronda la vida, pero no hace falta identificarlas con detenimiento; en ese caso sirven para mostrar que la multitud era inmensa y esto es suficiente. Es Jesús quien multiplica los panes y los discípulos los que los reparten.

En los momentos dolorosos, con más razón están presentes las mujeres porque el sufrimiento forma parte del papel que han de cumplir en la vida y que la sociedad patriarcal, refuerza. Las mujeres no le huyen al dolor, están ahí, de pie, más, si son sus seres queridos los que están sufriendo. Por eso no extraña que María, la madre de Jesús este allí, porque así son las madres, siempre acompañando a sus hijos en todas las situaciones. Y las otras mujeres, también aparecen solidarias y entre todas forman aquellos cuadros que las películas nos muestran de gritos, dolor, desgarro, haciendo muy trágicos y dolorosos esos relatos. No estoy diciendo que no hubo demasiado dolor en un hecho como la crucifixión, lo que quiero expresar es que las mujeres son las que lo encarnan ya que los discípulos, según el relato, habían huido muy asustados y preferían negar su pertenencia a ese grupo para no correr la misma suerte del maestro (curiosamente, aunque negaron a Jesús, parece que a los varones se les perdonan las cosas más fácilmente porque luego no se les recrimina demasiado…)

Ahora bien, los estudios sobre los orígenes cristianos y la presencia de las mujeres en ellos, nos están permitiendo descubrir otra manera de leer lo femenino y de remarcar el protagonismo que ellas tuvieron. Al acudir a las fuentes bíblicas, con los medios que hoy tenemos para interpretarlas, se rescatan sus nombres, liberándolas de ese anonimato plural de “las mujeres” que casi siempre se les aplica. Al pie de la cruz, según el evangelio de Marcos (15, 40-41) estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé, quienes, cuando él estaba en Galilea, le seguían y le servían; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén. Según los exégetas, para referirse a ellas se usan los dos verbos que tipifican el discipulado: “le seguían y le servían”. Es decir, estas mujeres son verdaderas discípulas y no solo ellas tres sino “otras muchas”, como dice el evangelista, quienes estaban con Jesús desde Galilea hasta Jerusalén. No es un grupo de mujeres que se conmueven ante el sufrimiento de Jesús y le acompañan por el sentimentalismo propio de las mujeres en la sociedad patriarcal, sino porque son discípulas y forman parte del movimiento de Jesús.

El evangelista Mateo (27, 55-56) nombra a María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo. Como podemos ver, a diferencia de Marcos que nombra a Salomé, Mateo nombra a la madre de los hijos de Zebedeo. Mateo dice que le servían. Esto podría identificarse con el servicio propio de las mujeres, con lo cual se quita fuerza al discipulado, pero convendría recordar que si algo caracteriza a los discípulos es el servicio. Según Lucas, Jesús les dice que “El está en medio de ellos como el que sirve” (22,27). Si esto es así, ¿por qué cuando relacionamos esa palabra con las mujeres se refiere al servicio ordinario y cuando es a los varones al servicio propio del discipulado? Necesitamos cambiar la mentalidad para asociar las palabras a las mujeres y recuperar todo el protagonismo que tuvieron.

Lucas no nombra a las mujeres que están al pie de la cruz porque este evangelista tiende a invisibilizarlas. Se refiere al genérico las mujeres que le habían seguido desde Galilea y que estaban lejos mirando estas cosas (Lc 23, 49). Pero al inicio del evangelio si había dado nombres concretos (8, 1-3): Algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían con sus bienes. Por supuesto esta expresión de servirle con sus bienes, las vuelve a colocar en el papel que la sociedad patriarcal les asigna de ayudar de muchas maneras. Pero lo que interesa es el conjunto de los evangelios que testimonian esa presencia discipular de las mujeres en el movimiento de Jesús.

El evangelista Juan (19, 25) es quien nos presenta a María la madre de Jesús, a la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y a María Magdalena. Pero aquí no podemos olvidar que Juan presentó a María como discípula en las bodas de Caná, cuando ella dice: “hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5). Por tanto, María no es solamente la madre que acompaña a su hijo hasta el final de sus días, es ante todo la primera discípula que estará en el acontecimiento de pentecostés, testimoniando que esta comunidad es, en verdad, un grupo de varones y mujeres que excede el clericalismo que hoy se sigue esgrimiendo como círculo dominante en la Iglesia y que nuestras liturgias siguen reforzando con la presencia de tanto clérigo en los altares.

María Magdalena llevará el día de la resurrección un protagonismo único: Jesús se le aparece y la envía a anunciar la buena noticia a los hermanos (Jn 20, 17-18; Mt 28, 8-10; Mc 16, 9-11). De ahí que hoy se le reconozca como primera testiga de la resurrección y apóstola entre los apóstoles.

Por lo tanto, recuperar los nombres de estas mujeres de los orígenes nos ayuda a pensar la pascua en femenino y esto no por una moda actual sino por justicia con el proyecto de reino, proyecto por el que Jesús entregó su vida y que consiste en esta familia de hermanas y hermanos, donde todos están llamados a ejercer los distintos ministerios para el bien de la comunidad. Dejar a las mujeres en el anonimato sigue sumergiendo a la Iglesia en esa institución anacrónica para este presente porque las mujeres ya no admiten más un segundo lugar, así, las autoridades eclesiásticas se empeñen en justificarlo como voluntad divina.

 

jueves, 7 de abril de 2022

Que nuestras obras muestren que creemos en la resurrección

 

Olga Consuelo Vélez

 

La vida cristiana gira en torno al misterio pascual. “Si Cristo no resucitó vana es nuestra fe” (1 Cor 15,14), resurrección que no solo es un recuerdo del pasado, sino que se sigue viviendo cada vez que se pasa “de la muerte a la vida” en nuestra historia actual.

La resurrección de Jesús fue la superación de su muerte con el “sí” de Dios a toda su vida. Ante el aparente triunfó de aquellos que gestaron su asesinato, se fue generando un movimiento de seguidores que afirmaban que Jesús había resucitado y seguía vivo entre ellos. Y no se quedaban en repetir las frases sino en mostrar con su vida que eso era así. Se notaba por “las obras y prodigios que realizaban en el pueblo” (Hc 5, 12) y sobre todo por el amor que vivían entre ellos: “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos” (Hc 4, 32).

Estamos cercanos a celebrar nuevamente el misterio pascual y podríamos preguntarnos qué gestos, qué signos, qué señales harían creíble para nuestros contemporáneos nuestra fe en la resurrección del Señor. Cómo decirles no solo con palabras, sino sobre todo con hechos, que la vida del Resucitado nos sigue impulsando hoy a comprometernos para transformar las realidades de muerte en realidades de vida. Intentemos proponer algunas actitudes pero que cada cual señale las que cree son más necesarias.

Creemos en la resurrección y la testimoniamos cuando defendemos la vida, toda vida y en todas las circunstancias. A veces los cristianos somos muy dados a levantar la voz cuando se habla del inicio de la vida o del final de la misma, pero olvidamos la vida de los niños, de los jóvenes, de los adultos y, sobre todo, la vida de los más empobrecidos, excluidos, marginados. Haría falta que nuestra voz se levante más claramente en todas las circunstancias donde la vida está en peligro. Ha sido muy valiosa la voz de los obispos del pacífico colombiano que han hablado claro y de manera contundente defendiendo la vida de sus comunidades de la convivencia de los alzados en armas con las fuerzas estatales. Verdaderamente han levantado su voz y corren peligro, pero si no hacen, desdicen del evangelio que predican.

Creemos en la resurrección cuando nos ponemos del lado de las víctimas, de los que exigen sus derechos, de los que trabajan por hacer de este mundo, un lugar posible para todos y todas. Aquí muchos rostros encarnan esas realidades: las mujeres, los indígenas, los negros, los jóvenes, la población de diversidad sexual, los migrantes, y podríamos nombrar a otros colectivos que realmente son excluidos y marginados, que no gozan de los derechos que por ser personas les pertenecen.

Creemos en la resurrección cuando cuidamos la creación, casa común para el bien de toda la humanidad. Está siendo muy difícil que los gobiernos tomen las medidas necesarias para detener la devastación ambiental. Además, los poderosos nos convencen de que es necesario generar ingresos y por eso no se pueden tomar otras alternativas. Y entonces ¿cuándo empezaremos a cuidar la creación? Recordemos que la resurrección no es solo de las personas sino de toda la creación, como lo dice Pablo en la primera carta a los Corintios: “Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (15, 28). La “nueva creación” como se suele llamar en los estudios de escatología no será algo nuevo que baje del cielo, sino este mismo mundo cuidado por quienes lo habitamos.

Creemos en la resurrección cuando apostamos por una iglesia sinodal, es decir, por una iglesia comunión, una iglesia donde todos y todas puedan sentirse en igualdad de condiciones, con los mismos derechos y deberes. La Iglesia es sacramento de Cristo Resucitado, por lo tanto, si no se esfuerza por mostrar los valores del reino, no puede hacer presente al Señor en medio de su pueblo. Y el papa Francisco ha propuesto el sínodo sobre la sinodalidad porque es consciente de que la forma cómo la iglesia hoy está organizada, no está siendo un testimonio creíble para muchos. Mientras no haya más espacios de participación para el laicado -mujeres y varones-, no se acabe el clericalismo -no sólo de los mismos clérigos sino de tanto laicado que lo fomenta- y mientras no sea una iglesia en salida, es decir, una Iglesia con las puertas abiertas que salga hacia las periferias humanas (…) que no tema herirse o accidentarse por salir a la calle en lugar de quedarse como una iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades (…) Una iglesia con menos miedo a equivocarse y más a quedarse encerrada en sus estructuras, en las normas que la vuelven implacable, en las costumbres donde se siente tranquila mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: ‘dadles de comer’ (Mc 6, 37) (Evangelii Gaudium nn. 46.49), no podrá ser la iglesia en la que se palpe que la resurrección de Jesús nos convoca y nos anima en todo nuestro compromiso.

Que la Semana Santa que celebraremos esta próxima semana, nos comprometa a dar un testimonio de la resurrección de Jesús a través de todas nuestras obras. Los discípulos afirmaban: “Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos de ello” (Hc 3, 15) y hoy somos nosotros los que hemos de seguir dando este testimonio. El Señor nos lo confía, esperemos no defraudarlo.