Que nuestras obras
muestren que creemos en la resurrección
Olga Consuelo Vélez
La vida cristiana gira en torno al misterio pascual. “Si
Cristo no resucitó vana es nuestra fe” (1 Cor 15,14), resurrección que no solo
es un recuerdo del pasado, sino que se sigue viviendo cada vez que se pasa “de
la muerte a la vida” en nuestra historia actual.
La resurrección de Jesús fue la superación de su muerte con
el “sí” de Dios a toda su vida. Ante el aparente triunfó de aquellos que
gestaron su asesinato, se fue generando un movimiento de seguidores que
afirmaban que Jesús había resucitado y seguía vivo entre ellos. Y no se
quedaban en repetir las frases sino en mostrar con su vida que eso era así. Se
notaba por “las obras y prodigios que realizaban en el pueblo” (Hc 5, 12) y
sobre todo por el amor que vivían entre ellos: “La multitud de los creyentes
tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino
que todo era en común entre ellos” (Hc 4, 32).
Estamos cercanos a celebrar nuevamente el misterio pascual y
podríamos preguntarnos qué gestos, qué signos, qué señales harían creíble para
nuestros contemporáneos nuestra fe en la resurrección del Señor. Cómo decirles
no solo con palabras, sino sobre todo con hechos, que la vida del Resucitado
nos sigue impulsando hoy a comprometernos para transformar las realidades de
muerte en realidades de vida. Intentemos proponer algunas actitudes pero que
cada cual señale las que cree son más necesarias.
Creemos en la resurrección y la testimoniamos cuando
defendemos la vida, toda vida y en todas las circunstancias. A veces los
cristianos somos muy dados a levantar la voz cuando se habla del inicio de la
vida o del final de la misma, pero olvidamos la vida de los niños, de los
jóvenes, de los adultos y, sobre todo, la vida de los más empobrecidos,
excluidos, marginados. Haría falta que nuestra voz se levante más claramente en
todas las circunstancias donde la vida está en peligro. Ha sido muy valiosa la
voz de los obispos del pacífico colombiano que han hablado claro y de manera
contundente defendiendo la vida de sus comunidades de la convivencia de los
alzados en armas con las fuerzas estatales. Verdaderamente han levantado su voz
y corren peligro, pero si no hacen, desdicen del evangelio que predican.
Creemos en la resurrección cuando nos ponemos del lado de
las víctimas, de los que exigen sus derechos, de los que trabajan por hacer de
este mundo, un lugar posible para todos y todas. Aquí muchos rostros encarnan
esas realidades: las mujeres, los indígenas, los negros, los jóvenes, la
población de diversidad sexual, los migrantes, y podríamos nombrar a otros
colectivos que realmente son excluidos y marginados, que no gozan de los
derechos que por ser personas les pertenecen.
Creemos en la resurrección cuando cuidamos la creación, casa
común para el bien de toda la humanidad. Está siendo muy difícil que los
gobiernos tomen las medidas necesarias para detener la devastación ambiental.
Además, los poderosos nos convencen de que es necesario generar ingresos y por
eso no se pueden tomar otras alternativas. Y entonces ¿cuándo empezaremos a
cuidar la creación? Recordemos que la resurrección no es solo de las personas
sino de toda la creación, como lo dice Pablo en la primera carta a los Corintios:
“Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se
someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo
en todos” (15, 28). La “nueva creación” como se suele llamar en los estudios de
escatología no será algo nuevo que baje del cielo, sino este mismo mundo
cuidado por quienes lo habitamos.
Creemos en la resurrección cuando apostamos por una iglesia
sinodal, es decir, por una iglesia comunión, una iglesia donde todos y todas
puedan sentirse en igualdad de condiciones, con los mismos derechos y deberes.
La Iglesia es sacramento de Cristo Resucitado, por lo tanto, si no se esfuerza
por mostrar los valores del reino, no puede hacer presente al Señor en medio de
su pueblo. Y el papa Francisco ha propuesto el sínodo sobre la sinodalidad
porque es consciente de que la forma cómo la iglesia hoy está organizada, no
está siendo un testimonio creíble para muchos. Mientras no haya más espacios de
participación para el laicado -mujeres y varones-, no se acabe el clericalismo
-no sólo de los mismos clérigos sino de tanto laicado que lo fomenta- y
mientras no sea una iglesia en salida, es decir, una Iglesia con las puertas
abiertas que salga hacia las periferias humanas (…) que no tema herirse o
accidentarse por salir a la calle en lugar de quedarse como una iglesia enferma
por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades (…) Una
iglesia con menos miedo a equivocarse y más a quedarse encerrada en sus
estructuras, en las normas que la vuelven implacable, en las costumbres donde
se siente tranquila mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos
repite sin cansarse: ‘dadles de comer’ (Mc 6, 37) (Evangelii Gaudium nn. 46.49),
no podrá ser la iglesia en la que se palpe que la resurrección de Jesús nos
convoca y nos anima en todo nuestro compromiso.
Que la Semana Santa que celebraremos esta próxima semana,
nos comprometa a dar un testimonio de la resurrección de Jesús a través de
todas nuestras obras. Los discípulos afirmaban: “Dios lo resucitó de entre los
muertos y nosotros somos testigos de ello” (Hc 3, 15) y hoy somos nosotros los
que hemos de seguir dando este testimonio. El Señor nos lo confía, esperemos no
defraudarlo.
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