Celebremos la Pascua en femenino
Olga Consuelo Vélez
Lo que sucede en el triduo pascual es bastante conocido para los que
celebramos la fe. Entre la historia sagrada que nos contaron de niños/as, las
muchas películas que relatan los acontecimientos de estos días y la liturgia anual
con la que conmemoramos el triduo pascual, logramos conocer los personajes y
los hechos acontecidos. Sin embargo, hasta ahora es que se hace el esfuerzo de
visibilizar a las mujeres en estas celebraciones, no desde el papel asignado a
ellas en la sociedad patriarcal sino desde lo que en realidad significaron en
esos momentos cruciales de la vida de Jesús.
En el imaginario patriarcal es normal que las mujeres estén presentes
en los acontecimientos, pero que no cuenten demasiado. Por ejemplo (aunque este
texto no se refiere al misterio pascual, pero es muy conocido), en la
multiplicación de los panes, el escritor sagrado dice que hubo comida para casi
5000 hombres sin contar mujeres y niños (Mt 14, 13-21). Ellas forman esa
multitud que ronda la vida, pero no hace falta identificarlas con detenimiento;
en ese caso sirven para mostrar que la multitud era inmensa y esto es
suficiente. Es Jesús quien multiplica los panes y los discípulos los que los
reparten.
En los momentos dolorosos, con más razón están presentes las mujeres
porque el sufrimiento forma parte del papel que han de cumplir en la vida y que
la sociedad patriarcal, refuerza. Las mujeres no le huyen al dolor, están ahí,
de pie, más, si son sus seres queridos los que están sufriendo. Por eso no
extraña que María, la madre de Jesús este allí, porque así son las madres,
siempre acompañando a sus hijos en todas las situaciones. Y las otras mujeres,
también aparecen solidarias y entre todas forman aquellos cuadros que las
películas nos muestran de gritos, dolor, desgarro, haciendo muy trágicos y
dolorosos esos relatos. No estoy diciendo que no hubo demasiado dolor en un
hecho como la crucifixión, lo que quiero expresar es que las mujeres son las
que lo encarnan ya que los discípulos, según el relato, habían huido muy
asustados y preferían negar su pertenencia a ese grupo para no correr la misma
suerte del maestro (curiosamente, aunque negaron a Jesús, parece que a los
varones se les perdonan las cosas más fácilmente porque luego no se les recrimina
demasiado…)
Ahora bien, los estudios sobre los orígenes cristianos y la presencia
de las mujeres en ellos, nos están permitiendo descubrir otra manera de leer lo
femenino y de remarcar el protagonismo que ellas tuvieron. Al acudir a las
fuentes bíblicas, con los medios que hoy tenemos para interpretarlas, se rescatan
sus nombres, liberándolas de ese anonimato plural de “las mujeres” que casi
siempre se les aplica. Al pie de la cruz, según el evangelio de Marcos (15,
40-41) estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de José, y
Salomé, quienes, cuando él estaba en Galilea, le seguían y le servían; y otras
muchas que habían subido con él a Jerusalén. Según los exégetas, para referirse
a ellas se usan los dos verbos que tipifican el discipulado: “le seguían y le
servían”. Es decir, estas mujeres son verdaderas discípulas y no solo ellas
tres sino “otras muchas”, como dice el evangelista, quienes estaban con Jesús desde
Galilea hasta Jerusalén. No es un grupo de mujeres que se conmueven ante el
sufrimiento de Jesús y le acompañan por el sentimentalismo propio de las
mujeres en la sociedad patriarcal, sino porque son discípulas y forman parte
del movimiento de Jesús.
El evangelista Mateo (27, 55-56) nombra a María Magdalena, María la
madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo. Como podemos
ver, a diferencia de Marcos que nombra a Salomé, Mateo nombra a la madre de los
hijos de Zebedeo. Mateo dice que le servían. Esto podría identificarse con el
servicio propio de las mujeres, con lo cual se quita fuerza al discipulado,
pero convendría recordar que si algo caracteriza a los discípulos es el
servicio. Según Lucas, Jesús les dice que “El está en medio de ellos como el
que sirve” (22,27). Si esto es así, ¿por qué cuando relacionamos esa palabra
con las mujeres se refiere al servicio ordinario y cuando es a los varones al
servicio propio del discipulado? Necesitamos cambiar la mentalidad para asociar
las palabras a las mujeres y recuperar todo el protagonismo que tuvieron.
Lucas no nombra a las mujeres que están al pie de la cruz porque este
evangelista tiende a invisibilizarlas. Se refiere al genérico las mujeres que
le habían seguido desde Galilea y que estaban lejos mirando estas cosas (Lc 23,
49). Pero al inicio del evangelio si había dado nombres concretos (8, 1-3):
Algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades:
María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana,
mujer de Cuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían con
sus bienes. Por supuesto esta expresión de servirle con sus bienes, las vuelve
a colocar en el papel que la sociedad patriarcal les asigna de ayudar de muchas
maneras. Pero lo que interesa es el conjunto de los evangelios que testimonian
esa presencia discipular de las mujeres en el movimiento de Jesús.
El evangelista Juan (19, 25) es quien nos presenta a María la madre de
Jesús, a la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y a María Magdalena. Pero
aquí no podemos olvidar que Juan presentó a María como discípula en las bodas
de Caná, cuando ella dice: “hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5). Por tanto,
María no es solamente la madre que acompaña a su hijo hasta el final de sus
días, es ante todo la primera discípula que estará en el acontecimiento de pentecostés,
testimoniando que esta comunidad es, en verdad, un grupo de varones y mujeres
que excede el clericalismo que hoy se sigue esgrimiendo como círculo dominante
en la Iglesia y que nuestras liturgias siguen reforzando con la presencia de
tanto clérigo en los altares.
María Magdalena llevará el día de la resurrección un protagonismo
único: Jesús se le aparece y la envía a anunciar la buena noticia a los
hermanos (Jn 20, 17-18; Mt 28, 8-10; Mc 16, 9-11). De ahí que hoy se le reconozca
como primera testiga de la resurrección y apóstola entre los apóstoles.
Por lo tanto, recuperar los nombres de estas mujeres de los orígenes
nos ayuda a pensar la pascua en femenino y esto no por una moda actual sino por
justicia con el proyecto de reino, proyecto por el que Jesús entregó su vida y
que consiste en esta familia de hermanas y hermanos, donde todos están llamados
a ejercer los distintos ministerios para el bien de la comunidad. Dejar a las
mujeres en el anonimato sigue sumergiendo a la Iglesia en esa institución
anacrónica para este presente porque las mujeres ya no admiten más un segundo
lugar, así, las autoridades eclesiásticas se empeñen en justificarlo como voluntad
divina.
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