viernes, 15 de abril de 2022

 

Celebremos la Pascua en femenino

 

Olga Consuelo Vélez


 

Lo que sucede en el triduo pascual es bastante conocido para los que celebramos la fe. Entre la historia sagrada que nos contaron de niños/as, las muchas películas que relatan los acontecimientos de estos días y la liturgia anual con la que conmemoramos el triduo pascual, logramos conocer los personajes y los hechos acontecidos. Sin embargo, hasta ahora es que se hace el esfuerzo de visibilizar a las mujeres en estas celebraciones, no desde el papel asignado a ellas en la sociedad patriarcal sino desde lo que en realidad significaron en esos momentos cruciales de la vida de Jesús.

En el imaginario patriarcal es normal que las mujeres estén presentes en los acontecimientos, pero que no cuenten demasiado. Por ejemplo (aunque este texto no se refiere al misterio pascual, pero es muy conocido), en la multiplicación de los panes, el escritor sagrado dice que hubo comida para casi 5000 hombres sin contar mujeres y niños (Mt 14, 13-21). Ellas forman esa multitud que ronda la vida, pero no hace falta identificarlas con detenimiento; en ese caso sirven para mostrar que la multitud era inmensa y esto es suficiente. Es Jesús quien multiplica los panes y los discípulos los que los reparten.

En los momentos dolorosos, con más razón están presentes las mujeres porque el sufrimiento forma parte del papel que han de cumplir en la vida y que la sociedad patriarcal, refuerza. Las mujeres no le huyen al dolor, están ahí, de pie, más, si son sus seres queridos los que están sufriendo. Por eso no extraña que María, la madre de Jesús este allí, porque así son las madres, siempre acompañando a sus hijos en todas las situaciones. Y las otras mujeres, también aparecen solidarias y entre todas forman aquellos cuadros que las películas nos muestran de gritos, dolor, desgarro, haciendo muy trágicos y dolorosos esos relatos. No estoy diciendo que no hubo demasiado dolor en un hecho como la crucifixión, lo que quiero expresar es que las mujeres son las que lo encarnan ya que los discípulos, según el relato, habían huido muy asustados y preferían negar su pertenencia a ese grupo para no correr la misma suerte del maestro (curiosamente, aunque negaron a Jesús, parece que a los varones se les perdonan las cosas más fácilmente porque luego no se les recrimina demasiado…)

Ahora bien, los estudios sobre los orígenes cristianos y la presencia de las mujeres en ellos, nos están permitiendo descubrir otra manera de leer lo femenino y de remarcar el protagonismo que ellas tuvieron. Al acudir a las fuentes bíblicas, con los medios que hoy tenemos para interpretarlas, se rescatan sus nombres, liberándolas de ese anonimato plural de “las mujeres” que casi siempre se les aplica. Al pie de la cruz, según el evangelio de Marcos (15, 40-41) estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé, quienes, cuando él estaba en Galilea, le seguían y le servían; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén. Según los exégetas, para referirse a ellas se usan los dos verbos que tipifican el discipulado: “le seguían y le servían”. Es decir, estas mujeres son verdaderas discípulas y no solo ellas tres sino “otras muchas”, como dice el evangelista, quienes estaban con Jesús desde Galilea hasta Jerusalén. No es un grupo de mujeres que se conmueven ante el sufrimiento de Jesús y le acompañan por el sentimentalismo propio de las mujeres en la sociedad patriarcal, sino porque son discípulas y forman parte del movimiento de Jesús.

El evangelista Mateo (27, 55-56) nombra a María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo. Como podemos ver, a diferencia de Marcos que nombra a Salomé, Mateo nombra a la madre de los hijos de Zebedeo. Mateo dice que le servían. Esto podría identificarse con el servicio propio de las mujeres, con lo cual se quita fuerza al discipulado, pero convendría recordar que si algo caracteriza a los discípulos es el servicio. Según Lucas, Jesús les dice que “El está en medio de ellos como el que sirve” (22,27). Si esto es así, ¿por qué cuando relacionamos esa palabra con las mujeres se refiere al servicio ordinario y cuando es a los varones al servicio propio del discipulado? Necesitamos cambiar la mentalidad para asociar las palabras a las mujeres y recuperar todo el protagonismo que tuvieron.

Lucas no nombra a las mujeres que están al pie de la cruz porque este evangelista tiende a invisibilizarlas. Se refiere al genérico las mujeres que le habían seguido desde Galilea y que estaban lejos mirando estas cosas (Lc 23, 49). Pero al inicio del evangelio si había dado nombres concretos (8, 1-3): Algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían con sus bienes. Por supuesto esta expresión de servirle con sus bienes, las vuelve a colocar en el papel que la sociedad patriarcal les asigna de ayudar de muchas maneras. Pero lo que interesa es el conjunto de los evangelios que testimonian esa presencia discipular de las mujeres en el movimiento de Jesús.

El evangelista Juan (19, 25) es quien nos presenta a María la madre de Jesús, a la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y a María Magdalena. Pero aquí no podemos olvidar que Juan presentó a María como discípula en las bodas de Caná, cuando ella dice: “hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5). Por tanto, María no es solamente la madre que acompaña a su hijo hasta el final de sus días, es ante todo la primera discípula que estará en el acontecimiento de pentecostés, testimoniando que esta comunidad es, en verdad, un grupo de varones y mujeres que excede el clericalismo que hoy se sigue esgrimiendo como círculo dominante en la Iglesia y que nuestras liturgias siguen reforzando con la presencia de tanto clérigo en los altares.

María Magdalena llevará el día de la resurrección un protagonismo único: Jesús se le aparece y la envía a anunciar la buena noticia a los hermanos (Jn 20, 17-18; Mt 28, 8-10; Mc 16, 9-11). De ahí que hoy se le reconozca como primera testiga de la resurrección y apóstola entre los apóstoles.

Por lo tanto, recuperar los nombres de estas mujeres de los orígenes nos ayuda a pensar la pascua en femenino y esto no por una moda actual sino por justicia con el proyecto de reino, proyecto por el que Jesús entregó su vida y que consiste en esta familia de hermanas y hermanos, donde todos están llamados a ejercer los distintos ministerios para el bien de la comunidad. Dejar a las mujeres en el anonimato sigue sumergiendo a la Iglesia en esa institución anacrónica para este presente porque las mujeres ya no admiten más un segundo lugar, así, las autoridades eclesiásticas se empeñen en justificarlo como voluntad divina.

 

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