lunes, 20 de febrero de 2023

 

¿Y si cuaresma fuera tiempo de una conversión eclesial “a fondo”?

Olga Consuelo Vélez

Comenzamos de nuevo el tiempo de cuaresma y convendría preguntarnos cómo no caer en un ciclo repetitivo de tiempos litúrgicos donde lo que cambia son los colores de los ornamentos litúrgicos y el tema de las predicaciones pero que no supone ninguna conversión significativa.

Podría decirse que no siempre tenemos que estar en conversión “a fondo” porque la vida ya se ha enrutado por un camino y es suficiente con hacer algunos ajustes. Con seguridad hay momentos que se viven y así y, a nivel personal, cada uno sabrá si necesita ajustes serios o basta con avivar el entusiasmo y la entrega.

Pero a nivel eclesial los cambios que se necesitan sí son “de fondo”. Y como la iglesia no es un templo o una normativa sino, ante todo, somos las personas que la formamos, la conversión eclesial “a fondo”, nos implica a todos. Hay hechos que lo ameritan: los jóvenes cada vez están más distantes de la Iglesia, las vocaciones, como tantas veces se dice, disminuyen y la gente, en general, ya no se preocupa por lo que diga la iglesia a nivel moral, sino que tiene sus propias convicciones y actúa conforme a ellas. No hay duda de que los abusos sexuales por parte del clero son una de las causas que más provoca rechazo entre la gente, sobre todo por las actitudes eclesiales de no denunciar abiertamente, de no tomar medidas drásticas y, sobre todo, de no ponerse del lado de las víctimas.

Hasta el día de hoy se oye en muchas predicaciones que la culpa de ese alejamiento de las personas de la institución eclesial es el mundo secularizado, la increencia, los vicios, la liberación de la mujer, el desenfreno social, la dictadura del relativismo, etc. Es decir, muchas causas externas que nos afectan y nos alejan de Dios. Seguramente hay una parte de verdad en esa apreciación porque somos seres muy influenciables con lo que nos llega y el ritmo actual del mundo nos envuelve y no es fácil ser lo suficientemente libres para mantenerse en las propias convicciones. Pero la otra parte de verdad es lo que ocurre al interior de la misma Iglesia y esto es lo que podemos reconocer y buscar cambiar desde dentro en este tiempo de cuaresma.

Se necesita urgente la conversión del modelo eclesial. De esa estructura piramidal y centrada en la figura del sacerdote, es necesario pasar a una estructura sinodal que, significa, una comunidad de hermanos y hermanas donde todos se disponen a caminar juntos. Parroquias que dejen de ser templos fríos y silenciosos y se conviertan en casas donde los que van se sienten a gusto porque se les conoce, se interesan por sus vidas y donde pueden dar sus opiniones, sugerencias y, efectivamente, son escuchados. No quiere decir que no se hayan dado algunos pasos en varias comunidades cristianas. Pero cuaresma podría ser un buen tiempo para mirar la comunidad eclesial en la que se participa y preguntarse qué modelo eclesial se vive allí. Y dependiendo la respuesta, tomar las medidas efectivas para transformarlo de manera que se parezca mucho más a la Iglesia de los orígenes cristianos.

Se necesita urgente la conversión de la separación entre la vida de fe y el mundo de la vida. Ser cristiano no es sacar tiempo para la oración diaria, la eucaristía, alguna devoción, alguna limosna, algún sacrificio, alguna norma moral que se cumple. Ser cristiano es vivir las 24 horas del día “haciendo el bien”. Eso implica preocuparse por lo social, lo político, lo económico, lo cultural, lo familiar, es decir, todos los aspectos de la vida, buscando cómo hacer para que prime el bien común, para que todo funcione de la mejor manera para todos, especialmente para los más necesitados. Y esa actitud comprometida con todos los aspectos de la vida es la que llena de sentido la oración (liberándose del intimismo), la que da contenido a la liturgia (liberándola de ritos vacíos), la que, como se dice desde hace mucho tiempo -hace de la vida una oración y de la oración una vida-. Que en esta cuaresma nos podamos preguntar por la implicación de toda nuestra vida en el ser cristiano, sin la dicotomía entre lo sagrado y lo profano, entre los momentos mal llamados “espirituales” y la vida cotidiana con absolutamente todas sus aristas.

Se necesita urgente la conversión hacia los temas más álgidos que por no enfrentarlos van creando ese muro de separación entre muchas personas y la Iglesia. Temas álgidos son la participación plena del laicado en la Iglesia y, con justa razón, de las mujeres. Es también la moral social y sexual que no parece caminar al ritmo de las comprensiones actuales que, no son relativismo, sino asumir la complejidad de lo humano y buscar diferentes salidas. Es también dar la cara por tantos abusos sexuales y de poder que han cometido miembros de la Iglesia y buscar reparar el dolor de las víctimas. En fin, en cada contexto salen temas complejos que no han de evadirse.

En definitiva, ojalá esta cuaresma nos confronte con la situación eclesial del momento y discernamos “a fondo” cómo convertirnos a una iglesia verdaderamente sinodal, una iglesia pobre y humilde, una iglesia “en salida” que no teme herirse, ni mancharse -como lo dijo el papa Francisco desde el inicio de su pontificado. Tal vez si asumimos una actitud de conversión eclesial, este tiempo de cuaresma dé abundantes frutos que alcancen a los que se han ido alejando y a los que nunca han estado en la Iglesia para que vuelvan a sorprenderse como lo hacían los contemporáneos de los primeros cristianos por la manera cómo vivimos, cómo nos amamos, cómo ayudamos a todos, motivándose así, a pertenecer a este grupo que no busca el poder sino el servicio, que sabe amar a todos y en todas las circunstancias.

domingo, 12 de febrero de 2023

 

Algunos innegociables para una Iglesia sinodal

Olga Consuelo Vélez

La propuesta del sínodo de la sinodalidad sigue su marcha. Comenzó la etapa continental en la que se reúnen las conferencias episcopales por continentes para elaborar otro documento que servirá para la finalización del sínodo en octubre de 2024.

Hace unos días se llevó a cabo la primera Asamblea continental con las Conferencias de Europa. Solo seguí algunas noticias, pero me llamó la atención lo que decía una de ellas y era que algunas de las Conferencias participantes, echaban en falta que se asumieran a fondo los temas más álgidos que en la etapa de consulta se habían señalado. No me extraña que esto suceda. Este tema de la sinodalidad es tan amplio que se ha desdoblado en muchos aspectos que pueden ir opacando las reformas centrales que han de hacerse. Se insiste mucho en orar por la sinodalidad, en un estilo de vida sinodal, en un discernimiento comunitario de los signos de los tiempos, en un método sinodal, en una hermenéutica de la sinodalidad, etc., aspectos todos ellos muy importantes e inherentes a la sinodalidad, pero no suficientes para que la Iglesia llegue a ser una Iglesia sinodal.  

De las prioridades que se señalaron en el documento final de la Asamblea de las Conferencias Episcopales de Europa, se anotaron, entre otros aspectos, dos cuestiones sobre las que hay que dar pasos decididos y valientes en pro de una iglesia sinodal: la cuestión de una iglesia toda ministerial y el papel de la mujer dentro de la Iglesia, concretamente sobre su mayor participación en todos los niveles, también en la toma de decisiones.

Creo que estos dos aspectos son esenciales a la hora de pensar en una Iglesia sinodal. Por una parte, es muy urgente cambiar el modelo de Iglesia piramidal que todavía existe en la mayoría de lugares, donde los ministerios vienen estructurados según la importancia que se cree tienen y donde los primeros concentran todo el poder. Ya desde Vaticano II se afirmó una premisa básica y fundamental del ser iglesia: el sacramento del bautismo es el que nos da a todos por igual la dignidad de hijos e hijas de Dios y no hay mayor dignidad que esa. En la Iglesia querida por Jesús, “nadie es mayor que nadie” y si se aspira a alguna dignidad es a la del servicio, muy distinta que la del poder tan vinculado al ministerio ordenado. Si consiguiéramos liberarnos de ese modelo piramidal, habríamos dado pasos efectivamente hacia una Iglesia sinodal. Esto supone muchas cosas: unas tan simples, como la de dejar de dar títulos honoríficos a los ministros ordenados -excelencia, eminencia, reverencia, etc., que nada tienen que ver con el evangelio y con el servicio, sino con los poderosos de este mundo; y, otras más grandes como el de reconocer más ministerios para que todo el pueblo de Dios se sienta servidor de la comunidad y, efectivamente, sea un miembro activo de la comunidad: “Saben que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos y los grandes los oprimen con su poder. No ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiere llegar a ser grande entre ustedes será su servidor y el que quiera ser el primero, será su esclavo, de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 25-28).

Y el segundo aspecto el de la mujer, es tan claro, tan urgente, tan evidente, tan necesario que, por mucho que se le de vueltas y se busquen justificaciones, si a la mujer no se le da un lugar en los niveles de decisión y en los ministerios, no habremos avanzado en casi nada en la sinodalidad. Ya sabemos que uno de los últimos comentarios del papa Francisco, sobre las mujeres, fue el de decir que en la Iglesia había dos principios: el petrino y el mariano, y así cada sexo tiene su lugar y papel en la Iglesia. Es evidente que esto no es más que un esfuerzo por no mover las tradiciones eclesiásticas (no eclesiales) que han marcado tanto a nuestra Iglesia. Lo complicado es que se afirma con tanta seguridad y se repite tantas veces, que hasta algunas mujeres dicen que no se necesitan cambios en la Iglesia porque ellas se sienten a gusto con los roles que desempeñan. No es de extrañar que pase esto. Si tantas exclusiones, subordinaciones, desigualdades se mantienen en nuestro mundo es porque los mandatos no solo son externos, sino internos, y la “mente colonizada” abunda en los “colonizados”. Es decir, se está tan acostumbrado al modelo vigente que no se quiere cambiar. Pero, afortunadamente, los cambios se gestan y se siguen empujando más y más y llegará el día que esto se dé.

Hay otro aspecto que también tiene que ser trabajado para lograr una iglesia más sinodal y esto es respecto al laicado. Es fácil confundir sinodalidad con clericalización de los laicos. Aquellos que empiezan a participar de la estructura, en vez de transformarla se acomodan a ella y la fortalecen. Esto esta pasando con algunos laicos que han sido nombrados en puestos de responsabilidad o decisión en varias instancias. Se hacen “inaccesibles” y “ostentan” cierto tipo de poder. En fin, la condición humana es muy compleja y continuamente estamos en esa tensión entre el ideal y la realidad y no es fácil aquello de que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda solo, pero si muere da mucho fruto” (Jn 12, 24). Una iglesia sinodal surge de un pueblo de Dios que esta dispuesto a convertirse desde dentro porque comprende que la iglesia no vive para ella misma, ni para mantener su estructura, ni para ser poderosa en medio del mundo, sino para ser testimonio del reino de Dios, allí donde todos caben, donde nadie queda fuera de la mesa, donde la ley está al servicio del ser humano y la misericordia es la única consejera.