Algunos
innegociables para una Iglesia sinodal
Olga Consuelo Vélez
La propuesta del sínodo de la
sinodalidad sigue su marcha. Comenzó la etapa continental en la que se reúnen las
conferencias episcopales por continentes para elaborar otro documento que
servirá para la finalización del sínodo en octubre de 2024.
Hace unos días se llevó a cabo la
primera Asamblea continental con las Conferencias de Europa. Solo seguí algunas
noticias, pero me llamó la atención lo que decía una de ellas y era que algunas
de las Conferencias participantes, echaban en falta que se asumieran a fondo
los temas más álgidos que en la etapa de consulta se habían señalado. No me
extraña que esto suceda. Este tema de la sinodalidad es tan amplio que se ha
desdoblado en muchos aspectos que pueden ir opacando las reformas centrales que
han de hacerse. Se insiste mucho en orar por la sinodalidad, en un estilo de
vida sinodal, en un discernimiento comunitario de los signos de los tiempos, en
un método sinodal, en una hermenéutica de la sinodalidad, etc., aspectos todos
ellos muy importantes e inherentes a la sinodalidad, pero no suficientes para
que la Iglesia llegue a ser una Iglesia sinodal.
De las prioridades que se
señalaron en el documento final de la Asamblea de las Conferencias Episcopales de
Europa, se anotaron, entre otros aspectos, dos cuestiones sobre las que hay que
dar pasos decididos y valientes en pro de una iglesia sinodal: la cuestión de
una iglesia toda ministerial y el papel de la mujer dentro de la Iglesia, concretamente
sobre su mayor participación en todos los niveles, también en la toma de decisiones.
Creo que estos dos aspectos son
esenciales a la hora de pensar en una Iglesia sinodal. Por una parte, es muy
urgente cambiar el modelo de Iglesia piramidal que todavía existe en la mayoría
de lugares, donde los ministerios vienen estructurados según la importancia que
se cree tienen y donde los primeros concentran todo el poder. Ya desde Vaticano
II se afirmó una premisa básica y fundamental del ser iglesia: el sacramento
del bautismo es el que nos da a todos por igual la dignidad de hijos e hijas de
Dios y no hay mayor dignidad que esa. En la Iglesia querida por Jesús, “nadie
es mayor que nadie” y si se aspira a alguna dignidad es a la del servicio, muy
distinta que la del poder tan vinculado al ministerio ordenado. Si consiguiéramos
liberarnos de ese modelo piramidal, habríamos dado pasos efectivamente hacia
una Iglesia sinodal. Esto supone muchas cosas: unas tan simples, como la de
dejar de dar títulos honoríficos a los ministros ordenados -excelencia, eminencia,
reverencia, etc., que nada tienen que ver con el evangelio y con el servicio,
sino con los poderosos de este mundo; y, otras más grandes como el de reconocer
más ministerios para que todo el pueblo de Dios se sienta servidor de la comunidad
y, efectivamente, sea un miembro activo de la comunidad: “Saben que los jefes
de las naciones las dominan como señores absolutos y los grandes los oprimen
con su poder. No ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiere llegar a
ser grande entre ustedes será su servidor y el que quiera ser el primero, será
su esclavo, de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido,
sino a servir y dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 25-28).
Y el segundo aspecto el de la
mujer, es tan claro, tan urgente, tan evidente, tan necesario que, por mucho
que se le de vueltas y se busquen justificaciones, si a la mujer no se le da un
lugar en los niveles de decisión y en los ministerios, no habremos avanzado en
casi nada en la sinodalidad. Ya sabemos que uno de los últimos comentarios del
papa Francisco, sobre las mujeres, fue el de decir que en la Iglesia había dos
principios: el petrino y el mariano, y así cada sexo tiene su lugar y papel en
la Iglesia. Es evidente que esto no es más que un esfuerzo por no mover las tradiciones
eclesiásticas (no eclesiales) que han marcado tanto a nuestra Iglesia. Lo
complicado es que se afirma con tanta seguridad y se repite tantas veces, que
hasta algunas mujeres dicen que no se necesitan cambios en la Iglesia porque
ellas se sienten a gusto con los roles que desempeñan. No es de extrañar que pase
esto. Si tantas exclusiones, subordinaciones, desigualdades se mantienen en
nuestro mundo es porque los mandatos no solo son externos, sino internos, y la “mente
colonizada” abunda en los “colonizados”. Es decir, se está tan acostumbrado al
modelo vigente que no se quiere cambiar. Pero, afortunadamente, los cambios se
gestan y se siguen empujando más y más y llegará el día que esto se dé.
Hay otro aspecto que también
tiene que ser trabajado para lograr una iglesia más sinodal y esto es respecto
al laicado. Es fácil confundir sinodalidad con clericalización de los laicos. Aquellos
que empiezan a participar de la estructura, en vez de transformarla se acomodan
a ella y la fortalecen. Esto esta pasando con algunos laicos que han sido
nombrados en puestos de responsabilidad o decisión en varias instancias. Se
hacen “inaccesibles” y “ostentan” cierto tipo de poder. En fin, la condición
humana es muy compleja y continuamente estamos en esa tensión entre el ideal y
la realidad y no es fácil aquello de que “si el grano de trigo no cae en tierra
y muere queda solo, pero si muere da mucho fruto” (Jn 12, 24). Una iglesia
sinodal surge de un pueblo de Dios que esta dispuesto a convertirse desde
dentro porque comprende que la iglesia no vive para ella misma, ni para
mantener su estructura, ni para ser poderosa en medio del mundo, sino para ser
testimonio del reino de Dios, allí donde todos caben, donde nadie queda fuera
de la mesa, donde la ley está al servicio del ser humano y la misericordia es
la única consejera.
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