lunes, 24 de enero de 2022

 

No da lo mismo tomar una opción que otra

Olga Consuelo Vélez

En el imaginario popular ser de izquierda se asemeja a comunista, socialista, opositor de la Iglesia y de los valores cristianos. Ser de derecha supone ser persona de principios sólidos, fiel a las tradiciones, defensor de lo establecido. Pero como estas dos posturas se asumen como contradictorias, se postula ser de centro, como la alternativa correcta para no ser extremista. Por estas concepciones, muchos cristianos se identifican más con la derecha y, si acaso, con el centro. Pero a la izquierda le huyen como si fuera el mismo diablo que se ha encarnado en la historia. Y, sin embargo, algunos partidos de izquierda parecen más cercanos a los pobres con sus propuestas sociales (con muchas limitaciones y equivocaciones, pero también con aciertos). Los de derecha parecen ser más de las élites que mantienen este mundo tan desigual y, como ya dijimos, algunos cristianos creen que la derecha garantiza la moral cristiana. Los de centro, pretenden ser neutrales, pero esto es imposible, el no tomar opción es ya una opción. Ahora bien, ninguna de estas descripciones se cumple en totalidad porque como dije son “imaginarios” y no siempre son realidad.

Mientras vivamos en las coordenadas espacio temporales, creo que es imposible no crear tendencias (con la realidad e imaginarios que estas traen) y, por eso, no sé si podremos abandonar algún día esas denominaciones. Pero lo que sí es necesario, es comprender que estamos en tiempos menos rígidos, menos binarios, menos definidos, y no porque sean tiempos de relativismo -como se alerta dentro del ámbito cristiano- sino porque ahora captamos mejor la complejidad de la realidad y la necesidad de movernos con mucha más apertura a la novedad que este momento trae y a enriquecer los conceptos de siempre con las experiencias actuales.

Los cristianos deberíamos ser más capaces de abrirnos a lo nuevo, en todo sentido. Si hablamos de política, de empeñarnos en modelos económicos que rompan la hegemonía neoliberal que tanto sigue empobreciendo nuestro mundo; y si nos referimos a otros ámbitos, ser capaces de acoger la diferencia, de aceptar lo plural, de practicar más la misericordia y, por supuesto, de estar del lado de los más pobres y luchar por la justicia social para que la vida digna llegue a todos y a todas.

¿Por qué no se ve esta postura con más claridad? ¿Por qué los cristianos siempre parecen oponerse a lo nuevo? En estos tiempos que tanto se habla de sinodalidad, convendría recordar que el primer ejemplo de “sinodalidad” fue aquella asamblea de Jerusalén que nos relata el capítulo 15 del libro de Hechos de los Apóstoles en el que la naciente Iglesia se confrontó con la pregunta de si tenían que exigir a los gentiles (los no judíos que se iban incorporando al naciente cristianismo) el cumplimiento de las normas de la Ley de Moisés, incluida la circuncisión. Muchos opinaban que, si no se plegaban a estas leyes, no podrían salvarse. Por eso, Pablo y Bernabé suben a Jerusalén donde está Pedro y otros apóstoles para dirimir la cuestión y después de una larga discusión, Pedro tomó la palabra e interpeló a la asamblea: ¿Por qué ahora quieren imponer esa carga que ni nosotros pudimos sobre llevar? Entonces terminaron la reunión diciendo: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros, no imponer más cargas a los gentiles imponiéndoles la circuncisión, solamente escribirles que se abstengan de lo que ha sido contaminado por los ídolos, de la impureza, de los animales estrangulados y de la sangre” (15, 28-29). Intentando ver lo que esto debió significar para ese contexto judío, constatamos que supuso una apertura fundamental. No temieron vivir a fondo la novedad de la Buena Noticia anunciada por Jesús.

De esa misma fidelidad nos habló el pasado 22 de enero la beatificación del jesuita Rutilio Grande y sus compañeros, asesinados por su compromiso con la justicia social. Ya antes la canonización de Monseñor Romero en 2018 nos había mostrado ese camino. Pero, lamentablemente, estas beatificaciones y canonizaciones no son buena noticia para los que se creen guardianes del orden establecido y la “mal interpretada”, tantas veces, moral cristiana. Una moral más apegada a la norma que a la misericordia. A estos mártires se les catalogó de izquierda y por eso no merecían subir a los altares. Pero el Espíritu que, una y otra vez, abre momentos de gracia en nuestra historia, ha permitido que, a los que se consideraban de izquierda se le reconozca su fidelidad al evangelio y a los que se consideraban de derecha se constate que tanta “fidelidad” ha estado llena de ocultamientos (pederastia), riquezas mal habidas o clericalismo recalcitrante que tanto mal ha hecho a la Iglesia.

En definitiva, es difícil la situación social y eclesial. Por eso, hay que liberarnos de los imaginarios sobre las izquierdas, las derechas y los centros y buscar políticas que cambien nuestro mundo. Así como vamos, seguiremos hundiéndonos en la desigualdad social y la pobreza de las mayorías. Por eso no da lo mismo favorecer políticas sociales que mantener la hegemonía del neoliberalismo. No da lo mismo ser de los que imponen cargas o de los que liberan. No es lo mismo dejarse tocar por los mártires de nuestro tiempo o mantener esa visión estigmatizada de que fe y compromiso social es marxismo. Son tiempos en que hay que sacudirse del pesado lastre de lo que siempre fue así y alinearnos en la novedad del evangelio para que nadie pase necesidad porque la solidaridad cristiana es afectiva y afectiva para con todos, especialmente, con los últimos de nuestro tiempo presente.

 

jueves, 20 de enero de 2022

 

¿Cómo dialogar en tiempos de polarizaciones?

 

Olga Consuelo Vélez

 

Vamos retomando las actividades de inicio de año y cada país tiene sus propios acontecimientos que tenemos que ir asumiendo. En Colombia nos espera, entre otras cosas, un tiempo electoral que trae no solo la responsabilidad de elegir bien sino de saber sortear el cómo dialogar entre nosotros, el cómo hacer camino juntos para tomar las mejores decisiones. Y esto no es fácil porque, aunque siempre se han dado confrontaciones (por ejemplo, en Colombia, entre liberales y conservadores), en estos últimos años las polarizaciones se han vuelto estructurantes de nuestras sociedades (los de izquierda y los de derecha, los populismos y los liberalismos, los provacunas y los antivacunas, por nombrar algunas), estas nos colocan en confrontaciones reales con los que piensan distinto. ¿Cómo asumir tanta polarización? Y en política -que ya nos ocupa a los colombianos- ¿Qué hacer ante las diferencias? No tengo la respuesta, pero quiero proponer algunas reflexiones desde una postura de fe.

Muchas personas afirman que es mejor no hablar de política (ni de religión, ni de vacunas, etc.) para evitar el conflicto y que no se rompan las familias o las amistades. Parecería que es la postura más sana y, algunos dirán, la más cristiana. Sin embargo, personalmente creo que no hablar de estos temas no es la opción. Sin involucrarnos y tomar postura en lo que nos afecta, uno no se compromete con el futuro que es necesario construir y del que nadie debería sentirse ajeno.

Por eso creo que es indispensable dialogar. Pero todo diálogo supone condiciones para que efectivamente sea diálogo y no monólogo. En primera instancia supone la escucha efectiva del otro y que también se nos escuche. Solo escucha quien reconoce que no es poseedor de la verdad sino buscador de la misma. Que no lo sabe todo, sino que aprende de los demás (y se supone y se espera lo mismo de la otra parte del diálogo). Pero el diálogo exige también unos fundamentos válidos y con fuentes veraces. Y aquí es donde surge una gran dificultad. Hablamos de algunos temas basándonos en slogans, en frases que nos venden los medios de comunicación, en posturas de alguna persona que tienen fama, es decir, en lo que se llamaría “fundamentalismos” -afirmaciones sin sustento- y no pareciera que nos interesara llegar a la verdad, comprobar los hechos, verificar que aquello es correcto. Dialogar no puede ser repetir lo que he oído decir a otros. Dialogar supone la capacidad del ser humano de buscar la verdad y exponer los fundamentos (no los fundamentalismos) de aquello que expone.

Por eso dialogar no es fácil, porque exige madurez humana, autenticidad personal, rectitud moral. Y, lamentablemente vivimos en un mundo lleno de superficialidades donde cada vez todo es más rápido, más inmediato, más opinable, más desechable. Por eso, a veces, sinceramente no se puede dialogar y no vale la pena perder el tiempo hablando con algunas personas. Ahora bien, esto no significa que se opta por no hablar para no romper la relación con los otros, sino que se toma conciencia de la inmadurez que pueden tener nuestros familiares o amigos y -también nosotros por supuesto- y, por eso no es de extrañar, que nuestro mundo tantas veces vaya por tan malos caminos ya que no logramos asumir la responsabilidad que nos corresponde.

Pero a veces no se puede dialogar con los otros, no solo por lo que acabamos de señalar, sino porque uno camina con aquellos con los que tiene proyectos compartidos que, no quiere decir homogéneos, pero sí compartidos. Y momentos difíciles, como el de tomar decisiones, validan esa comunión de ideales y sueños con las personas cercanas. Y, tristemente, a veces las relaciones se rompen porque si no hay comunidad de intereses, no se puede caminar con aquellos que están remando para otro lado. Cuando esto no se logra, hay rupturas inevitables. Más aún, por doloroso que esto sea, a veces es imposible que no suceda. Parece una actitud muy poco cristiana. Pero, no es así. Es cristiano comprometerse con la realidad que vivimos y asumirla con todas las consecuencias. Esto fue lo que hizo Jesús: no pasó de largo en la historia que le tocó vivir, sino que la asumió con gestos, palabras, actitudes, convicciones. Si Jesús hubiera permanecido neutral (aunque decir que se es neutral es tomar una posición, como decía el gran líder, recientemente fallecido, Desmond Tutu “si eres neutral en situaciones de injusticia es que has elegido el lado opresor”) no se hubiera ganado ni la traición de algunos de sus discípulos y, mucho menos, su asesinato de manos de sus enemigos.

La vida cristiana no es para “tibios”, como dice el Apocalipsis: “puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (3, 16). Y, en actitud de diálogo, sin odios, hay que tomar posturas, realizar gestos, explicitar las convicciones, decir lo que se ve necesario. Y los enemigos llegan y, a veces, entre los más cercanos. Solo queda seguir luchando por aquello que creemos es mejor para todos, comenzando por los más pobres y, confiar que los tiempos de resurrección llegarán en la medida que nos mantengamos fieles en los momentos de conflicto y muerte.

Así de fuerte me parece este tiempo de elecciones que se avecina. Lo que está en juego no es la elección de un candidato u otro, sino la elección de un proyecto de país que sea más favorable para las mayorías más afectadas. Es necesario dialogar mucho pero también buscar fundamentos y no quedarnos con los fundamentalismos o fake news que abundan, especialmente sobre los proyectos sociales que se atreven a romper moldes, que imaginan y proponen otras maneras de garantizar los derechos para todos. Para el cristiano es imperativo dialogar y comprometerse con lo político. Por esto, buena tarea nos espera, aunque no sea nada fácil.

 

 

 

miércoles, 5 de enero de 2022

 

¿Y si fuéramos mejores en el 2022?

 

Olga Consuelo Vélez

 

Cuando algo inicia, se espera que resulte positivo y que de los mejores frutos. Pues bien, estamos iniciando el 2022 y podríamos intentar hacer de este año una experiencia positiva, por lo menos, desde lo que depende de nosotros. En efecto, hay cosas que nos vienen de afuera y no siempre se pueden controlar. Ya tenemos la experiencia de la pandemia que nos acompaña hace dos años, nadie la esperaba y hemos tenido que afrontarla. Así podrán venir otras situaciones a las que responderemos de la mejor manera y confiaremos en superarlas pero que no podemos prever de antemano.

Lo que sí podemos cuidar, cultivar y realizar es nuestro propio interior para que de él salgan las mejores energías, actitudes y acciones para hacer muy fecundo este nuevo año. Podemos cultivar el optimismo, no para evadir la realidad, sino para que sea más fácil hacer algo posible. El optimismo nos empuja hacia adelante, nos hace ver el “vaso medio lleno” en lugar de verlo “medio vacío”. El optimismo nos hace sonreír y abre puertas allí donde parece que todo está cerrado.

Cultivemos la aceptación hacia las demás personas como ellas son y no como quisiéramos que sean. Miremos a los demás comprendiendo sus maneras de ser, actuar, relacionarse con nosotros. No quiere decir que no les ayudemos para que corrijan sus errores y sean personas más íntegras. En la medida que sea posible hemos de aconsejar, proponer, inspirar. Pero el amor auténtico acoge a los demás como son y disculpa sus cansancios, sus errores y, sobre todo, siempre pone en primer lugar lo bueno de los demás -que siempre hay mucho- antes que sus aspectos negativos y que más nos incomodan. A veces esto es muy difícil, pero sí hay algo que vale la pena en la vida, es el camino que hemos recorrido con otros.

Cultivemos la preocupación por los demás, por sus necesidades, sus problemas. Pero hagámoslo como lo dice el evangelio: “que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha” (Mt 6, 3). Esto para no creernos salvadores de nadie y para no hace sentir a los otros deudores de nuestras ayudas sino manos amigas que saben extenderse cuando hace falta. Aquí también vale la pena recordar la cita del evangelio “pobres siempre tendrán entre ustedes” (Mc 14,8), texto bíblico que a veces se interpreta como excusa para no buscar erradicar la pobreza porque parece que hasta el evangelio la justifica, pero que, en realidad significa que siempre habrá alguna mano extendida que requiere de la nuestra porque, mientras estemos en este mundo, nos necesitamos mutuamente. Y, con más razón, los más pobres de cada tiempo, siempre serán una exigencia en la que se testimonia la verdad de nuestro amor a Dios porque “quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a su hermano a quien no ve” (1 Jn 4,20).

Cultivemos el perdón para que se aligere nuestro corazón y no viva con la amargura del rencor o del recuerdo que atormenta. Hay situaciones que, por más vueltas que le demos, ya no se pueden cambiar porque así fueron y cada persona tiene sus razones para justificar su actuación en determinada situación (si nos referimos a un desencuentro entre personas) y, en casos más graves, lo que se perdió o lo que sucedió no se puede cambiar. Pero perdonar y ser perdonado libera de todo aquello y permite un nuevo comienzo. Es más fácil perdonar y poder seguir caminando con esas personas que romper para siempre y privarse del cariño, la compañía, el sentido de familia o de amistad que se vive cuando se camina con otros.

Cultivemos la fe en el Dios que no nos salva mágicamente de las pandemias, pero si nos da fuerzas para superarlas. Ese Dios que nos ha sostenido en este tiempo y nos ha mostrado que solo “remando todos hacia el mismo lado” -como lo expresó el papa Francisco al inicio de la pandemia-, podemos llegar a buen puerto. La fe cristiana nos ha conectado en esta pandemia con el cuidado de la creación y esto debemos fomentarlo. Nos ha invitado a menos rito y más vida, descubriendo que lo importante no es asistir al templo sino en vivir lo que significan los sacramentos para que, cuando vayamos al templo, celebremos la vida y no la rutina del rito.

Cultivemos la espiritualidad que es mucho más que rezar algunas oraciones. Es dejarnos interpelar por lo que nos dicen los signos de los tiempos, descubriendo por dónde nos lleva el espíritu de Dios. Es distinguir entre una religiosidad alienante y un compromiso con la construcción del bien común.

Cultivemos la sinodalidad, palabra que se introdujo en la vida de la Iglesia el pasado mes de octubre cuando Francisco inauguró el “Sínodo sobre la sinodalidad” frente al cual muchos clérigos y laicado no tienen la menor idea cómo proceder. Pero este año será ocasión propicia para entender mejor que en la iglesia o “caminamos juntos” (significado de la palabra sinodalidad) o esta institución se anquilosará más y muchos se irán de ella. Porque la iglesia solo tiene sentido si se vive la experiencia comunitaria en su ser y proceder. Siempre hemos afirmando que la iglesia es comunidad, pero en ella, unos deciden casi todo y otros permanecen pasivos. Con lo cual, nuestro modo de proceder desdice de lo que la iglesia es. Pero el Espíritu que no deja de soplar -aunque seamos tardos en escucharle- una vez más nos urge a que demos testimonio de esa igualdad fundamental que debe existir entre todos los miembros de la Iglesia -Pueblo de Dios-, aportando sus distintos ministerios y carismas, pero todos para el servicio de la comunidad.

Cada persona puede seguir formulando que le gustaría cultivar para este 2022 desde su propia realidad. Lo importante es no dejar de estar en camino porque la vida continúa y nuestra acción determina, en gran medida, hacia dónde, con quienes y de qué manera.