¿Y si fuéramos
mejores en el 2022?
Olga Consuelo Vélez
Cuando algo inicia, se espera que resulte positivo y que de
los mejores frutos. Pues bien, estamos iniciando el 2022 y podríamos intentar
hacer de este año una experiencia positiva, por lo menos, desde lo que depende
de nosotros. En efecto, hay cosas que nos vienen de afuera y no siempre se
pueden controlar. Ya tenemos la experiencia de la pandemia que nos acompaña
hace dos años, nadie la esperaba y hemos tenido que afrontarla. Así podrán
venir otras situaciones a las que responderemos de la mejor manera y
confiaremos en superarlas pero que no podemos prever de antemano.
Lo que sí podemos cuidar, cultivar y realizar es nuestro
propio interior para que de él salgan las mejores energías, actitudes y
acciones para hacer muy fecundo este nuevo año. Podemos cultivar el optimismo,
no para evadir la realidad, sino para que sea más fácil hacer algo posible. El
optimismo nos empuja hacia adelante, nos hace ver el “vaso medio lleno” en
lugar de verlo “medio vacío”. El optimismo nos hace sonreír y abre puertas allí
donde parece que todo está cerrado.
Cultivemos la aceptación hacia las demás personas como ellas
son y no como quisiéramos que sean. Miremos a los demás comprendiendo sus
maneras de ser, actuar, relacionarse con nosotros. No quiere decir que no les
ayudemos para que corrijan sus errores y sean personas más íntegras. En la
medida que sea posible hemos de aconsejar, proponer, inspirar. Pero el amor
auténtico acoge a los demás como son y disculpa sus cansancios, sus errores y,
sobre todo, siempre pone en primer lugar lo bueno de los demás -que siempre hay
mucho- antes que sus aspectos negativos y que más nos incomodan. A veces esto
es muy difícil, pero sí hay algo que vale la pena en la vida, es el camino que
hemos recorrido con otros.
Cultivemos la preocupación por los demás, por sus
necesidades, sus problemas. Pero hagámoslo como lo dice el evangelio: “que tu
mano izquierda no sepa lo que hace la derecha” (Mt 6, 3). Esto para no creernos
salvadores de nadie y para no hace sentir a los otros deudores de nuestras
ayudas sino manos amigas que saben extenderse cuando hace falta. Aquí también
vale la pena recordar la cita del evangelio “pobres siempre tendrán entre
ustedes” (Mc 14,8), texto bíblico que a veces se interpreta como excusa para no
buscar erradicar la pobreza porque parece que hasta el evangelio la justifica,
pero que, en realidad significa que siempre habrá alguna mano extendida que
requiere de la nuestra porque, mientras estemos en este mundo, nos necesitamos
mutuamente. Y, con más razón, los más pobres de cada tiempo, siempre serán una
exigencia en la que se testimonia la verdad de nuestro amor a Dios porque “quien
no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a su hermano a quien no ve” (1 Jn
4,20).
Cultivemos el perdón para que se aligere nuestro corazón y
no viva con la amargura del rencor o del recuerdo que atormenta. Hay
situaciones que, por más vueltas que le demos, ya no se pueden cambiar porque
así fueron y cada persona tiene sus razones para justificar su actuación en
determinada situación (si nos referimos a un desencuentro entre personas) y, en
casos más graves, lo que se perdió o lo que sucedió no se puede cambiar. Pero
perdonar y ser perdonado libera de todo aquello y permite un nuevo comienzo. Es
más fácil perdonar y poder seguir caminando con esas personas que romper para
siempre y privarse del cariño, la compañía, el sentido de familia o de amistad
que se vive cuando se camina con otros.
Cultivemos la fe en el Dios que no nos salva mágicamente de
las pandemias, pero si nos da fuerzas para superarlas. Ese Dios que nos ha
sostenido en este tiempo y nos ha mostrado que solo “remando todos hacia el
mismo lado” -como lo expresó el papa Francisco al inicio de la pandemia-,
podemos llegar a buen puerto. La fe cristiana nos ha conectado en esta pandemia
con el cuidado de la creación y esto debemos fomentarlo. Nos ha invitado a
menos rito y más vida, descubriendo que lo importante no es asistir al templo
sino en vivir lo que significan los sacramentos para que, cuando vayamos al
templo, celebremos la vida y no la rutina del rito.
Cultivemos la espiritualidad que es mucho más que rezar
algunas oraciones. Es dejarnos interpelar por lo que nos dicen los signos de
los tiempos, descubriendo por dónde nos lleva el espíritu de Dios. Es
distinguir entre una religiosidad alienante y un compromiso con la construcción
del bien común.
Cultivemos la sinodalidad, palabra que se introdujo en la
vida de la Iglesia el pasado mes de octubre cuando Francisco inauguró el
“Sínodo sobre la sinodalidad” frente al cual muchos clérigos y laicado no
tienen la menor idea cómo proceder. Pero este año será ocasión propicia para
entender mejor que en la iglesia o “caminamos juntos” (significado de la
palabra sinodalidad) o esta institución se anquilosará más y muchos se irán de
ella. Porque la iglesia solo tiene sentido si se vive la experiencia
comunitaria en su ser y proceder. Siempre hemos afirmando que la iglesia es
comunidad, pero en ella, unos deciden casi todo y otros permanecen pasivos. Con
lo cual, nuestro modo de proceder desdice de lo que la iglesia es. Pero el
Espíritu que no deja de soplar -aunque seamos tardos en escucharle- una vez más
nos urge a que demos testimonio de esa igualdad fundamental que debe existir
entre todos los miembros de la Iglesia -Pueblo de Dios-, aportando sus
distintos ministerios y carismas, pero todos para el servicio de la comunidad.
Cada persona puede seguir formulando que le gustaría
cultivar para este 2022 desde su propia realidad. Lo importante es no dejar de
estar en camino porque la vida continúa y nuestra acción determina, en gran
medida, hacia dónde, con quienes y de qué manera.
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