No da lo mismo tomar
una opción que otra
Olga Consuelo Vélez
En el imaginario popular ser de
izquierda se asemeja a comunista, socialista, opositor de la Iglesia y de los
valores cristianos. Ser de derecha supone ser persona de principios sólidos, fiel
a las tradiciones, defensor de lo establecido. Pero como estas dos posturas se
asumen como contradictorias, se postula ser de centro, como la alternativa
correcta para no ser extremista. Por estas concepciones, muchos cristianos se
identifican más con la derecha y, si acaso, con el centro. Pero a la izquierda
le huyen como si fuera el mismo diablo que se ha encarnado en la historia. Y,
sin embargo, algunos partidos de izquierda parecen más cercanos a los pobres con
sus propuestas sociales (con muchas limitaciones y equivocaciones, pero también
con aciertos). Los de derecha parecen ser más de las élites que mantienen este
mundo tan desigual y, como ya dijimos, algunos cristianos creen que la derecha
garantiza la moral cristiana. Los de centro, pretenden ser neutrales, pero esto
es imposible, el no tomar opción es ya una opción. Ahora bien, ninguna de estas
descripciones se cumple en totalidad porque como dije son “imaginarios” y no
siempre son realidad.
Mientras vivamos en las
coordenadas espacio temporales, creo que es imposible no crear tendencias (con
la realidad e imaginarios que estas traen) y, por eso, no sé si podremos
abandonar algún día esas denominaciones. Pero lo que sí es necesario, es
comprender que estamos en tiempos menos rígidos, menos binarios, menos
definidos, y no porque sean tiempos de relativismo -como se alerta dentro del
ámbito cristiano- sino porque ahora captamos mejor la complejidad de la
realidad y la necesidad de movernos con mucha más apertura a la novedad que
este momento trae y a enriquecer los conceptos de siempre con las experiencias
actuales.
Los cristianos deberíamos ser más
capaces de abrirnos a lo nuevo, en todo sentido. Si hablamos de política, de
empeñarnos en modelos económicos que rompan la hegemonía neoliberal que tanto
sigue empobreciendo nuestro mundo; y si nos referimos a otros ámbitos, ser
capaces de acoger la diferencia, de aceptar lo plural, de practicar más la
misericordia y, por supuesto, de estar del lado de los más pobres y luchar por
la justicia social para que la vida digna llegue a todos y a todas.
¿Por qué no se ve esta postura
con más claridad? ¿Por qué los cristianos siempre parecen oponerse a lo nuevo?
En estos tiempos que tanto se habla de sinodalidad, convendría recordar que el
primer ejemplo de “sinodalidad” fue aquella asamblea de Jerusalén que nos relata
el capítulo 15 del libro de Hechos de los Apóstoles en el que la naciente
Iglesia se confrontó con la pregunta de si tenían que exigir a los gentiles
(los no judíos que se iban incorporando al naciente cristianismo) el
cumplimiento de las normas de la Ley de Moisés, incluida la circuncisión.
Muchos opinaban que, si no se plegaban a estas leyes, no podrían salvarse. Por
eso, Pablo y Bernabé suben a Jerusalén donde está Pedro y otros apóstoles para
dirimir la cuestión y después de una larga discusión, Pedro tomó la palabra e
interpeló a la asamblea: ¿Por qué ahora quieren imponer esa carga que ni
nosotros pudimos sobre llevar? Entonces terminaron la reunión diciendo: “Hemos
decidido el Espíritu Santo y nosotros, no imponer más cargas a los gentiles
imponiéndoles la circuncisión, solamente escribirles que se abstengan de lo que
ha sido contaminado por los ídolos, de la impureza, de los animales
estrangulados y de la sangre” (15, 28-29). Intentando ver lo que esto debió
significar para ese contexto judío, constatamos que supuso una apertura
fundamental. No temieron vivir a fondo la novedad de la Buena Noticia anunciada
por Jesús.
De esa misma fidelidad nos habló
el pasado 22 de enero la beatificación del jesuita Rutilio Grande y sus
compañeros, asesinados por su compromiso con la justicia social. Ya antes la
canonización de Monseñor Romero en 2018 nos había mostrado ese camino. Pero,
lamentablemente, estas beatificaciones y canonizaciones no son buena noticia
para los que se creen guardianes del orden establecido y la “mal interpretada”,
tantas veces, moral cristiana. Una moral más apegada a la norma que a la
misericordia. A estos mártires se les catalogó de izquierda y por eso no
merecían subir a los altares. Pero el Espíritu que, una y otra vez, abre
momentos de gracia en nuestra historia, ha permitido que, a los que se
consideraban de izquierda se le reconozca su fidelidad al evangelio y a los que
se consideraban de derecha se constate que tanta “fidelidad” ha estado llena de
ocultamientos (pederastia), riquezas mal habidas o clericalismo recalcitrante
que tanto mal ha hecho a la Iglesia.
En definitiva, es difícil la
situación social y eclesial. Por eso, hay que liberarnos de los imaginarios
sobre las izquierdas, las derechas y los centros y buscar políticas que cambien
nuestro mundo. Así como vamos, seguiremos hundiéndonos en la desigualdad social
y la pobreza de las mayorías. Por eso no da lo mismo favorecer políticas sociales
que mantener la hegemonía del neoliberalismo. No da lo mismo ser de los que
imponen cargas o de los que liberan. No es lo mismo dejarse tocar por los
mártires de nuestro tiempo o mantener esa visión estigmatizada de que fe y
compromiso social es marxismo. Son tiempos en que hay que sacudirse del pesado
lastre de lo que siempre fue así y alinearnos en la novedad del evangelio para
que nadie pase necesidad porque la solidaridad cristiana es afectiva y afectiva
para con todos, especialmente, con los últimos de nuestro tiempo presente.
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