Hablar en la
Iglesia de lo que se habla en la sociedad
Olga Consuelo Vélez
En días pasados escuché hablar sobre “Teorías de género” en
un conversatorio virtual auspiciado por instancias eclesiales oficiales. Me
pareció muy positivo porque hace falta que se hable al interior de la Iglesia
de los temas de los que se hablan en la sociedad. Por supuesto dentro de la Iglesia
se habla de algunos temas, pero muchas veces, para “condenarlos”, “levantar
sospechas sobre ellos”, “alertar de sus peligros y de cómo atentan a la fe”,
etc. Pero esta vez, fue una charla bastante abierta, acogiendo las reflexiones
filosóficas sobre el tema y mostrando cómo hay diferentes teorías de género y
muchas de ellas están en consonancia con el cristianismo.
Las teorías de género llevan muchas décadas siendo
desarrolladas y permean, cada vez más, la academia y la vida social. Pero en las
instancias eclesiales oficiales, muchos temas llegan tarde después de haberlos
perseguido -a veces sin suficiente conocimiento-, pero que calan bastante en la
comunidad eclesial. De hecho, en ese conversatorio, una de las personas que intervino
manifestó que no estaba de acuerdo con lo dicho porque, como se había afirmado
siempre, esas teorías eran totalmente contrarias a la fe. No había demasiado
espacio para hablar por lo cual, no se sabe si más personas pensaban así.
Algunas otras que hablaron, agradecieron el aporte porque ellas veían que la fe
tenía que acoger las nuevas realidades.
Fijándonos en cómo las instancias eclesiales oficiales se
aproximan a estas temáticas, podemos ver, por ejemplo, que en ese conversatorio
casi todas las participantes eran mujeres, con lo cual, queda claro que el
clero participa muy poco de esas reflexiones y, sin embargo, son quienes luego
pontifican sobre el tema. Por otra parte, me parece que hay la tendencia a
formular los temas con la palabra “nuevo”, como para liberarlos de lo negativo
que la Iglesia ha afirmado que tiene esa temática. Por ejemplo, cuando se habla
de feminismo, últimamente he escuchado en algunos sectores eclesiales que se
acepta el “nuevo feminismo”. Creo que, con ese término “nuevo” se intenta “purificar”
el feminismo que tanto se ha criticado o mostrar que no es que se esté
cambiando de postura, sino que se asume de “otra manera”.
Desde mi punto de vista, estos esfuerzos por “purificar” los
temas o por “apartarse” de la manera cómo se concibe en la sociedad cierta
realidad, no tiene sentido. Es verdad que hay muchos feminismos, porque históricamente
se ha ido tomando conciencia de distintas demandas y no todas las mujeres han coincidido
en las mismas demandas al mismo tiempo. Pero lo fundamental del feminismo que
es la reivindicación de los derechos de las mujeres -porque no los hemos
tenido- no es un “nuevo feminismo” para que entre a la Iglesia, sino que es el
feminismo en sí que, las instancias eclesiales oficiales han de acoger, si quieren
caminar al ritmo de los tiempos, si quieren responder a los desafíos actuales.
Lo mismo podríamos decir de las teorías de género que,
admitiendo diferencias como lo expuso la conferencista, en su esencia han
develado los roles que se atribuyen a las personas en virtud de su sexo,
haciendo que tanto varones como mujeres hayan sido limitados, condicionados,
restringidos a un tipo de comportamientos –las mujeres son intuitivas, los
varones son inteligentes; las mujeres son sentimentales, los varones no lloran,
etc.-; pero aceptar dichas teorías no implica “purificarlas” o darles algún
adjetivo que parezca que ahora sí pueden entrar en la reflexión eclesial.
Lógicamente las reflexiones y puesta en práctica de estos
temas son mucho más complejas de lo expuesto aquí. Las teorías de género que
trabajan los colectivos de diversidad sexual, hacen más planteamientos que es
necesario estudiar para comprender y acompañar. Pero lo que quiero decir es que
no vivimos en dos planos de realidad: lo que se vive en la sociedad y lo que
una vez “supuestamente purificado”, admitimos en nuestra experiencia de fe. Por
el contrario, si queremos ser una Iglesia que, en verdad, este atenta a los
“signos de los tiempos” y quiere suscitar reflexiones sobre las cuestiones actuales,
no necesita purificar los temas, sino asumir lo que va siendo conciencia actual
de la humanidad porque la ciencia, la cultura, la sociedad van dando esos
pasos, los van incorporando y cada vez lo viven más personas.
Algunos aducen que la fe no debe “contemporizar” con el
mundo. Esto es cuestionable. Si algo es propio del cristianismo es la
encarnación en la historia, el asumir este mundo como él es. Jesús se encarnó como
varón, en un tiempo concreto, en un pueblo con una lengua, unas costumbres, fue
profeta itinerante, en fin, asumió su tiempo y vivió en él. Cuestionó lo que no
correspondía al Dios del reino: ese Dios de la igualdad, de la inclusión, de la
misericordia, de la acogida, de las buenas noticias. Nuestra fe, por tanto, es
una fe encarnada que ha de asumir el mundo y vivir la fe en él.
Por supuesto la Iglesia ha de ayudar en el discernimiento,
ofreciendo una palabra de sentido e interpelando lo que vea necesario, pero en
actitud de diálogo, de escucha, de buscar comprender los fundamentos de lo que
se va proponiendo. Ha de reconocer que muchas veces hay más ignorancia y
dogmatismo que conocimiento de aquello a lo que se opone. La Iglesia necesita
aprender mucho más del mundo para responder adecuadamente a él.
De hecho, en aquel conversatorio yo pregunté sobre el
lenguaje inclusivo, sobre la teología feminista, sobre el método de
deconstrucción y construcción y por las respuestas dadas, nada de esto parecía
ser objeto todavía de reflexión en esas instancias eclesiales. Señal de la
lentitud con la que se camina y, no dudo, de que esa es una de las causas por
las que más personas se alejan de la Iglesia. Conviene, por tanto, liberarse de
tanto prejuicio y entrar en diálogo con los desarrollos presentes. Posiblemente
así, la Iglesia mostrará que se toma en serio la encarnación del Verbo y por
eso asume en verdad la realidad, sin tanto prejuicio o ignorancias que le
impiden hacerlo.
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