Despenalización de
la interrupción voluntaria del embarazo. Algunas reflexiones
Olga Consuelo Vélez
En Colombia llevamos dos días hablando del aborto por la
sentencia de la Corte Constitucional que despenalizó la interrupción voluntaria
del embarazo hasta la semana 24. Desde 2006 ya existía esta despenalización por
las tres causales ya conocidas: (1) cuando existe peligro para la salud física
o mental de la mujer; (2) cuando existe grave malformación del feto que hace
inviable su vida extrauterina; (3) en caso de violación, transferencia de óvulo
fecundado o inseminación artificial no consentida. Esta despenalización ya
existe en otros países de Latinoamérica como Argentina y México, solo que estos
países ponen como plazo límite, doce semanas.
Personalmente deseo y apoyo el que no haya ningún aborto. Desde
nuestra fe, buscamos que la vida -toda vida- se valore y se defienda por encima
de todo. Toda vida es sagrada, repetimos muchas veces, y si hay un valor
fundamental, es el de la vida. Pero nos encontramos en sociedades plurales que afirman
el valor de la vida, pero también afirman otros valores que no dejan nada que
desear. El reconocer que la autonomía de la persona es un derecho fundamental y
esto conlleva su libertad para tomar las decisiones que cree acordes a sus
convicciones, es también propio de la doctrina cristiana. De hecho, en la moral
católica la conciencia es el último juez moral y esta es inviolable. De ahí la posibilidad
de la objeción de conciencia. Por supuesto, lo que acabamos de expresar, supone
algunos complementos: toda decisión personal no puede afectar el bien de los
demás y la conciencia moral ha de ser una conciencia formada, madura y autónoma.
La defensa de la fe es algo que desde los orígenes se ha
practicado. Los padres de la Iglesia lo hicieron para librar la fe cristiana de
las herejías y así, poco a poco, se fue consolidando el cristianismo. Luego
vino la modernidad y no fueron pocos los científicos condenados. El
protestantismo también fue combatido con todas las fuerzas. Y, así, cada época
ha traído sus preocupaciones y la iglesia ha mostrado sus argumentos de defensa.
Pero con Vaticano II, esa misma defensa tomó otra perspectiva: el diálogo, la
aceptación de la autonomía de las realidades terrestres, la toma de conciencia
del mundo plural en el que vivimos, donde todos tenemos derecho a existir. Por
eso cada vez que surge algo nuevo que nos descoloca, nos inquieta, nos
enfrenta, tenemos dos caminos posibles: ponernos a la defensiva sin escuchar
ninguna razón del adversario o mantenemos en la línea de Vaticano II para
seguir buscando el diálogo y estrenar caminos que nos permitan vivir a todos
desde nuestras diferencias que pueden ser demasiado grandes.
Lo anterior no significa que estoy a favor de la sentencia porque
siendo sincera hasta el día de hoy no tengo una respuesta contundente que me permita
encontrar una salida para esos derechos que se contraponen y que mirados de un
lado y de otro parecen tener toda la razón. Pero si quiero referirme a algunos
compromisos que creo deberíamos asumir los cristianos frente a esta situación.
Lo primero, recordar de nuevo que vivimos en una sociedad
plural y no todo puede expresarse en los términos de nuestra fe. Nos gustaría
que así fuera, pero eso ya es imposible. No significa que no lo intentemos,
pero este pluralismo es irreversible y creo que deberíamos ser los primeros en
aceptarlo, valorarlo y permitirlo.
En segundo lugar, esta sentencia no obliga a ninguna mujer a
abortar. A veces, como sucede en los procesos educativos, entre más se prohíbe algo,
más se transgrede la ley. ¿No podría cumplirse esto en este caso? De pronto no,
pero ¿y si así ocurriera? Pero bien, lo
definitivo es eso, a nadie están obligando a abortar y menos a las 24 semanas.
Resulta grotesco pensar que las mujeres van a esperar a la 24 semana para ir a
abortar y así mostrar que son “asesinas” de niños. Eso además de grotesco, es
injusto con las mujeres.
En este último sentido, en tercer lugar, me parece complejo
que pensemos que las mujeres son tan malas, tan irresponsables, tan incapaces
de tomar opciones morales, tan inmaduras que por eso todas van a comenzar a
abortar y que, en verdad, van a tomar el aborto como método anticonceptivo. Me niego
a aceptar esa imagen de mujer. Habrá irresponsables, sí, pero a la mayoría que
conozco, inclusive mucha gente joven, apuestan por hacer de su vida lo mejor
que pueden. Se equivocan, sí, pero son capaces de corregir el camino. Y, también
sé, con algún conocimiento de causa, que la mayoría de personas que acuden al
aborto tienen un drama personal frente a la causa de ese embarazo. Las violaciones
son demasiadas, incluso de los mismos maridos a sus esposas -es un tema que no
se habla, pero conozco a más de una mujer con ese drama en su propio hogar-,
las infancias robadas por esa violencia sexual son demasiadas, y la falta de
formación sexual es también la causa de que, una y otra vez, la mujer se vea
envuelta en el ciclo de embarazos indeseados.
En cuarto lugar, si la gente de iglesia queremos defender la
vida, hemos de comprometernos con brindar una formación sexual adecuada, pero
no solo a las mujeres como si ellas fueran las únicas responsables, sino también
a los varones. Y la moral cristiana tiene como deuda pendiente ofrecer una
manera de prevención de los embarazos que exceda los métodos naturales que,
parece no funcionan demasiado. ¿Cuándo lo que se aprende en la moral sexual
actualizada se hará magisterio y abrirá caminos de vida para las mujeres creyentes?
Y, por último, aunque se podrían hacer más reflexiones, creo
que ser provida es levantar la voz por la violencia sexual contra las mujeres,
por la explotación de su sexualidad, por el imaginario que la sociedad
patriarcal vende sobre ellas, por los estereotipos de género que seguimos
manejando. Me gustaría que hubiera más manifestaciones públicas frente a toda
violencia contra las mujeres, especialmente, la violencia sexual. Y, en el
mismo sentido que haya más manifestaciones públicas frente a los asesinatos de
los líderes sociales, de los migrantes y de tantas otras poblaciones que sufren
tanta explotación, discriminación, exclusión. Mientras nuestra defensa no sea
por “toda vida” en los ámbitos sociales, económicos, políticos, culturales, los
gritos que lanzamos defendiendo a los no nacidos quedan tan débiles que las
personas de estas sociedades plurales en las que vivimos no logran entender en
qué consiste nuestra fe, ni que es lo que defendemos, cuando ellos tantas
veces, sin referencia a Dios, se comprometen con la creación de un mundo que
garantice la vida para todos.
Caben, como ya dije, más reflexiones y, seguramente, lo que exprese
puede matizarse y permite otras posturas, pero que sirva esto para seguir
pensando y actuando desde la fe cristiana que no puede olvidar el diálogo, la
aceptación de la diferencia, la misericordia y tantos otros valores que, si los
pusiéramos en práctica, evitarían la formulación de leyes, porque sencillamente,
las situaciones serían distintas y no se necesitarían.
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