¿Será posible ser
feliz?
Olga Consuelo Vélez
Todas las personas buscan la felicidad y esta, muchas veces,
resulta esquiva. Cuando se cree que todo está en orden y ahora sí todo irá
bien, aparece algún imprevisto que no se espera. Este puede ser una enfermedad,
una situación familiar, un hecho social, un evento laboral, en fin, múltiples
situaciones humanas, las cuales no se esperaba que sucedieran y que nos traen
preocupación e incertidumbre. En realidad, nadie puede planificar que las cosas
marchen bien ni que haciendo esto o aquello se podrá ser feliz. Más aún, la
felicidad como un estado inalterable, es imposible alcanzarlo mientras estemos
en estas coordenadas espacio-temporales. Pero, por supuesto, si se pueden
experimentar muchos momentos felices y, en cierta medida, alcanzar un nivel de
vida que lo haga posible.
Tanto Mateo como Lucas, cada uno en su propia versión, nos
hablan de la felicidad en el conocido pasaje de las bienaventuranzas (Mt 5,
1-12; Lc 6, 20-26). No pretendo aquí detenerme en esos textos, supremamente
ricos, desde sus diferencias, sino solamente decir una afirmación general:
Felices los que se entusiasman por vivir al estilo de Jesús y quieren hacer de
este mundo algo mejor; felices los que trabajan por hacer que las cosas marchen
bien porque Dios mismo se pone de su lado asegurando que nadie quedará
defraudado cuando las personas se disponen a ser constructoras de bien y de
bondad.
Claro que, a primera vista, se puede pensar que son felices
las personas que tienen mucho dinero (y por eso tantos quieren tener más), o
que tienen mucha fama (y por eso tanta preocupación por el qué dirán), o que
tienen mucho poder (y por eso tantas ganas de estar en esos niveles para
disponer de las cosas a su antojo) y, efectivamente, quienes alcanzan esos
estilos de vida, logran muchas cosas a su favor y tienen muchos momentos de
bienestar, de comodidad, de placer, etc. Es deseable, por supuesto, que todos
tengan los medios económicos suficientes para vivir con tranquilidad porque es
el mínimo necesario para tener una vida digna y desde ahí alcanzar un
desarrollo integral. Pero también conocemos que estos mismos medios, cuando se
convierten en el único objetivo de la vida, atrapan el corazón, de tal manera,
que la mayoría de las veces estas personas acaban presas de sus propios deseos
y la felicidad tampoco se hace realidad en sus vidas. Podrán ostentar muchas
cosas, pero será difícil que consigan la plenitud de vida que brota de la
armonía consigo mismo, con los demás y con toda la creación.
Precisamente la manera de vivir que Jesús nos propone,
advierte de esas desviaciones tan frecuentes en el corazón humano. Jesús nos
propone que en lugar del tener o acumular, la felicidad se da en el compartir;
en lugar de la fama o vanagloria, la felicidad se alcanza en la libertad de
quien sabe que su dignidad no se basa en títulos sobrepuestos sino en lo que se
es como persona y, en lugar del dominio, Jesús propone el servicio, entendido
como esa capacidad de salir de sí para encontrarse con el rostro de los demás;
rostros que nos enriquecen e interpelan, haciéndonos entender que todos nos
necesitamos mutuamente: unas veces para ayudar a los otros y, tantas otras, para que ellos nos ayuden a nosotros.
Todo esto puede parecer muy idealista y, en la práctica, es
difícil vivirlo. Pero no es imposible. Jesús que se hizo en todo semejante a
nosotros (Flp 2, 7), fue capaz de hacerlo realidad y por eso lo recuerdan sus
seguidores como aquel que “pasó haciendo el bien” (Hch 10,38). Y ser cristiano
no es otra cosa que asumir ese mismo estilo de vida. Por eso el apóstol Pablo
les escribe a los gálatas: “No nos cansemos de obrar el bien; que a su tiempo
nos vendrá la cosecha si no desfallecemos. Así que, mientras tangamos
oportunidad, hagamos el bien a todos” (Gál 6, 9-11).
La felicidad no es tener un estado en el que no acontece
nada que nos haga sufrir, sino empeñarse por salir al paso del sufrimiento
humano para transformarlo. Muchas veces será con la aceptación. Pero otras
veces será con la acción activa. Unas veces será con la actitud agradecida que
permite reconocer tanto bien que nos rodea, otras veces será con el perdón que
libera el corazón de tanto resentimiento y permite un nuevo comienzo. Toda
actitud que construya el bien común es fuente de felicidad mientras que todo
aquello que lo destruye la impiden. Esta es la propuesta del reino y los
cristianos, si la vivimos, podríamos ser más gestores de felicidad en este
mundo tan necesitado de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.