viernes, 12 de agosto de 2022

 

A propósito de la fiesta de la Asunción: llamados a la plenitud de la vida

Consuelo Vélez


 

La fiesta de la Asunción que conmemoramos cada 15 de agosto, nos habla de la plenitud de vida que, desde los orígenes, los cristianos creyeron, alcanzó María, la madre de Jesús. Por eso este dogma, proclamado por Pío XII en 1950, responde a la fe del pueblo y no a una verdad abstracta proclamada por alguna autoridad. Pero este dogma tiene un doble sentido. En primer lugar, reconocer en María la primera creyente que participa plenamente de la vida de Dios. En segundo lugar, la posibilidad que todos los demás seres humanos tienen de vivir esa misma plenitud. Y a esto último queremos referirnos.

La vida cristiana no es para unos pocos elegidos que dicen sentir un llamado de Dios. Históricamente los textos bíblicos en que Jesús invita a los discípulos a seguirle, se reservaron para la vida consagrada y, precisamente por eso, cuando a alguien le preguntan si tiene vocación, contesta rápidamente que no es religioso/a o sacerdote. Con esa misma interpretación se fue reservando para los consagrados un “estado de perfección” -así se expresaba en los documentos eclesiales- que no podía alcanzar el laicado. Esto se reforzó con el modelo de Iglesia que dividía al pueblo de Dios en clero y laicado en el que el primero decidía, enseñaba y estaba más cerca de Dios y el segundo obedecía, aprendía y sabía que no tenía la suficiente perfección para llegar directamente al cielo. Podría pensarse que esta descripción es algo exagerada. Tal vez sí, pero no está lejos de la realidad, todavía hoy.

Sin embargo, con Vaticano II se renovó la manera de entender la vida cristiana, de ahí que ya no se usa más la expresión “estado de perfección” y se explicitó mejor el valor del sacramento del bautismo que hace participes del sacerdocio, profetismo y reinado del mismo Cristo a aquellos que lo reciben. Desde aquí podemos afirmar que la vocación cristiana es para todo bautizado/a, y es todo el pueblo de Dios el que está llamado a la santidad, a la vida de plenitud definitiva con Dios. Lo que impide que lo consigamos, no es el estilo de vida escogido: matrimonio, vida consagrada, vida clerical, no casado, etc., sino la libertad humana que, en cualquier estado, puede darle la espalda al llamado de Dios y optar por una vida distinta a los valores del reino. La V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (2007) enfatizó en el discipulado misionero, como vocación fundamental de toda persona que se encuentra con Jesucristo. Jesús llamó en su tiempo y sigue llamando ahora a todo aquel que descubre el tesoro escondido en el campo (el reino de Dios anunciado por Jesús) y se dispone a vivir en ese horizonte (deja todo lo que no responde al reino) (Mt 13, 44). Esto no desvaloriza la vida clerical o religiosa, sino que valoriza la vida laical porque en la Iglesia es el entero pueblo de Dios el que es llamado y convocado por Dios a ser su pueblo, sin otra distinción, dignidad o perfección que la de ser sus hijos e hijas, hermanos y hermanas, discípulas y discípulos de nuestro Señor Jesucristo.

Este dogma mariano, entonces, cobra mucho más sentido cuando lo celebramos no mirando tanto hacia la vida singular de María sino cuando ella nos inspira a mirar nuestra vida y a decidirnos por el seguimiento de Jesús. Seguirlo significa asumir los valores del reino: la justicia, la paz, la solidaridad, la alegría, el cuidado de la creación, la atención a los signos de los tiempos, la defensa de la vida, la opción preferencial por los más pobres de cada momento histórico. Si recordamos el pasaje en el que llegan la madre y los hermanos de Jesús a buscarlo y le avisan a Jesús que ellos están ahí, Jesús responde: ¿quién es mi madre y mis hermanos? Y él mismo responde: Los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Es decir, María no llegó a la plenitud de su vida por dotes extraordinarios, sino por su escucha de la palabra y su puesta en práctica (Lc 8, 19-21). A eso mismo estamos llamados todos los creyentes y podemos alcanzarlo, precisamente porque María, una de las nuestras, pudo conseguirlo.

Ojalá recordar esta celebración mariana nos ayude a renovar nuestra vida cristiana y a querer alcanzar la plenitud que Dios mismo nos ofrece. La santidad no es cuestión de rezos, inciensos, conventos, liturgias, novenas, y muchas otras expresiones de nuestra fe. Por supuesto esas mediaciones nos ayudan a disponer el corazón y a celebrar el encuentro festivo con el Señor. Pero lo decisivo para la santidad es, como decía el profeta Miqueas al pueblo de Israel: “Te declaro lo que Dios quiere de ti, solamente hacer justicia y amar con misericordia” (6, 8). El seguimiento se realiza en la vida cotidiana, en las opciones que realizamos en cada momento, en el amor que ponemos en todo lo que hacemos, en la construcción de un mundo mejor, un país mejor, una sociedad mejor, familias mejores y ministerios eclesiales, entre ellos, el ministerio ordenado, la vida consagrada, etc., importantes, no por mayor dignidad o mayor cercanía a Dios, sino por el testimonio de servicio incondicional que están llamados a vivir y con el que enriquecen la vida de toda la comunidad eclesial.

Valga esta reflexión para pensar que la escasez de vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal, no significa falta de vocaciones a la vida cristiana. Es cuestión de secundar por donde el Espíritu hoy sigue llamando y responder a sus iniciativas. En tiempos de una iglesia sinodal, la fuerza hemos de ponerla en el pueblo de Dios que convocado por el mismo Espíritu puede ser luz para las gentes (Cf. Is 9, 2). Tenemos a María de nuestro lado y con ella y como ella podemos alcanzar todos, como pueblo sinodal, esa vida de Dios en plenitud, caminando juntos sin privilegios ni dignidades distintas a la de la vivencia del amor que es “lo único que permanece” (1 Cor 13, 8).             

 

jueves, 4 de agosto de 2022

 

El 7 de agosto comienza una nueva etapa para Colombia

 

Olga Consuelo Vélez

 

El próximo 7 de agosto se posesiona el presidente Gustavo Petro y la vicepresidenta Francia Márquez. Fueron unas elecciones bien difíciles porque se oponían dos proyectos diametralmente diferentes. Coincidían -y eso parece convocó a muchos votantes- en que se quería un cambio, pero hay cambios de fondo y cambios más superficiales. Petro representa un cambio profundo, lo que nos entusiasmó a muchos y asustó a otros tantos.  Ahora llega el momento de poner en práctica lo prometido y, con toda seguridad, habrá muchas dificultades y tropiezos en el camino. Ojalá este nuevo gobierno sepa sortear los problemas que se presenten, pueda superar los obstáculos, no lo debilite el cansancio, no se venda a las propuestas que -en aras de la conciliación- puedan rebajar metas más altas. De antemano sabemos que no todo será perfecto y no faltarán las ocasiones de expresar nuestra inconformidad, pero también hay mucho que celebrar -independiente de lo que se logre hacer en el gobierno-.

 

Esta nueva etapa representa otra mirada de la realidad, una apuesta explícita por la paz, una integración de otras etnias y otras visiones. El que Gustavo Petro pueda ser nuestro presidente, reafirma que es posible el diálogo y el reinsertarse a la sociedad, a tal punto, que incluso un exguerrillero pueda ser presidente. Los que lo rechazan por ese pasado guerrillero, parece que no entendieran que la opción guerrillera que tomaron muchos jóvenes, en aquellas décadas, era la única posibilidad que veían, en ese momento, para lograr un cambio. Algunos grupos, cuando constataron lo equivocado de dicha opción, fueron capaces de acogerse a la amnistía y seguir trabajando por sus ideales desde la legalidad. Así lo hizo Gustavo Petro y nadie debería negar que su paso por el congreso ha sido muy fructífero y su gestión como alcalde tuvo logros -sin dejar de reconocer los errores y oposiciones férreas con las que tuvo que contar. Y, en este país, tan necesitado de diálogo para reinsertar a los demás grupos guerrilleros, a los disidentes, a la delincuencia organizada, etc., un presidente como él, puede ser ocasión de lograr, algún día, que se desmovilicen todos los grupos armados. ¡Tenemos derecho a vivir en un país sin grupos alzados en armas! Quiero anotar aquí, el papel que tanto el Nuncio Apostólico como la Conferencia Episcopal Colombiana están jugando en esta apuesta por el diálogo para conseguir la paz. Si en otros momentos han tenido posturas tibias -y algunos de la jerarquía todavía muestran reticencia-, como Institución eclesial han manifestado su apoyo incondicional. Otras confesiones cristianas también están apostando por la construcción de la paz bajo tres énfasis: reconciliación, no violencia y búsqueda de justicia y verdad. En el Encuentro Interreligioso realizado el 3 de agosto reafirmaron esos compromisos.

 

Otra señal realmente valiosa que da este gobierno, es la figura de Francia Márquez. Mujer, negra, líder social, ambientalista, feminista, pobre, luchadora, capaz de abrirse caminos en un país que niega posibilidades a la gente que tiene las características que ella representa. Su presencia rompe varios techos de cristal que parecían imposibles de sobrepasar. Y, como ella misma dijo en alguna ocasión, llegan al gobierno personas que hablan claro y directo -lo cual trae problemas y confrontaciones- pero, precisamente eso es señal de la libertad con la que quieren buscar el cambio, conscientes de que no será nada fácil y, más de una vez, tendrán que rectificar. Su sola presencia es un grito fuerte de esperanza para tantos jóvenes y niños/as que no soñaban con llegar a algunos niveles de responsabilidad porque nadie como ellos lo había hecho, pero con ella en la vicepresidencia, se abre la posibilidad de creer que un futuro mejor para todos y todas puede lograrse, en la medida que, estructuralmente, se creen la condiciones para ello.

 

El gabinete que el presidente ha ido designado ha fortalecido la esperanza de que “otra organización política es posible”. Personas valiosas, con trayectorias reconocidas, con visiones amplias y, sobre todo, con ese deseo profundo de construcción de la paz. Vuelven a ponerse en primer plano los Derechos Humanos, la justicia social, la reforma agraria, la superación del conflicto, el diálogo, la reconciliación, la paz. Interesa mucho tener una narrativa de amor y de encuentro como bien lo señala el papa Francisco en la Encíclica Fratelli Tutti para fortalecer la esperanza y trabajar para conseguir un país mejor.

 

No faltan los que se empeñan en mantener la guerra. Lamentablemente, entre ellos, hay muchas personas que se dicen creyentes y, aunque se han quedado algo silenciosas después del triunfo contundente del Pacto Histórico -parece que Dios no libró a Colombia de ese personaje como tanto lo invocaron en sus oraciones- ahora, próximos a la posesión presidencial, se vuelven a oír esas “ideologías” -que curiosamente creen combatir cuando parece que son ellos las que más las tienen. Ya escuché a personas diciendo que con este gobierno entra la santería o la brujería -no acaban de entender la incorporación de las culturas indígenas y afrocolombianas con sus valiosas creencias ancestrales; o que se va a imponer la “ideología de género” con el Informe de la Comisión de la Verdad -como si no tuviéramos derecho a conocer lo que nos pasó-, o que nos van a expropiar -como si esto no fuera más que una noticia falsa. En el fondo lo que defienden es su mirada individualista y su incapacidad de pensar en el bien común.

 

Pero, en fin, volvamos a la fiesta, a la vida, a la diversidad cultural y religiosa, a la esperanza, a la construcción de la paz. Se prevé que la posesión del nuevo gobierno tendrá muchas expresiones culturales para marcar el inicio de un tiempo nuevo para Colombia. ¡Tenemos derecho a vivir sabroso! Y a esto le apostamos con este nuevo gobierno. Ojalá todos deseemos que le vaya bien porque si a este gobierno le va bien, a toda Colombia le va bien.