¿Cómo dialogar en
tiempos de polarizaciones?
Olga Consuelo Vélez
Vamos retomando las actividades de inicio de año y cada país
tiene sus propios acontecimientos que tenemos que ir asumiendo. En Colombia nos
espera, entre otras cosas, un tiempo electoral que trae no solo la
responsabilidad de elegir bien sino de saber sortear el cómo dialogar entre
nosotros, el cómo hacer camino juntos para tomar las mejores decisiones. Y esto
no es fácil porque, aunque siempre se han dado confrontaciones (por ejemplo, en
Colombia, entre liberales y conservadores), en estos últimos años las
polarizaciones se han vuelto estructurantes de nuestras sociedades (los de
izquierda y los de derecha, los populismos y los liberalismos, los provacunas y
los antivacunas, por nombrar algunas), estas nos colocan en confrontaciones
reales con los que piensan distinto. ¿Cómo asumir tanta polarización? Y en
política -que ya nos ocupa a los colombianos- ¿Qué hacer ante las diferencias?
No tengo la respuesta, pero quiero proponer algunas reflexiones desde una
postura de fe.
Muchas personas afirman que es mejor no hablar de política
(ni de religión, ni de vacunas, etc.) para evitar el conflicto y que no se
rompan las familias o las amistades. Parecería que es la postura más sana y,
algunos dirán, la más cristiana. Sin embargo, personalmente creo que no hablar
de estos temas no es la opción. Sin involucrarnos y tomar postura en lo que nos
afecta, uno no se compromete con el futuro que es necesario construir y del que
nadie debería sentirse ajeno.
Por eso creo que es indispensable dialogar. Pero todo
diálogo supone condiciones para que efectivamente sea diálogo y no monólogo. En
primera instancia supone la escucha efectiva del otro y que también se nos
escuche. Solo escucha quien reconoce que no es poseedor de la verdad sino
buscador de la misma. Que no lo sabe todo, sino que aprende de los demás (y se
supone y se espera lo mismo de la otra parte del diálogo). Pero el diálogo
exige también unos fundamentos válidos y con fuentes veraces. Y aquí es donde
surge una gran dificultad. Hablamos de algunos temas basándonos en slogans, en
frases que nos venden los medios de comunicación, en posturas de alguna persona
que tienen fama, es decir, en lo que se llamaría “fundamentalismos”
-afirmaciones sin sustento- y no pareciera que nos interesara llegar a la
verdad, comprobar los hechos, verificar que aquello es correcto. Dialogar no
puede ser repetir lo que he oído decir a otros. Dialogar supone la capacidad
del ser humano de buscar la verdad y exponer los fundamentos (no los
fundamentalismos) de aquello que expone.
Por eso dialogar no es fácil, porque exige madurez humana,
autenticidad personal, rectitud moral. Y, lamentablemente vivimos en un mundo
lleno de superficialidades donde cada vez todo es más rápido, más inmediato,
más opinable, más desechable. Por eso, a veces, sinceramente no se puede
dialogar y no vale la pena perder el tiempo hablando con algunas personas. Ahora
bien, esto no significa que se opta por no hablar para no romper la relación
con los otros, sino que se toma conciencia de la inmadurez que pueden tener
nuestros familiares o amigos y -también nosotros por supuesto- y, por eso no es
de extrañar, que nuestro mundo tantas veces vaya por tan malos caminos ya que
no logramos asumir la responsabilidad que nos corresponde.
Pero a veces no se puede dialogar con los otros, no solo por
lo que acabamos de señalar, sino porque uno camina con aquellos con los que
tiene proyectos compartidos que, no quiere decir homogéneos, pero sí
compartidos. Y momentos difíciles, como el de tomar decisiones, validan esa
comunión de ideales y sueños con las personas cercanas. Y, tristemente, a veces
las relaciones se rompen porque si no hay comunidad de intereses, no se puede
caminar con aquellos que están remando para otro lado. Cuando esto no se logra,
hay rupturas inevitables. Más aún, por doloroso que esto sea, a veces es imposible
que no suceda. Parece una actitud muy poco cristiana. Pero, no es así. Es
cristiano comprometerse con la realidad que vivimos y asumirla con todas las
consecuencias. Esto fue lo que hizo Jesús: no pasó de largo en la historia que
le tocó vivir, sino que la asumió con gestos, palabras, actitudes,
convicciones. Si Jesús hubiera permanecido neutral (aunque decir que se es
neutral es tomar una posición, como decía el gran líder, recientemente
fallecido, Desmond Tutu “si eres neutral en situaciones de injusticia es que
has elegido el lado opresor”) no se hubiera ganado ni la traición de algunos de
sus discípulos y, mucho menos, su asesinato de manos de sus enemigos.
La vida cristiana no es para “tibios”, como dice el
Apocalipsis: “puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi
boca” (3, 16). Y, en actitud de diálogo, sin odios, hay que tomar posturas,
realizar gestos, explicitar las convicciones, decir lo que se ve necesario. Y
los enemigos llegan y, a veces, entre los más cercanos. Solo queda seguir
luchando por aquello que creemos es mejor para todos, comenzando por los más
pobres y, confiar que los tiempos de resurrección llegarán en la medida que nos
mantengamos fieles en los momentos de conflicto y muerte.
Así de fuerte me parece este tiempo de elecciones que se
avecina. Lo que está en juego no es la elección de un candidato u otro, sino la
elección de un proyecto de país que sea más favorable para las mayorías más
afectadas. Es necesario dialogar mucho pero también buscar fundamentos y no
quedarnos con los fundamentalismos o fake news que abundan,
especialmente sobre los proyectos sociales que se atreven a romper moldes, que
imaginan y proponen otras maneras de garantizar los derechos para todos. Para
el cristiano es imperativo dialogar y comprometerse con lo político. Por esto,
buena tarea nos espera, aunque no sea nada fácil.
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