El Papa en Cartagena: “Esclavos
de la paz para siempre”
Último día del Papa Francisco en Colombia y sus
palabras siguieron igual de claras o “más claras” que todas las dichas a lo
largo de su viaje. Lo primero, sus “actos”. Su entrada a la “ciudad amurallada”
–orgullo turístico de los colombianos- la hizo por los lugares más pobres,
aquellos que no se muestran a los turistas y de los que nadie se ocupa. San
Francisco, un barrio sin transporte público, donde viven más de 8000 personas,
la mayoría afrodescendientes, sumidas en la pobreza y el abandono de la administración
pública. Pero allí brota la esperanza en obras sociales auspiciadas por la Arquidiócesis,
como las que el Papa fue a visitar: El programa “Thalita Cum (que en arameo
significa: niña, a ti te digo, levántate), obra que quiere proteger a las niñas
de caer en la prostitución o ser víctimas de la trata de personas y la “Misión
María revive” que busca construir casas para los habitantes de la calle. El
Papa bendijo la primera piedra para estas obras.
En ese barrio le ocurrió el pequeño accidente
en el que se golpeó el rostro. Creo que no le interesó mucho porque él sabe que
cuando se vive “la iglesia en salida en las periferias” eso y mucho más puede
pasar. Podría haber pasado en cualquier otro lugar, por supuesto, pero no es de
extrañar que en un barrio de calles estrechas y con toda la gente volcada con
tanta sencillez en las calles, un frenazo a destiempo, fuera lo más posible que
ocurriera.
Y en ese barrio también entró a la casa de Doña
Lorenza Pérez, humilde mujer que alimenta a más de 100 niños de escasos
recursos de su comunidad. Así relató ella lo que ocurrió en ese encuentro. “me
agarro de la mano, me abrazó fuerte, me dio un beso en la mejilla y me estrechó
la mano fuerte y me dijo: usted vale mucho doña Lorenza”.
Posteriormente se dirigió a la Iglesia San
Pedro Claver donde rezó el Ángelus, introduciéndolo con las preocupaciones que
lleva en su corazón: los pobres que sufren exclusión y de los que Pedro Claver
fue verdadero defensor. Pidió por la situación venezolana haciendo un llamado a
rechazar todo tipo de violencia e invitando a buscar una solución a la grave
crisis que afecta a todos pero, especialmente, a los más pobres y
desfavorecidos de la sociedad.
Después de bendecir a la Virgen del Carmen en
la bahía de Cartagena se dirigió al área portuaria de Contecar para la
celebración de la Eucaristía. Y allí, con la homilía, cerró con palabras
claras, directas y exigentes el mensaje central que quería dejarnos a los
colombianos: “si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar
urgentemente un paso en esta dirección, que es aquella del bien común, de la
equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus
exigencias. Sólo si ayudamos a desatar los nudos de la violencia,
desenredaremos la compleja madeja de los desencuentros: se nos pide dar el paso
del encuentro con los hermanos, atrevernos a una corrección que no quiere
expulsar sino integrar; se nos pide ser caritativamente firmes en aquello que
no es negociable; en definitiva, la exigencia es construir la paz (...) Él no
dejará estéril tanto esfuerzo”.
Estas palabras tienen que calar hondo en
nuestra conciencia. ¡Ojalá que así sea! Son muchos los obstáculos que se han
puesto a la paz. Hay muchos corazones cerrados a un nuevo comienzo. Muchos
otros no quieren incluir sino excluir. Y los cristianos no han estado ajenos a
estas actitudes que desdicen de su fe en Jesús y que se olvidan de que hay algo
“innegociable”: la construcción de la paz.
Posiblemente al recoger todas las palabras
dichas en la homilía se va abriendo el camino para poder dar ese “primer paso”
que tanto hemos repetido en estos días. Cartagena desde hace 32 años es sede de
los Derechos Humanos y en este contexto la palabra de Dios nos habla de perdón,
corrección, comunidad y oración. Los testimonios de las víctimas interpelaron
al Papa –más adelante dice que le hizo mucho bien escuchar tantos testimonios-.
Y desde ahí apela a la necesidad de incorporar a muchos más actores al diálogo
y dejar que prime la razón sobre la venganza, armonizar política y derecho y
tener en cuenta los procesos de la gente. “No se necesita un proyecto de unos
pocos para unos pocos o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie del
sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto
social y cultural”. Generar “desde abajo” un cambio cultural: a la cultura de
la muerte, de la violencia, responder con la cultura de la vida, del encuentro.
Levantar una palabra profética contra todos aquellos que atentan contra los
derechos humanos, contra la casa común y los graves problemas del narcotráfico,
la explotación laboral, el blanqueo ilícito de dinero, la especulación
financiera, la prostitución, la trata de seres humanos, la tragedia de los
emigrantes y, en definitiva, todo aquello que vulnera la dignidad humana. Ante
todo eso no se puede dejar de levantar la voz. Además, no se puede dejar de
reconocer el valor de tantos defensores de derechos humanos que han perdido la
vida defendiéndolos.
Y, precisamente con esa voz profética el Papa
nos preguntó: ¿Cuánto hemos accionado en favor del encuentro, de la paz?
¿Cuánto hemos omitido, permitiendo que la barbarie se hiciera carne en la vida
de nuestro pueblo? Jesús nos manda a confrontarnos con esos modos de conducta,
esos estilos de vida que dañan el cuerpo social, que destruyen la comunidad.
¡Cuántas veces se «normalizan» procesos de violencia, exclusión social, sin que
nuestra voz se alce ni nuestras manos acusen proféticamente!
El Papa hizo todo lo que pudo por
comprometernos con la paz. Y ahora ¿qué haremos nosotros? Nuestro empeño en
esta tarea dará la respuesta. Ojala no hagamos inútiles tantos esfuerzos del
Papa pero sobre todo no nos defraudemos a nosotros mismos en la construcción
del futuro que nos pertenece y mucho menos al Dios de la paz que está de
nuestra lado y en este paso de Francisco por nuestra tierra nos ha hablado
claro y contundente: “Sean esclavos de la paz para siempre".
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