jueves, 21 de septiembre de 2017


Comenzar la renovación eclesial desde los pobres




La misión es la razón de ser de la Iglesia porque ella no vive para sí sino para anunciar a Jesucristo. Por eso, a la hora de hablar de renovación, de cambio, de conversión eclesial, no podemos hacerlo sin tener presente la finalidad a la que tendemos, el para qué de esta renovación. En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco señala con claridad, que el cambio es para que la iglesia “se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (n.27). Y esto es importante aclararlo porque si no se ve el para qué, no se genera ningún cambio o se realiza en la dirección equivocada.

Más aún, hoy vivimos un momento en que es difícil ver la urgencia de un cambio eclesial porque la Iglesia tiene –por lo pronto- un lugar asegurado en la sociedad. Territorialmente tiene posesiones, bien sea por sus obras apostólicas o por la identidad católica que constituye a países como el nuestro. Está presente en instancias oficiales y su voz es escuchada. Además, en el Pueblo de Dios hay la ambivalencia de querer cambios y no estar de acuerdo con muchas cosas pero, al mismo tiempo, permanecer en una mentalidad acrítica que sin darse cuenta, mantiene la realidad eclesial como está porque, de alguna manera, la iglesia le “sirve” para tener esa relación con Dios, que en cierta forma, todos buscamos. Todo esto puede llevar a trabajar por la “autopreservación” -como dice la Exhortación-, buscando mantener lo que tiene y/o recuperando espacios perdidos, pero no “sacudiéndose” profundamente para “que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en cauce adecuado para la evangelización del mundo actual”.
El momento eclesial que vivimos apunta a esto: “a procurar que todas ellas (las estructuras) se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad”.

La conciencia de que hemos de cambiar como iglesia, existe. Más aún, es “impostergable”. Urge renovar su vocación evangelizadora, su actitud de servicio incondicional, la fuerza de su testimonio veraz, mostrando -con sus hechos y palabras- en qué consiste el Reino de Dios que anuncia, la Buena Noticia que quiere comunicar.

¿Por dónde comenzar esta transformación radical? Aunque pueda resultar una “piedra de escándalo” –porque lamentablemente así parece vivirse en algunos ambientes- la primera conversión que tiene que hacerse es hacia los pobres. Ellos son los destinatarios privilegiados del Reino, -no porque sean buenos, como ya decía la teología de la liberación- sino porque Dios, en su infinito amor, se inclina siempre por los últimos y desde ellos llama al seguimiento a todo el Pueblo de Dios.

Este lenguaje es “duro” –como le decían los discípulos de Jesús cuando les hablaba en su vida histórica- (Jn 6,60), porque es más fácil no mirar la realidad que nos rodea, ni preocuparnos por la suerte de tantos pobres de este mundo sino solamente buscar en la religión “bienestar personal”, “seguridad emocional”, “protección divina”, etc.

Pero no hay otro camino. Nuestra fe y el amor a los pobres son inseparables (Mt 25, 31-46). El Papa lo ha expresado al decir que desea una “Iglesia pobre para los pobres”. Y es así porque en los evangelios, Jesús se puso del lado de los pobres. Salió a su encuentro y buscó devolverles su dignidad. Denunció las estructuras que impedían que ellos estuvieran incluidos en la sociedad e interpeló fuertemente a las autoridades religiosas de su tiempo que, en nombre de Dios, cerraban las puertas a muchos por no cumplir las leyes y observancias religiosas. Olvidaban así la misericordia y quedaban presos de su autosuficiencia y orgullo como el publicano de la parábola (Lc 18,9-14).

Por aquí van entonces los desafíos que tenemos. La alegría de la llamada del Señor sigue tocando nuestros corazones. No temamos, entonces, salir a las periferias para desde allí llevar adelante la conversión pastoral que el mundo de hoy espera de la Iglesia.

Foto tomada de: http://www.periodistadigital.com/imagenes/2014/12/06/felices-los-pobres_270x250.jpg

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