No desconectarnos del celular de Dios
¡No puedo vivir
sin celular! Esta expresión se hace cada vez más común entre nosotros y si no
se afirma explícitamente, se práctica en todos los espacios donde nos
encontramos. No hay espectáculo, reunión, salón de clases, medio de transporte
y, hasta eucaristía, donde no suene un celular –así hayan advertido que los
apaguen- y la persona salga apresurada a contestar la llamada. Parece que es
imposible dejar de responder aunque, suponemos –a no ser en casos extremos- que
el contenido de la llamada podría haber esperado. Y si a esto le agregamos que
aumenta el número de personas que tienen en su celular el llamado “plan de
datos” que permite mantenerse conectado a las redes sociales, al correo
electrónico, a las noticias, etc., podemos afirmar que somos seres
interconectados constantemente e inmersos en relaciones que no se detienen ni
un instante. Pero tanta conexión ¿para qué? al servicio ¿de qué? ¿con cuál
propósito? No sé si esa abundancia de comunicación puede llegar a saturarnos
tanto, que al final no se está conectado con nadie en forma seria. De hecho es
imposible que una persona tenga 100, 200, 500 amigos tal y como aparece en
nuestras redes sociales. Y parece que de nada sirven las alertas sobre los
daños que hacen a la salud, tantas ondas electromagnéticas circulando a nuestro
alrededor. Parece que, efectivamente, no se puede vivir sin celular y todos estamos
atrapados en estas redes.
Ahora bien, la
fe que profesamos ¿qué influencia recibe de esta superabundancia de conectividad?
¿de qué manera puede enriquecerse y/o cuestionarse y/o cuestionar esta realidad
que a todos nos cobija? Podríamos pensar que intentar articular celular con fe
es algo “traído de los cabellos”. Y, tal vez, es verdad. Pero no sobra decir alguna
palabra sobre este nuevo panorama de relaciones. En primer lugar, esta
inmediatez de comunicación, puede ser bien aprovechada. Ya no hay excusas:
podemos estar al tanto de lo que pasa en muchas partes del mundo y aumentar
nuestra conciencia de la gravedad de las situaciones que nos agobian. Esta
“aldea global” -como se ha llamado- permite que los problemas se
internacionalicen y se haga más clara la urgencia de responder a esas
realidades. La fe que profesamos ya no se puede vivir en una dimensión intimista,
preocupada sólo por la santificación personal. Por el contrario, tiene que ser
una fe comprometida con la realidad global y, por tanto, capaz de tener una
conciencia planetaria que, saliendo de su pequeño mundo, aspire a respuestas
más globales. En segundo lugar, nuestras respuestas pueden tener más elementos
de juicio frente a cada realidad. Dejarnos enriquecer por el pluralismo
cultural y religioso, por las experiencias sociales, culturales y económicas de
otras partes del mundo, pueden brindarnos una conciencia más lúcida y un juicio
crítico más fundamentado. En tercer lugar, los desarrollos teológicos y las
diferentes experiencias eclesiales alrededor del mundo, pueden enriquecer
nuestra propia experiencia de fe y comprender con más y mayor profundidad los
dinamismos de renovación cristiana que exigen estos tiempos modernos. Si cambian
los medios de relacionarnos ¿no es normal que la comunicación de la fe exija
una renovación profunda y radical? Creo que la respuesta es afirmativa y por
eso no podemos quedarnos con medios y métodos viejos, en un mundo realmente
distinto, del que no es posible escapar.
Todo lo
anterior, no significa que no haya también que alertarnos por esa incapacidad
de reflexionar sin estar condicionados continuamente por lo que viene de
afuera, de no ser capaces de liberarnos de las redes sociales que pueden
exponer nuestra privacidad e impedir el cultivo de la interioridad o también el
diluir nuestra propia identidad y las particularidades de las situaciones que
vivimos por estar inmersos en un mundo virtual que no siempre se corresponde,
con nuestro mundo real.
Eso sí, ojala
pudiéramos mantener esa comunicación continua con el Dios que se revela en
todos los acontecimientos de la historia y no dejemos de responder las
preguntas realmente importantes para vivir nuestra fe: Señor ¿qué nos dices a
través de esta situación? ¿cómo podemos responder a ella desde el evangelio?
¿cómo mantener una fe viva, creíble, testimonial de tu amor inconmensurable? ¿cómo
no perder la palabra profética y el compromiso incondicional frente a todo lo
que atropella a los seres humanos? En otras palabras, ojala que quedemos
realmente atrapados por el dinamismo comunicativo de la fe que desinstala nuestra
vida y no nos deja prisioneros de nuestros propios intereses; por las redes
sociales de la fraternidad-sororidad que son signo inequívoco del evangelio;
por el celular de Dios que llama continuamente y espera nuestra solicita e generosa
respuesta.
Foto tomada de: http://www.isepdj.edu.pe/wp-content/uploads/2017/01/base_image.jpg
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