Un año nuevo para
trabajar por nuestros sueños sociales
Consuelo Vélez
Comenzar un año da la sensación
de poder estrenar realidades nuevas, no porque cambien mágicamente las
circunstancias, pero sí porque el calendario nos ayuda a tener la experiencia
de que algo termina y algo comienza. ¿Qué deseamos que termine? ¿Qué soñamos
que comience? A nivel personal cada uno tendrá muchos sueños. Pero a nivel
social también podemos compartir muchos otros.
Ojalá termine la injusticia
social de nuestro mundo donde la pobreza se agudiza y las condiciones de
infrahumanidad se están volviendo normales. Esto no es querido por Dios. La
buena noticia del reino anunciado por Jesús supone la transformación de estas
situaciones: “Que los ciegos vean, se liberen los oprimidos, se proclame el año
de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). Pero esto no se puede hacer realidad sin el
compromiso de todos buscando estructuras sociopolíticas que lo hagan realidad.
En Colombia estamos estrenando un gobierno que tiene esta intencionalidad de
justicia. No es fácil concretarla y mucho menos cambiar una manera de funcionar
muy injusta que ha sido la ejercida en toda nuestra historia. Pero sí podemos
apoyar todo aquello que favorece a los más pobres, defenderlo y exigirlo. La
transformación de la injusticia no se logrará mágicamente ni porque recemos
mucho por ello. Será posible si vivimos una ciudadanía activa, capaz de
discernir lo que signifique justicia social, apoyándolo decididamente.
Ojalá termine la
irresponsabilidad ecológica. Hemos vivido en los últimos tiempos una
inclemencia del tiempo muy grande. O lluvias copiosas o calores inaguantables.
Y todo se debe al calentamiento global. No somos las grandes potencias que
pueden tomar decisiones para impedir que continue el deterioro ambiental, pero
si podemos convertirnos en líderes ambientales que, desde nuestras prácticas cotidianas,
actuemos de otro modo, y con nuestro testimonio convoquemos a más personas a
comprometerse con el cuidado de la creación. En este aspecto el papa Francisco
ha hecho un aporte fundamental con la Encíclica Laudato si (2015) donde
propone la ecología integral en estos términos: “No hay dos crisis separadas,
una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental.
Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir
la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y, simultáneamente, para
cuidar la naturaleza” (n. 139).
Ojalá terminen los conflictos y
las guerras en todas las partes del mundo. La propuesta de “Paz total” del
actual gobierno es un horizonte muy propicio para conseguir esta realidad.
Lamentablemente más de uno se opone a esta propuesta porque se espera vencer al
enemigo por la fuerza y hacerle pagar “con creces” por todos sus delitos. Es
normal que se tengan estas expectativas, pero más humano y más cristiano es
entender que a los enemigos no se les “vence” sino que se les “convence”. Es
decir, solo el diálogo puede lograr la superación de todos los conflictos. En
esto también el papa Francisco en su Encíclica Fratelli tutti (2020) nos
señala el camino que se espera de la vida cristiana: “La paz social es
trabajosa, artesanal. Sería más fácil contener las libertades y las diferencias
con un poco de astucia y de recursos. Pero esa paz sería superficial y frágil,
no el fruto de una cultura del encuentro que la sostenga. Integrar a los
diferentes es mucho más difícil y lento, aunque es la garantía de una paz real
y sólida. Esto no se consigue agrupando sólo a los puros, porque aún las
personas que pueden ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar
que no debe perderse. Tampoco consiste en una paz que surge acallando las
reivindicaciones sociales o evitando que hagan lío, ya que no es un consenso de
escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. Lo que vale es generar
procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las
diferencias. ¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosle
la buena batalla del encuentro!” (n. 217).
Ojalá terminen todas las
violencias contra las mujeres. Hay violencias físicas, psicológicas, sexuales,
simbólicas. Se dan en todos los ámbitos, en los espacios públicos y privados; en
la sociedad y en las iglesias. Pero va creciendo la conciencia feminista y cada
vez se hace más clara la reivindicación de todos sus derechos porque el respeto
a la dignidad de las mujeres es una exigencia ética y cristiana. La praxis de
Jesús muestra con creces su manera de ver a las mujeres al convertirlas en sus
interlocutoras. Por ejemplo, la mujer sirofenicia dialoga con Jesús sobre el
dar las migajas a los perritos, contrarrestando así la postura de Jesús de solo
atender a las ovejas perdidas de Israel y consigue cambiarle su visión (Mc 7,
24-30) y después de su resurrección a la primera que se le aparece y le confía
el llevar el anuncio al resto de los discípulos es a María Magdalena. Lamentablemente
no se ha valorado suficientemente ese protagonismo femenino y por el contrario
se le infravaloró, identificando a María Magdalena con la pecadora arrepentida,
presentándola como prostituta perdonada por Jesús. Hoy en día esa confusión se
ha aclarado, reconociendo en María Magdalena una mujer enferma, curada por
Jesús, pero en ningún caso prostituta y, como ya dijimos, depositaria, en
primer lugar, de la misión confiada por Jesús a sus discípulos (Jn 20, 11-18).
Ojalá la iglesia clerical y
piramidal se vuelva cosa del pasado y vivamos una iglesia sinodal donde laicado
y clero participen de manera conjunta y, especialmente, la voz del laicado sea
escuchada, valorada y respetada. El Espíritu Santo reside en todos los miembros
del Pueblo de Dios y si no se acoge su voz en el laicado la iglesia no puede
ser conducida por el Espíritu. Es muy importante que se vaya plasmando esta
reforma eclesial porque hemos tomado más conciencia de la urgencia de la misma.
Las palabras del papa Francisco al inicio de su pontificado “quiero una iglesia
pobre y para los pobres” (Evangelii Gaudium. 2013, n. 198) marca el camino de
la reforma y del camino sinodal que estamos procurando.
Podríamos seguir enumerando
realidades que quisiéramos que terminen y los deseos que tenemos de un mundo
más justo y en paz. Pero lo importante es que cada persona haga su propia lista
y comience el año con el compromiso de trabajar por hacerla realidad. El Señor
está de nuestra parte y nos llena de bendiciones para vivir a plenitud este
nuevo año que gratuitamente nos ha dado.
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