¡Bienvenido 2023!
Olga Consuelo Vélez
Comenzar un nuevo año es una
oportunidad de llenarse de esperanza, de crecer en expectativas, de propiciar
cambios. Por supuesto que todo esto no viene mágicamente porque aumenta un
número del calendario, pero psicológicamente, ayuda el ritmo del tiempo y
acompañado por las celebraciones de fin de año, parece que esas actitudes se
potencian. Por lo tanto, es cuestión de aprovechar el momento y, en verdad, abrirse
a nuevas perspectivas.
En Colombia tenemos la esperanza
de que el nuevo gobierno pueda seguir generando cambios. Mucha gente tiene
temores y prejuicios porque la resistencia a los cambios supera la evidencia de
los hechos. Pero, personalmente creo, que tenemos muchas posibilidades de dar
pasos hacia una sociedad más justa y en paz. Esto último es una de las mayores
urgencias para nuestra dolida tierra porque más de cincuenta años de conflicto
interno, pide a gritos un horizonte de paz. Y en eso esta empeñado el nuevo
gobierno y hay un gran respaldo de la Iglesia colombiana en ese proceso. Ojalá
nuestra esperanza siga firme y con nuestro apoyo lo hagamos posible.
A nivel mundial las situaciones
son tan diversas y complejas que también es necesario redoblar la esperanza
para apoyar los cambios necesarios. Brasil comienza un nuevo gobierno, con resistencias
parecidas a las que hay frente al actual gobierno colombiano, pero es necesario
insistir en que mucho de lo que se acusa a gobiernos que se ocupan de lo social
es más fruto de los poderes hegemónicos que instalan en el imaginario social
bastantes mentiras y temores. Por supuesto, la complejidad de las situaciones permite
críticas y descontentos, pero si no se intentan los cambios nunca podremos ver
una nueva realidad.
A nivel personal cada uno sabe lo
que podría hacer mejor, planear distinto, realizar en este nuevo año. No es
fácil imaginarse cambios porque una cosa es celebrar por todo lo alto el fin de
año y otra comenzar de nuevo las labores y hacerlo con renovado empeño. Casi
siempre se hacen buenos propósitos y al llegar el día a día, rápidamente
volvemos a lo mismo. Pero no hay que perder la esperanza. Es posible hacernos
al menos un buen propósito: ser mejores personas. Amar más y servir mejor. Dejar
de quedarnos en lo pequeño y relativo que tantas veces nos enreda y mirar el
horizonte más amplio de que solo tenemos esta vida por delante, solo este
momento para amar a los seres queridos, solo el presente para trabajar por
hacer de nuestro mundo un mejor lugar. Agradecer la vida, cuidar del planeta, humanizar
más nuestro mundo desde esa perspectiva cristiana que nos hace ver en toda
persona, no a un desconocido y menos a un enemigo, sino a un hijo e hija de
Dios. Como bien dice la primera carta de Juan “Quien no ama a su hermano, a
quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (4, 20).
Y a nivel de la institución
eclesial, creo que se ha ido apagando el empuje dado por la propuesta del papa
de una Iglesia sinodal y, aunque de alguna manera el proceso seguirá su marcha
y se realizarán los encuentros previstos hasta llegar a la reunión de obispos en
el 2024, se requiere de renovada esperanza para que nuestra iglesia se
transforme desde adentro, ofreciendo un nuevo rostro más cercano al evangelio
del reino. Hay muchos dolores que transformar como los escándalos de pederastia
y de abuso de mujeres por parte de clérigos, o el clericalismo persistente que
el papa Francisco ha criticado tanto y la urgencia de abrir las puertas de la
Iglesia a la diversidad en tantos sentidos que ya constituye nuestro mundo y
que la Iglesia se resiste a incluir efectivamente. Pero un nuevo año podría
ayudarnos a soñar con esa iglesia de los orígenes y revivirla en nuestros
espacios locales. Nadie nos impide soñar con una iglesia más inclusiva, más
participativa, más servidora, más comprometida con la realidad. “La fe sin
obras es muerta” (St 2,17) y una Iglesia que no traduce lo que predica en obras
de justicia y amor, no puede ser atractiva para nadie.
Otras realidades podrían comentarse
para iluminar este nuevo año que comenzamos. Pero lo importante es aprovechar
este acontecimiento humano que compartimos con creyentes y no creyentes -de fin
de año y comienzo de un año nuevo- para escuchar esa voz de ánimo y de nuevo
comienzo que siempre nos regala nuestro Dios para no desfallecer en el camino. En
el libro del Cantar de los Cantares donde la imagen nupcial expresa la relación
de Dios con su pueblo, estas palabras que el amado dirige a la amada podrían
inspirarnos este comienzo de año: “Levántate amada mía, hermosa mía y vente.
Porque, mira, ha pasado ya el invierno y han cesado las lluvias y se han ido.
Aparecen las flores en la tierra, el tiempo de las canciones es llegado, se oye
el arrullo de la tórtola en nuestra tierra”. Sí, dejemos atrás los dolores
vividos este año, los fracasos, las pérdidas, y potenciemos todas las
experiencias positivas y, sobre todo, la posibilidad de seguir mirando el
futuro con esperanza. Por parte de Dios, siempre hay la posibilidad de un nuevo
comienzo, con el que él mismo se compromete desde el amor más íntimo y personal
que toda persona pueda tener con él. ¡Bienvenido 2023! A vivirlo con fe, con
esperanza y amor.
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