Navidad como experiencia
de crecimiento y sinodalidad
Llegamos a la celebración de
Navidad y podríamos señalar dos aspectos que este año nos acompañan. El
primero, hemos regresado a la “normalidad” porque, aunque la covid no se ha ido
del todo, se logró controlar el contagio masivo y, gracias a las vacunas, a
quien le da, lo más común es que no tenga complicaciones y solo parezca un leve
resfriado. Pero vale la pena preguntarnos lo que tanto dijimos en tiempos de
covid: ¿qué nos enseñó esa experiencia vivida? ¿nos hizo mejores seres humanos?
Tal vez las personas que perdieron seres queridos tienen la dura experiencia de
su partida. A otras les pudo quedar la sensación de miedo al saber que puede
llegar una situación desconocida capaz de cambiar nuestras rutinas de un
momento para otro. Posiblemente otros valoran más los medios digitales, a
través de los cuales pudieron mantener la comunicación con los demás y simplificaron
muchos procesos que se creía solo podían hacerse de manera presencial. Pero es
posible que muchos no hayan aprendido nada y continúen la vida, olvidando lo
que ha sucedido y viviendo la inmediatez del presente. Esta última sería lo peor que podríamos sacar
de estos más de dos años de pandemia.
Ojalá que hubiéramos aprendido
que en nuestro mundo las posibilidades de responder a situaciones difíciles
están muy desiguales. Los países ricos acapararon las vacunas y los pobres
tuvieron muchas dificultades para adquirirlas. Muchas personas hoy en día son
más pobres porque perdieron sus trabajos. Muchos niños se retrasaron en sus
estudios porque no tuvieron acceso a internet y porque el confinamiento hizo
más difícil el proceso de aprendizaje. Otros quedaron con una salud más frágil.
De todas maneras, también hubo cosas positivas. En muchos lugares aumentó la
solidaridad y el apoyo mutuo. Se desarrolló la creatividad para afrontar la
pandemia tanto a nivel de nuevos emprendimientos como de sacar el mayor
provecho a lo que era posible. La resiliencia (término que significa la
capacidad que se tiene de superar la adversidad) se manifestó de muchas maneras.
Además, la covid nos invitó a mirar la creación y a darnos cuenta que sin un
cuidado real hacia ella, cualquier virus puede surgir y los desastres naturales
se producen. El cambio climático que estamos viviendo con tanta intensidad, es
un grito fuerte de la creación, llamando a nuestra responsabilidad.
Pues bien, ante el niño del
pesebre que celebramos en este mes navideño, vale la pena acercarnos con los
aprendizajes y las inadvertencias de estos años que hemos vivido de pandemia. La
pobreza que rodeó su nacimiento –“Y dio a luz a su hijo primogénito, le
envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el
alojamiento” (Lc 2, 7)- nos sitúa en la incerteza, la fragilidad, la
incertidumbre a la que estamos continuamente abocados porque nadie tiene la asegurado
nada por siempre. Pero también el pesebre nos convoca a la alegría que
experimentaron los pastores cuando se les anunció que “había nacido un
salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2, 11). La alegría de que seguimos vivos
y podemos trabajar por hacer de nuestro mundo un mejor mundo. Nuestro Dios se
hizo ser humano para enseñarnos cómo vivir, cómo amar, cómo trabajar, cómo
construir comunidad, cómo vivir la solidaridad, cómo ser hijos e hijas del
mismo Dios Padre y Madre, por quien somos hermanos y hermanas de la misma
familia de Dios.
Y, precisamente por todo lo
anterior, Navidad es tiempo de fiesta, de reuniones, de alegría, de luces, de
música, de esperanza. Pero no para que termine cuando se acaben las fiestas
navideñas sino para que impulsen a comenzar un nuevo año con la fe fortalecida,
la esperanza renovada y el amor más abundante. Tal vez sea posible si, como
dije antes, llegamos al pesebre con una mayor conciencia de lo que hemos vivido
y nos dejamos iluminar por el niño Jesús para sacar de lo vivido el mayor
provecho.
El segundo aspecto al que me
quiero referir es a la llamada a la sinodalidad que ha hecho el papa Francisco.
Ya sabemos que sinodalidad quiere decir “caminar juntos” y esto, en concreto,
es que todos los miembros de la Iglesia nos sintamos responsables y
protagonistas de la misión evangelizadora de la Iglesia. En navidad, al menos
en Colombia en que acostumbramos a rezar la novena en familia, podemos
potenciar este espacio como experiencia de sinodalidad. Tal vez navidad es el
único momento en que no esperamos a qué el sacerdote dirija la oración o marque
los pasos de la celebración. Las novenas son organizadas por la familia. Son
espacios en que todos participan, especialmente, los niños. Se reza con
espontaneidad, se canta con alegría y se vive un bonito y sentido momento de fe
y celebración. Eso es sinodalidad y navidad puede ser un tiempo para tomar
conciencia de las experiencias de sinodalidad que vivimos y, a partir de estas,
potenciar otro tipo de experiencias en los otros espacios de fe y celebración
que tendremos a lo largo del año.
Vivamos entonces este tiempo de
Navidad con la alegría que trae el Niño Jesús que nace, pero también con la
profundidad que este tiempo requiere. Que nuestra vida se disponga a acoger a
Jesús con lo que somos, traemos, sentimos, deseamos. Preguntémosle cómo ser
mejores personas y cómo hacer de nuestro mundo un lugar mejor para vivir. Cómo
crecer en justicia social para que no haya nadie que pase necesidad entre
nosotros (Hc 2, 45) y como trabajar para empujar la Iglesia hacia una mayor
sinodalidad, una mayor comunidad, una mayor igualdad de todos sus miembros. La
sinodalidad no se conseguirá por la propuesta de Francisco sino por el
compromiso de todos en irla haciendo realidad en las ocasiones en que es posible
hacerlo.
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