Adviento: Tiempo
de espera “esperanzada” para las mujeres
Olga Consuelo Vélez
Las lecturas de la liturgia de
este tiempo de Adviento nos invitan a la preparación, a la alegría, a la
esperanza. Sobre todo, la figura de María, que es central en estos días (en los
tres ciclos de adviento el primer domingo se dedica a la segunda venida del
Señor, el segundo y tercero a Juan El Bautista y el cuarto a María), nos abre a
la posibilidad de esperar la novedad del “Niño que viene” lleno de dones y
bendiciones. De hecho, la palabra Adviento significa que alguien llega y en la
antigüedad siempre que llegaba el rey, podía conceder favores a los que lograban
verlo. Con la venida del Niño se esperaría que sus dones nos alcancen a todos.
Pero si pensamos en la realidad
de las mujeres, ¿hay adviento -hay esperanza- para ellas? Por supuesto que sí.
Aunque falta tanto para que en la sociedad y en la Iglesia sea real la igualdad
entre varones y mujeres y que en todas partes del mundo se respeten los
derechos de las mujeres y no haya ningún tipo de violencia contra ellas por el
hecho de ser mujeres, muchas son también las conquistas y logros que se han
adquirido en estos últimos tiempos y eso abre la puerta a seguir “esperando”,
“esperanzadamente” en que los cambios continúen y se afirmen definitivamente.
Hay esperanza en la realidad
social porque las leyes se consolidan y cobijan mucho más a las mujeres. La tipificación
del feminicidio -asesinato de mujeres de la mano de hombres por machismo o
misoginia- se va implementando cada vez más en los diferentes países y,
efectivamente, se afianzan las penas correspondientes a ese tipo de delito. La
igual remuneración laboral para mujeres y varones también está siendo una
realidad. El que la mujer ocupe más espacios públicos y sea gestora de
decisiones sociopolíticas va aumentando y en el imaginario colectivo comienza a
ser más natural que todos los lugares puedan ser ocupados por varones y mujeres
indistintamente. Lo que todavía sigue con una brecha muy grande es la violencia
de género que se ejerce en los espacios públicos porque aún hay demasiada
explotación sexual de la mujer y los medios de comunicación todavía utilizan el
cuerpo femenino o el estereotipo de sus atributos para comercializar sus
productos y avivar una sociedad de consumo, donde la mujer es un producto más. Pero
la conciencia de que eso no debe ser así, crece y eso da esperanza.
En la realidad familiar se
comienza a ver una nueva manera de constituirse como familia, con más igualdad,
más respeto, más equidad, más distribución de tareas para ser hechas por todos
en casa. Aunque hay ambientes -especialmente religiosos- que consideran que
esta nueva manera de posesionarse de la mujer es la causa de la inestabilidad
familiar, esto se desmiente fácilmente porque la crisis de la familia no viene
del reconocimiento de los derechos de las mujeres sino de la falta de madurez
humana y afectiva de varones y mujeres y la forma de entender las relaciones. De
hecho, cualquier subordinación o sumisión o violencia contra la mujer no
permite una familia estable, aunque aparentemente se crea que es así.
A nivel eclesial crece también la
conciencia de que, sin abrir espacios de participación a nivel de decisión para
las mujeres, la iglesia desdice de su ser sinodal, al que está llamada. Pero en
este ámbito las mujeres no están simplemente esperando que se abran las
puertas. La formación teológica que han adquirido tantas mujeres y los espacios
de reflexión, celebración y sororidad que se han abierto, las han empoderado para
saberse iglesia y hablar en su nombre. En realidad, todo el pueblo de Dios es
sujeto eclesial y las mujeres han tomado la palabra creando espacios eclesiales
que, a fuerza de su existencia, se van reconociendo y aceptando.
La situación de las mujeres no es
la misma de hace cincuenta años y mucho menos de hace tantos siglos como
tenemos de historia. Las jóvenes de hoy están encontrando un mundo mejor del
que tuvieron sus madres y sus abuelas. Y la perspectiva de su realización y el
cumplimiento de sus sueños se vislumbra mucho más. Todo lo anterior no
significa que no falte demasiado, en todos los ámbitos descritos, para que la
realidad de sufrimiento, exclusión y opresión de las mujeres se mire solo como
algo del pasado. Pero el estar en camino, el constatar logros, el palpar un
nuevo horizonte posible para las mujeres, garantiza que esta espera no es
pasiva, no es resignación, no es aceptación, sino que es una espera
“esperanzada” porque los logros alcanzados fortalecen para seguir alcanzando
muchos otros.
En este sentido, la nueva manera
de comprender la figura de María, gracias a los aportes de la teología
feminista, puede seguir fortaleciendo desde la fe, estas conquistas de las
mujeres y llevarlas a la realidad. Hoy entendemos que María no es la mujer
pasiva que acepta sin réplica, sin preguntas, su colaboración en el plan de
salvación. María pregunta ¿cómo podrá ser aquello? (Lc 1, 34) y ante la
respuesta del ángel de que “nada es imposible para Dios” (Lc 1, 37), María no
teme asumir el protagonismo de gestar a un Hijo que será la salvación para
todos los pueblos. María es la mujer libre y fuerte que asume la
responsabilidad que se le confía y lo hace con todas las consecuencias. Por eso,
como dice el evangelista Juan, está al pie de la cruz (19, 25) -momento donde
se pone en juego la posibilidad de dicha salvación-, reafirmando la fe por la
que su prima Isabel la alabo, en el evangelio de Lucas: “Feliz tú porque has
creído” (1, 45). ¡Cuántas mujeres han vivido un protagonismo capaz de abrir
caminos de liberación para las mujeres! ¡Cuántas mujeres han conseguido
derechos para las mujeres! ¡Cuántas se han mantenido de pie ante las
dificultades y los retrocesos de algunos logros conquistados por las mujeres!
La figura de María engrandece las luchas de tantas mujeres en la sociedad y en
la Iglesia y las fortalece para no decaer en sus esfuerzos.
El texto del Magnificat, que el
evangelista Lucas pone en boca de María, puede seguir avivando la espera “esperanzada”
de que la situación de las mujeres puede dar un vuelco total y un mundo libre
de violencia contra ellas, es posible. María afirma que Dios “despliega la
fuerza de su brazo para dispersar a los soberbios y exaltar a los humildes,
para colmar de bienes a los hambrientos y despedir vacíos a los ricos” (Lc 1,
52-53). Es decir, Dios está de parte de los que sufren y despliega su fuerza
para cambiar las situaciones. Por eso, no está lejos de la situación de las
mujeres, sino que, con certeza, ha sido su primer protagonista. De hecho, la
praxis de Jesús con respecto a las mujeres fue una praxis de liberación, de
inclusión, de igualdad. La llamada cristología feminista ha mostrado claramente
que la Buena Noticia del Reino, anunciado por Jesús, es también para las
mujeres y él mismo contribuyó a generar y sostener ese dinamismo.
Situarnos en Adviento con estos
elementos que hemos reseñado nos permite vivir este tiempo como un verdadero
adviento para las mujeres. El Niño que se espera es el mismo que con su praxis
histórica y con la palabra de Dios consignada en la Sagrada Escritura, avala
las llamadas “olas del feminismo” que han conseguido derechos civiles,
sociales, políticos, culturales para las mujeres. Es el mismo que hoy continúa
avalando el trabajo de las teologías feministas que enriquecidas con las
categorías de análisis de las teorías feministas, han permitido apoyar y
empujar los cambios necesarios para la vida digna y plena para las mujeres.
Adviento es tiempo de recoger
tantos logros y esperar que sigan aconteciendo. Adviento es tiempo de avivar la
esperanza de que un mundo donde varones y mujeres gocen plenamente de todos sus
derechos es posible y que la opresión vivida por el género femenino ya no
exista más. Que en este presente se pueda vivir que ¡ni una mujer más sufre
ningún tipo de violencia, ningún tipo de discriminación ni de subordinación! ¡Ven,
Señor Jesús! y consolida el regalo de un mundo libre de violencias de género,
un mundo de hijos e hijas del mismo Dios Padre/Madre.
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