¿Qué pedirle al Espíritu Santo para el Sínodo?
Olga Consuelo Vélez
A puertas del sínodo retomo la frase que se invoca de que el protagonista
del Sínodo es el Espíritu Santo. Supongo que con esto se quiere decir que del
Sínodo no puede salir otra cosa sino lo que está en el horizonte del evangelio,
de la praxis del reino vivida por Jesús, del querer de Dios sobre la humanidad.
Pensar que el Espíritu va a conseguir “mágicamente” un resultado distinto al
que proporcionen los también protagonistas del sínodo -varones y mujeres participantes-,
sería pensar en el Dios que interviene por encima de nuestra voluntad y realiza
incluso lo contrario de lo que nosotros posibilitamos.
Lo anterior que he dicho es complicado y más de uno debe estar cuestionando
lo afirmado. Acaso ¿no creemos en la fuerza de la oración? ¿no es válida la
oración al Espíritu Santo para que ilumine nuestras decisiones? Resolver por la
lógica humana estos interrogantes es bastante complejo porque si damos una
afirmación parece que negamos lo contrario y viceversa. La respuesta no puede
darse fuera del horizonte del “misterio de Dios” que excede nuestras
comprensiones pero que no niega nuestros esfuerzos de comprender y formular de
la mejor manera algunas realidades. Por lo tanto, aclaro: la oración es esta
actitud de apertura a Dios, de toma de conciencia de que su misterio nos
supera, de aceptación de nuestra fragilidad humana que puede optar por lo
contrario de lo que Dios quiere. Por eso es necesaria e imprescindible para entrar
en un proceso de discernimiento que nos lleve a tomar la mejor opción dentro de
lo posible. Invocar al Espíritu, pedirle que él guie nuestros pensamientos, sentimientos,
decisiones, es lo más honrado que podemos hacer antes de cualquier proceso de
escucha, reflexión y decisión. También lo más honrado es estar dispuestos a escucharlo,
sabiendo que el evangelio nos desinstala, nos confronta, nos empuja a cambios y
a sinceras conversiones.
En este último sentido, deberíamos pedirle nos ayude a reconocer y tomar
conciencia del “desde dónde” hablamos y, para el caso de un sínodo, por ejemplo,
del lugar eclesial que ocupamos, de la teología que manejamos, de la
experiencia pastoral que tenemos, de la mentalidad que hemos cultivado, etc. Sin
el reconocimiento propio de lo que nos constituye, actuaremos según eso que
somos, pero tal vez, sin abrirnos suficientemente a lo que puede ser distinto o
a las múltiples visiones que existen pero que no han tocado nuestro mundo y por
eso somos incapaces de percibirlas, menos de entenderlas y más aún de creer que
son importantes. Creo que sobre esto no se trabaja suficiente. De ahí que los diálogos
tantas veces son infecundos porque cada quien defiende su postura, es lo que le
constituye, pero no toma conciencia de que habla desde su lugar y desconoce los
otros lugares.
Con todo lo anterior lo que quiero decir es que la mayoría de la composición
del sínodo es de personas que hablarán desde el lugar eclesial que ocupan. Y la
mayoría -obispos- están en los lugares de dirección eclesial y, desde ahí,
están convencidos de que lo están haciendo bien y todo funciona de acuerdo al
deber ser eclesial. Con seguridad lo están haciendo lo mejor que saben y pueden,
pero ¿cuántos creerán que podrían pensar una organización distinta a la que
ellos sustentan cada día y por la que están allí participando del sínodo? Y si
pensamos en el laicado o la vida religiosa que participará, ¿cuántos están
fuera de las instancias propiamente eclesiales para tener la libertad de pensar
alternativas verdaderamente distintas? Y si hablamos de mujeres, ¿cuántas de
las que participarán del sínodo podrán proponer la igualdad real y plena de las
mujeres en la iglesia? En este tema creo que ninguno de los participantes niega
la frase “mayores espacios de participación para las mujeres” pero ¿cuántos le
dan contenido a esa frase con la radicalidad que debería suponer una iglesia que
no excluye en razón del sexo? Por las entrevistas que he escuchado, me parece
que no muchas apuntan a esto y hasta esgrimen razones para no hacerlo por
aquello o de la prudencia -todavía no es el momento- o del convencimiento de
que en la iglesia, mujeres y varones tienen roles distintos y eso es querido
por Dios. Así pensábamos en la sociedad, pero eso va cambiando efectivamente y
aunque faltan conquistas se sigue luchando por ellas con la convicción de que no
tener una igualdad plena, viola los derechos humanos de las mujeres.
Y si hablamos de otros temas de doctrina, de praxis sacramental, etc., las
dificultades para entender otros lugares es igual de grande. No me parece que
en el sínodo haya demasiada presencia de diferentes etnias, de la sociedad civil,
de jóvenes, de intelectuales, de diversidad sexual, e incluso de teólogos y
teólogas con visiones más abiertas al diálogo con los desafíos contemporáneos.
En conclusión, todos tenemos que pedirle al Espíritu Santo que acompañe el
caminar eclesial porque no son tiempos buenos para el cristianismo (su mensaje
y convocatoria se está quedando en las márgenes, aunque todavía persista una
gran estructura) y se necesita de nuevo (como lo fue en tiempos de Vaticano II)
un aggiornamiento (actualización), un caminar más rápido para tener una
palabra eficaz y significativa para los tiempos que vivimos. Pero, sin olvidar,
que tal vez la mejor petición, es que el Espíritu ayude a los participantes del
sínodo a reconocer el lugar desde dónde hablan y les impulse a salir a los
otros lugares, esos que existen en la sociedad civil, en las corrientes teológicas
más actualizadas, en los jóvenes, en fin, a todos esos lugares, que nos negamos
a ver, a reconocer, a acoger porque estamos seguros, conformes, a gusto en el lugar
en el que estamos y cambiarlo nos afectaría, en primer lugar, a nosotros mismos
y, en este sentido, pocos están dispuestos a aceptarlo.
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