martes, 18 de agosto de 2020

“Devuelvan a Dios lo que es de Dios”

La conocida cita de Mateo: “Dar (la traducción correcta es “devuelvan”) al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 15-22) se emplea muchas veces para justificar que la fe no tiene que meterse en la política. Pero no es ese el sentido del texto.

A Jesús le quieren poner una trampa (como tantas veces se ve en el evangelio) y por eso le preguntan: ¿Es lícito dar tributo al César? La pregunta surge de los herodianos que están a favor del tributo, pero el texto dice que fueron enviados por los fariseos que no lo están. Jesús se da cuenta de las intenciones que persiguen porque si contesta que sí, contentará a los herodianos y dejará enfadados a los fariseos y si contesta que no, quedará bien con estos últimos, pero podrá ser acusado por los herodianos de estar en contra del César. Jesús responde -consciente de esa trampa-, situando las cosas como deben ser. El César, en el imperio romano, ha sido divinizado y esa divinización se ve en la moneda, la cual tiene la imagen del César -para los judíos las imágenes son idolatría- y una inscripción que dice: “César, hijo de Dios”.  Por eso Jesús les pregunta: ¿qué imagen ven ahí?, ellos dicen, del César. Entonces Jesús responde “devuelvan al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Es decir, el César se ha apropiado de un lugar que solo pertenece a Dios.

Su respuesta es totalmente coherente con el reino que anuncia: sólo Dios ha de reinar y se han de denunciar todas las usurpaciones que se dan y que impiden que la vida digna y plena llegue a todos y todas. En otras palabras, la respuesta de Jesús fue mucho más política de lo que nos han hecho creer -con la lectura ingenua del texto- y muestra la dimensión profético-política que tiene la vida cristiana.

A los cristianos, en este tiempo, no nos hacen ese tipo de preguntas que le hicieron a Jesús, pero si nos manipulan de muchas maneras. Cuando conviene que no se diga nada, se nos dice que no debemos meternos en política. Cuando en la campaña electoral se necesitan votos, se nos vende la idea de que debemos apoyar al candidato que este a favor de algún principio cristiano, pero casi siempre, no se hace un análisis completo y a fondo de todo su proyecto político para tomar una decisión adecuada. Lamentablemente, más de un político que se dice cristiano, apoya políticas neoliberales que dejan en la miseria a la mayoría del pueblo y políticas de guerra que hacen imposible construir la paz. Pero todo esto lo enmascaran y manipulan, como lo querían hacer con Jesús, y muchos electores caen en ese juego.

Pero también preocupa esa relación iglesia-estado que es usada por el estado para ganar prestigio y buenos réditos y, por parte de la iglesia, o se presta para esa manipulación o cae ingenuamente o le interesa estar en esos estamentos, creyendo que así podrá ganar respaldo para las obras que emprende. Esto es lo que, a mi juicio, me parece se vio en la misa que se celebró en la catedral de Bogotá, el pasado domingo, 16 de agosto. Por parte de la iglesia hubo durante toda la semana una peregrinación del Señor de Monserrate por las catedrales de las diferentes diócesis de la ciudad. Fue un gesto simbólico para animar al pueblo de Dios que tantos domingos sube a pie a Monserrate para visitar al Señor caído, de que, en esta situación de pandemia, no está solo y Dios camina a su lado. Pero finalizar ese gesto con la misa a la que asistió el presidente, la vicepresidenta, el ministro de salud y sus respectivas familias, da mucho que pensar. Se convierte en un gesto muy ambiguo más cuando el presidente, recientemente, ha mostrado que no respeta la independencia de poderes al criticar a las cortes por su decisión frente a su mentor político. Él, como presidente, no puede tener esa postura. Pero justamente aparece al lado de las autoridades religiosas, con la mayor solemnidad y rezando frente a los colombianos como en una campaña de fervor y rectitud. Esto sin nombrar que no están autorizadas las misas con público. En fin, este acto, como tantos otros, no contribuyen a la postura profética que la iglesia podría tener queriendo ser fiel a Jesús.

Gracias a Dios otros pastores no callan su voz, como el arzobispo de Cali, Darío Monsalve, que a pesar de haber sido desautorizado por el Nuncio hace unas semanas cuando utilizó el término “genocidio” para referirse a la actitud que tiene el actual gobierno frente al proceso de paz, nuevamente levanta su voz para denunciar el “genocidio generacional” que envuelve hoy a los jóvenes y adolescentes caleños, condenados al exterminio por la falta de oportunidades en su vida. “Cali y Colombia no pueden dejar que avance este genocidio generacional urbano, bajo ninguna justificación”. Este comunicado lo hizo el pasado 13 de agosto ante el asesinato de cinco jóvenes que residían en el sector de Llano verde. El sábado 15 de agosto masacraron a otros 8 jóvenes en Samaniego (Nariño). El arzobispo de Bogotá, Luis José Rueda, sacó un comunicado rechazando la masacre y pidiendo la paz y la reconciliación. Pero como dijeron los dirigentes de ese departamento, el gobierno tiene que apoyar el proceso de paz y hacer efectiva su presencia allí, si quiere parar esa violencia. Pero este gobierno está más preocupado por mantener sus privilegios que por construir la paz. La iglesia no puede mantener una postura ambigua cuando la situación colombiana está marcada por tanto dolor.

Es urgente no dejarnos manipular por los “César” de este tiempo y seguir anunciando que Dios reina cuando se levanta la voz por la vida, la justicia, la paz y se realizan gestos que respaldan las palabras que decimos.  

 

 

 

 

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