De redes sociales,
posverdad y creencias religiosas
Este tiempo de pandemia se ha prestado para que todos
hagamos más uso de las redes sociales y expresemos lo que pensamos, sentimos,
creemos, etc. En este sentido, la pandemia ha favorecido la socialización del
pensamiento y la interconexión de manera universal. Han sido muchos los congresos,
charlas, encuentros en los que se ha podido participar de manera gratuita, posibilitando
que, lo que antes era para unos pocos, sea posible para muchos.
Pero preocupa lo que últimamente se llama la “posverdad”, es
decir, que se afirma cualquier cosa sin tener criterios para hacerlo y los
lectores lo reciben con un grado de ingenuidad que siguen divulgando lo que,
bajo apariencia de cierto, son verdaderas mentiras que se instalan en el
consciente o inconsciente de las personas y resulta muy difícil desmontarlas.
Por ejemplo, esto ha pasado con las vacunas, donde los mensajes
en redes sociales muestran que tienen más fuerza que las noticias oficiales y
por eso mucha gente se resiste a vacunarse, repitiendo los argumentos que han leído
en las redes, sin saber siquiera las bases reales que se tienen para aquella
afirmación y sin molestarse ni un mínimo por indagarlas.
Igual sucede con la política donde se multiplican las
afirmaciones falsas y las personas las repiten como si tuvieran toda la certeza
de que eso es verdad, simplemente porque cualquiera lo escribió en la red y si
está escrito parece que ha de tener credibilidad absoluta.
A nivel eclesial, las redes sociales han prestado un
servicio muy bueno para alimentar la fe con las celebraciones litúrgicas y
muchos otros mensajes y espacios de reflexión que se han propiciado pero, no
han faltado quienes pudiendo tener tanta y tan buena influencia con sus
seguidores (por ejemplo, algunos clérigos), han convertido sus publicaciones en
“defensa de la fe” contra este mundo “ateo” que nos impide ir al templo o que
no cree suficientemente en Dios y por eso acude a las vacunas o simplemente queriendo
hablar de temas eclesiales reflejan su falta de formación o de actualización
teológica lo cual conlleva a que sus seguidores, no puedan ir mucho más allá de
reforzar una fe infantil, intimista, acrítica, irracional y tantos otros apelativos
que hacen que el testimonio de vida cristiana sea cada vez anacrónico para los
tiempos actuales.
No son tiempos de demonizar lo distinto o de creer que todo
es ataque a la iglesia. Son tiempos de aceptar la pluralidad cultural y
religiosa en la que vivimos y de aprender a convivir con otros que no creen lo
mismo que nosotros y no por eso están atacando a la iglesia. La critican sí,
por su falta de testimonio o por los escándalos de sus clérigos o por su
postura ante algunas situaciones sociales, pero esto es muy distinto a creer
que la atacan y promover una postura de defensa en lugar de contribuir a abrir
la mente y el corazón para entender el mundo actual y ofrecer una fe que sabe
caminar con otros y que no quiere imponer ni reivindicar todo para sí. Eso fue
lo que hizo Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes al invitar a
leer los signos de los tiempos y responder a ellos. Ya sería bueno asumir este
Concilio cuando han pasado más de cincuenta años de aquel acontecimiento.
A veces también algunos clérigos que fueron ordenados en los
papados anteriores se sienten tan descolocados con las palabras y acciones del
papa Francisco que no saben acompañar a sus feligreses para que comprendan que la
iglesia va caminando en el tiempo y debe siempre revisarse y ajustarse si
quiere ser fiel al evangelio. Hay momentos en la historia en que este movimiento
se nota mucho más y estamos en él. No era gratuito que en las décadas pasadas
se hablara de “invierno eclesial” o de “involución” y por eso este papado ve la
urgencia de una reforma eclesial. Pero tal vez estos clérigos ni se enteraron del
invierno que se vivía, ni entienden porque le llaman a Francisco el papa de la “primavera”.
Están tan centrados en sus propias convicciones que no acompañan los signos de
los tiempos -como lo dije antes- y no saben interpretar el presente. Los
clérigos podrían ser los primeros en mantener la lucidez, la formación y la
capacidad de acompañar al pueblo de Dios para que, asumiendo los errores,
retrocesos y escándalos de la iglesia, amplíen la visión y siempre estén
buscando caminos de conversión, en aras a ser una iglesia cada vez más creíble.
Las redes sociales seguirán existiendo y ahora con más
fuerza, por lo tanto, conviene que nos preguntemos si estamos cuidando de no
caer en la falacia de la posverdad y si hemos afrontado esta circunstancia de
la mejor manera, creciendo en todo sentido, pero especialmente, en la vida de
fe que a veces, pareciera, no ha sido la más relevante a la hora de acompañar
tanto dolor y muerte, tanta incertidumbre y soledad que ha traído la pandemia.
Conviene que aprendamos a utilizar las redes sociales con una lectura crítica
de cualquier información buscando que tenga fundamentos sólidos y constables,
pero también que los aprovechemos para una formación cristiana a la altura de
estos tiempos en los que es necesario derribar muros y construir puentes -como
dice el papa Francisco-, actitud que solo es posible si salimos de lo conocido
para abrirnos a lo nuevo, si no tenemos miedo al cambio y a un futuro eclesial
distinto.
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