¿Tradición o
tradicionalismo?
El pasado 16 de julio el papa Francisco publicó la “Carta
Apostólica en forma de Motu Proprio Traditionis custodes” sobre el uso
de la Liturgia Romana antes de la Reforma de 1970. En ella el papa recuerda que
los obispos, custodios de la tradición y garantes de la unidad eclesial, han de
discernir cómo vivir la fidelidad a la Tradición sin que eso se oponga al
necesario aggiornamento (actualización) que la iglesia ha ido haciendo a
lo largo del tiempo y que ha de seguir haciéndolo. En concreto se refiere a la
liturgia que tal vez fue el mayor cambio que el pueblo de Dios notó a partir de
Vaticano II porque supuso pasar de la misa en latín a la misa en la propia
lengua y de un clero de espaldas a la gente a una celebración más comunitaria y
participativa, por nombrar algunos de los cambios litúrgicos propuestos en la
Constitución Sacrosanctum Concilium. Deja entonces, en manos de los
obispos locales, el autorizar la celebración extraordinaria del rito tridentino
a casos muy particulares, pero dejando claro que la liturgia promovida por
Vaticano II es la única expresión de la “lex orandi” para la iglesia (lex
orandi quiere decir que la forma como rezamos refleja en realidad lo que
creemos).
Esta carta fue necesaria porque los grupos que actualmente
celebran su liturgia con el rito tridentino no lo hacen como expresión de
pluralidad eclesial, sino oponiéndose al Vaticano II, como ya lo hiciera al
finalizar el concilio, Monseñor Lefebvre.
Una vez más, los hechos nos muestran lo difícil que es
avanzar en el caminar eclesial y todo lo que cuesta hacer las reformas
necesarias. Aunque Vaticano II fue una irrupción del Espíritu, un verdadero “aggiornamento”
(actualización) de la Iglesia, no faltaron las resistencias a dichos cambios
desde el inicio. Y aunque Francisco es muy delicado al referirse a los decretos
de Juan Pablo II y de Benedicto XVI que permitieron volver a implementar el
rito tridentino, en realidad dicha vuelta a tal liturgia, ha mostrado ese buscar
contentar a todos pero que, a la larga, significa un retroceso. Lamentablemente
junto con el permitir el rito tridentino se fue creando un ambiente de
tradicionalismo, manifestado incluso en jóvenes seminaristas a los que se les
ha formado así en los seminarios o casas religiosas y que hoy se sorprenden con
el pontificado actual porque, en la práctica, desconocen Vaticano II.
Todo es supremamente complejo y existen tantos argumentos
como personas para justificar la adhesión a una postura u a otra. Pero, desde
una lectura de sentido común sobre la reforma litúrgica de Vaticano II, es casi
incomprensible que haya gente que crea que una liturgia donde el clero es
prácticamente el único protagonista pueda tener más sentido que una celebración
de la comunidad o que se haga en una lengua casi desconocida pueda dar más
frutos que entender y participar desde la propia lengua.
Pero esto que parece tan obvio, no lo es para aquella
porción de clero que quiere ser el único protagonista. Y, por desgracia eso les
interesa a muchos y hoy en día a bastantes jóvenes. Revestirse con casullas,
estolas y demás ornamentos litúrgicos que los “separan” literalmente del resto
de pueblo, es un honor que muchos buscan. Además, ser los únicos que dirigen y
realizan todo el culto los pone de protagonistas y eso lo busca más de uno. Pero
nada de eso tiene que ver con el Jesús pobre, cercano y compasivo, del
evangelio (Hb 4, 15).
Pero también la otra deformación es sobre la espiritualidad
que se fomenta en muchos ambientes. Parece que, entre más solemne, con más
incienso, con más ritos, con más misterio, con más majestuosidad, más cerca se
está de Dios. Pero en este caso tampoco nada de esto tiene que ver con el Dios
hecho ser humano en Jesús que nos mostró con hechos y palabras que el culto que
a Dios le agrada es el de la justicia y el derecho, es el de la compasión y la
misericordia (Mateo 9,13; 12,7; 23,23).
Muchos apelan a la “belleza” de la liturgia o al respeto a
lo sagrado. Por supuesto no hay que dejarlo de lado, pero siempre habrá que
hacerse la pregunta sobre la integración de esos elementos en la dinámica que
el Espíritu de Jesús va suscitando en la iglesia.
Francisco está en sintonía con Vaticano II y eso es un
horizonte de esperanza. Pero faltan muchos cambios estructurales para lograr
desmontar toda la burocracia vaticana y todo ese estilo tan tradicionalista que
se fue consolidando en las últimas décadas. Pero es un alivio que se afirme
nuevamente que no es lo mismo el rito tridentino que la reforma litúrgica de
Vaticano II. Con esto se sigue mirando hacia adelante, aunque haya tantos que
se aferran al pasado creyendo que es Tradición eclesial cuando solo es
tradicionalismo e incapacidad de cambio.
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