La vida cristiana no es de normas o cumplimientos; es de
relación, de amistad, de amor
Comentario al
evangelio del 6° domingo de Pascua 5-05-2024
Olga Consuelo Vélez
Como el Padre me amó, yo también los he amado a ustedes; si guardan
mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he guardado los mandamientos
de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo este en
ustedes y su gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que se amen los unos
a los otros como yo los he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida
por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. No les
llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los he
llamado amigos porque todo lo que he oído de mi Padre se los he dado a conocer.
No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes y los he
destinado para que vayan y den fruto y que ese fruto permanezca; de modo que
todo lo que pidan al Padre en mi nombre se los conceda. Lo que les mando es que
se aman los unos a los otros (Jn 15, 9-17).
En este sexto domingo de Pascua, continuamos leyendo el capítulo 15 del
evangelio de Juan. El domingo pasado leímos lo correspondiente a la Vid y los
sarmientos y hoy se continúa el relato haciendo énfasis en el amor de Dios que
nos llega a través de Jesús. El Padre ama al Hijo y el Hijo nos sigue amando a
cada uno de nosotros. De ahí se desprende el llamado de amarnos unos a otros,
pero no de cualquier manera, sino como Jesús nos ha amado. Precisamente por
eso, se pueden destacar aspectos irrenunciables de ese amor de Dios. Un primer
aspecto, es la necesidad de permanecer en ese amor. Es como si Jesús nos
estuviera abriendo su corazón y nos revelará que el amor de Dios da un gozo
pleno, colmado, total. Y quien tiene ese gozo, con certeza puede amar en verdad
a todos los demás.
Un segundo aspecto es el límite de ese amor: “hasta la dar la vida”. No
significa que se este invitando al sacrificio por el sacrificio sino a mantener
la fidelidad, la coherencia, la verdad. Perder la vida por fidelidad es lo que
produce frutos. De lo contrario es un sufrimiento inútil.
Pero tal vez algo central del evangelio de hoy es la relación que Jesús
quiere establecer con los suyos: los llama amigos y no siervos. La experiencia
cristiana no es de normas o cumplimientos; es de relación, de amistad, de amor.
El texto leído literalmente puede desdecir lo que acabamos de afirmar porque
Jesús dice que son sus amigos si hacen lo que les manda. Pero el sentido es lo
que en otras ocasiones hemos insistido: la amistad lleva a la comunión de vida,
de intereses, de objetivos. Es una obediencia no en el sentido de obligación
sino de identificación con el amigo. En otras palabras, el amor de Dios llega
gratis, total, infinito, por medio de Jesús, a la vida de cada persona. Es un
don que se nos ofrece de antemano. Es una elección que Dios ha hecho por pura
“gracia”, no por nuestros méritos o por nuestras capacidades. Y, precisamente
por esa elección gratuita la consecuencia lógica es dar los frutos de amor
correspondientes, mostrar en el amor de unos a otros que el amor de Dios
recibido se hace fraternidad y sororidad en la historia concreta del aquí y el
ahora.
La vida del Resucitado que seguimos conmemorando en la Pascua se
encarna en el testimonio de amor de cada uno de los cristianos que han
comprendido la misión encomendada y se disponen a realizarla en el amor mutuo,
en la entrega recíproca, en la corresponsabilidad compartida.
Por parte del Padre todo está dado, todo está concedido. Por parte
nuestra se necesita reconocer todo el amor recibido en nuestra vida y
disponernos a dar gratis lo recibido gratis, a amar con esa generosidad,
misericordia y entrega sin límites, como es el amor de Dios que sigue
desbordándose en cada uno de nosotros.
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