Pensar en una iglesia
toda ministerial en la que el servicio garantiza el cuidado mutuo,
la entrega asegura la
vida en plenitud para todos
Comentario al
evangelio del 4° domingo de Pascua 21-04-2024
Olga Consuelo Vélez
Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las
ovejas. Pero el que es un asalariado y
no un pastor, que no es el dueño de las ovejas, ve venir al lobo, y abandona
las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Él huye porque sólo trabaja por el pago y no
le importan las ovejas. Yo soy el buen
pastor, y conozco mis ovejas y las mías me conocen, de igual manera que el
Padre me conoce y yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil;
a ésas también me es necesario traerlas, y oirán mi voz, y serán un rebaño con
un solo pastor. Por eso el Padre me ama,
porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo.
Nadie me la quita, sino que yo la doy de mi propia voluntad. Tengo
autoridad para darla, y tengo autoridad para tomarla de nuevo. Este mandamiento
recibí de mi Padre (Jn 10, 11-18).
Continuamos con los domingos de Pascua y el
evangelio de Juan, que es el más elaborado teológicamente, nos ofrece discursos
en los que es Jesús, quien se define a sí mismo, pareciendo conocer con
claridad su misión e invitando a los suyos a reconocerlo como tal. En el
capítulo 6 se define como el pan de vida (v. 35); en el capítulo 8 como luz del
mundo (v.12); en el capítulo 10 como puerta de las ovejas (v.7) y, en el texto
de hoy, como buen pastor (10, 11). No hay que olvidar que en el trasfondo de
estos discursos ya se percibe la persecución, expresada en textos como “los
judíos procuraban matarle” (Jn 7, 1); “entonces, procuraban prenderle; pero
ninguno le echó mano porque aún no había llegado su hora” (Jn 7,30); “los
fariseos oyeron a la gente que murmuraba de él estas cosas y los principales
sacerdotes y los fariseos enviaron alguaciles para que le prendiesen (Jn 7, 32).
En ese contexto es fácil entender que cuando Jesús habla del lobo “que arrebata
y dispersa a las ovejas”, se refiere a sus enemigos que en su vida histórica lo
persiguen, pero también a los que perseguirán a sus seguidores. Jesús sabe que
el anuncio del Reino trae resistencias y conflictos, trae persecución e incluso
la muerte.
La comparación con el buen pastor es más que
clara para aquellos ambientes campesinos donde los rebaños de ovejas eran bien
conocidos con las implicaciones de cuidado absoluto por todas las ovejas y
defensa de las mismas ante todos los peligros que las acechan. Aquí Jesús
aclara que la misión que lleva entre manos no es la de un asalariado que tan
pronto ve el peligro puede dejarla de lado. Por el contrario, su misión es dada
por el Padre y si implicara dar la vida, no va a ponerlo en duda. No es
simplemente que se siente en peligro y ya no tiene tiempo para huir. Es que,
aunque pudiera hacerlo, su compromiso con el anuncio del Reino, lo constituye,
de tal manera, que voluntariamente está dispuesto a dar la vida.
La comunidad que engendra la predicación de
Jesús supone ese conocimiento mutuo entre el maestro y sus discípulos, entre el
Dios Padre/Madre y todos sus hijos, buscando siempre la inclusión universal para
que ninguno quede fuera.
Aunque en este día se hace especial mención
de la jerarquía por su llamado a guiar al pueblo de Dios -a semejanza de un
buen pastor-, en realidad, en la comunidad de discípulos, no hay pastores y
ovejas en el sentido literal del término, sino comunidad de vida donde todos
velan porque no haya lobos que dañen a ninguna oveja, ni haya ovejas que queden
excluidas y terminen en otro redil. Resulta fácil pensar en todo lo que falta
en la comunidad eclesial para vivir la inclusión de todas las personas sin
permitir ninguna exclusión por ninguna causa. Hace mucha falta esa iglesia que
bendice a todos sin ninguna restricción. Falta esa iglesia que no busca la
uniformidad sino la vida de todas las ovejas con todas las particularidades que
cada una conlleva. En realidad, el único Pastor es Cristo a quien todos estamos
llamados a testimoniar viviendo ese cuidado hasta arriesgar la vida por todos y
cada uno de los hermanos y hermanas.
No significa esta reflexión que no se
reconozcan los diversos ministerios en la vida de la Iglesia. Pero han de estar
libres de clericalismo, de superiores e inferiores, de pastores y ovejas, en el
sentido literal del término. Hay que pensar en una iglesia toda ministerial en
la que el servicio garantiza el cuidado mutuo, la entrega asegura la vida en
plenitud para todos. Por una iglesia así vale la pena arriesgar la vida, no
porque se exija, sino voluntariamente, mostrando con ese gesto, el encargo que
viene de Dios mismo y no de ningún interés propio.
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