El Jesús
que cumplió su promesa de liberar a los pobres, es el mismo Resucitado
al que hemos de testimoniar
Comentario al
evangelio del 3° domingo de Pascua 14-04-2024
Olga Consuelo Vélez
Y ellos contaban sus experiencias en el camino, y cómo le
habían reconocido en el partir del pan. Mientras ellos relataban estas cosas,
Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a ustedes. Pero ellos,
aterrorizados y asustados, pensaron que veían un espíritu. Y Él les dijo: ¿Por qué están turbados, y por
qué surgen dudas en su corazón? Miren mis
manos y mis pies, que soy yo mismo; pálpenme y vean, porque un espíritu no
tiene carne ni huesos como ven que yo tengo.
Y cuando dijo esto les mostró las manos y los pies. Como ellos todavía no le creían a causa de la
alegría y que estaban asombrados, les dijo: ¿Tienen aquí algo de comer? Entonces ellos le presentaron parte de un
pescado asado. Y Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: Esto es lo que yo les decía
cuando todavía estaba con ustedes: que era necesario que se cumpliera todo lo
que sobre mí está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.
Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras, y les dijo:
Así está escrito, que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al
tercer día; y que en su nombre se predicara el arrepentimiento para el perdón
de los pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Ustedes son testigos de estas cosas. (Lc 24, 35-48)
Seguimos en estos domingos de Pascua con
textos bíblicos de las apariciones de Jesús a sus discípulos. En este domingo
es del evangelio de Lucas, justamente el pasaje que sigue a la aparición a los
discípulos de Emaús quienes, en este texto, ya están con los demás discípulos
contándoles cómo reconocieron a Jesús en el partir del pan. Pero, aunque los
discípulos acaban de oír el testimonio de los de Emaús, cuando se les aparece
Jesús quedan atemorizados y asustados, incapaces de recibir el don escatológico
de la paz que trae el Resucitado. En esta ocasión, el diálogo entre Jesús y los
suyos se centra en mostrar la identidad entre el Jesús que compartió con ellos
en su vida histórica y el Resucitado que ahora está en medio de ellos.
Este último dato es bien importante. El
Resucitado no es un espíritu en el sentido de desprecio de este mundo o una
presencia distinta, haciendo cosas distintas. Precisamente el afán de mostrar
la identidad con el Jesús de la historia nos invita a entender que la vida del
Resucitado no nos lanza a vivir en otra esfera distinta del mundo en que
vivimos. Lo que hizo Jesús en su encarnación es lo que permitió que ahora esté
resucitado. Sus palabras, sus signos, sus acciones simbólicas, a través de las
cuales anunció el Reino de Dios, todas ellas son las que permiten que ahora se
le reconozca como Hijo de Dios.
Y esta debería ser la clave para nuestra
vivencia de fe. Afirmamos creer en Jesús Resucitado, pero esto significa asumir
su misma vida, con el riesgo, de correr su misma suerte. A esto nos llaman
estos textos de pascua: ser testigos y testigas de lo que Él hizo y dijo. De su
misericordia infinita, de su inclusión de todos, de su puesta en acto del ser
humano por encima de cualquier ley o institución religiosa. Ese Jesús que ahora
les pide algo de comer para corroborarles su identidad, es el mismo que se
sentó tantas veces a la mesa con los marginados de su tiempo, mostrando que
Dios los incluye en el banquete del reino. De ahí que hoy sigue vigente testimoniar
esa inclusión sin medida, esa capacidad de reconocer la presencia de Dios allí
donde un ser humano está, sin que nada pueda disminuirlo en su dignidad para
ser destinatario de la salvación ofrecida por Dios.
Pero es también el Jesús de la última cena
donde el gesto más contracultural fue ponerse él, siendo el maestro y Señor a
lavar los pies de los discípulos. Ahora es el Resucitado el que invita a ese
servicio incondicional de todos para con todos.
Porque es el mismo Jesús que fue crucificado,
la presencia del resucitado no es un dato inventado por sus discípulos o una
proyección de una especie de ídolo que siguieron y ahora quieren encumbrar. ¡No!
el que está en medio de ellos es el que no decayó en su anuncio del reino, a
costa de su propia vida. Y, en ese sentido el perdón de los pecados que trae,
no es una llamada a una conversión individualista o espiritualista sino a una
conversión a los valores del reino, precisamente, por el testimonio que los
discípulos puedan dar de lo vivido con Él en su vida histórica. El Jesús
que cumplió su promesa de liberar a los pobres, devolver la vista a los ciegos,
traer la vida y la dignidad a sus contemporáneos, es el mismo Resucitado que
hemos de testimoniar. ¡Ojalá sepamos hacerlo!
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