¿Qué es lo que falta para una iglesia sin
discriminación en razón del sexo?
Olga Consuelo Vélez
Continuamente escuchamos que a la Iglesia le
hace falta la presencia de las mujeres. Pero, al mismo tiempo se dice, que son
ellas las que más acuden a la Iglesia, las que realizan muchas actividades
pastorales e, incluso, las que más cultivan la espiritualidad y el compromiso
social. Se preguntaría uno, entonces, si en verdad a la iglesia le falta la
participación de las mujeres. La respuesta que se da es que falta en los
niveles de liderazgo y dirección. Es verdad que, en esos niveles, no solo
falta, sino que está ausente casi absolutamente. Por eso el papa Francisco está
nombrando a más mujeres en puestos de cierta relevancia en la curia romana y,
en otras instancias, se está comenzando a buscar que haya más mujeres en todos
los eventos, reuniones, comités, etc., que se propongan. Comienza a ser
políticamente “correcto” que haya mujeres en todos los lugares. Sin embargo,
afirmar tanto que a la iglesia le falta la participación de las mujeres puede
esconder una afirmación más necesaria: a las mujeres les falta más conciencia
de su dignidad personal y bautismal. Y, me parece que aquí, también hay mucho
por trabajar. Veamos qué quiere decir lo que acabo de afirmar.
A nivel social, los derechos humanos ponen a
mujeres y varones en igualdad de condiciones y la lucha es constante porque eso
se reconozca y se cumpla. ¿Qué pasa entonces con las mujeres en la iglesia que
consideran “normal”, “mejor”, “voluntad divina”, “no necesario” o no sé que
otra razón, ser excluidas en razón del sexo de algunas instancias eclesiales?
¿qué pasa con tantas mujeres en la iglesia que sabiendo que por el bautismo tienen
la dignidad fundamental de su ser cristiano, no les inquieta, no les molesta, no
les duele, el no poder ser mediación de la presencia de Cristo en el servicio sacramental?
Las preguntas podrían multiplicarse: ¿qué pasa
con tantas mujeres que defienden el seguir hablando en masculino aduciendo que
ellas se sienten incluidas? ¿no se dan cuenta que, si solo se privilegia lo
masculino en el lenguaje, lo femenino es invisibilizado? ¿qué pasa con tantas
mujeres en la Iglesia que siguen fomentando el clericalismo porque consideran
que lo masculino si es mediación divina para orientarlas en su espiritualidad?
¿qué pasa con tantas religiosas que consideran que no hace falta estudiar
teología porque creen que eso es para los llamados al presbiterado sin darse
cuenta que la labor evangelizadora supone un desarrollo intelectual adecuado a
la tarea que llevan entre manos? ¿qué pasa con tantas mujeres en la iglesia que
huyen de cualquier pensamiento feminista y les parece que luchar por los
derechos de las mujeres les hace perder la aceptación en los círculos
eclesiales que frecuentan? ¿qué pasa con tantas mujeres que no se preguntan
porque solo tenemos imágenes masculinas de Dios, si varón y mujer han sido
creados a imagen y semejanza de Dios? Algunas responderán que Jesús se encarnó
en un varón. Eso es innegable. Pero ¿eso hace que el sexo masculino pueda tener
privilegios? Si así fuera, no parecería que Dios respaldara la igualdad
fundamental de todos los seres humanos, creados a su imagen y semejanza. Por
supuesto la encarnación supuso limitarse a un sexo, a una cultura, a un tiempo,
a una lengua, a unas costumbres, a un momento histórico. Pero nada de todas las
otras características de la encarnación las aducimos como imprescindibles para
hoy ser mediación de Dios. Solamente el sexo masculino perdura en las mentes,
imaginarios y decisiones.
En definitiva, en la medida que haya más
participación de las mujeres en la Iglesia, se irá cambiando el rostro
masculino y clerical y los valores e imaginarios se irán transformando poco a
poco. Pero es más urgente trabajar por transformar la conciencia de las propias
mujeres para que se valoren como imagen de Dios y no acepten ninguna
discriminación en razón del sexo. Por supuesto ni todas podemos hacer todo, ni
todas se sienten llamadas a todo, pero lo que no se puede aceptar es que sigan
existiendo discriminaciones en razón del sexo que pongan un límite al ser mujer
en la realización de su ser personal, de su ser bautismal, de su protagonismo y
compromiso con la misión evangelizadora de la Iglesia, desde todos los lugares
y responsabilidades que todos los miembros de la iglesia están llamados a
realizar y, a las que muchas mujeres se sienten llamadas.
Lo que acabo de decir puede parecer obvio para
algunos, innecesario para otros, demasiado reivindicativo para unos cuantos,
desconcertante para quienes tienen la convicción profunda que las mujeres
aportamos aquello que los hombres no tienen y viceversa, pero, en la medida que
se desvanece la organización patriarcal y clerical, más claridad tenemos sobre
nuestro propio ser y más nos urge que las cosas sean como siempre debieron ser.
Si más mujeres fueran conscientes de su propia dignidad bautismal, sería más
fácil erradicar el clericalismo y, posiblemente, más rápido la iglesia de Jesús
podría dar testimonio de este texto tan conocido de Pablo en la carta a los
Gálatas: “no hay judío, ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer porque
todos somos uno en Cristo Jesús” (3, 28).
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