Comentario a las
lecturas del Triduo Pascual (28 a 31-03-2024)
Olga Consuelo Vélez
JUEVES SANTO
Cuando el discípulo siente el amor
incondicional de Dios hacia su propia vida,
es capaz de testimoniar ese mismo amor de Dios
a los demás
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo
Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y durante la cena, como ya el diablo había
puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo entregara,
Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que
de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena y se quitó su
manto, y tomando una toalla, se la ciñó.
Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los
discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida. Entonces llegó a Simón Pedro. Éste le dijo:
Señor, ¿tú lavarme a mí los pies? Jesús
respondió, y le dijo: Ahora tú no comprendes lo que yo hago, pero lo entenderás
después. 8 Pedro le contestó:
¡Jamás me lavarás los pies! Jesús le respondió: Si no te lavo, no tienes parte
conmigo. Simón Pedro le dijo: Señor, entonces no sólo los pies, sino también
las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El
que se ha bañado no necesita lavarse, excepto los pies, pues está todo limpio;
y ustedes están limpios, pero no todos.
Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No todos están
limpios. Entonces, cuando acabó de
lavarles los pies, tomó su manto, y sentándose a la mesa otra vez, les dijo:
¿Saben lo que he hecho con ustedes?
Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les lavé
los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que también
ustedes hagan como yo he hecho con ustedes (Jn 13,
1-15)
Muchas veces decimos que “una imagen vale más que mil palabras” y
la lectura de hoy podría encarnar el contenido de esa frase. Lavar los pies era
propio de los esclavos en esos tiempos y Jesús, precisamente asume ese papel.
Podemos darle todas las explicaciones racionales al cristianismo para
justificar una u otra práctica, una u otra estructura eclesial, una u otra
norma litúrgica pero todo eso pierde peso ante este gesto del lavatorio,
gesto de servicio, de generosidad, de abajarse ante la dignidad de todo ser
humano.
Si algo proclama el cristianismo es el amor incondicional de
Dios hacia la humanidad, amor que Jesús manifiesta a lo largo de toda su
vida con sus palabras y acciones y que concentra en esta última cena (para Juan
no es la cena pascual, es un día antes) en la que, como en un intento de volver
a confiar a sus amigos su legado, se ciñe el vestido, toma la toalla y lava los
pies de cada uno de sus discípulos, entre los que sabemos estaba Judas quien lo
entregaría más adelante. Es que así es el amor servicial del reinado de
Dios: se da a todos no en virtud de su bondad sino en razón de su ser hijo de
Dios, destinatario de la misericordia infinita de Dios.
Muy posiblemente Jesús esperaría que ese gesto convenciera tan
profundamente a sus discípulos que pudiera darse un vuelco a la situación que,
Él ya intuía, le esperaba. O, por lo menos, que todos ellos le siguieran sin
titubeos. Pero si Judas lo traicionará, Pedro lo negará. Este último ya
muestra la postura equivocada con la que está siguiendo a Jesús. No sé si Pedro
no se sentía digno de ser lavado por Jesús, pero, lo más seguro, es que no
acababa de entender que ese amor total de Dios también es para los que se creen
perfectos o que creen estar más cerca de Jesús que los demás. Pareciera que
el reino es para los otros, los que no forman el círculo de Jesús. Sin embargo,
Jesús les muestra que, si no se comienza con ellos, si no cambian su forma
de ser y actuar, si no pasan a vivir en el horizonte del Reino, ellos no podrán
dar testimonio de este. Precisamente, porque cada discípulo siente el amor
incondicional de Dios hacia su propia vida, será capaz de testimoniar ese mismo
amor. Quien no se siente frágil no puede comprender la fragilidad de los
demás. Quien no se siente perdonado, no podrá perdonar a otros. Quien no se
siente con una segunda oportunidad, no podrá dársela a ninguno de sus
semejantes.
Por todo lo anterior, las palabras de Jesús aclaran el significado
profundo de ese gesto: si yo, siendo el Maestro, les he lavado los pies a
cada uno, con más razón ustedes han de lavarse los pies unos a otros.
Participemos, entonces, de este lavatorio de los pies, con la
actitud de quien se deja lavar los pies y, la vida entera, por Jesús, pidiéndole
que el amor recibido nos haga amor para los demás, sin límite, sin medida.
Solo desde esta actitud de necesidad reconocida se pondrá entender que la
Eucaristía no es para los perfectos sino para los pecadores y que, participar
de esa mesa compartida supone acoger e incluir a toda persona, comenzando por
los más pobres y necesitados, por los más discriminados social y
religiosamente. El lavatorio de los pies no fue solo un gesto del pasado,
sino también un gesto necesario para este presente que precisa mostrar el amor incondicional
de nuestro Dios para todas las personas.
VIERNES SANTO
El viernes santo es día de silencio, de
estupor, de dolor, pero también es día de conversión, de cambio, de valentía.
Ojalá estemos entre los que asumen estas últimas actitudes.
El Viernes Santo no se celebra la Eucaristía porque
Jesús ha muerto. Pero se hace una celebración en la que se lee el texto de la
pasión, según el Evangelio de Juan. Por razones de espacio no transcribimos
aquí todo el texto, sólo señalamos los momentos que acontecen: Prendimiento
de Jesús; Jesús ante Anás y Caifás; Negaciones de Pedro; Jesús ante Pilato;
Condenación a muerte; La crucifixión; Reparto de los vestidos; Jesús y su
madre; Muerte de Jesús; La lanzada; La sepultura (Jn 18, 1 - 19, 42)
El relato de la pasión nos lo cuentan los cuatro
evangelistas cada uno con sus características propias. En el caso del evangelio
de Juan -lectura del viernes santo- ya conocemos que es un evangelio más
elaborado teológicamente y por eso aquí Jesús se muestra mucho más
conocedor de lo que va a pasar y con mucha más serenidad ante los
acontecimientos que le esperan. Por eso el relato comienza con el prendimiento
y en el, Jesús no teme decir que es el nazareno y pedir que dejen a sus
discípulos tranquilos ya que Él se está entregando. En la escena aparece Judas
con los guardas de los sumos sacerdotes y fariseos, entregándole. Y más
adelante Pedro quien busca defender a Jesús cortándole la oreja al siervo del
sumo sacerdote. Pero Jesús le reprende y con la tranquilidad con la que el
evangelista Juan presenta a Jesús, le hace caer en cuenta a Pedro que Él no
va a traicionar la tarea encomendada, aunque esto conlleve la muerte: “La
copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?”.
Continua el relato con los interrogatorios ante Anás y
Caifás. Jesús habla con autoridad frente a ellos como quien reafirma lo que ha
hecho porque todo fue público, en la sinagoga y en el Templo y reta a Anás a
que pregunte a la gente sobre sus obras. No tiene nada que ocultar. Esa
actitud molesta a la guardia y uno de ellos da una bofetada en Jesús. Jesús
continua sereno y la confronta: ¿Qué he dicho mal para que me pegues? Como
no se encuentran los cargos contra Jesús, Anás lo envía a Caifás y de allí lo llevan
ante Pilato. Mientras pasa lo anterior, Pedro consigue entrar a la casa del
sumo sacerdote y ahí la portera le reconoce como uno de los de Jesús. Pedro
lo niega. Y sigue negándolo frente a los guardias, completando tres
negaciones. El gallo canta como lo había dicho Jesús, mostrando con este relato
que todo se va cumpliendo según se había dicho. Recordemos que el evangelio de
Juan pone en el inicio del mismo las bodas de Caná donde Jesús le dice a María
que no ha llegado su hora, mientras que en el lavatorio de los pies se afirma
que ha llegado la hora. Esa hora se está cumpliendo con estos
acontecimientos de la pasión.
Ante Pilato la conversación es sobre “la verdad” pero no como un discurso filosófico sino la manera del evangelista
Juan de expresar el contraste entre la verdad que viene de Dios y la mentira
que viene del mundo. Pilato está representando esa mentira que no se deja
transformar por la verdad. Pilato pregunta a Jesús ¿qué es la verdad? Pero no
escucha su respuesta. La hora ha llegado y la suerte de Jesús está echada.
Solo, si Él se retracta, podrá darse un cambio en la decisión, pero supondría
perder la fidelidad al proyecto del reino. Si los poderosos de este mundo no
quieren acoger la verdad, Jesús no va a renunciar a ella, aunque le cueste la
vida.
Pilato libera a Barrabás y entrega a Jesús para ser
azotado, burlándose de él con el manto, la corona y el cetro que le colocan
para dejar en evidencia que los reyes de este mundo no ceden ante el anuncio de
un Reino que cuestiona todos sus valores. Pilato sigue desafiándole diciéndole
que en sus manos está soltarlo, pero Jesús también lo cuestiona directamente:
“No tendrías ningún poder si no se te hubiera dado de arriba”.
La condena a muerte es evidente no solo por
decisión de las autoridades judías y romanas sino por el mismo pueblo que pide
que lo crucifiquen porque afirman está yéndose
contra el César. Jesús carga con su cruz y lo crucifican en medio de dos que,
el evangelio de Lucas, dirá que son ladrones (Juan no lo dice).
Juan relata la presencia de María y de Juan al pie de
la cruz haciendo esa conexión con la llegada de la hora a la que ya nos
referimos. En esa hora final, está de nuevo María a quien Jesús llamó “mujer”
en las bodas de Caná y aquí llama de la misma forma. También están las otras
mujeres y el discípulo Juan. La comunidad del reino está allí de pie,
sosteniendo, tal vez, la fidelidad de Jesús hasta el final. O Jesús sosteniendo
la fidelidad de esa primera comunidad.
Juan señala una palabra de Jesús en la cruz: “Tengo
sed”, a lo que sus enemigos responden dándole vinagre. En ese momento Jesús
afirma: “Todo está cumplido” y muere. Pero los enemigos, hasta después de
muerto siguen agrediéndole: le introducen la lanza en el costado.
Pero siguen apareciendo aquellos que en su vida
histórica tuvieron un encuentro con él. Nicodemo que se encontró con Jesús,
según el evangelista Juan, por la noche y José de Arimatea que seguía a Jesús
en secreto, se encargan de embalsamarlo y sepultarlo en un huerto a semejanza
del huerto donde lo prendieron al inicio del relato de la pasión. Jesús fue
crucificado y murió, efectivamente.
Hasta aquí no he hecho sino relatar, desde mi estilo,
lo dicho por el evangelista Juan, historia que ya conocemos. Podemos recordarla
de nuevo como un relato conocido desde hace tantos años. Pero también
podemos actualizarlo y preguntarnos cómo sigue actual esa pasión de Jesús.
La mentira del mundo, es decir, la injusticia, la desigualdad, la competencia,
la discriminación, la indiferencia y tantas otras realidades que muestran el
mal de nuestro mundo siguen allí porque los que tenemos que vencer esas
mentiras con la verdad del amor incondicional de Dios, seguimos siendo
espectadores y no actores, seguimos negando a Jesús como Pedro, aunque luego
nos entren arrepentimientos sin que supongan una conversión definitiva. Nos
quedamos al margen de la cruz y no estamos ahí, como esa incipiente comunidad,
al pie de ella. Posiblemente queramos embalsamar y sepultar a Jesús, es
decir, hacer alguna obra buena o comprometernos con algunas cosas, pero no nos
empeñamos en “bajar los crucificados de la historia” -como se ha dicho
tanto en nuestra América Latina, en denunciar las cruces de nuestro mundo, en
no resignarnos a que existan, sino buscar caminos para que llegue la
resurrección y la vida. Por supuesto, la vida y la verdad son don de Dios,
pero sin discípulos que no teman correr la misma suerte que Jesús, no
llegará el tercer día que cambie la mentira en verdad, la muerte en vida.
El viernes santo es día de silencio, de estupor, de
dolor, pero también es día de conversión, de cambio, de valentía. Ojalá
estemos entre los que asumen estas últimas actitudes.
VIGILIA PASCUAL
El pregón pascual es más que un pregón
litúrgico. Es la vida resucitada
que podemos testimoniar en todos nuestros
actos
Pasado el día de reposo, María Magdalena,
María, la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a
ungirle. Y muy de mañana, el primer día
de la semana, llegaron al sepulcro cuando el sol ya había salido. Y se decían unas a otras: ¿Quién nos removerá
la piedra de la entrada del sepulcro?
Cuando levantaron los ojos, vieron que la piedra, aunque era sumamente
grande, había sido removida. Y entrando en el sepulcro, vieron a un joven
sentado al lado derecho, vestido con ropaje blanco; y ellas se asustaron. Pero él les dijo: No se asusten; buscan a
Jesús nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí; miren el lugar
donde le pusieron. Pero vayan y digan a
sus discípulos y a Pedro: "Él va delante de ustedes a Galilea; allí lo
verán, tal como les dijo (Mc 16, 1-7)
La vigilia pascual es central en nuestra fe.
Pablo escribía a los Corintios: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe” (1
Cor 15, 14). El viernes santo nos dejó en el sepulcro. El primer día de la
semana nos coloca en la vida y, una vida para siempre. Eso fue lo que
supieron hacer las mujeres del evangelio, comenzando por María Magdalena, en
compañía de las otras mujeres. Muy de mañana van al sepulcro dispuestas a
superar las dificultades que conocen encontrarán, como la pesada piedra de la
entrada al sepulcro. Y, tal vez su persistencia les permite ser las primeras en
encontrar esa vida nueva: la piedra ya está removida y el joven vestido de
blanco les da la buena noticia: “Ha resucitado, no está aquí”. Primeras
testigas de la resurrección, primeras anunciadoras de la buena noticia del
Reino. Aunque el texto propuesto para hoy, termina en la el mensaje del
joven a las mujeres, si siguiéramos leyendo más versículos, veríamos que el
evangelista Marcos dice que las mujeres tuvieron miedo y no dijeron nada. Otros
evangelistas visibilizan más el protagonismo de las mujeres en la transmisión
de esa buena noticia y, por eso, podemos recuperar esa presencia activa de
ellas en los orígenes cristianos.
De todas maneras, lo que nos interesa considerar hoy es que la
vida cristiana consiste en comunicar esta buena noticia. El pregón
pascual es más que un pregón litúrgico. Es la vida resucitada que podemos
testimoniar en todos nuestros actos. Pero ¿en qué consiste esa vida
resucitada? En que a nadie se le niegue su dignidad. Se tengan los medios para
vivir. Se goce de oportunidades para progresar. Se garantice la tierra, el
techo y el trabajo, como dije el papa Francisco. Se cuide la casa común. Se
viva la igualdad entre varones y mujeres. No exista la misoginia ni la
homofobia. Haya más diálogo interreligioso e intercultural. Y cada uno podría
seguir añadiendo todas aquellas realidades que mostrarían que el Reinado de
Dios se va haciendo presente entre nosotros. La oración cristiana nos
compromete con todas estas realidades y el compromiso nos permite orar con el
Jesús del Reino. La vigilia pascual renueva la vida del Resucitado en nosotros.
Por eso: ¡demos testimonio de tanta gracia recibida!
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