¿Cuándo llegaremos a celebrar que no existe más la
exclusión en razón del sexo?
Olga Consuelo Vélez
Otro año para conmemorar el Día Internacional de la Mujer. Sería
bueno poder decir que vamos a “celebrar” el que ya se erradicó la estructura
patriarcal de las sociedades y las iglesias y no hay espacios de opresión
para las mujeres en razón de su sexo. Pero todavía falta mucho para que
este día sea de celebración. Aún es necesario seguir trabajando por la
transformación de nuestro mundo en relación a su manera de concebir, entender,
describir e incluir a las mujeres. Todavía hay demasiados feminicidios.
Mucha violencia contra ellas de muchos tipos. Hay también espacios laborales,
educativos y, especialmente, en los niveles de decisión, a los que las
mujeres llegan con mucha dificultad. Los trabajos domésticos y de cuidado
siguen estando a cargo, mayormente, de las mujeres. La remuneración salarial,
por el mismo trabajo que los varones, sigue siendo más bajo para las mujeres. Y
así, podríamos enumerar muchas otras situaciones, por las que bajar la guardia
o dejar de insistir en esta urgente transformación, no puede hacerse.
Además, si miramos al interior de la iglesia, la situación tampoco ha
mejorado demasiado. En el documento final del sínodo (fruto de la reunión sinodal
presencial del pasado mes de octubre) ya no se considera el tema de los
ministerios ordenados (temática que salió en la consulta al Pueblo de Dios)
y, sobre el diaconado, dicen que se va a tratar, pero sería un “milagro”
(aunque esperamos ocurra) que se permitiera para las mujeres, ya que, una
porción de los participantes del sínodo considera que atender a esta petición
supondría “una peligrosa confusión antropológica”, “alineándose con el
espíritu del tiempo”, es decir, prestar atención a los signos de los tiempos,
es negativo para algunos. Y aunque haya más mujeres en puestos eclesiales y se
siga repitiendo que las mujeres son las que sostienen la iglesia y realizan
muchas actividades eclesiales, no parece que su presencia fuera tan importante
en los niveles de decisión, donde los ministros ordenados solo las
“invitan” para escucharlas, sin que eso se traduzca en reformas estructurales
de fondo.
Porque todavía falta mucho, es válido y necesario que grupos como “La
revuelta de las mujeres en la Iglesia”, en España, estén saliendo durante esta
semana a manifestarse en las puertas de las Iglesias de muchas ciudades
españolas y que otros grupos alrededor del mundo, realicen actividades, cada
vez con más conciencia, de que no es un día para regalar flores y chocolates
a las mujeres, sino para entender esta causa y solidarizarse con ella.
Pero quiero detenerme en un aspecto que me parece interesante considerar.
Continuamente escuchamos decir que es muy importante el “aporte de la mujer”
en aquellos espacios donde históricamente no ha estado. El papa Francisco así
lo ha expresado desde el inicio de su pontificado: "es necesario ampliar
los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia porque el
‘genio femenino’ es necesario en todas las expresiones de la vida social” (Evangelii
Gaudium n. 104). Es decir, se echa en falta el “aporte” o la “contribución”
de las mujeres a una realidad que ya está dada y ha funcionado por siglos así,
una realidad construida por los varones a lo que ahora se le va a añadir esa
parte femenina que, se dice, tienen las mujeres. Por una parte, entendemos
que expresarlo así pretende mostrar que, en verdad, las mujeres han estado
ausentes y, en muchos espacios faltan actitudes como el cuidado, la
sensibilidad, la intuición, el servicio, la generosidad, la delicadeza, etc.,
que la sociedad patriarcal atribuye a las mujeres pero que, en este momento
histórico, bien sabemos que esas actitudes son propias del género humano, de
varones y mujeres, y mejor aún, que las mujeres tienen muchas otras
actitudes que se han atribuido a los varones y que son de todo el género
humano: inteligencia, racionalidad, visión, claridad, fortaleza, empeño,
coraje, constancia, etc.
Y, es por lo anterior, que viene el otro aspecto que queremos comentar. Sería
mucho mejor decir que hace falta que cambiemos de paradigma, dándonos cuenta
que la realidad se ha construido sin las mujeres, sin todas las características
que ellas tienen -iguales que las de los varones- porque sistemáticamente se
les ha excluido e invisibilizado. Lo que necesitamos no es que ellas “aporten”
lo que falta, sino que repensemos cómo construir un mundo y sus estructuras
donde mujeres y varones sean protagonistas, donde todas las personas se
sientan incluidas, donde se valore todo lo que cada ser humano es y se eche en falta
que las mujeres no estén presentes en todas las instancias.
En conclusión, esperemos que en este 8 de marzo, sigamos creciendo en
claridad, conciencia y exigencia de un mundo donde la inclusión sea una
realidad -en plenitud- no a nivel de “aportes” o “contribuciones”, para que
podamos celebrar que se ha erradicado el sexismo en nuestras sociedades y,
especialmente, en nuestras iglesias haya un testimonio visible de que a las
mujeres no se les excluye de ninguna participación porque ellas al igual que
los varones “han sido creadas a imagen y semejanza de Dios” (Gn 1, 27), es
decir, sin ninguna exclusión en razón de su sexo.
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