Mirar a Jesús para estar en la luz y actuar en
coherencia con su praxis
Comentario al
evangelio del 4° domingo de cuaresma (10-03-2024)
Olga Consuelo Vélez
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo
mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado
el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna. Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de
los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo
al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que
cree en Él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído
en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz
vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras
eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a
la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la
verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según
Dios» (Jn 3, 14-21)
El evangelio de Juan fue el último de los evangelios en escribirse y,
por lo tanto, presenta discursos más elaborados, caracterizados por un lenguaje
dualista: Dios-mundo; luz-tinieblas; creer-no creer; verdad-mentira, etc.,
consecuencia de la cercanía con el pensamiento griego. El texto de hoy es la
segunda parte del diálogo que Jesús sostiene con Nicodemo, a quien se le conoce
como un fariseo rico que se acerca a Jesús mostrando apertura a su mensaje y
reconociéndolo como maestro por las obras que realiza. En la primera parte del
diálogo, Jesús le dice que no basta entender lo que Jesús está diciendo, sino
que se necesita nacer del agua y del espíritu para entrar al Reino de los
cielos. En la segunda parte, correspondiente al evangelio de hoy, Jesús ahonda
en lo que eso significa. La respuesta hace referencia, utilizando la imagen
veterotestamentaria de la serpiente levantada por Moisés en el desierto, a su
misterio pascual frente al cual, los que creen, tienen vida eterna.
Con un lenguaje más teológico que histórico, el evangelista pone en
boca de Jesús el plan de salvación que Dios ha trazado para la humanidad. Por
su amor infinito ha enviado a su Hijo al mundo para que, quién crea en Él,
tenga vida eterna. Y quienes creen, son los hijos de la luz que hacen las obras
de la luz, las obras del Reino de Dios. El Hijo no ha venido a juzgar, ni a
condenar a nadie, sino que aquellos que no reconocen a Dios en las obras de
Jesús, permanecen en las tinieblas, actuando de manera contraria a los valores
del Reino. Prefieren las tinieblas y se incomodan con la luz que alumbra su
incoherencia.
Conviene aclarar que el mundo es símbolo del ambiente hostil que se
crea en torno a Jesús, pero no significa que el mundo sea malo. Por el
contrario, tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo, dice el texto bíblico.
Es decir, en este lugar amado por Dios se pueden realizar las obras de la luz o
las obras de las tinieblas y eso depende de los seres humanos que creen en
Jesús y en su praxis o no creen en Él, mostrándolo en su rechazo a lo que dijo
e hizo.
El texto termina haciendo referencia a la verdad que no está usada en
el sentido helénico como sinónimo de afirmación de realidad sino en el sentido
semítico, como fidelidad, aceptación, lealtad. Por tanto, la verdad se realiza
en las obras y son ellas las que dan testimonio del creer en Jesús.
Una vez más, en este tiempo de cuaresma, tiempo de conversión y cambio,
se nos invita a mirar a Jesús para estar en la luz y actuar en coherencia con
su praxis. No se nos piden sacrificios, liturgias o penitencias, se nos pide
más acciones de amor, de misericordia, de acogida, de perdón, de
reconciliación, de fidelidad, de justicia. Se nos pide contrarrestar las obras
de las tinieblas que con tanta facilidad muchos en el mundo secundan, justificándose
en que las cosas no pueden cambiar o que no tenemos nada que ver con ello. Es
urgente salir de la pasividad ante la injusticia, del silencio ante las
exclusiones, del conformismo ante la violencia, del desinterés frente a la
suerte de los pobres, en otras palabras, de todo aquello que es hostil a los
valores del Reino. Necesitamos hacer las obras de la luz, mostrando que, este
mundo que tanto Dios ama, es campo propicio para hacer presente la luz de la
paz, la justicia y la vida en abundancia.
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