Pasar del “tema” de la sinodalidad a la práctica
de la misma
Olga Consuelo Vélez
Por estos días se están promoviendo varios cursos sobre sinodalidad con la
participación de “expertos” en este tema. Toda formación ha de ser ¡bienvenida!
Porque la ignorancia, definitivamente, hace mucho mal. Sin embargo, queda el mayor
desafío: ¿cómo pasar de la sinodalidad como tema a la experiencia de
sinodalidad? ¿cómo transformar las estructuras para hacerla posible? ¿cómo
repensar todos los espacios eclesiales en los que vivimos y comenzar a dar
pasos para irla haciendo realidad? Se me ocurren algunas actitudes o propuestas
que no son del mismo nivel, ni producirían los mismos efectos, pero las enumero
sin pretender dar un orden de importancia. Solo diciendo lo que tantas veces
pienso y lo voy diciendo según los auditorios.
Sería muy conveniente que dejáramos de usar los títulos honoríficos en el
seno de la Iglesia. ¿Cuándo llegará el día que los obispos renuncien al título
de eminencias o excelencias? ¿cuándo será el día que no haya superiores o
superioras de comunidades religiosas sino coordinadoras/os o encargadas/os de
alguna responsabilidad? Algunas comunidades han hecho ese cambio en la manera
de nombrar a las personas de su gobierno, pero todavía existe en muchos
ambientes esa manera de rotularse. La palabra crea realidad y psicológicamente
no deja de influir el ser llamado superior o llamar a otros con ese título. Por
supuesto en la sociedad civil existen las jerarquías y títulos, necesarias para
distinguir quién hace cada cosa, con la lógica consecuencia de tener privilegios
y honores según el título que se ostenta. Ojalá todo eso cambiara algún día en
nuestras sociedades. Pero en la Iglesia, llamada a ser signo de los valores del
reino, ¿cuándo se tomará en serio que su forma de organización debería ser
distinta a la de la sociedad, mostrando con ello la igualdad fundamental de
todas las personas, independiente de la responsabilidad que ejerzan?. Eso sería
testimonio de sinodalidad.
¿Cuándo llegará el día en que el sensus fidei o sentido de la fe que
posee todo miembro de la Iglesia sea tomando en cuenta y los grupos, las
comunidades, las parroquias se organicen de manera que garanticen que todos sus
miembros tienen posibilidad de organizar, dirigir y decidir en las actividades
que se llevan a cabo en esos ambientes? ¿cuándo los párrocos tomarán conciencia
de que la parroquia es de todos los fieles que allí acuden y por eso no pueden
llegar con sus ideas y proyectos, sino que han de hacer una construcción
colectiva con todos los fieles para que en verdad sean una comunidad de fe?
Las casas de formación a la vida religiosa o sacerdotal mantienen sus
distancias entre formadores y formandos y, aunque se han dado cambios en
algunos ambientes para una mayor participación y protagonismo de los/as jóvenes
en formación ¿cuándo se les tratará como adultos y se planeará con ellos/as sus
procesos formativos?
¿Cuándo se buscará que haya una paridad de géneros en todas las obras
eclesiales no solo porque faltan varones para cubrir las responsabilidades
existentes sino porque la discriminación de la mujer ha de acabarse con actos
de justicia y la iglesia como comunidad incluyente podría dar un testimonio claro
e inequívoco de inclusión? Lamentablemente en este tema, de la inclusión de las
mujeres, parece que la iglesia llegara de últimas, como ha llegado a tantos
otros temas. Va dando pasos, pero, ¡cuántos faltan!
¿Cuándo se reconocerá la formación teológica de tantos laicos y laicas valorando
su saber que, en muchos casos excede al del clero, y se les consulte en los
ámbitos eclesiales? Eso implicaría que un párroco, por ejemplo, se pregunte qué
laicado de su jurisdicción tiene una formación suficiente para saber con quién
se relaciona y establecer relaciones de paridad y no creyendo que él es el
único que sabe sobre lo que concierne a los asuntos religiosos.
¿Cuándo habrá espacios eclesiales donde los pobres ocupen el lugar
privilegiado, donde ocupen los primeros puestos en nuestras celebraciones?
¿cuándo romperemos la barrera entre lo sagrado y lo profano y entenderemos que
si no trabajamos por la justicia social no estamos viviendo los valores del
reino y si vivimos estos valores nos lleva necesariamente a cuidar que en
nuestros contextos “nadie pase necesidad”, como lo muestran los textos de
Hechos de los apóstoles que nos transmiten el ideal de las comunidades
cristianas de todos los tiempos?
¿Cuándo habrá consultas al pueblo de Dios sobre todos los aspectos de la Iglesia
y su palabra es acogida, respetada y se buscan caminos para mostrar que, si se
pone en práctica lo que se dice, pide, recomienda? ¿Cuándo se revisarán a fondo
las actitudes clericales no solo de clero sino, en gran proporción, del
laicado?
Muchas otras realidades podrían seguirse nombrando y que cada persona
piense qué sería bueno que se implementara en su propio contexto para comenzar
a vivir la sinodalidad y pasar de la teoría a la práctica. La sinodalidad no es
un tema, no es una moda, no es una idea que se le ocurrió al papa Francisco. Es
constitutiva de la Iglesia porque si la iglesia no es una comunidad de iguales,
una comunidad donde todos caben, una comunidad donde todos tienen voz y voto,
no es la iglesia que Jesús quería. Y, como los cambios, casi siempre vienen de
abajo hacia arriba, junto con formarse con las ofertas sobre sinodalidad que
hoy existen, pensemos, sobre todo, en qué cosas, en qué actitudes, en qué
palabras, en qué organizaciones, en qué estructuras, hemos de cambiar para que
la sinodalidad comience a ser la forma de ser cristiano/a. Mirar nuestra propia
realidad e intentar transformarla, es lo más difícil pero, es el único camino,
para comenzar a saborear la tan urgente y necesaria “reforma” de la Iglesia.
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