Pascua: tiempo de anuncio y
compromiso evangelizador
El tiempo litúrgico de
Pascua nos habla de la esencia de la vida cristiana: la experiencia del
Resucitado que haciéndose presente en nuestra vida nos invita a entrar en
comunión con él y a anunciar su presencia a todos los demás. Esto se ve con
claridad en los relatos de resurrección del Nuevo Testamento. El texto de Juan
20, 11-18, por ejemplo, nos presenta la figura de María Magdalena (primera
testigo de la resurrección), con quien Jesús establece una dinámica de
encuentro personal y envío misionero. Ella no le reconoce por los signos
externos -en los que sólo ve vacío y soledad-: “se han llevado a mi Señor y no
sé dónde le han puesto”, solo lo descubre cuando se entabla el diálogo
personal: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?. El relato dice que al principio
lo confunde con el hortelano pero cuando la llama por su nombre: “María” no hay
ninguna duda y, por tanto, ella también se dirige a él de manera personal: “Rabbuni”
(Maestro). Pero el encuentro no termina allí. Inmediatamente viene la misión
que surge de una experiencia a comunicar: “Ve donde mis hermanos y diles que
subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”. Y María Magdalena se pone en camino y
comunica a sus hermanos lo que ha visto y oído.
Este relato, además
de mostrar la dinámica del tiempo pascual, resalta la figura de la mujer como primera
destinataria de esta experiencia y encargada de anunciarla. Por la mentalidad
patriarcal que nos ha acompañado en la sociedad y en la Iglesia, el
protagonismo femenino se ha invisibilizado y solo, en las últimas décadas, se
ha tomado conciencia de esta realidad y ha venido cambiando, aunque no sin
dificultades. Por eso el Obispo de Roma, Francisco, en su Exhortación
Apostólica Evangelli Gaudium (103), no duda en reconocer este hecho y llamar al
cambio: “Pero todavía
es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en
la Iglesia”.
Ahora bien, en la tarea evangelizadora, no solo falta más
protagonismo de la mujer sino de todo el Pueblo de Dios. Muchos católicos son
“practicantes” de los sacramentos y celebraciones litúrgicas pero poco
comprometidos con el anuncio de la Buena Noticia del Evangelio. Pareciera que
faltara ese “fuego que quema dentro” del que hablaba el profeta Jeremías: “Pero
había en mi corazón algo así como un fuego ardiente, prendido en mis huesos, y
aunque yo trabajaba por ahogarlo no podía” (20,9). En efecto, el anuncio del
Evangelio surge de la experiencia del Resucitado en nuestras vidas. De su
gracia y misericordia infinita actuando en nosotros. Si esto no se vive, no hay
nada que comunicar porque, como acabamos de relatar, María Magdalena va y
cuenta a los discípulos lo que “ha visto y oído”. De igual manera los
discípulos de Emaús, vuelven a Jerusalén y al encontrarse con los otros discípulos
les cuentan “lo que había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús
en la fracción del pan” (Lc 24, 13-35).
El tiempo pascual es un momento propicio para avivar la llama del
amor de Dios en nuestros corazones y preguntarnos lo mismo que los discípulos
de Emaús: “¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en
el camino y nos explicaba las Escrituras?” Es tiempo de vivir nuestra propia
experiencia pascual para comunicarla con convicción y libertad. Experiencia de
Dios que ha pasado, posiblemente, por superar las propias dificultades pero
también por sentirnos conmovidos y movidos al compromiso con los demás. De esa
toma de conciencia de la acción del Señor en nuestra vida, surge el anuncio
sincero de la Buena Noticia del Resucitado: la vida triunfa sobre la muerte, el
amor sobre el odio, la justicia sobre la injusticia.
En nuestro país la experiencia pascual no puede ser ajena a la
consecución de la paz. Por el contrario, el anuncio del Evangelio va de la mano
de nuestro compromiso personal y comunitario por hacerla posible. Es verdad que
la paz no es un punto de llegada, ni se consigue por firmar un tratado. Pero
sin esto, tampoco se logrará y los colombianos necesitamos mucha apertura de
mente y corazón, mucha generosidad y mucho compromiso para optar por el bien
común. Que la vida del Resucitado nos haga capaces de anunciar que la paz es
posible y que, con la gracia de Dios, podremos alcanzarla.
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