25 de noviembre:
¡ni una violencia más contra las mujeres!
Olga Consuelo Vélez
Muchos aspectos se abordan sobre
la mujer porque la historia universal ha sido una historia de invisibilización,
subordinación y opresión del sexo femenino por razón de su género. Esto no
significa que no se pueda recuperar “una historia de mujeres” en la que, a
pesar de esa situación generalizada, las mujeres han sido protagonistas en
todas las ciencias, en todos los ámbitos, en todas las luchas, en todas las
conquistas. En este presente estamos en ese trabajo arduo, pero apasionante, de
descubrir tantos nombres y tantos hechos realizados por mujeres que nos
muestran la resistencia a la historia vivida y su capacidad de ser creadoras de
historia a pesar de tantos obstáculos.
Pero el aspecto que hoy nos ocupa
es tal vez el más doloroso que han vivido las mujeres. Nos referimos a la
violencia que se ha ejercido sobre ellas y que no cesa. De ahí la necesidad de dedicar
un día -el 25 de noviembre- para exigir que “se eliminen todas las formas de
violencia contra las mujeres”. Sus antecedentes se remontan a 1981 cuando
activistas contra la violencia de género propusieron honrar la memoria de las hermanas
Mirabal, tres activistas políticas, asesinadas brutalmente por el dictador Trujillo
de República Dominicana en 1960. En 1993 la ONU emitió una resolución que
incluyó la “Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer”
pero es en el año 2000 cuando designa el 25 de noviembre como “Día Internacional
de la Eliminación de la violencia contra la Mujer”. Desde 2008 lanzó la campaña
“Únete para poner fin a la Violencia contra las mujeres”. Cada año esta
conmemoración sigue fortaleciendo a más mujeres para exigir la eliminación de
toda violencia y convoca también a más varones, como lo expresó el Secretario General
de la ONU en vistas a este próximo 25 de noviembre: “Alcemos la voz con firmeza
para defender los derechos de las mujeres. Digamos con orgullo: todos somos
feministas y releguemos la violencia contra las mujeres y las niñas a los libros
de historia”. Pero tristemente, según datos de la ONU, todavía hay 37 estados
donde no se juzga a los violadores si están casados o si se casan después con
la víctima y 49 estados donde no existe legislación que proteja a las mujeres
de violencia doméstica. Además, cada once minutos, muere una mujer o una niña a
manos de su pareja íntima o algún miembro de su familia.
Pero más allá de las
legislaciones y los avances en este campo, siempre hay que estar alertas a los
movimientos de involución y de rechazo a estas iniciativas. Existen grupos explícitamente
antiderechos y antifeministas que niegan la reivindicación con argumentos tales
como, que las mujeres ejercen igual violencia contra los varones, que se cae en
el victimismo, que se rompe el modelo familiar que da estabilidad a la sociedad
y, así, muchas otras razones que depende cómo se presenten, convencen a más de
una persona.
Por supuesto que también se
ejerce violencia contra los varones y esta violencia ha de ser combatida. Pero
lo que no se puede negar es que la violencia contra las mujeres es una violencia
institucionalizada y sostenida por la mentalidad patriarcal que considera a la
mujer como su propiedad, su complemento, la portadora de lo que falta al varón
pero que no debe atreverse a traspasar los límites que se le han asignado, so
pena de romper con el orden establecido y este último es el que cuenta y no el
respeto a los derechos de las mujeres.
También el discurso de que las
mujeres deben dejar su papel de víctima y simplemente sobreponerse y seguir
adelante, es un discurso que atrapa a más de una porque parece algo positivo. Pero
hay que distinguir entre una víctima en sentido de refugio psicológico para
conseguir compasión a la denuncia de una víctima que exige la reivindicación de
sus derechos. Denunciar toda violencia y no cansarse de hacerlo, es el camino
para reivindicar derechos y soñar con que algún día nuestro mundo esté libre de
la violencia de género.
La violencia de género existe y
se manifiesta de muchas formas -aunque se disimule de tantas otras formas-. Hay
violencia física, sexual, psicológica, laboral. Hay demasiado acoso sexual,
callejero, cibernético. Aún existe la mutilación genital y el matrimonio
infantil. Hay demasiado impunidad frente a los perpetradores y muchísima estigmatización
y vergüenza padecida por las víctimas porque sus denuncias no se escuchan con
el respeto y la diligencia que ameritan en los espacios privados y públicos y,
por supuesto, en la legislación existente.
Pero sobre todo hay pasividad por
parte de las iglesias y muy poco compromiso con la denuncia y la acción
positiva frente a esta realidad. No pareciera que el Jesús de los evangelios
fuera suficientemente conocido por los creyentes. Parecen olvidar que Jesús,
ante la mujer adúltera, interpela a todos los que la acusan mostrándoles que
ellos no están libres de pecado para convertirse en jueces de nadie (Jn 8, 1-11);
o que se deja enseñar por la mujer siriofenicia cuando ella le pide que extienda
los limites de su acción, más allá de las fronteras judías, solicitándole la
curación de su hija (Mc 7, 24-30) o que se apareció en primer lugar a María
Magdalena haciéndola portadora de la Buena Noticia de la Resurrección (Jn 20,
11-18), en una sociedad donde el testimonio de las mujeres no era creíble. Gracias
a la teología feminista se ha recuperado el protagonismo de las mujeres en los
orígenes cristianos, contando ya con mucha producción bibliográfica que,
lamentablemente, no se ha incorporado suficientemente en los ámbitos académicos.
Pero todavía se está lejos de que una praxis de igualdad, reconocimiento y
defensa de los derechos de las mujeres sea una prioridad en las iglesias y en
las personas de fe. Entre la figura de la mujer sumisa, callada y sacrificada
que se ha valorado durante siglos en los ámbitos eclesiales y las posturas
actuales que siendo algo más abiertas son temerosas de perder “la feminidad” o
atacar “a los varones” o “crear división”, etc., se avanza tan poco que no
podemos decir que las iglesias tengan una postura profética y comprometida con
la eliminación de todas las formas de violencia contra la mujer. Ojalá este 25
de noviembre sea ocasión de sacudir tantos temores y miedos frente a las
demandas feministas y las Iglesias y las personas creyentes acompañen
decisivamente esta urgente y evangélica opción por los derechos humanos de
todas las mujeres en todas las circunstancias: ¡Ni una violencia más!
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