La mejor política:
A propósito de las elecciones en Colombia
Olga Consuelo Vélez
Ayer Colombia vivió una jornada electoral que llevó a elegir
al Congreso para los próximos años y a definir a algunos de los candidatos que
participarán en la elección para presidente que se llevará a cabo en el mes de
mayo. En términos generales, hay buenas noticias para celebrar.
Por una parte, se logró desinstalar la hegemonía de algunos
sectores en el congreso y ahora las fuerzas van a quedar un poco más equilibradas.
Por supuesto, algunos congresistas que alcanzaron altas votaciones siguen
mostrando que hay un sector de Colombia que prefiere la continuidad y que
tienen mucho poder para mantenerse. Pero también las votaciones mostraron que
hay un deseo de cambio y eso es suficiente para celebrar. Un pueblo que no
aspira a vivir mejor, que no sueña con otras maneras de organizarse y
garantizar la vida para todos y todas, no tiene mucho futuro. Pero un buen
sector de Colombia sigue mostrando que hay futuro y no nos resignamos con “más
de lo mismo”.
Cabe resaltar la alta votación que tuvo en la consulta del
Pacto Histórico, la candidata Francia Márquez. Ella, mujer, negra, líderesa social,
víctima del conflicto armado, contra muchos pronósticos, obtuvo la tercera
votación más alta entre los candidatos que participaban en las consultas. Durante
la campaña no faltaron las descalificaciones racistas y clasistas. Personalmente
oí decir con gran desprecio, cuando se estaban dando los resultados, que esa
mujer negra e inculta no tenía capacidad de responder a esa votación. Hoy la
escuché respondiendo a los periodistas que quieren enrarecer el ambiente preguntándole
que si no le dolía que el candidato ganador en esa coalición no la nombrara
como fórmula vicepresidencial, y ella respondió con la honestidad que la
caracteriza: lo que me duele es la realidad social -describiendo todas las características
de pobreza y no vida que se dan el país- y porque quiero cambiarlas, sigo
trabajando por ello.
No sabemos todavía cómo continuará esta carrera hacia la
presidencia, pero si sabemos que será un pulso muy difícil para el que pueda
llegar. A todos nos gustaría que la política fuera un juego limpio y que todos votáramos
a conciencia pensando en el bien común. Pero la política, como toda realidad
humana, está condicionada por los amores y desamores que todos sentimos en el
corazón, por la tensión entre las verdades y los estereotipos, por las
simpatías y las antipatías, y por el contexto en el que cada uno vive que nos
condiciona bastante porque se sabe que decir lo que se piensa te puede llevar a
perder la aceptación del grupo de referencia y es mejor pertenecer a él que asumir
las propias convicciones.
Por eso no sobra recordar lo que el Papa Francisco escribió
sobre la política en su encíclica Fratelli Tutti (2020). El capítulo quinto de
este documento comienza diciendo que la mejor política es la que se pone al
servicio del bien común. Pero reconoce que, “desgraciadamente, la política hoy
con frecuencia suele asumir formas que dificultan la marchan de un mundo distinto”.
Estas palabras me hacen recordar muchas de las conversaciones que he tenido en
este tiempo sobre la política, con personas que tienen una opción política
distinta a la mía. Hay realidades como las pensiones o la salud que no funcionan
bien -solo funciona para quien puede pagarlo privadamente- pero si un candidato
propone reformas, las llaman de populismos. Entonces, ¿cómo buscar mejores
alternativas? El miedo al cambio es mucho y se prefiere quedar con lo que no
funciona. Es la complejidad de la realidad humana que se aferra a lo conocido y
se muere de miedo ante lo nuevo.
El papa continúa en este documento desmitificando los estereotipos
que nos venden los medios de comunicación y el lenguaje en general sobre los
populismos. Aclara que hay populismos de todo lado cuando se utiliza a los
pobres para sus propios fines. Pero deja muy claro que eso no debe opacar lo
realmente importante en la política. Y para el papa esto es lo “popular”, es
decir, el pueblo y sus demandas. Así lo expresa: “Pueblo no es una categoría
lógica, ni una categoría mística, si lo entendemos en el sentido de que todo lo
que hace el pueblo es bueno, o en el sentido de que el pueblo sea una categoría
angelical”. Pero recalca que “ser parte de un pueblo es formar parte de una
identidad común, hecha de lazos sociales y culturares. Y esto no es algo
automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil … hacia un
proyecto común”. Personalmente creo que esto lo encarna Francia Márquez a la
que antes me referí y así deberían ser todos los candidatos, sin embargo, como
el papa lo dice, es difícil sentirse pueblo, es decir, busca el bien común por
encima de los intereses personales.
Otro párrafo de la encíclica es bien luminoso: “La categoría
pueblo, que incorpora una valoración positiva de los lazos comunitarios y
culturales, suele ser rechazada por las visiones liberales individualistas,
donde la sociedad es considerada una mera suma de intereses que coexisten. Hablan
de respeto a las libertades, pero sin la raíz de una narrativa común. En ciertos
contextos, es frecuente acusar de populistas a todos los que defienden los
derechos de los más débiles de la sociedad”. Y así continúa ese capítulo muy útil
para iluminar la política, concluyendo que la política es la mejor forma de la
caridad porque no bastan las obras de asistencia -necesarias e imprescindibles-
sino unas estructuras que garanticen la vida del pueblo.
En otras palabras, me atrevo a decir que en esta carrera hacia
la presidencia, los creyentes tenemos una urgente necesidad de sentirnos
pueblo, es decir, ponernos del lado de los más pobres, entender sus luchas, sus
necesidades, sus sueños (en realidad nosotros somos pueblo pero le tenemos
miedo a esa palabra porque parece nos desprestigia) y escoger a aquel candidato
-que sin pretender que tenga una “pureza política” -lo cual es imposible en
este mundo limitado y falible, proponga políticas que nos permitan visualizar
un país donde sea posible la paz, la justicia, la participación equitativa de
las mujeres, el reconocimiento de los indígenas y afros, donde sea posible
exigir derechos sin ser condenados de antemano, un país que siga valorando la
voz de los y las jóvenes que tanto se ha sentido en los últimos tiempos, en
fin, un país donde se visualice un cambio porque tal y como vamos, la vida se
hace imposible para muchos, la paz se aleja cada vez más con tanto asesinato de
líderes sociales y de los desmovilizados y con tanta represión frente a los que
exigen sus derechos. El reino de Dios es esto, aunque algunos crean que es “mantener
lo que siempre fue así”. Que el Espíritu nos ayude a discernir “con la
mansedumbre de las palomas, pero con la astucia de las serpientes” (Mt 10,16) porque
el mal está ahí y es necesario enfrentarlo.
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