“He escuchado el clamor de mi
pueblo” (Ex 3,7)
Llevamos más de quince días de Paro Nacional
en Colombia y las noticias tienen diversos enfoques.
Por una parte, se reconoce el derecho a la “protesta social”.
Por otra se invoca que no se haga con violencia. De
otro lado, se denuncian los excesos de las fuerzas del Estado
en aras de contener la protesta y, aunque esto se ha reconocido
internacionalmente, algunos le quitan importancia porque les puede
más el miedo de que algo les afecte que exigir que no se cometan tales
atropellos. Sin duda, hay infiltrados y
desadaptados que aprovechan la coyuntura para desbordarse en
excesos. Ahora bien, no es imposible que algunos infiltrados sean
hasta de las mismas fuerzas del orden porque en un país donde
se han dado “falsos positivos” (asesinar a jóvenes
inocentes, haciéndolos pasar por guerrilleros para ganar reconocimientos dentro
del ejército) o de montar campañas sobre el miedo
para desprestigiar a los contendores (sin sustento para ello), no sería de extrañar que estén buscando formas para desprestigiar la
protesta. De hecho, durante los primeros siete días el
presidente solo habló de vándalos y de la necesidad de poner orden, sin reconocer de ninguna manera que el levantamiento popular era un
hecho y expresaba un clamor que lleva mucho tiempo, al menos,
explícitamente desde antes de comenzar la pandemia.
Pero en lo que me quiero fijar ahora es en las voces -especialmente de iglesias y personas creyentes-
invocando la “reconciliación”, el “diálogo”, la “paz”, la “fraternidad”, etc. Por supuesto esto es lo que deseamos
y son los caminos que hay que recorrer. Pero eso no se consigue con las palabras sino
con procesos que lleguen a las causas de las situaciones y busquen salidas
reales a los problemas. Por eso la cita del Éxodo que bien
conocemos me hace pensar que cuando Dios escucha el clamor del pueblo, busca
un liberador -Moisés- para que vaya donde el faraón y libere al
pueblo. El texto bíblico dice que Moisés reconoce que él no tiene fuerzas para
hacer semejante cambio. La respuesta de Dios es “Yo estaré contigo y está será para ti la señal de que
yo te envío: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto darás culto a Dios en este
monte” (Ex 3, 12).
La liberación
que Dios ofrece a su pueblo es histórica: liberación de los egipcios.
No es algo espiritual sino un enfrentarse al opresor para conseguir la
liberación. No fue nada fácil, una larga travesía por el desierto, muchos
desertores por el camino, Moisés solo vio de lejos la tierra prometida y el
pueblo por fin llega a ella, reconociendo que, siendo un pueblo pobre e
indefenso, Dios caminó con ellos y les fortaleció en esta búsqueda de
libertad. Con Jesús no es menos histórica la liberación
que anunció, siguiendo las palabras del profeta Isaías: “El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha unido para anunciar a los pobres
la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los
cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y
proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19).
Históricamente Jesús puso en el centro al ser humano y no a la Ley, se sentó a
la mesa -signo de la comunión con Dios- con aquellos que la Ley excluía en
nombre de Dios, revelando el rostro de Dios como misericordia
sin límites. Fue asesinado por los representantes del poder y
así nuestra fe es en el Dios Salvador que escucha siempre el
clamor de su pueblo y responde efectivamente a él.
Porque nuestra fe se funda en este Dios liberador “de todos los males que nos aquejan y, por supuesto, del pecado raíz de
todos ellos”, deberíamos dar nombre a las situaciones que
impiden la vida de la gente y trabajar por transformarlas. Solo
haciendo ese trabajo paciente, concreto, continuo, eficaz se puede aspirar a la
reconciliación, a la paz, a ser una nación de hermanos y hermanas. Pero hay tanto temor a dar nombre a las luchas que deben librarse, a perder
los privilegios, a perder el “buen” nombre, a que te tilden de “comunista” o
alguno de estos términos que se invocan para generar miedo (…), que muchos
miembros de las iglesias -incluidas sus autoridades- se quedan en esos
discursos globales que solo pretenden acallar la lucha sin resolver a fondo las
situaciones. Estas se llaman hambre, desempleo, educación,
salud, en otras palabras, poner a los seres humanos en el centro de las
opciones y no al sistema financiero, a la lógica del mercado, del
individualismo, del sálvese quien pueda. ¿Cuándo nos atreveremos a implicar nuestra fe
en la búsqueda de la lógica de Dios, en la lógica del bien común?
Dos anotaciones a tener en cuenta: (1) Todos invocan la protesta
pacífica. Pero ¿cuántas veces se han conseguido las cosas por
las buenas? Siete días para que el presidente Duque quitará la
reforma tributaria y cuántos días (meses, años …) faltarán para que responda,
efectivamente, a las demandas de la población. ¿Por qué hay
tanta “sordera” para escuchar el clamor del pueblo? ¿Cuántos gritos desesperados hay que seguir dando para que se escuche
el sufrimiento del pueblo? Por supuesto mucha gente queda afectada
por los bloqueos y demás situaciones que hemos visto pero ¿por qué el gobierno no da el paso a arreglar las cosas que ya sabe de
sobra que se están pidiendo? Esperan “conversar” con la gente
que protesta … pero ¿acaso no saben de sobra lo que se pide?
(2) Muchas voces han criticado a la minga indígena, evidenciando así, el racismo y la ceguera ante una historia contada por los
vencedores. Pero ellos siguen resistiendo y reclamando su
dignidad negada. Y derribar estatuas es un símbolo -entre
muchos otros- de sus reclamos. ¿Cuántas estatuas más hay que tumbar a la
fuerza para que revisemos nuestra historia y la contemos desde los vencidos?
No apoyo en absoluto ningún tipo de violencia,
pero, como ya lo dije antes, está en manos de los que pueden cambiar las
cosas que cese la violencia, atendiendo de verdad y a fondo,
todos los reclamos.
No quiero terminar sin reconocer la voz
profética y clara del arzobispo de Cali, Darío Monsalve. Ya
tiene bastantes enemigos por darle nombre a las situaciones. Ojalá todos los creyentes tuvieran ese valor. Otra
seria la historia de nuestros pueblos, si las personas que se precian de su fe,
actuarán en consecuencia.
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