viernes, 14 de mayo de 2021

 

“He escuchado el clamor de mi pueblo” (Ex 3,7)


Llevamos más de quince días de Paro Nacional en Colombia y las noticias tienen diversos enfoques. Por una parte, se reconoce el derecho a la “protesta social”. Por otra se invoca que no se haga con violencia. De otro lado, se denuncian los excesos de las fuerzas del Estado en aras de contener la protesta y, aunque esto se ha reconocido internacionalmente, algunos le quitan importancia porque les puede más el miedo de que algo les afecte que exigir que no se cometan tales atropellos. Sin duda, hay infiltrados y desadaptados que aprovechan la coyuntura para desbordarse en excesos. Ahora bien, no es imposible que algunos infiltrados sean hasta de las mismas fuerzas del orden porque en un país donde se han dado “falsos positivos” (asesinar a jóvenes inocentes, haciéndolos pasar por guerrilleros para ganar reconocimientos dentro del ejército) o de montar campañas sobre el miedo para desprestigiar a los contendores (sin sustento para ello), no sería de extrañar que estén buscando formas para desprestigiar la protesta. De hecho, durante los primeros siete días el presidente solo habló de vándalos y de la necesidad de poner orden, sin reconocer de ninguna manera que el levantamiento popular era un hecho y expresaba un clamor que lleva mucho tiempo, al menos, explícitamente desde antes de comenzar la pandemia.

Pero en lo que me quiero fijar ahora es en las voces -especialmente de iglesias y personas creyentes- invocando la “reconciliación”, el “diálogo”, la “paz”, la “fraternidad”, etc. Por supuesto esto es lo que deseamos y son los caminos que hay que recorrer. Pero eso no se consigue con las palabras sino con procesos que lleguen a las causas de las situaciones y busquen salidas reales a los problemas. Por eso la cita del Éxodo que bien conocemos me hace pensar que cuando Dios escucha el clamor del pueblo, busca un liberador -Moisés- para que vaya donde el faraón y libere al pueblo. El texto bíblico dice que Moisés reconoce que él no tiene fuerzas para hacer semejante cambio. La respuesta de Dios es “Yo estaré contigo y está será para ti la señal de que yo te envío: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto darás culto a Dios en este monte” (Ex 3, 12).

La liberación que Dios ofrece a su pueblo es histórica: liberación de los egipcios. No es algo espiritual sino un enfrentarse al opresor para conseguir la liberación. No fue nada fácil, una larga travesía por el desierto, muchos desertores por el camino, Moisés solo vio de lejos la tierra prometida y el pueblo por fin llega a ella, reconociendo que, siendo un pueblo pobre e indefenso, Dios caminó con ellos y les fortaleció en esta búsqueda de libertad. Con Jesús no es menos histórica la liberación que anunció, siguiendo las palabras del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha unido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). Históricamente Jesús puso en el centro al ser humano y no a la Ley, se sentó a la mesa -signo de la comunión con Dios- con aquellos que la Ley excluía en nombre de Dios, revelando el rostro de Dios como misericordia sin límites. Fue asesinado por los representantes del poder y así nuestra fe es en el Dios Salvador que escucha siempre el clamor de su pueblo y responde efectivamente a él.

Porque nuestra fe se funda en este Dios liberador “de todos los males que nos aquejan y, por supuesto, del pecado raíz de todos ellos”, deberíamos dar nombre a las situaciones que impiden la vida de la gente y trabajar por transformarlas. Solo haciendo ese trabajo paciente, concreto, continuo, eficaz se puede aspirar a la reconciliación, a la paz, a ser una nación de hermanos y hermanas. Pero hay tanto temor a dar nombre a las luchas que deben librarse, a perder los privilegios, a perder el “buen” nombre, a que te tilden de “comunista” o alguno de estos términos que se invocan para generar miedo (…), que muchos miembros de las iglesias -incluidas sus autoridades- se quedan en esos discursos globales que solo pretenden acallar la lucha sin resolver a fondo las situaciones. Estas se llaman hambre, desempleo, educación, salud, en otras palabras, poner a los seres humanos en el centro de las opciones y no al sistema financiero, a la lógica del mercado, del individualismo, del sálvese quien pueda. ¿Cuándo nos atreveremos a implicar nuestra fe en la búsqueda de la lógica de Dios, en la lógica del bien común?

Dos anotaciones a tener en cuenta: (1) Todos invocan la protesta pacífica. Pero ¿cuántas veces se han conseguido las cosas por las buenas? Siete días para que el presidente Duque quitará la reforma tributaria y cuántos días (meses, años …) faltarán para que responda, efectivamente, a las demandas de la población. ¿Por qué hay tanta “sordera” para escuchar el clamor del pueblo? ¿Cuántos gritos desesperados hay que seguir dando para que se escuche el sufrimiento del pueblo? Por supuesto mucha gente queda afectada por los bloqueos y demás situaciones que hemos visto pero ¿por qué el gobierno no da el paso a arreglar las cosas que ya sabe de sobra que se están pidiendo? Esperan “conversar” con la gente que protesta … pero ¿acaso no saben de sobra lo que se pide?

(2) Muchas voces han criticado a la minga indígena, evidenciando así, el racismo y la ceguera ante una historia contada por los vencedores. Pero ellos siguen resistiendo y reclamando su dignidad negada. Y derribar estatuas es un símbolo -entre muchos otros- de sus reclamos. ¿Cuántas estatuas más hay que tumbar a la fuerza para que revisemos nuestra historia y la contemos desde los vencidos? No apoyo en absoluto ningún tipo de violencia, pero, como ya lo dije antes, está en manos de los que pueden cambiar las cosas que cese la violencia, atendiendo de verdad y a fondo, todos los reclamos.

No quiero terminar sin reconocer la voz profética y clara del arzobispo de Cali, Darío Monsalve. Ya tiene bastantes enemigos por darle nombre a las situaciones. Ojalá todos los creyentes tuvieran ese valor. Otra seria la historia de nuestros pueblos, si las personas que se precian de su fe, actuarán en consecuencia. 

 

 

 

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