En Colombia se exige un nuevo comienzo, pero este ha de ser desde los últimos
“Quienes pretenden pacificar a una sociedad no deben olvidar que la inequidad y la falta de un desarrollo humano integral no permiten generar paz. En efecto, ‘sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad -local, nacional o mundial- abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad’. Si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos” (Francisco, Fratelli Tutti n.235).
Estas palabras de la última encíclica de Francisco describen con gran acierto lo que está pasando estos días en Colombia. Llevamos diez días de Paro Nacional como fruto de una larga cadena de demandas que desde el 2016 -exigiendo el cumplimiento de los Acuerdos de paz- se han llevado a cabo. Fue inmenso el clamor popular en la manifestación del 21 de noviembre de 2019 que, lamentablemente, la situación de la pandemia le quito algo de visibilidad pero que se retomó en septiembre y octubre de 2020 (está última liderada por las organizaciones indígenas) y que este pasado 28 de abril volvió a hacerse inmenso, fuerte, contundente.
Pero el Estado ha seguido sordo a tantos clamores y pretende acallar estos gritos con la represión violenta que se ha dado y que internacionalmente ha quedado evidenciada. Aunque las cifras varían (y están en verificación), no se puede negar que se ha dado una represión brutal por parte de las fuerzas del Estado, violando los derechos humanos consagrados en la Constitución.
Las protestas son legítimas. Un país donde la pobreza raya en el 42.5%, de las cuales un 15.1% en pobreza extrema, sin oportunidades de trabajo, de estudio, de paz, con un gobierno cuyo propósito ha sido acabar con los acuerdos de paz y no hace nada para evitar el asesinato de tantos desmovilizados ni tampoco de tantos líderes/lideresas sociales que siguen luchando en sus territorios por una vida digna, no es de extrañar que cada vez más personas se unan a esta protesta social y exijan un cambio de verdad y a fondo. En palabras de Francisco, en su encíclica, exigiendo “un nuevo comienzo”.
El papa continúa diciendo que si se ha de comenzar “ha de ser por los últimos”. Efectivamente esta es la lógica del evangelio y debería ser la lógica de este mundo tan golpeado por la pobreza y la injusticia social, no solo en Colombia sino en tantas partes. Pero no ha sido la lógica de este gobierno ni de todos los anteriores. La Reforma Tributaria que fue la gota que rebosó el vaso, comienza por los grandes capitales asegurándoles exención de impuestos -bajo el sofisma de que esas exenciones, los empresarios las convertirán en oportunidades de empleo-. Frente a esto, otras palabras de Francisco en la Evangelii Gaudium aplican perfectamente: “En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del ‘derrame’ que suponen que todo crecimiento económico favorecido por la libertad de mercado logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando” (n. 54).
El gobierno ha iniciado diálogos con diversas instancias, pero ha comenzado por su propio grupo. Parece que se rodea de los mismos de siempre para seguir fortaleciendo su visión hegemónica y sus oídos sordos. Ojalá las palabras del papa tuvieran más eco: “Hay que comenzar por los últimos”, aquellos que traen la experiencia en su propia carne y los que pueden quebrar la visión dominante que impide ver las cosas desde ese otro lugar.
Los cambios son difíciles pero una vez iniciados siguen moviéndose. Un dato -entre tantos otros de estas marchas- es la conciencia indígena que crece en Colombia y que con orgullo se levanta a reclamar una narrativa de la historia desde ellos, no desde los conquistadores. Por eso las estatuas que han derribado en Cali y hoy en Bogotá son un signo claro de la necesidad de contar nuestra historia desde los últimos. Y esto no nos es fácil. Quebrar el status quo establecido nos desinstala profundamente y surgen muchas actitudes de rechazo. Pero hay que hacerlo y más rápido que tarde.
Muchas voces se levantan diciendo que “haya reconciliación, diálogo, paz, etc.”, pero no le dan nombre a los que causan las rupturas ni a los cambios que hay que darse. Eso no es suficiente. Quedan en la retórica de volver a la normalidad de antes y esto no es posible. Así lo demuestran los que hoy nuevamente están marchando -los escucho mientras escribo estas líneas-. No son vándalos, ni infiltrados de grupos armados, son jóvenes que han comprendido la fuerza de levantar la voz para construir un futuro distinto.
Lástima que algunos cristianos están en la línea de aquellos que solo se asustan por la violencia y anhelan lo que siempre fue así. No, Colombia como tantos países, exige cambios profundos y las protestas lo muestran. Es hora de romper la visión miope y hegemónica que nos acompaña para construir ese “otro mundo posible” que hace tanto se persigue en estas tierras latinoamericanas.
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