martes, 17 de abril de 2018




Trabajar por una iglesia más creíble

Pasa el tiempo y el Papa Francisco sigue suscitando esperanza en muchos personas en la Iglesia. Cada día hay una noticia -sencilla- pero que alegra el corazón de la gente. Sea su vida austera o su cercanía con contextos pobres, o su día a día rodeado de la gente del lugar donde escogió vivir o sus intervenciones donde habla de los pobres, de la sencillez, de cero corrupción, de evangelizar, de la misión, de la centralidad del evangelio, entre muchos otros gestos que podríamos enumerar. Todo esto parece haber devuelto frescura, simplicidad, descomplicación, aires nuevos a la iglesia. Además ha sido un pontífice capaz de reconocer sus errores y los de la Iglesia y pedir perdón por ello -lo que se está viviendo en la Iglesia chilena es una nueva manera de actuar- y por supuesto su insistencia en la “alegría” y, en su última Exhortación “Gaudete et Exsultate” (GE), el hablarnos de la santidad en lo cotidiano y en los “santos de la puerta de al lado” (GE 6-9).

Pero surgen algunas preguntas: ¿cuándo nos perdimos tanto, para que gestos tan simples y normales despierten tanta alegría? ¿qué nos había pasado en la iglesia para sorprendernos porque el Papa salude con un “Buenos días” o simplemente sonría y hable de cosas cotidianas como el futbol? ¿dónde habíamos dejado la pobreza de Belén, la cotidianidad de Nazaret, la profecía del ministerio público de Jesús? ¿qué contenido le hemos dado a la muerte y resurrección de Jesús que no la vinculamos con su compromiso histórico con los más pobres? En otras palabras, ¿qué iglesia hemos ido viviendo que lo “normal” hoy nos resulta “sorprendente” y el evangelio nos asombra?

Tal vez exagero con lo dicho anteriormente pero no es exagero que el Papa sigue sorprendiendo en positivo. Pero ahora viene lo más difícil: Y esos gestos ¿cómo están confrontando nuestra realidad eclesial? ¿por dónde está renovándose nuestra pastoral? ¿qué conversión nos está suscitando toda esta nueva realidad? Una iglesia tan preocupada por la doctrina, por el culto, por la liturgia ¿cómo se confronta hoy con una mirada pastoral –sin duda es la que tiene el Papa Francisco- más preocupada por llegar a la gente, por responder a sus necesidades, por apoyar sus iniciativas, por buscar nuevos caminos de evangelización? ¿Vamos a ser capaces de mirarnos a nosotros mismos y poner en práctica lo que el Papa dice y hace? No es fácil este cambio. De hecho también hay muchas críticas sobre el Papa procedentes de algún sector del clero y de algunos laicos que no ve con buenos ojos ese proceder. Y es normal. Ese testimonio cuestiona una praxis eclesial centrada en la ley y una vivencia ministerial más preocupada por la ostentación del poder que por el servicio.

El Papa sigue con muchos desafíos. ¿Reformará realmente la curia romana? ¿Se abrirán las puertas para otra manera de vivir el ministerio episcopal y sacerdotal? ¿Habrá otro lugar para las mujeres? ¿cómo responderá a los cuestionamientos que vienen de tantos desafíos actuales? No todo pueden ser gestos sino que se esperan acciones que hagan creíble la Iglesia de Jesús. Hay que rezar porque pueda seguir haciendo mucho y lo haga muy bien. Pero no es tarea exclusiva del Papa. Todos estamos llamados a hacer más creíble la Iglesia de Jesús. Hemos de buscar vientos nuevos que devuelvan a la iglesia juventud, alegría, esperanza porque la estructura ha ahogado mucha creatividad, el peso de la costumbre ha impedido más flexibilidad y apertura.

Son tiempos de misión pero una misión no al estilo del modelo de cristiandad –queriendo aumentar el número de miembros y uniformizando todo bajo los preceptos cristianos- sino una misión anunciando lo que posee: un mensaje liberador como es el evangelio con buenas noticias para todos. La buena noticia del Dios que ama a todos sin condiciones porque su amor es gratuito y verdadero. Ese Dios que quiere el bien de todos sus hijos y no coloca cargas pesadas sobre ellos. Por el contrario invita al descanso, a la fiesta, a la alegría y, por supuesto, a la santidad. Esa santidad que se concreta en la vivencia de las Bienaventuranzas (GE 63-94) y en la práctica del amor al otro como lo propone el texto de Mateo 25, 31-46 en el que todo lo que hacemos a un necesitado se lo hacemos al mismo Dios (GE 95). De ese amor surge el compromiso fraterno, la responsabilidad cívica y ecológica, la solidaridad con los más necesitados.

Urge una conversión pastoral capaz de sorprender a los destinatarios, haciéndoles descubrir ese rostro amable y amoroso de nuestro Dios. Una pastoral más centrada en la vida que en los preceptos, en las personas que en las leyes, porque nuestro Dios es un Dios de vida, un Dios de amor, que quiere para todos sus hijos, vida y vida en abundancia (Jn 10,10).


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