Trabajar por una
iglesia más creíble
Pasa el
tiempo y el Papa Francisco sigue suscitando esperanza en muchos personas en la
Iglesia. Cada día hay una noticia -sencilla- pero que alegra el corazón de la
gente. Sea su vida austera o su cercanía con contextos pobres, o su día a día
rodeado de la gente del lugar donde escogió vivir o sus intervenciones donde habla
de los pobres, de la sencillez, de cero corrupción, de evangelizar, de la
misión, de la centralidad del evangelio, entre muchos otros gestos que podríamos
enumerar. Todo esto parece haber devuelto frescura, simplicidad,
descomplicación, aires nuevos a la iglesia. Además ha sido un pontífice capaz
de reconocer sus errores y los de la Iglesia y pedir perdón por ello -lo que se
está viviendo en la Iglesia chilena es una nueva manera de actuar- y por
supuesto su insistencia en la “alegría” y, en su última Exhortación “Gaudete et
Exsultate” (GE), el hablarnos de la santidad en lo cotidiano y en los “santos
de la puerta de al lado” (GE 6-9).
Pero surgen
algunas preguntas: ¿cuándo nos perdimos tanto, para que gestos tan simples y
normales despierten tanta alegría? ¿qué nos había pasado en la iglesia para
sorprendernos porque el Papa salude con un “Buenos días” o simplemente sonría y
hable de cosas cotidianas como el futbol? ¿dónde habíamos dejado la pobreza de
Belén, la cotidianidad de Nazaret, la profecía del ministerio público de Jesús?
¿qué contenido le hemos dado a la muerte y resurrección de Jesús que no la
vinculamos con su compromiso histórico con los más pobres? En otras palabras,
¿qué iglesia hemos ido viviendo que lo “normal” hoy nos resulta “sorprendente”
y el evangelio nos asombra?
Tal vez
exagero con lo dicho anteriormente pero no es exagero que el Papa sigue sorprendiendo
en positivo. Pero ahora viene lo más difícil: Y esos gestos ¿cómo están
confrontando nuestra realidad eclesial? ¿por dónde está renovándose nuestra
pastoral? ¿qué conversión nos está suscitando toda esta nueva realidad? Una
iglesia tan preocupada por la doctrina, por el culto, por la liturgia ¿cómo se
confronta hoy con una mirada pastoral –sin duda es la que tiene el Papa
Francisco- más preocupada por llegar a la gente, por responder a sus
necesidades, por apoyar sus iniciativas, por buscar nuevos caminos de
evangelización? ¿Vamos a ser capaces de mirarnos a nosotros mismos y poner en
práctica lo que el Papa dice y hace? No es fácil este cambio. De hecho también
hay muchas críticas sobre el Papa procedentes de algún sector del clero y de
algunos laicos que no ve con buenos ojos ese proceder. Y es normal. Ese
testimonio cuestiona una praxis eclesial centrada en la ley y una vivencia
ministerial más preocupada por la ostentación del poder que por el servicio.
El Papa sigue
con muchos desafíos. ¿Reformará realmente la curia romana? ¿Se abrirán las
puertas para otra manera de vivir el ministerio episcopal y sacerdotal? ¿Habrá
otro lugar para las mujeres? ¿cómo responderá a los cuestionamientos que vienen
de tantos desafíos actuales? No todo pueden ser gestos sino que se esperan
acciones que hagan creíble la Iglesia de Jesús. Hay que rezar porque pueda seguir
haciendo mucho y lo haga muy bien. Pero no es tarea exclusiva del Papa. Todos
estamos llamados a hacer más creíble la Iglesia de Jesús. Hemos de buscar vientos
nuevos que devuelvan a la iglesia juventud, alegría, esperanza porque la estructura
ha ahogado mucha creatividad, el peso de la costumbre ha impedido más
flexibilidad y apertura.
Son tiempos
de misión pero una misión no al estilo del modelo de cristiandad –queriendo
aumentar el número de miembros y uniformizando todo bajo los preceptos
cristianos- sino una misión anunciando lo que posee: un mensaje liberador como
es el evangelio con buenas noticias para todos. La buena noticia del Dios que
ama a todos sin condiciones porque su amor es gratuito y verdadero. Ese Dios
que quiere el bien de todos sus hijos y no coloca cargas pesadas sobre ellos.
Por el contrario invita al descanso, a la fiesta, a la alegría y, por supuesto,
a la santidad. Esa santidad que se concreta en la vivencia de las
Bienaventuranzas (GE 63-94) y en la práctica del amor al otro como lo propone
el texto de Mateo 25, 31-46 en el que todo lo que hacemos a un necesitado se lo
hacemos al mismo Dios (GE 95). De ese amor surge el compromiso fraterno, la
responsabilidad cívica y ecológica, la solidaridad con los más necesitados.
Urge una
conversión pastoral capaz de sorprender a los destinatarios, haciéndoles
descubrir ese rostro amable y amoroso de nuestro Dios. Una pastoral más
centrada en la vida que en los preceptos, en las personas que en las leyes,
porque nuestro Dios es un Dios de vida, un Dios de amor, que quiere para todos
sus hijos, vida y vida en abundancia (Jn 10,10).
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